Históricamente, la representación de los ángeles ha estado fuertemente influenciada por la tradición judeocristiana. En estas concepciones, los ángeles son primordialmente mensajeros de Dios, seres incorpóreos dedicados al servicio divino. Su rol se centra en la obediencia, la protección y la intermediación entre el cielo y la tierra. La sexualidad, con su inherente componente físico y emocional, ha sido tradicionalmente excluida de esta imagen, relegándola al ámbito de lo terrenal y, en muchas ocasiones, viéndola como una fuente potencial de pecado y tentación. La pureza y la asexualidad se convirtieron en sinónimos de lo angelical, reforzando la dicotomía entre el cuerpo y el espíritu, lo sagrado y lo profano. Esta visión se refleja en la iconografía religiosa, donde los ángeles son representados con alas, halos y túnicas blancas, símbolos de su pureza y cercanía a la divinidad.
Sin embargo, la idea de ángeles con capacidad sexual no es enteramente novedosa. En algunos textos apócrifos y en ciertas tradiciones místicas, se encuentran referencias a ángeles que transgreden los límites establecidos, interactuando con el mundo terrenal de manera más íntima, incluyendo relaciones sexuales con humanos. El Libro de Enoc, por ejemplo, relata la historia de ángeles vigilantes, los Grigori, que descienden a la Tierra y se unen a mujeres humanas, procreando una raza de gigantes. Estas narraciones, aunque no canónicas, revelan una fascinación persistente con la posibilidad de una interacción sexual entre lo celestial y lo terrenal, desafiando la ortodoxia y abriendo la puerta a una reinterpretación de la naturaleza angelical.
Más allá de la teología y la mitología, la literatura y el arte han explorado repetidamente esta tensión entre lo sagrado y lo sensual. Desde los poemas metafísicos de John Donne, que entrelazan el amor divino con el amor carnal, hasta las representaciones barrocas de ángeles con una sensualidad contenida, la posibilidad de una experiencia erótica en el reino celestial ha sido un tema recurrente. Milton, en "El Paraíso Perdido", dota a sus ángeles de complejidad y ambigüedad, insinuando la posibilidad de una sexualidad latente, un potencial que es tanto fuente de belleza como de peligro. Estas obras no sólo desafían la imagen tradicionalmente asexual de los ángeles, sino que también exploran la complejidad del deseo, la tentación y la caída, utilizando la figura angelical como un espejo para reflexionar sobre la naturaleza humana.