Ilustración de Milo Manara.
La actriz francesa, deslumbró al mundo con su belleza descomunal y una actitud que no era común para su época: hizo lo que quiso. Sus amores y su presente en la exclusiva Saint Tropez, la riviera francesa, rodeada de animales. “Le di mi juventud y mi belleza a los hombres, ahora le doy mi sabiduría y mi experiencia, lo mejor de mí, a los animales”, dijo.
Fue, junto a Marilyn, el primer sex symbol global. Logró una imposible unanimidad. Todos estaban deslumbrados con ella, todos estaban enamorados de ella, todos la deseaban.
Musa de grandes diseñadores, impuso modas que aún perduran: las mujeres querían copiarla, los maridos querían que sus mujeres se parecieran a ella. Filmó decenas de películas y grabó varios temas musicales exitosos. Se casó cuatro veces, tuvo un centenar de amantes (la mayoría de ellos célebres), pasó por tres intentos de suicidio, fue la “inventora” de Saint Tropez, protagonizó los sueños húmedos de varias generaciones de hombres, pertinaz defensora de los derechos de animales y propagadora de ideas de derecha que le han valido procesos y hasta alguna condena por crímenes de odio debido a sus opiniones.
Pero Brigitte Bardot fue mucho más que todo eso, mucho más que un currículum artístico abigarrado, mucho más que un cúmulo de grandes historias en la que se deleitan los cultores del name dropping, o que un catálogo de variados escándalos.
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