Ilustración de Steven Stahlberg.
Sabemos que los dragones no existen, pero eso no pareciera importarnos.
Las cosas han cambiado con respecto a la representación del tema de dragones y princesas. Las princesas modernas pareciera que no quieren ser rescatadas por el príncipe. Se llevan mucho mejor con su dragón y es más, parece que hay una particular sociedad entre ellos.
Toda historia de princesas y dragones tiene también una trama invisible, que es la importante. A saber: el caballero –la persona humana, hombre o mujer– es ciertamente noble y de buena casta, pero el dragón está en su corazón: en forma de miedos, inseguridades, debilidades… y también de soberbia, egoísmo y necesidad de aplauso y reconocimiento. A veces, el dragón es tan poderoso que el caballero abandona sus armas y se disfraza de simple campesino, huyendo de sí mismo, de su propia vocación y destino. Otras veces, el caballero se afana en el poder y la gloria y olvida que ser caballero es servicio.
El caballero nunca puede salvarse a sí mismo del dragón que lleva dentro. Entonces aparece la princesa. La princesa –hombre o mujer que encarna un ideal– atrae al caballero. Lo saca de sí mismo, de sus miedos, inseguridades, debilidades y egoísmos. Lo que el caballero no haría por sí mismo, lo hará por la princesa. Su vida no le importa porque le importa la de ella. El caballero vence sus dragones gracias a fuerza e inspiración de la princesa. Dicho de otra forma y con toda claridad: es la princesa la que salva al caballero de sí mismo.
Rainer María Rilke lo sabía y lo escribió en una carta personal, aconsejando a un joven, diciéndole que no tuviera miedo de afrontar su vocación de poeta: «Tal vez los dragones no son sino princesas que esperan vernos, una sola vez, hermosos y valientes». Rilke animó al joven poeta a ver más allá del dragón, para vencer al dragón. Cuando el joven poeta descubrió a la princesa, pudo vencer sus demonios interiores.
No sabemos hoy mucho de aquel poeta al que escribió Rilke. Nos quedan las Cartas a un joven poeta que Rilke le escribió, que nos revelan a un autor tan sensible y hondo como en sus poemas, pero que habla en un idioma más comprensible para nosotros. Quizá, después de todo, aquel joven poeta que pedía ayuda a Rilke fue una princesa que rescató a Rilke de un universo demasiado complejo y le permitió compartirnos su intimidad en las cartas más deliciosas que nos ha dejado nunca un poeta.
Allí donde las princesas inspiran a los caballeros a vencer sus propios dragones se inauguran mundos fantásticos, creativos y hermosos, lugares donde lo visible revela lo invisible y donde podemos avistar ese lugar donde la vida se ensancha. (F)

