Samuel Merdichesky es un judío neoyorquino que, ni él mismo sabe por qué, ha acabado como detective de la policía. Ni su espíritu ni su sensibilidad son mínimamente acordes a la tarea que debe realizar. A sus treinta y tantos años, continúa viviendo con su madre, una matrona insufrible que lo trata en privado y en público como si aún fuera un niño; es físicamente cobarde y su sensibilidad y gustos (disfruta de la poesía, el arte y la música clásica) le granjean la burla de sus colegas y lo incapacita para el ingrato trabajo de calle.
Como es costumbre en Altuna, su trabajo es sobresaliente. La recreación que hace de la Gran Manzana de finales de los setenta no se limita a copiar fotografías del momento, sino que enriquece las escenas con personajes muy vivos del devenir cotidiano de la gran ciudad: desde mendigos hasta travestis, de ladronzuelos a chaperos, de políticos a intelectuales. Su limpieza narrativa y su capacidad de recrear casi cualquier localización permite a los autores limitar el texto a los diálogos –siempre punzantes sin perder naturalidad- y evitar los textos explicativos. (F)