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domingo, 4 de junio de 2023

Historia de la piratería (Integral)

"La historia de la piratería" fue una publicación de la revista Mampato en 1969. Ilustrada magistralmente por Themo Lobos.

                                                                                        

Desde que se creó el comercio marítimo, existieron los piratas aventureros que querían enriquecerse fácilmente asaltando los navíos mercantes y asesinando o vendiendo como esclavos a sus tripulantes. Durante los 3 mil años antes de Cristo, la piratería tuvo como campo de acción los mares Mediterráneos Egeo y Adriático en torno a los cuales se desarrollaron grandes civilizaciones tales como la egipcia, la fenicia, y la griega y la romana.
                                                                                        

   PARTE 1   



En Egipto

En 1192 a. de C los piratas que se llamaban a sí mismos “pueblo del mar” decidieron atacar a Egipto para transformarse en los amos absolutos del Mediterráneo. El faraón Ramsés III los esperó en la desembocadura del Nilo, ubicando a su flota en aguas poco profundas. El enemigo no se dio cuenta de la trampa y los navíos piratas en encallaron transformándose en fácil presa para los egipcios Así fue como el país de los faraones pasó dominar todo el Mediterráneo oriental, supremacía que le sería disputada más tarde por Fenicia, dando lugar a una lucha típicamente pirata: las dos potencias se asaltaban mutuamente los barcos comerciales y saqueaban las ciudades costeras.




Los fenicios

Fueron los navegantes más audaces de la época precristiana y esta fama no la ganaron solamente por sus empresas comerciales y actos de piratería, sino también porque se lanzaron intrépidamente explorar rutas desconocidas. Por ejemplo, atravesaron las Columnas de Hércules (Estrecho de Gibraltar) y llegaron hasta el mar Báltico en busca de metales y ámbar.


Los griegos

En la antigua Grecia la piratería era una actividad honorable para los guerreros en tiempo de paz. El mismo Ulises se vanagloriaba de haber saqueado los barcos que encontraba en alta mar y de haber dividido el botín con la tripulación, pero lo que colmó la paciencia de los comerciantes griegos fue la desfachatez de los troyanos. Como Troya estaba estratégicamente muy bien situada en el Estrecho de Dardanelos, los piratas sólo tenían que sentarse a esperar que apareciera un barco heleno para asaltarlo. Abrirse paso hacia el Mar Negro se transformó en un problema vital para los comerciantes porque de esta región obtenían oro, plata y ámbar. Cuando el troyano París rapto a Helena, esposa del rey de Esparta, los griegos se valieron inmediatamente de este pretexto para declarar la guerra a Troya y terminar de una vez por todas con esa cueva de piratas.

En el año 67 a.C. el senado romano entregó a Pompeyo 500 navíos, 12.0000 soldados y 500 oficiales para limpiar de una vez por todas el Mediterráneo de piratas. En apenas 49 días, que culminaron en la batalla de Coracesio, Pompeyo enfrentó 850 barcos piratas, mató a 10.000 y tomó 20.000 prisioneros, liberando así por un buen tiempo toda la costa de esta plaga.

Los romanos limpian el Mediterráneo

Cuando Roma pasó a convertirse en la cuna una nueva y rica civilización, la piratería extendió sus fructíferas actividades hacia estos lados. En el año 78 a.C., un joven aristócrata se dirigía a Rodas cuando su navío fue asaltado por toda una flota de livianos y rápidos piratas. Como toda resistencia fue inútil, el joven, junto a los demás tripulantes, fue hecho prisionero. Los piratas estaban felices, porque por el romano podían pedir un buen rescate y más contentos estuvieron cuando el joven les propuso que cobrarán el doble ya que él valía mucho más. Sin embargo, les advirtió que una vez libre les haría pagar caro su osadía. Los piratas se rieron de aquel muchacho cuyo nombre era Julio César, quién sería años más tarde dictador de Roma. Una vez en libertad, Julio César equipó 4 galeras de guerra y regresó al refugio pirata destruyendo todos sus navíos. Muy pocos de sus captores lograron librarse de la venganza del joven patricio.

   PARTE 2   

"La historia de la piratería" fue una publicación de la revista Mampato en 1969. Ilustrada magistralmente por Themo Lobos.


                                                                                        

La historia de los vikingos sigue hoy fascinando y mereciendo muchas sagas de cómics y televisión. Sin embargo, hay que recordar que no fueron más que feroces piratas que asolaron gran parte de Europa.

                                                                                        




Los vikingos

Estos crueles piratas fueron el terror de las costas europeas durante varios siglos. Con sus “drakars”, sus veloces veleros terminados en una alta proa curva, venían de Noruega y Dinamarca a saquear las aldeas costeras, a asesinar y esclavizar a sus habitantes.
Mientras los señores feudales luchaban por apoderarse de los restos del Imperio Romano, los vikingos invadían el norte de Inglaterra, la mitad de Irlanda y el norte de Francia. Para evitarse problemas, el Rey Carlos el Simple de este país les cedió el terreno de Borgoña y Normandía a Rollon y su gente. Desde entonces los normandos se convirtieron al catolicismo y se transformaron en los peores enemigos de los piratas.
Los vikingos fueron feroces guerreros, pero también valientes navegantes. En sus livianos navío y viajando en la intemperie atravesaron el Atlántico. En el año 999, Leif Eriksson arribó a las costas de Norteamérica siglos antes que Colón descubriera el Nuevo Mundo.



Los sarracenos

Los árabes eran pacíficos pastores y comerciantes, pero después de la muerte de su profeta Mahoma (632), les bajó el fanatismo religioso y con el grito “¡Muerte a los infieles!” se lanzaron a la lucha, saqueando toda la costa mediterránea y llegando a dominar hasta la España Meridional.
Cuando en 1055, el Imperio Turco sometió al poderío árabe, los piratas sarracenos continuaron la guerra religiosa por su cuenta, porque, después de todo, los saqueos les producían abundantes ganancias. Recién a fines de 1300, las flotas veneciana y genovesa logran derrotar definitivamente a los sarracenos, pero en el siglo XV, los piratas turcos berberiscos aprovecharían los ex puertos árabes en Sicilia, Córcega, Las Baleares, Túnez y Algeria para continuar provocando dolores de cabeza a los cristianos. Sin embargo, los caballeros católicos tampoco lo hacían nada de mal. También se aprovecharon de la Guerra Santa para saquear las aldeas árabes regresando a sus tierras cargados de riquezas.



La mano de plata de Harudi, El Barbarroja

Cuando en 1492, Fernando de Aragón e Isabel de Castilla lograron expulsar a los moros de España después de 700 años de dominación, los piratas berberiscos continuaron recorriendo, en venganza, las costas del Mediterráneo durante más de tres siglos. Contando con todo el apoyo del Imperio Turco, asaltaban cuánto navío cristiano encontraban a su paso.
Harudi fue el pirata berberisco más famoso por su crueldad y astucia, llegando al extremo de apoderarse de dos galeras del Papa cargadas de oro en el río Elba. Sus correrías lo convirtieron en nombre inmensamente rico, por ello, cuando perdió un brazo durante un combate, se hizo uno de plata moviendo la mano mediante un complicado sistema de correas y con eso estrangulaba a los que se atrevían a enfrentársele. Pero la ambición lo llevó a la muerte queriendo unificar a toda África bajo su mando, “el terror de los mares” murió entre las dunas del desierto.



La bandera pirata

Los piratas fueron siempre gente caprichosa y usaban como insignia de bandera lo que se les ocurría. Los sarracenos y berberiscos enarbolaban generalmente los estandartes de los jeques que los “protegían”. Otros usaron banderas rojas con una insignia que iba desde una simple cimitarra hasta un musculoso brazo enarbolando una espada. Otros cambiaban de banderas según la ocasión, pero uno de los primeros piratas en izar la típica bandera negra con la calavera y las dos tibias cruzadas fue Edward Teach, alias Barbanegra, la cual fue adoptada más tarde por todos estos aventureros del mar. En la jerga marinera la llamaban “Jolly Roger” (alegre Roger), pero el origen de este nombre se desconoce.




ANEXO

Los vikingos

   PARTE 3   



Batalla de Lepanto

Con el Mediterráneo en poder de los turcos y de los hábiles piratas berberiscos, los barcos cristianos tenían muy pocas probabilidades de navegar por estas aguas, salvo pagando altos tributos para no ser atacados.
Solamente en Algeria, había más de 25.000 esclavos cristianos condenados a trabajos forzados. Entre ellos, el más famoso fue Miguel de Cervantes, quien estuvo 15 años prisionero en manos de los algerinos.
Pero al amanecer del 4 de octubre 1571, los pescadores griegos de La Isla Itaca, el antiguo reino de Ulises, vieron con asombro aparecer una impresionante flota. En total eran 210 galeones.
Los venecianos, españoles, genoveses, las naves del Papa Pío V y de los Caballeros de Malta, unidos bajo el mando de Don Juan de Austria, se habían reunido para derrotar a los turcos, cuya flota estaba anclada en Lepanto.
Hacia el mediodía del 7 de octubre, los vigías avistaron nítidamente la ciudad con sus jardines y sus siete mezquitas.
Después de seis horas de lucha, en la cual el autor de “Don Quijote” perdió una mano, la batalla terminaba en una sangrienta carnicería. Los turcos perdieron el 80% de su flota. De esta fecha en adelante, los piratas berberiscos sólo continuaron atacando aisladamente los barcos cristianos, pero su dominio sobre el Mediterráneo había desaparecido. El descubrimiento del Nuevo Mundo atrajo la gran piratería hacia las aguas del Atlántico.



John Hawkins, uno de los marineros más famosos de la época, se dedicó a recorrer las costas africanas en busca de esclavos, que luego vendía en las colonias de América y, a la vuelta, asaltaba los galeones españoles que encontraba en su ruta. Entre la tripulación del capitán inglés, se encontraba un joven marino, quien en estos viajes aprendió el arte de navegar, superando más tarde su maestro. Era Francis Drake.

John Hawkins

Cuando Isabel I se hizo cargo del trono en Inglaterra, se encontró con que el país estaba en una situación económica desastrosa. Y se le ocurrió la brillante idea de darle a los señores que se dedicaban a la piratería patentes de corsarios. Esto consistía en que ellos equipaban su propia flota y que se podían dedicar a saquear los barcos que no fueran ingleses, de preferencia los galeones españoles, los cuales regresaban cargados de oro del Nuevo Mundo.
John Hawkins, uno de los marineros más famosos de la época, se dedicó a recorrer las costas africanas en busca de esclavos, que luego vendía en las colonias de América y, a la vuelta, asaltaba los galeones españoles que encontraba en su ruta. Entre la tripulación del capitán inglés, se encontraba un joven marino, quien en estos viajes aprendió el arte de navegar, superando más tarde a su maestro. Era Francis Drake. 


En venganza por las correrías de Drake, Felipe II decide atacar a Inglaterra con su poderosa “Invencible Armada”. Al cabo de 9 días de encarnecida lucha, el almirante español Don Pedro de Valdés se rinde ante el más extraordinario marino de su época: Francis Drake.


Francis Drake

En el siglo XVI, España tenía la flota más poderosa del mundo, pero un buen día, el joven Drake logra también tener también su propio barco y se lanza directo a las Antillas, donde logró apoderarse de cuatro galeones españoles. Siendo dueño ya de esta pequeña flota de cinco barcos, el oro que los navíos españoles llevaban a Europa pasó a llenar las bodegas de Drake. El marino inglés regreso a su patria cargado de riquezas y fue aclamado como un héroe. Hasta la Reina Isabel I se interesó en conocerlo. Por un tiempo, el corsario fue un refinado y ocioso cortesano, pero el deseo de nuevas aventuras lo impulsó a presentar a la soberana un audaz proyecto y como la reina estaba dispuesta siempre a apoyar cualquier empresa que perjudicara a España, Drake parte en diciembre de 1577 con 5 navíos y en el más estricto secreto. Su objetivo era doblar por el Cabo de Hornos y sorprender a los españoles, quienes se sentían completamente seguros por el lado del Océano Pacífico.

 Después de una peligrosa travesía, saquea los puertos de Valparaíso, Arica y Callao, además de hundir varios galeones enemigos. Pero cuando llega el momento de regresar, la flota española le cerraba el paso y el corsario toma rumbo hacia Asia. Dobla el Cabo de Buena Esperanza, bordea la costa africana y, en 1580, llega a Inglaterra después de haber dado la vuelta al mundo.


ANEXO


Francis Drake en Chile

   PARTE 4   


Los bucaneros

Para España, el Nuevo Mundo era una propiedad privada, e impedía a sus colonias comercial con extranjeros. Pero en las islas del Caribe se instaló una extraña mezcla de aventureros desocupados, desertores ingleses, católicos y franceses protestantes. Ellos fueron los precursores de los futuros bucaneros. En un principio se dedicaron a una actividad inofensiva: a la caza y crianza de animales. Ahumaban la carne y como este proceso se llama en francés “boucaner”, pasaron a llamarse ellos bucaneros. Luego vendían la carne a las naves de paso. Pero España no quería ningún extranjero en su dominio y comenzó a perseguir a los bucaneros obligándoles a huir.
Dirigidos por el noble francés Lavasseur, los bucaneros se apoderaron de la pequeña isla de La Tortuga y construyeron una inexpugnable fortaleza defendida por 80 cañones.



La Hermandad de la Costa

La Tortuga pasó a ser el refugio de todos los aventureros del mar y de los buscadores de fortuna fácil. Los bucaneros con el tiempo, en vez de continuar dedicándose a la ahumar la carne, comenzaron a asesinar y a saquear.
El odio a España unió bucaneros y filibusteros, palabra derivada del inglés “free-booters” y qué significa ladrón, en la famosa Hermandad de la Costa, la cual pasó a tener una fuerte flota de barcos y duras leyes en las cuales se regulaba desde la repartición del botín hasta la recompensa que recibía el pirata que sufriese una herida.
Los bucaneros de la Tortuga fueron durante 80 años un temido poder y eran apoyado disimuladamente por Inglaterra y Francia para perjudicar a España. La Hermandad premiaba con 50 monedas de oro al que trajese una bandera arrebata a los españoles.



Morgan, el terrible

Después de muchos años de lucha, los españoles lograron desalojar a los bucaneros de La Tortuga y Jamaica pasó a ser el nuevo centro y refugio para cualquier aventurero con inclinaciones a la piratería. En 1666, el joven Henry Morgan partió con la expedición capitaneada por Edward Mansfield para capturar y saquear a Curazao. Los españoles mataron a Mansfield y Morgan se encontró al mando de 500 sanguinarios filibusteros.
Al decidir atacar la fortificada ciudad de Puerto Bello, muchos bucaneros franceses desertaron para no participar en una empresa que consideraban suicida. Sin embargo, Morgan y el resto sus hombres lograron apoderarse de dos de los fuertes que protegían la ciudad. El último fuerte resistió hasta que el pirata ordenó a los sacerdotes y monjes españoles a colocar las escaleras de salto contra la pared y subir primero para proteger a los piratas que venían detrás.
Así arrasó Morgan, el Terrible, la ciudad. No quedó ningún defensor vivo y toda la riqueza de la ciudad quedó en sus manos. Esta victoria lo convirtió en el pirata más famoso y temido de su época, pero su empresa más notable fue la toma de la ciudad de Panamá después de un agotador trayecto a través de la selva tropical. Habiendo cargado su barco al máximo con todo el botín, abandonó a muchos de sus compañeros y regresó a Jamaica. Pero los ingleses logran tomarlo prisionero y enviarlo a Inglaterra para ser juzgado. Sin embargo, Morgan era un héroe popular y ninguna corte se atrevió a condenarlo. Incluso fue condecorado por el rey Carlos II y regresó a Jamaica como sir Henry Morgan, el gobernador. El reformado villano se convirtió en un temible cazador de piratas y murió como un héroe.


Ver también:
Morgan, el pirata

   PARTE 5   


El último caballero corsario

A la muerte de Isabel 1 de Inglaterra, su sucesor Jacobo I firma un tratado de paz con su antigua rival España, en 1604, y se niega a conceder más patentes de corsarios. La víctima más importante de este cambio de política fue el gran navegante, poeta, barón y favorito de la reina Sir Walter Raleigh.
Este había gastado casi toda su fortuna en implantar una colonia inglesa en Norteamérica a la cual llamó Virginia. Sin embargo, todos estos méritos no le valieron de nada cuando Jacobo I, valiéndose de falsas acusaciones, ordenó encarcelarlo. Finalmente, el imbatible corsario de la época de oro de la piratería inglesa es condenado ser decapitado.



Mujeres piratas

La aventurera muchacha irlandesa Anne Benney emigró a América donde se encontró con el rico y joven pirata “Calico Jack” Rackham. Juntos recorrieron el Mar Caribe, asesinando y saqueando. Así fue como Anne se convirtió en una degolladora tan experta como cualquier otro pirata y fue ella, junto con su amiga Mary Read, quiénes pelearon más valientemente contra los soldados que capturaron a “Calico Jack” en 1720.
Por ser mujer, Anne se libró de la horca y en el día de la ejecución, le permitieron ver por última vez al pirata, lo que no fue ningún consuelo para él, ya que ella con todo desprecio le dijo: “si hubieses peleado como hombre, no habría sido colgado como un perro”.


Mary Read, disfrazada de hombre se alistó y peleó valientemente en contra los soldados que capturaron a “Calico Jack” en 1720.

La aventurera Mary

Mary Read disfrazada de hombre se alistó y peleó valientemente en un regimiento de caballería, hasta que se enamoró de un compañero de armas. Se casaron y abrieron una hostería. Pero cuando su marido murió. Mary se embarcó como marino en un velero que iba a las Antillas.
El barco fue abordado por “Calico Jack”, quien la aceptó como un tripulante más. Fue capturada con el resto de los hombres de Rackham en 1720 y terminó sus días en prisión, junto con su amiga Anne Bonney. Triste fin para estas dos aventureras muchachas.




Pierre Legrand

Este bucanero se hizo famoso al capturar a un gran galeón español con sólo un bote y un puñado de hombres. Legrand y sus 28 hombres andaban perdidos en una pequeña goleta. Después de varias semanas de navegación avistaron un poderoso galeón español. El capitán convenció a su tripulación que era mejor morir de una vez en una batalla que agonizar lentamente, así fue como decidieron apoderarse del navío o morir en el intento. Durante la noche, el bote se acercó el galeón y los bucaneros se dejaron caer silenciosamente sobre los centinelas. A los oficiales los sorprendieron jugando a los naipes y el resto de la tripulación estaba dormida. Toda resistencia fue inútil. El enorme galeón pasó a poder de Legrand y contenía suficiente oro como para convertirlos a todos en hombres ricos por el resto de sus vidas. Legrand fue el único pirata que tuvo la suficiente inteligencia para abandonar el juego después de un golpe tan afortunado. Regresó a Francia y pasó de resto de sus días como un rico y respetado ciudadano.



El negrero Lafitte

A principio de siglo XIX, los grandes corsarios como Drake y los indómitos piratas como Barbarroja habían desaparecido. Los que surcaban los mares en esta época eran simples y sanguinarios ladrones como Sharp y el capitán Gilbert. Sólo un hombre se destacó: el francés Jean Lafitte, quién instaló su cuartel general en Nuevo Orleans, estado norteamericano, pero habitado por una gran mayoría de franceses. Desde allí dirigió las maniobras de su poderosa flota, dedicándose principalmente al contrabando y el tráfico de esclavos.
Clairbone, el nuevo gobernador del estado, decidido terminar con la Lafitte, lanzó una proclama ofreciendo $500 por su cabeza, pero el pirata tenía muchos amigos influyentes y contestó ofreciendo con todo desplante $5000 por la cabeza del gobernador.
En 1812 estalló la guerra entre Estados Unidos e Inglaterra y el comandante británico prometió una gran fortuna a Lafitte a cambio de sus servicios, pero el pirata se sentía más norteamericano que europeo y ofreció su ayuda al general Jackson. Dos años después se firmaba la paz entre ambas naciones y Jackson condecoró y perdono el pasado poco glorioso de Lafitte. Pero la vida tranquila no estaba de acuerdo con un heredero de los antiguos filibusteros. Un día se hizo nuevamente a la mar con su barco y nunca más se supo de él.



Ocaso de la piratería

Cuando las colonias latinas se rebelaron contra España, contrataron barcos extranjeros para atacar los navíos hispanos, pero pronto la acción se transformó en simple piratería. La situación fue aprovechada tanto para saquear a las colonias como a sus enemigos. Pero hubo una excepción entre 1837 y 1839, un corsario italiano se mantuvo fiel al Estado de Río Grande del Sur, el cual se había rebelado contra el emperador Pedro II de Brasil. El pirata se llamaba Giuseppe Garibaldi, quién regresaría más tarde a Italia para luchar por la unificación de su patria. Así como moría la piratería en el Atlántico, resurgía poderosa en el archipiélago malayo. Las colonias inglesas y holandesas habían logrado dominar la piratería árabe e hindú, pero no a los feroces malayos, quienes sembraban el terror en todas las colonias europeas de Sumatra, Sarawak, Célebes y las Filipinas.



El rajá blanco

Solamente en 1849, con James Brooke, la guerra entre los piratas y las colonias europeas se inclina a favor de estas últimas. Brooke se dedicó a exterminar implacablemente a los piratas malayos. En 1844 comenzó una lucha sin cuartel contra ellos logrando penetrar en Sarawak, el principal refugio de los malayos en las costas de Borneo.
Destruyendo sus fortines, incendiando sus naves y aldeas, cortando cabezas a diestra y siniestra, fue aniquilándolos sistemáticamente. Después de todo, el trabajo le convenía bastante, porque el gobierno inglés le pagaba por cada cabeza de pirata. Cuando el triunfo fue decisivo recibió el título de “El Rajá Blanco” de Sarawak y como tal aparece en las novelas de Salgari: es el odiado perseguidor del héroe Sandokán.



Madame Ching

La piratería china es tan antigua como su civilización y en aquel escenario se destacó un extraño personaje: Madame Ching hizo su aparición en 1807 y al mando de 500 sampanes, armados con 25 cañones, esta mujer pirata derrotó cuatro expediciones imperiales encargadas de capturarla. Finalmente, el almirante del Celeste Imperio, no pudiendo resistir la humillación de ser tomado prisionero por una mujer, se suicidó.
En 1843, termina la llamada “guerra del opio”, Inglaterra tomó posesión de Hong Kong, siendo los piratas los más perjudicados ya que se dedicaban principalmente al contrabando de esta droga. En represalia se apoderaron de un importante funcionario británico, le cortaron las orejas y pidieron una elevada suma de rescate. Eliminar por completo la piratería de los mares de la China fue posible en este siglo.


El Águila del Mar

Fue necesario que transcurriese casi un siglo para que volviera a aparecer en el Atlántico un barco corsario: fue el “Águila del Mar” al mando del conde Von Luckner.
Durante la Primera Guerra Mundial, el almirantazgo alemán decidió utilizar un velero, capturado de los ingleses, como nave corsaria. Le instalaron un motor de mil caballos de fuerza, dos cañones perfectamente camuflados y pusieron paredes dobles para ocultar las armas y los uniformes de la tripulación.
El 21 de diciembre de 1916, “El Águila del Mar” partió haciéndose pasar por un velero de carga noruego. A bordo, desde los mapas hasta los libros eran noruegos y 23 de los 64 tripulantes hablaban el idioma. Todas estas precauciones eran necesarias para pasar la revisión a que la nave sería sometida al encontrarse con los barcos enemigos que bloqueaban el Atlántico.
Los marinos ingleses fueron recibidos a bordo de “El Águila del Mar” por un bonachón capitán mascando tabaco, como todo buen lobo de mar, y por su esposa, un grumete disfrazado de mujer que simulaba dolor de muela para que no le notaran una voz demasiado ronca para una señora.
Así fue como “El Águila del Mar” pasó sin ninguna dificultad el bloqueo e inició su carrera como velero corsario. En dos meses, los piratas alemanes habían hundido varios barcos mercantes, se habían apoderado de 11 mil cajones de champagne francés y de 500 botellas del mejor coñac.


Un corsario pacífico

“El Águila del Mar” tomaba por sorpresa a sus víctimas, porque nadie se imaginaba que ese velero de aspecto inofensivo fuese una nave pirata. Los barcos eran hundidos con toda su carga después de haber trasladado los alimentos y su tripulación a bordo. Allí los prisioneros recibían el mismo trato que los marinos alemanes y von Luckner invitaba a los oficiales a cenar con él. Un día el conde capturó una nave, pero esta vez no lo hundió, sino que embarcó en ella a todos sus “invitados” norteamericanos ingleses y franceses para dejarlos en libertad. Tres “hurras” saludaron a “El Águila del Mar” mientras se alejaba.
A pesar de que el corsario pertenecía una aristocrática familia, en su juventud fue un trotamundos. Era apenas un muchacho cuando se arrancó de la casa para embarcarse como mozo en un velero ruso donde trabajó limpiando letrinas.
A los 17 años se encontraba en Australia como cazador de canguros. Después de haber sido guardián del faro, faquir, pescador y náufrago, regresó a su patria para enrolarse en la marina. Tenía entonces 20 años. Gracias a su actuación a principios de la guerra, fue ascendido rápidamente y un día fue a saludar a sus padres, quienes lo creían muerto, hacía mucho tiempo.
Después de haber hundido varios barcos en la ruta de San Francisco a Australia, la tripulación comenzó a enfermarse de escorbuto, debido a la falta de alimentos frescos y Luckner decidió desembarcar en la isla desierta de Mopelia, en julio de 1917. Mientras los marineros cazaban y recolectaban frutas, un maremoto destruyó a “El Águila del Mar”. El capitán y seis de sus hombres partieron en un frágil bote a motor y vela en busca de ayuda, pero cayeron en manos de los ingleses, quienes ofrecían fuerte recompensa por la captura del pirata.
Así fue como la tripulación de “El Águila del Mar” pasó el resto de la guerra en prisión, donde recibieron un trato especial, ya que se habían ganado el respeto de sus enemigos. Félix von Luckner fue un corsario muy especial, nunca ordenó dar muerte a nadie.


Los últimos corsarios

Durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes decidieron repetir la táctica que le diera tan buen resultado en el conflicto de 1914 y 1918. Varios barcos mercantes fueron especialmente acondicionados como naves corsarias y entre 1940 y 1943 estas unidades habían hundido 130 barcos enemigos y neutrales.
El récord entre ellos lo batió el carguero alemán “Atlantis”. Su tripulación estaba formada por 19 oficiales y 528 marineros, además el barco tenía a su disposición un hidroavión, 92 minas y 3 mil toneladas de nafta.
Después de 22 meses de exitoso recorrido, el capitán del “Atlantis”, Bernard Rogge, decidió que era hora de regresar a Alemania, pero durante el trayecto fue sorprendido por el crucero inglés “Devonshire” y la nave corsaria recibió ocho impactos y murieron varios tripulantes. El resto se salvó gracias a la ayuda de dos submarinos que se encontraban en las cercanías. Una vez en su patria reanudó su carrera en la marina y dos años después fue nombrado vicealmirante de la flota alemana.