Seguimos inmersos en el ciclo de Shaigan Sin-Piedad en un álbum que se presenta como uno de los más inverosímiles y enrevesados de la colección, donde una vez más el peso de la historia recae en Jolan (¡y por partida doble!) Si aventuras anteriores como Alinoé o alguno de los números en torno al país Qa ya apuntaban a una futura importancia de Jolan en la serie, en este tomo, donde efectivamente se proclama protagonista absoluto a modo de ensayo general para la posteridad, asumimos ya que acabará tomando el relevo de su padre, tal como se comprueba en las entregas más recientes.
Ya en las primeras páginas los autores le dan un vuelco completo a la posición de los personajes desde la situación en la que los habíamos dejado anteriormente. En realidad, todo este episodio es un ovillo de giros, idas y venidas propiciados por un recurso que nos resultará más que familiar en Van Hamme: el viaje temporal. Al final se trata de una maniobra un tanto efectista para reparar el curso que estaban tomando los acontecimientos a partir de la pérdida de memoria de Thorgal que, como ya imaginábamos, no podía desembocar en un estado de indolencia demasiado duradero sin que su yo interior, tendente a la concordia, se manifestase de algún modo. (Fuente)
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