En Lubaantun, una ciudad maya del sur de Belice datada entre 700 y 900, fue donde nació el mito de las calaveras de cristal. Allí decía el explorador inglés Frederick Albert Mitchell-Hedges que su hija adoptiva había encontrado en 1924 una pieza que él creía que era obra de los atlantes.
Conocida como la Calavera del Destino, mide 13 centímetros de alto y 18 de largo, pesa unos 5 kilos y está hecha con dos bloques de cuarzo, uno para el cráneo y otro para la mandíbula. Es la calavera de Indiana Jones en su última aventura, un objeto que los seguidores de la Nueva Era consideran mágico y que los científicos no pudieron examinar hasta hace poco.
A las calaveras de cristal se les han otorgado casi todos los poderes posibles: funcionar como amplificadores telepáticos, curar a la gente, cambiar de color según las posiciones de los planetas, ver imágenes en las cuencas de sus ojos… Todo sorprendente y todo falso. Incluso la historia del hallazgo original de Mitchell-Hedges. Las piezas poseen gran belleza, pero ni son de origen misterioso ni tienen poderes. Los exámenes científicos realizados en los últimos años han fechado todas estas reliquias en el siglo XIX, así que no pudo haber ni atlantes ni mayas de por medio.
Hasta mediados de los años 90, la pieza del Museo Británico estuvo catalogada como “probablemente azteca, de entre 1300 y 1500”; pero en 1996 el microscopio electrónico descubrió en ella huellas de torno de joyero y ahora se etiqueta como “probablemente europea, del siglo XIX”. En mayo de 2008 se supo que para hacer la calavera del Instituto Smithsonian usaron como abrasivo carburo de silicio, compuesto químico que no se sintetizó hasta 1890. Y un examen de la de Mitchell-Hedges descubrió que se talló con herramientas que no existían hasta finales del XIX.
En manos de un falsificador
No hay constancia de que la Calavera del Destino estuviera alguna vez en Lubaantun. Durante años se sospechó que Mitchell-Hedges la había enterrado en la ciudad maya para que la encontrara su hija como regalo de cumpleaños. Sin embargo, el aventurero no compró la reliquia hasta 1944, 20 años después del supuesto hallazgo, cuando pagó 400 libras por ella a Sydney Burne, que la poseía desde 1936 y que en 1943 ya había intentado subastarla en Sotheby’s. Es posible que casi todas las calaveras fueran fabricadas y vendidas por el francés Eugène Boban, un conocido falsificador.
El explorador inglés otorgó un valor especial a la calavera de cristal encontrada (supuestamente) por su hijastra en unas ruinas mayas de Belice.
FUENTE: MuyHistoria
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