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lunes, 8 de enero de 2024

"Desnudo recostado", la pintura más atrevida del rococó

 

Desnudo recostado de François Boucher (1751)


Este François Boucher era un atrevido. En 1751 hizo posar desnuda a una de las favoritas de Luis XV, rey de Francia,  de una forma muy poco decorosa para una jovencita de 14 años.
No me gusta mucho como pintor pero tengo que reconocerle que realizó la obra más atrevida, sensual y erótica en la historia del arte. El “desnudo en reposo” es algo más que el cuerpo de Louise O'Murphy en actitud de relajo y Boucher fue mucho más que un artista “que gustó del estilo galante, propio de la época rococó”.



Por Rubén Reveco, editor

La inocencia perdida                                                                                                               
Se imaginan ustedes a François diciéndole a Louise mientras la representaba: “Mademoiselle, ¿podría abrir un poco más las piernas y levantar más los glúteos?”
Los antiguos libros de arte (cuando yo era un púber) cada vez que mostraban alguna pintura de Boucher recurrían al “Desnudo recostado” o al “Triunfo de Venus”, o a las dos. Creo que fue la primera vez que vi una imagen “pornográfica” sin censura; nunca me olvidé. Y de a poco fui comprendiendo que no basta con pintar un desnudo sino que es importante saber en qué actitud debería estar. Eso contribuye a entender porqué esa pintura activa ciertas fuerzas que tienen que ver con tiempos biológicos o con la inocencia ya perdida.
El arte -en definitiva- tiene la potestad de cruzar ciertos límites: de la sensual a lo erótico y de lo erótico a lo pornográfico sin tener que dar ninguna explicación para ello. Así ha sido y así seguirá siendo, por suerte.
 



Estudio preparatorio - 1751Carboncillo sobre papel.




Otra versión del mismo tema.





Ver




La firma


La otra mirada

Esta encantadora jovencita que veis aquí es Marie-Louise O'Murphy, una chica humilde de origen irlandés que a los catorce años empezó a trabajar como modelo para el pintor rococó François Boucher, y a los quince, se convirtió en amante del rey Luis XV de Francia.
Boucher la pinta tumbada boca abajo en un elegante sofá de damasco amarillo, en lo que parece ser un boudoir palaciego. Está apoyada en el brazo del sofá, mirando con curiosidad hacia la izquierda, a algo o a alguien que queda fuera de nuestro campo de visión. El punto focal del cuadro, donde convergen todas las líneas de perspectiva (y también nuestra mirada), es el trasero en pompa de Louise, que se abre de piernas sin ningún recato, dejándonos claro que está dispuesta a probar todo lo que le propongan en materia de cama. Boucher nos presenta a esta Lolita del siglo XVIII como un claro objeto sexual.
La disposición de los colores es magistral. El amarillo intenso del sofá y la cortina contrasta con el blanco de las sábanas y el cuerpo rosado de la chica. Las dos flores que hay en el suelo crean una diagonal cromática que dirige nuestra mirada hacia las mejillas rosadas de Louise, pasando una vez más por sus posaderas. Está demostrado que cuando observamos un cuadro, nuestros ojos se desplazan automáticamente buscando los objetos que son de un mismo color. Los pintores aprovechan esta circunstancia para crear recorridos cromáticos que nos obliguen a fijarnos en determinados elementos que, de otro modo, podrían pasar desapercibidos. En este caso, los tres detalles de color azul nos hacen fijarnos en el cabello de la modelo, sus manos, la curvatura de sus brazos y el libro que está abierto sobre el taburete, que le da un cierto poso intelectual a esta adolescente descocada.
Al año siguiente de posar para esta obra, Louise O'Murphy se mudó al Parque de los Ciervos, una especie de harén que tenía Luis XV en Versalles. Fue amante del monarca durante dos años y tuvo una hija ilegítima con él, pero cometió el terrible error de intentar destronar a la favorita oficial, Madame de Pompadour, que se libró de ella en un abrir y cerrar de ojos, como quien espanta a un mosquito. La casaron inmediatamente con un aristócrata venido a menos, que se le murió al poco tiempo en la guerra. Pasado el luto, contrajo matrimonio con un conde, con el que vivió feliz y contenta durante casi un cuarto de siglo. Y finalmente, doce años después de haber enviudado por segunda vez, a sus cincuenta y ocho “primaveras” (un vejestorio para la época), cazó a un nuevo y flamante marido de treinta años. No está nada mal, ¿verdad?



Diferentes versiones a través de los años









Obra de Gustavo Fabian Toniutti.





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