El músico, activista, luthier y escritor uruguayo Alberto Zapicán, a quien Violeta Parra dedicara la canción El albertío y que acompañara a la chilena en su último disco y en sus últimos días, falleció la noche de este 13 de septiembre a los 94 años de edad. Alberto Giménez Andrade, conocido como Alberto Zapicán, vivía con su compañera Lilia "Ñata" Castro en una casa construida con sus propias manos, sin música porque "le recordaba a sus amigos muertos" y en comunión con la naturaleza al sur del Uruguay.
Alberto y Violeta fueron compañeros en la música y en lo cotidiano durante el último año y medio de Violeta. Fue Alberto quien la encontró sin vida luego de que ella se pegara un tiro y fue él, también, quien la salvó de un intento de suicidio unos meses antes, practicándole un torniquete para que dejara de sangrar.
En la entrada del terreno, sobre la ruta interbalnearia uruguaya que une Montevideo con Punta del Este, hay un cartel de los que restringen la velocidad, pero dado vuelta. Allí se lee una palabra en mapudungún pintada a mano en letras rojas: Ayecan. “Significa felicidad en mapuche”, explica su dueño. Algunos diccionarios dicen que también refiere al hecho de sonreír siempre, de sonreír a pesar de todo.
A esta casa se llega sin avisar, las puertas están abiertas. Su dueño siempre está, casi no sale. Dice que no le hace falta. “Adelante, siéntense”, invita apenas sale de su cuarto, unos minutos después de que Lupe, su mujer chilena de 67 años y rasgos mapuches, aparezca desde el bosque, por detrás de la casa, para dar la bienvenida. Con esas dos palabras y la mirada punzante como una lanza, prepara el terreno para recibir, como tantas otras veces, visitas desconocidas. Y esas dos palabras ayudan también a definir a este hombre flaco, de ojos grandes y celestes, barba larga y blanca y la cara aguda como la de un pájaro alerta. El pelo sobre sus hombros, a tono, totalmente blanco, y su frente cruzada a media altura por una vincha de cuero que con el tiempo ha dejado de cumplir la función de sujetar. La primera de las palabras que pronuncia marca su ritmo, así parece transcurrir su vida: avanzando, sin dudar demasiado cada paso. Y la segunda demuestra la calma uruguaya que siempre conservó para vivir, atento a lo que necesita y no a lo que quiere, como él mismo aclara.
Zapicán junto a su actual esposa. Muy parecida a lo que fue Violeta Parra.
“La necesidad nace de lo que se siente, tiene que ver con lo vital, lo fisiológico y las necesidades del cuerpo y del corazón. Lo que se quiere está relacionado con lo racional y tiene que ver con una proyección y una expectativa”, explica.
Alberto Giménez Andrade Zapicán, más conocido como Alberto Zapicán, nació hace 90 años, el 27 de agosto de 1927, en Lavalleja, Uruguay, a pocos kilómetros de un pueblo que lleva su apellido, en honor a un antecesor suyo, el mayor cacique charrúa que habitó esas tierras. Anduvo por distintos lugares del continente, cumpliendo siempre con sus necesidades y no con sus querencias. Cuando era adolescente emprendió viaje hacia el norte, ganándose la vida construyendo viviendas y llegó hasta el Amazonas brasilero donde vivió en comunidades indígenas. Volvió a Uruguay y tiempo después se asentó en Chile donde pasó más de 30 años y nacieron sus ocho hijos. Hoy vive cosechando verduras y haciendo esculturas y cuadros con desechos tecnológicos y orgánicos, casi sin dinero y fuera del circuito de consumo, en una casa que él mismo levantó en Neptunia, un pueblo a poco más de 30 kilómetros de Montevideo, la capital uruguaya.
Autodidacta en sus distintos oficios, aprendió a leer y escribir a los 17 años para declararle su amor a una mujer a la que finalmente nunca le entregó la carta. A los 19 escribió su primer libro y por más que el diga que no es escritor, las letras lo acompañan hasta el día de hoy. El año pasado publicó un libro con textos que escribió a lo largo de toda su vida. “Hay textos recientes y otros que escribí de adolescente, pero no les puse la fecha porque las cosas que escribía a los 17 y las que escribí hasta hace poquitos años tienen la misma claridad.”
“Muchos me han tratado como escritor, como poeta, como folklorista o como pintor, pero no soy nada de eso. Yo escribí, hice música, pinté y canté pero no soy ni escritor, ni poeta, ni músico, ni pintor ni cantor. Me nace algo y lo hago.”
Por si eso no fuera suficiente, también fue militante político, defensor de los derechos de los trabajadores rurales y las comunidades indígenas, miembro del Consejo de Ancianos de la Nación Indígena, terapeuta naturalista, curador y huesero. Lo han intentado definir de múltiples maneras, él prefiere una: artesano en la vida. “Me considero un artesano en la vida. En la vida y no de la vida porque yo a la vida no la modifico, la defiendo. La vida no necesita que la modifique, más bien hay que sacarle la mano del hombre de encima. Siempre me sentí como un artesano en la vida, manejando el espectro de posibilidades que te da la vida. Te da mil posibilidades para vivir, enriquecerte y crecer, sin tener la necesidad de hacer cursitos de verano. Una planta te enseña mucho más que un hombre. La sabiduría está en la naturaleza”, dice.
Alberto Zapicán fue, entre tantas otras cosas, el último acompañante de Violeta Parra. Alberto y Violeta fueron compañeros en la música y en lo cotidiano durante el último año y medio de Violeta. Fue Alberto quien la encontró sin vida luego de que ella se pegara un tiro y fue él, también, quien la salvó de un intento de suicidio unos meses antes, practicándole un torniquete para que dejara de sangrar.
El primer día que Alberto vio a Violeta, ella tocaba frente a las personas que estaban en la La carpa de la Reina y al final se quedó quieto, frente a ella. “¿Qué te creís hueón? estás recién llegado y no aplaudes”, lo increpó.
En tiempos de decadencia de La carpa de la Reina, se acercó a ese centro de arte popular recomendado por su amigo el Gitano Rodríguez porque hacía falta alguien que cosiera y reparara la carpa. El primer día vio a Violeta mientras tocaba frente a las personas que estaban en la carpa y al final se quedó quieto, frente a ella. “¿Qué te creís hueón? estás recién llegado y no aplaudes”, lo increpó. Esas manos largas y gastadas que Alberto usaba para construir y arreglar, no las usaba para aplaudir. “No tengo la costumbre de aplaudir y nunca la tuve”, explica.
Alberto Zapicán y Violeta Parra
Allí comenzó el vínculo entre ellos, que unos días después se convertiría también en una unión artística cuando Violeta lo escuchó tocando el bombo y cantando a solas, imitando a cantores que había escuchado en Uruguay. En ese mismo momento le dijo que dejara las herramientas porque de ahí en más iba cantar con ella y acompañarla con el bombo. Nació así esa hermosa fusión entre ambos que se escucha en el último disco de Violeta, su obra más reconocida: Las últimas composiciones.
Esa voz firme como un tronco de roble que acompaña a Violeta en ese disco es la de Alberto. El cantautor Manuel García explicó alguna vez en una entrevista con la radio de Universidad de Chile, la particularidad de la comunión de las voces de Alberto y Violeta: “Un rol que la Violeta logró con maestría en ese disco es la dualidad. Cuando canta con Alberto Zapicán hace un dúo perfecto en su complementariedad, que no es armónico, sino que son voces paralelas donde macho y hembra se confunden. En canciones como “Una copla me ha cantado” van en paralelo y es una complementariedad que maneja el mundo andino, el campesino. Día y noche, invierno y verano, frío y calor; referentes campesinos que están en todas las culturas importantes. Ella maneja esos dos personajes en las canciones necesarias y donde los textos justifican que haya una dualidad”.
Alberto siempre habla de Violeta con una sonrisa nostálgica en su cara. La define como una mujer que fue parte integral de la tierra. “Violeta era alguien que aportaba al universo. Y de alguna manera me arrimé a ella para eso, para aportar. Hasta hoy yo veo en Violeta a un referente ejemplarizante, un faro muy claro para la vida”, cuenta en una entrevista con Marisol García publicada en The Clinic en 2007.
En ese disco célebre y premonitorio, que también contó con la participación de sus hijos Isabel y Ángel, Violeta le dedicó a Alberto la famosa canción “El Albertío”. “Discreto, fino y sencillo/ son joyas resplandecientes/ con las que el hombre que es hombre/ se luce decentemente./ Alberto dijo me llamo/ contestó lindo sonido/ más para llamarse Alberto/ hay que ser bien Albertío”, reza el final de la canción.
“Luchó toda su vida contra un sistema que es un monstruo, que fue sobre todo tremendo en sus últimos dos años, que le puso trabas y que le daba solamente cláusulas para sobrevivir. Ella sola contra todo eso. Empezó a flaquear, se empezó a desgastar y a perder la energía”, dice Alberto en el libro El canto de todos de Patricia Stambuk y Patricia Bravo publicado por Pehuén Editores.
En el mismo libro, Nicanor Parra cuenta que el día anterior a que Violeta se matara, la invitó a almorzar a su casa ese sábado al mediodía. Luego de comer le propuso que escribiera una novela porque decía que en el país no había novelistas, pero realmente era para buscarle una motivación porque sospechaba que no estaba bien psicológicamente. Ella le contestó que mejor la escribiera él, porque ella estaba muy cansada. Ahí agarró la guitarra y se dispuso a cantar, él le pidió que cantara una canción chilota pero ella insistió en cantar la que ella quería. “Te voy a cantar una canción, se llama "Un domingo en el cielo”, le dijo. Esa fue la última vez que Nicanor la vio, y al día siguiente, el domingo 5 de febrero de 1967, Violeta convirtió en realidad el título de la canción.
Al año siguiente, Alberto le dedicó un disco a Violeta que se llamó “El grito salvaje”. La emotiva contratapa del disco la escribió su amigo personal, el gran cantor uruguayo Alfredo Zitarrosa, a quien Alberto ayudó en la construcción de su restaurante y espacio cultural llamado La claraboya amarilla. “Sé que en este disco quiere expresar su amor, su casi veneración y su apasionada nostalgia por Violeta Parra. Sin duda, todo eso no cabía aquí. Pero asoman en las canciones los brotes nuevos de esa planta que lo abraza para siempre. La gran poetisa chilena, aquella mujer que también lo amó y lo admiró como se puede amar a este hombre blanco y conmovido que es Alberto, vive y circula con su hilito de quejas y pasiones por dentro de estas canciones que la representan, algunas, o le rinden homenaje, todas ellas, por la voluntad de su intérprete”, escribió Zitarrosa.
Luego del suicidio de Violeta, Alberto vivió con Isabel y Ángel, hijos de Violeta, y también siguió tocando con ellos. Después se juntó con Ricardo Yocelevsky, Pedro Aceituno y los hermanos Carlos y Mario Necochea y formaron Los Curaca que en un comienzo se llamó Los de la peña y acompañaban a Ángel que luego se convirtió en el director artístico cuando el grupo cambió de nombre. Por más que tuvo una excelente relación con los hijos de Violeta, Alberto cuenta que en el último tiempo le resultó algo extraño el trato que ellos dos le habían dado a su figura en las entrevistas que leyó. Antes que nada aclara que nunca hablaron mal de él y explica que en las entrevistas las palabras de ellos pueden estar modificadas por la interpretación de los entrevistadores, pero deja en claro que no termina de cerrarle era el lugar donde ellos lo colocaban. Un rol ajeno, como si fuera un extraño que llegó de golpe para sacar provecho del proceso artístico de Violeta. “Si yo le enseñé a tocar el bombo a Violeta”, ríe. Igualmente cuenta que Ángel le hizo llegar una carta antes de morir, a través de un amigo en común, dando las gracias por el trato preferencial que él había tenido con Violeta. “Me agradeció el buen trato que le di a Violeta en la vida, que nadie le había dado. Pero nunca lo hizo público ni cara a cara.” Así como su llegada a La carpa de la Reina no tuvo que ver con lo musical, su primera vez en Chile, a principios de los `60, tampoco tuvo que ver con el arte. Tras el gran terremoto que sufrió el sur de Chile en 1960, Alberto se enteró que la armada uruguaya recompensaría a quien supiera un oficio y se ofreciera para viajar a colaborar con la reconstrucción de las zonas afectadas. El premio eran pasajes para volver cuando deseara, en cualquier otro momento, a Chile. Por esos tiempos, Alberto trabajaba construyendo casas de tronco con techo de quincha, así que aprovechó la oportunidad para ir a dar una mano a Puerto Montt como parte de una brigada de auxilio. Al mes debía volver, pero se quedó. A los cuatro meses, los carabineros lo identificaron y en el próximo vuelo de la aviación uruguaya tuvo que regresar. “Me entusiasmé con la similitud que tenía el campesino del sur de Chile con el campesino uruguayo. Yo iba a una ruca en el sur e iba a una trapera en el campo uruguayo y era lo mismo. El comportamiento humano era igual: llegabas y te esperaban con comida y te daban una cama. Era así. Era. Ya no”, dice.
Violeta y Nicanor Parra
Después de eso, y antes de convertirse en el músico que acompañó a Violeta Parra en sus últimos días, volvió a Uruguay. Allí estuvo preso por cuestiones políticas y al tiempo regresó a Chile, donde también estuvo preso. “Yo nunca fui militante de ningún partido. Discrepo y discrepé con todos los partidos aunque siempre tuve un postulado ideológico de ir contra las injusticias. Ir de frente”, cuenta. En Uruguay dicen que fue el primer torturado político. Eduardo Galeano fue uno de los encargados de difundir su situación en una nota en el semanario uruguayo Marcha, allá por los años `60, cuando todavía no existía el Galeano de Las venas abiertas de América Latina. Alberto participó, y por si hubieran dudas está en el centro de la emblemática foto, de la marcha de los cañeros, una protesta histórica de los trabajadores rurales reclamaban por tierras, guiados por Raúl Sendic, revolucionario uruguayo y líder fundador del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, del que también fue miembro el ex presidente uruguayo José “Pepe” Mujica. Esa generación uruguaya que fue parte de Tupamaros hoy está en el poder por vía democrática, pero Alberto no duda y diferencia a quienes están hoy conduciendo el país de lo que fue el espíritu de lucha de esa generación. “Tupamaros era otra historia, incluso los llevaba a una actitud de lucha y de ideología vocacional, si se quiere, pero hasta por una mística. Realmente era una entrega de su existencia por un ideario. Hoy no, hoy la gente no entrega ni su tiempo por un ideario. Hoy te dicen: espera que termine con la computadora y después te atiendo.
“Están todos subordinados al consumo, hay un mercantilismo capitalista hoy en el universo y está todo manejado por la electrónica. El ser humano ha distraído lo que es un enfoque ideológico.” Mientras Alberto habla todo alrededor es silencio. Sus perros dejan de ladrar, los pájaros se posan los árboles y no cantan y las personas lo escuchan atentamente. Su sabiduría acapara la atención. Hace veinte años, desde que regresó de Chile, cada último domingo del mes se reúnen en su casa unas cuarenta personas en lo que él denomina un encuentro social. Básicamente es lo mismo que hacen sus perros y los pájaros, se juntan a escucharlo y aprender. “Es una dinámica colectiva, una interacción a partir de un tema que es el detonante”, explica aunque aclara que hay temas que no se abordan: “Filosofía, religión, política y fútbol no se tocan”.
Alberto es muy consciente del poder de la palabra y sabe que es útil para alcanzar un estado elevado de consciencia, pero también sabe que ese poder puede ser también irse hacia la oscuridad. “Con la palabra podemos salvar a alguien pero también lo podemos matar. Si tú estás en un estado de angustia y yo te refuerzo la necesidad de la vida con la palabra, tú sales airoso a vivir. Pero también puede pasar que si estás deprimido y te digo suicídate porque eres una cagada, quizás sales y te matas”, dice mientras se acerca a la mesa hecha con troncos para tomar un té que le sirve Lupe en una taza de Condorito con los colores de la bandera chilena.
La noche empieza a caer y antes de dormir se hará algunas inhalaciones con un tubo de oxígeno como todas las noches y como lo hizo un rato antes de la entrevista porque como él mismo explica: ya no tiene pulmones. “Nunca salgo porque quiero estar siempre con el oxígeno cerca. No es que tenga miedo, soy precavido. Amo la vida, gozo como chancho. Madrugo para gozar, jamás estuve deprimido. Gozo mirando una hoja, un insecto, el fuego. Yo quiero vivir toda la vida y para eso hay que cuidarse”. Antes de saludar, Alberto recuerda que las puertas de su casa siempre estarán abiertas y se despide bromeando. “Ahora llegó el momento del pago, tienen que ponerse”, dice y suelta la carcajada. Alberto contagia, enseña y sonríe siempre, a pesar de todo.
El 28 de agosto de 1879, Cetshwayo, el último rey zulú, es capturado por los británicos.
La guerra anglo-zulú enfrentó a los británicos y a los zulúes (1879). Desencadenada por motivos varios, fue un hito del colonialismo en la región y acabó la independencia de la nación zulú. La lucha fue encarnizada con duras y sangrientas batallas.
Su último rey independiente, Cetshwayo, lideró la llamada guerra Zulú contra los británicos que buscaban ampliar sus intereses en la zona. A pesar de poder detenerlos al principio las tropas coloniales británicas le pudieron derrotar más tarde en la decisiva batalla de Ulundi. Acabaron así con la independencia de los zulúes y el territorio pasó a ser luego una posesión británica.
Cetshwayo kaMpande (c. 1826-8 de febrero de 1884) fue el rey del pueblo zulú desde 1872 hasta 1879, así como su líder en la guerra anglo-zulú. Su nombre también puede ser transliterado como Cetawayo, Cetewayo, Cetywajo y Ketchwayo.
Cetshwayo nació en el seno de la familia real zulú. Su padre, Mpande, fue su predecesor, y su tío Shaka también fue rey. Su madre fue la reina Ngqumbazi. En 1856 derrotó y mató en una batalla a su hermano menor Mbulazi (o Mbuyazi), hasta ese momento el favorito de su padre para la sucesión. Cetshwayo ascendió al trono cuando su progenitor falleció en 1873.
En 1879 los británicos bajo el mando de Frederic Thesiger, Lord Chelmsford, invadieron Zululandia y, aunque pudo hacerles frente por un tiempo, fue derrotado en el mismo año en la batalla de Ulundi y hecho prisionero. Su captura también fue el fin de su reinado.
Una vez prisionero se le envió al exilio. Más tarde se le permitió viajar a Londres y conocer a la reina Victoria, quien le permitió regresar a Sudáfrica para gobernar una parte de su antiguo reino en 1883, aunque no le permitieron tener un ejército y además tenía que ceder parte de su territorio a otro zulú. Eso llevó a enfrentamientos con él, por lo que tuvo que retirarse a Eshowe con su hijo Dinizulu, donde murió el año siguiente.
Su hijo Dinizulu, también heredero al trono de su padre, se proclamó luego rey el 20 de mayo de 1884 con apoyo de mercenarios bóeres.
Pravda (en ruso Правда, significado "la verdad") es el nombre de un periódico fundado en la antigua Unión Soviética, que fue la publicación oficial del Partido Comunista entre 1918 y 1991. Durante la época soviética se convirtió en una de las publicaciones más destacadas, cuyo contenido tocaba temas como ciencia, política, cultura y economía. En los países occidentales se hizo muy famoso por sus declaraciones durante la Guerra Fría.
En 1991 el presidente ruso Boris Yeltsin vendió el diario a un grupo empresarial griego, entrando Pravda en un período de decadencia y división de la redacción. Sin embargo, en 1997 el Partido Comunista de la Federación Rusa adquirió el diario y lo relanzó como su órgano oficial, aunque con una tirada sensiblemente menor a la de la época soviética.
El 15 de agosto de 1963, en Chile, el conjunto The High & Bass (conocidos más adelante como Los Jaivas) hacen su primera presentación en vivo en el Teatro Municipal de Viña del Mar.
Los Jaivas es una banda chilena de rock, destacada por la combinación de rock psicodélico y rock progresivo con instrumentos y ritmos folclóricos latinoamericanos, especialmente andinos. El grupo se formó en Viña del Mar (Región de Valparaíso, Chile) en 19632 y está actualmente activo. Se les ha considerado a menudo como "una de las bandas más importantes e influyentes de Chile y de Sudamérica".
Tienen muchos premios, Premio Figura Tradicional Chilena, Premio Nacional de Cultura (1963), Premio Nacional de Música (2004), Premio al Mérito Artístico y Cultural Pablo Neruda entregado por el Ministerio de Cultura y el Premio Presidente de la República (2003) en la categoría Música Popular. En su más de medio siglo de actividad musical ininterrumpida, Los Jaivas se han caracterizado por la exploración y fusión de diferentes estilos, desde la música tropical de sus inicios, siguiendo con el rock progresivo, pasando por la improvisación al estilo del avant garde y el jazz, el rock clásico, la música andina y la fusión latinoamericana. Durante su trayectoria, además de componer, arreglar e interpretar un gran número de temas propios, han musicalizado obras del Premio Nobel Pablo Neruda y arreglado e interpretado composiciones de creadores como Violeta Parra y Osvaldo Rodríguez.
Perú, un gran país (y muy buena cocina) cumple 200 años de vida independiente. Este en un homenaje a un pueblo de grandes creadores y fascinantes culturas precolombinas.
El Perú celebra hoy su bicentenario por cumplir 200 años de ser una república independiente. Por este motivo, a poco menos de cuatro años de esta celebración, te presentamos una recopilación de los momentos clave de la Independencia del Perú.
1) Formación del Ejército Libertador de San Martín (1814). Llamado también “Ejército de los Andes”, contaba con aproximadamente 4000 hombres, quienes eran en su mayoría andinos así como negros y mulatos libertos. Organizado y dirigido por el general José de San Martín, su objetivo era llevar cabo la independencia de las Provincias, acabar con la dominación española en Chile, restaurar el gobierno independentista y poner fin al dominio español en el virreinato del Perú.
2) Formación de la Escuadra Libertadora (1819). Organizada por José de San Martín, la flota que dominaría el Pacífico y llevaría al ejército libertador al Perú estaba conformada por buques españoles capturados y naves inglesas y americanas adquiridas al mando del marino escocés lord Thomas Cochrane.
3) Desembarco de San Martín en Paracas (8 de setiembre de 1820). Con su llegada, San Martín hizo retroceder al ejército realista, compuesto por 20 000 hombres, y emitió su primera proclama desde suelo peruano: “Compatriotas: […]. El último virrey del Perú hace esfuerzos para prolongar su decrépita autoridad […]. El tiempo de la impostura y del engaño, de la opresión y de la fuerza está ya lejos de nosotros, y sólo existe la historia de las calamidades pasadas. Yo vengo a acabar de poner término a esa época de dolor y humillación. Este es el voto del Ejército Libertador”.
4) Conferencias de Miraflores (30 de setiembre de 1820). El virrey Joaquín de Pezuela invitó a José de San Martín a negociar un armisticio, pero no se llegó a un acuerdo. Las negociaciones concluyeron con el rechazo definitivo de José de San Martín a las condiciones de paz propuestas por Pezuela.
5) Primera expedición a la sierra (4 octubre de 1820 hasta el 8 de enero de 1821). Fue el comienzo de las acciones de guerra de la expedición libertadora. Las fuerzas fueron comandadas por Juan Antonio Álvarez de Arenales y se dirigieron a Huamanga, Jauja, Tarma y Huaura para revindicar los ideales independentistas. La campaña supuso una victoria estratégica, ya que causó el debilitamiento político del virrey Pezuela, quien luego sería depuesto.
Monumento al general José de San Martín.
6) Establecimiento de la primera bandera y escudo del Perú (21 de octubre de 1820) por José de San Martín, con la siguiente descripción: “Se adoptará por bandera nacional del país una de seda, o lienzo, de ocho pies de largo, y seis de ancho, dividida por líneas diagonales en cuatro campos, blancos los dos de los extremos superior e inferior, y encarnados los laterales; con una corona de laurel ovalada, y dentro de ella un Sol, saliendo por detrás de sierras escarpadas que se elevan sobre un mar tranquilo. El escudo puede ser pintado, o bordado, pero conservando cada objeto su color: […] la corona de laurel ha de ser verde, y atada en la parte inferior con una cinta de color de oro; azul la parte superior que representa el firmamento; amarillo el Sol con sus rayos; las montañas de un color pardo oscuro, y el mar entre azul y verde”.
7) El motín de Aznapuquio (29 de enero de 1821). El virrey Pezuela sufrió un golpe de Estado y le entregó el mando al general José de la Serna, quien sería el último virrey del Perú.
8) Segunda expedición a la sierra (de abril a junio de 1821). Las fuerzas comandadas por Álvarez de Arenales se dirigen a Pasco, Tarma y Jauja, y vencen al ejército realista de Carratalá.
9) Conferencias de Punchauca (4 de mayo hasta el 30 de junio de 1821). El virrey La Serna y San Martín se reúnen en la hacienda de Punchauca a negociar un armisticio. Las negociaciones fracasaron.
10) Proclamación de la Independencia del Perú (28 de julio de 1821). En la Plaza de Armas de Lima, José de San Martín proclamó la independencia con las siguientes palabras: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende. ¡Viva la patria! ¡Viva la libertad! ¡Viva la independencia!”. (Fuente)