En tan solo cinco años, la soberana de Palmira consiguió extender su reino hasta tal punto que puso contra las cuerdas a varios emperadores y se convirtió, con los siglos, en un ideal femenino por su fortaleza e inteligencia.
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La ciudad de Palmira fue arrasada por el emperador Lucio Dominio Aureliano en el 270, de la misma forma que hace cinco años acabaron con ella los milicianos de Daesh. El director del complejo histórico de esta ciudad del desierto de Siria, Khaled al Assad, la había cuidado y mimado durante cuatro décadas. Tras jubilarse, sentía tanto amor por ella, que decidió vivir muy cerca de sus ruinas. Las mismas que, entre 267 y 272 d. C., conformaron el valiente y gigantesco imperio de Zenobia, una reina modesta, astuta e inteligente que puso en jaque a nada menos que el todopoderoso Imperio romano.
Zenobia desapareció sin dejar rastro en el año 272 y ni los historiadores más prestigiosos a lo largo de estos dos mil años consiguieron averiguar qué fue de ella realmente.
El destino de Al Assad, sin embargo, fue menos misterioso: la imagen de su cuerpo colgado y decapitado por los terroristas islámicos dio la vuelta al mundo. Se había pasado toda la vida mimando cada fuste de la gran columnata del palmeral y cada esfinge del templo de Bel. En la primavera de 2015, vivía tranquilo y parecía que Palmira estaba a salvo de la Guerra de Siria. En mayo, sin embargo, los milicianos del Daesh se acercaron y el Ejército sirio huyó. Este hombre de 82 años decidió trazar un plan. Horas antes de la entrada de los yihadistas en la ciudad, convocó en secreto a su hijo y a su yerno para seleccionar 900 piezas más valiosas del museo y evacuarlas en tres camiones hacia Damasco.
El hijo y el yerno huyeron, pero él se quedó allí, escuchando las detonaciones bajo los templos de Bel y Baalshamin, así como en el arco de triunfo. Los restos de la ciudad que Zenobia había engrandecido a mediados del siglo III se venían abajo. Los edificios funerarios se regaron de minas y las imágenes coparon los telediarios. Irina Bokova, directora de la Unesco, calificó los hechos de crimen de guerra. En el suelo, 25 hombres arrodillados delante del anfiteatro de Palmira mueren a punta de pistola. Las hordas de Daesh tardan poco en llegar al museo. Ante su estupor, las urnas y las paredes están vacías. Sólo encuentran en su despacho a Al Assad, que les espera apaciblemente. Fue detenido y torturado durante un mes, hasta que, el 18 de agosto, su cuerpo apareció colgado por las muñecas de una farola, con la cabeza entre sus pies, con un cartel donde se enumeraban «los pecados de quien dirigió el sitio de los ídolos».
El pasado de Zenobia
El hijo y el yerno se salvaron. La única hija del fallecido guardián de Palmira fue bautizada como Zenobia, la gran reina de la «perla del desierto». Pero, ¿quién era ella, cuál fue su gesta y cómo desapareció? En primer lugar, nació en la provincia romana de Palmira a mediados del siglo III, en una fecha que las fuentes no han podido precisar. Suele aceptarse el año 245, pero no hay documentos que lo prueben. Su nombre real es Septimia Bathzabbai Zainib, hija de una esclava egipcia y un gobernador romano de la ciudad: Julio Aurelio Zenobio.
Hacia 258, Zenobia contrajo matrimonio con el príncipe Septimio Odenato de Palmira, que fue nombrado cónsul de Roma por el emperador Valeriano. En 266, la pareja tuvo a su primer y único hijo, Lucius Iulius Aurelio Septimio Vaballathus Atenodoro, llamado familiarmente Vabalato. Pero Septimio fue asesinado en 267 por su sobrino, en venganza por un castigo que este le había impuesto. Ese fue el momento en el que nuestra protagonista tomó el control del reino en calidad de corregente, a la espera de que su hijo tuviera la edad suficiente para hacerse cargo de él.
Palmira y los territorios conquistados en Oriente, desde el Éufrates hasta Bitinia, quedaron bajo su potestad. Antes de comenzar la expansión a costa del Imperio Romano, se vengó por la muerte de su querido esposo y el sobrino fue capturado y sacrificado en memoria del difunto Rey. Zenobia se ganó entonces el respeto y el apoyo de sus súbditos. En gran parte, debido a su gran astucia política y a su enorme capacidad de persuasión. Y, además, era una dirigente muy culta y una extraordinaria estadista que supo rodearse de los mejores consejeros de su tiempo.
Humillar a Roma
Aunque Palmira superaba ya los 150.000 habitantes, quiso engrandecerla todavía más y la dotó de un esplendor que no había tenido nunca. El mismo por el que Al Assad sacrificó su vida casi dos mil años después, salvando sus últimos restos. Zenobia fue quien fortificó la ciudad con una murallas de más de 21 kilómetros de perímetro y la dotó de impresionantes edificios, algunos de los cuales sobrevivieron a la barbaria del Daesh, como las columnas corintias de 15 metros de su vía principal o el templo del Sol. Y luego, sin más dilación, comenzó sus impresionantes conquistas, aprovechando el caos en el que vivían las fronteras de Roma en aquellos momentos.
Sin embargo, esperó a la muerte del emperador Galieno, en el 268, y se benefició de su sucesor, Claudio el Gótico, que tuvo que dedicar demasiados recursos a contener la invasión goda. Zenobia aprovechó para sublevarse con la intención de crear su propio imperio y dominar a los romanos y sasánidas. Su primer objetivo fue Egipto, la provincia más rica de las conquistadas por Roma. Se justificó alegando que era heredera de la dinastía de los Ptolomeos y, por lo tanto, descendiente directa de Cleopatra. El prefecto que gobernaba aquel territorio intentó evitar su entrada, pero acabó decapitado. Ella se proclamó Reina y hasta acuñó monedas con su nombre.
Desde entonces, sus dominios se extendieron desde el Nilo hasta el Éufrates, pero lo más importante es que la gran ciudad de Palmira dejó de estar subordinada a Roma después de casi dos siglos siendo su provincia. Consiguió también controlar todas las provincias orientales, lo que puso en en jaque tanto a romanos como a sasánidas. Pero ninguno de estos dos pueblos se interesaron mucho por estos territorios, en principio, y la ambiciosa soberana emprendió expediciones con su ejército y consiguió invadir también desde Anatolia hasta Ancira y Calcedonia. Y, por último, Siria, Palestina y el Líbano.
La reacción de Roma
A raíz de ello, Zenobia pasó a controlar muchas de las rutas comerciales más importantes Roma. Pero lo que hizo cambiar el signo de aquella gigantesca expansión fue un gesto osado de Vabalato: se nombró Rey de Palmira y de otros muchos territorios que había conquistado con su madre, sabiendo que Roma sólo le reconocía el mismo título que su padre, corrector totius orientis. Eso le dio la excusa al emperador Claudio el Gótico para intervenir de nuevo en Oriente, pero no le dio tiempo porque primero tuvo que apagar los frentes de Italia y los Balcanes.
Cuando este murió en el año 270, su sucesor, Lucio Domicio Aureliano, se hizo cargo de la tarea de frenar a la poderosa Zenobia, que llevaba cinco años poniendo en serios problemas al Imperio Romano. Lo primero que hizo fue estabilizar la frontera del Danubio y poner en orden todas las guerras que tenía abiertas contra los alamanes y los bárbaros en el norte de Italia. También restauró su dominio sobre Hispania, la Galia y Britania. Y, finalmente, se puso manos a la obra contra la Reina de Palmira.
El emperador comenzó atacando Egipto y provocó el retroceso del Ejército de Zenobia hasta Siria. Poco a poco, la Reina de Palmira fue siendo despojada de sus posesiones territoriales y de sus aliados, a medida que los romanos avanzaban, sin que sus aguerridas tropas de arqueros experimentados y caballería pesada pudieran hacer nada. Pero la derrota definitiva de nuestra protagonista se produjo en la ciudad de Emesa, la actual Homs. Y aunque logró escapar, fue capturada con su hijo en las proximidades del río Éufrates, con la ayuda de los jefes árabes del desierto. Así logró acabar Aureliano con su temida y ambiciosa enemiga y arrasar —tal y como ocurrió en 2015 con el Daesh— Palmira.
La desaparición de Zenobia
Zenobia fue capturada y su destino a día de hoy sigue siendo un completo misterio. Según Trebelio Polión, uno de los autores de la «Historia Augusta» y biógrafo de la reina del desierto, Zenobia fue trasladada a Roma y exhibida junto al usurpador Tétrico durante el desfile triunfal de Aureliano en 274. Cuenta que marchó con su diadema imperial y con sus joyas, pero arrastrando unas pesadas cadenas de oro y diamantes, tal y como puede verse en la imagen que ilustra este reportaje. Otras fuentes indican que, posiblemente, fue perdonada por el emperador después de que este se enamorara de ella y que terminó sus días en una mansión de Tívoli rodeada de lujo, como una filósofa de la alta sociedad romana.
El enigma no termina ahí y las versiones son muchas. Según indica Miguel Ángel Novillo en un amplio y detallado artículo sobre Zenovia en la revista «La Aventura de la Historia» (2015), «el historiador griego Zósimo dice que fue víctima de un largo juicio en Emesa. Otros aseguran que murió poco después de llegar a Roma, aunque no aclaran si por una enfermedad o decapitada. También que contrajo matrimonio con un rico senador romano. Algunas inscripciones señalan que su descendencia permaneció entre las familias nobles romanas. Sea cual fuese su final, la Reina de Palmira personifica para muchos el símbolo de la diversidad y de la resistencia nativa frente a la opresión de Roma».
La inteligencia, belleza, astucia de este singular personaje que puso en jaque al Imperio Romano durante cinco años, ha llevado a los historiadores y artistas del siglo XIX a forjar una imagen idealizada de ella. Lo cierto es que fue realmente culta y hablaba con soltura el árabe, el arameo, el griego y el copto. Además fomentó las artes en sus fronteras y fue tolerante con las religiones, destacando además como hábil estadista y política. Y aunque derrotada y humillada finalmente, se convirtió en un ideal femenino para la historia.