El 20 de marzo de 1861 se produjo un movimiento sísmico que enlutó a la provincia de Mendoza, Argentina. Un científico francés lo había pronosticado, pero nadie le hizo caso.
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Fue la mayor catástrofe que se produjo en Mendoza desde que se tiene memoria y marcó un antes y un después en la historia local, ya que un par de generaciones quedaron aterrorizadas por la magnitud de aquel desastre y la tradición oral pasó de hijos a nietos, y así sucesivamente.
El 20 de marzo de 1861 se produjo un sismo de gran escala que se transformó en tragedia y enlutó a la provincia y al país, donde murieron más de 6.000 personas.
Tal vez si las autoridades le hubiesen hecho caso al científico francés Augusto Bravard, quien llegó a Mendoza y pronosticó un gran terremoto cerca de la ciudad, el número de víctimas hubiese sido menor. Si bien tomaron en cuenta las palabras del geólogo galo, el gobierno le restó importancia al considerar estos dichos demasiado exagerados y muy negativos.
En aquellos tiempos eran muy pocos los que estudiaban con detalle estos fenómenos porque la mayoría de las personas tenía la creencia que sismos, aluviones y otros fenómenos eran algo sobrenatural o un castigo divino. Es por eso que la ciencia recién estaba en pañales, pero la lógica no fallaba.
Un francés de apellido Bravard
Desde principios del siglo XIX, varios científicos europeos llegaron a esa región con el objeto de estudiar geológicamente diferentes lugares de la cordillera de los Andes. A partir de 1817, exploradores británicos, franceses y alemanes realizaron importantes estudios que aportaron mayores conocimientos de la formación cordillerana, y en especial de evolución sísmica.
En 1853, cuando Aegentina se formalizó constitucionalmente, el gobierno promovió la contratación de científicos europeos con el objetivo de trabajar e investigar temas relacionados con la geografía, geología, agricultura, arqueología, paleontología, astronomía y la mineralogía, entre otras disciplinas.
Esta oferta profesional fue aprovechada desde Francia por un nativo de Auvergne, llamado Augusto Bravard, quien nació un 18 de junio de1803 con el nombre de Pierre Joseph Auguste.
Se graduó como ingeniero y se abocó a la geología, minería y antropología. Fue un gran investigador en su país y recolectó una importante colección de piedras y fósiles que vendió al Museo de Historia Natural de Londres, en el Reino Unido.
Bravard no dudó en embarcarse hacia la Argentina, y después de un largo viaje por el Océano Atlántico, llegó al puerto de Buenos Aires y fue contratado por el gobierno nacional para desarrollar trabajos geológicos.
Entre sus primeras labores, estudió la cuenca del Riachuelo y de las barrancas de la Recoleta, tras lo cual enviado a la frontera de la provincia de Buenos Aires para relevar topográfica y geológicamente sectores cercanos al fortín de Bahía Blanca y otros aledaños a la Sierra de la Ventana. Concluida esta expedición científica regresó a la metrópoli y se mudó a Entre Ríos, en donde fue nombrado director del Museo Nacional de Paraná y el gobierno de la Confederación le otorgó el cargo de inspector general de Minas.
Estos puestos no le impidieron continuar con sus estudios geológicos y paleontológicos, que dieron como resultado interesantes publicaciones científicas, entre ellas, una amplia reseña sobre la fauna fósil y los afloramientos de la costa patagónica, basándose en los datos relevados por Alcide d’Orbigny y Charles Darwin.
Estas investigaciones lo catapultaron a ser uno de los personajes más importantes del país, y fue convocado por autoridades de varias provincias por la seriedad con la que abordaba estos temas.
A mediados de 1860, una carta remitida desde la provincia de Mendoza cambiaría para siempre su destino. Aquella misiva era del gobernador mendocino coronel Laureano Nazar, quien lo invitaba a visitar la provincia para realizar algunos estudios.
Sin dudarlo, el francés partió a fines de ese año hacia nuestra provincia, y tras un viaje de 20 días llegó y se entrevistó con el mandatario.
Llamado del gobernador
A principios de 1861, Bravard fue recibido por Nazar con todos los honores y le propuso revisar aspectos de la geología precordillerana, además de hacer un informe sobre la actividad sísmica que se había incrementado en esos años en toda la región.
A los pocos días de llegar inició los trabajos encargados por el gobierno, y junto a un grupo de ayudantes marchó para explorar varios lugares del norte de Mendoza.
Al llegar a la zona cordillerana, no tan lejos de la capital comprobó el hundimiento del terreno, percibiendo extraños “ruidos subterráneos”. Su gran experiencia en sismología hizo que comenzara a elaborar una teoría muy fatalista: Mendoza estaba a punto de sufrir un terremoto de extraordinaria magnitud.
Para afirmar su hipótesis, observó y estudió las “corrientes eléctricas” en la cordillera y las variaciones barométricas. El “ambiente especial” le hizo pensar que se produciría un extraordinario movimiento telúrico.
Sin tiempo que perder, realizó un detallado informe dirigido al gobierno de Nazar, en el que pronosticaba que en muy poco tiempo sucedería una catástrofe. También aconsejó adoptar medidas para que la población pudiera defenderse del inminente sismo, y sugirió que el lugar más eficaz donde hallar una protección eran los marcos de madera de las puertas de las viviendas.
El informe fue dirigido al gobernador a mediados de marzo, y aunque le pareció muy interesante, le restó importancia pensando que el evento no sucedería.
De aquí a la eternidad
El miércoles 20 de marzo se iniciaba exactamente el equinoccio de otoño. Se asomaba la noche y el cielo estaba sin nubes, por lo que se podía apreciar en el firmamento la luna que se encontraba en la fase cuarto creciente. No había ni una brisa que hiciera alterar la apacible frescura o moviese las hojas de los árboles.
Una tranquila tarde-noche como tantas en la aldea mendocina. Las campanas de las iglesias repiqueteaban para llamar a los feligreses quienes acudían como era habitual a las misas de las 20.
Desde hacía unos días, algunos ciudadanos estaban preocupados al conocerse una noticia que había dado un francés acerca de que podía producirse un gran terremoto en Mendoza. Muchos decían que era imposible y se burlaron de él, lo mismo que las autoridades incrédulas de lo que iba a suceder.
Pero cuando gran parte de la población se disponía a cenar y los relojes marcaron las 20.36 se escuchó un estrepitoso sonido parecido al de un trueno. La tierra se movió con tal fuerza que muchas personas cayeron al suelo. En un abrir y cerrar de ojos, casi todos edificios de la ciudad, incluyendo a los grandes templos religiosos, se derrumbaron y sólo quedaron escombros, dejando sepultadas a más de 6.000 personas.
Como una paradoja del destino, Bravard, quien había pronosticado esta catástrofe, también fue víctima cuando el techo de la habitación se le cayó encima y quedó atrapado sin poder escapar. Murió sentado en la cama, con una taza de té en su mano. Así encontraron su cuerpo, en esa posición entre los escombros después de unos días de ocurrido el terremoto.
El cónsul francés en Buenos Aires envió para recuperar el cadáver a su amigo Julio Balloffet, el mismo que luego será contratado para reconstruir la ciudad de Mendoza.
Los que sobrevivieron a la tragedia y conocían la versión que la había anticipado, se dieron cuenta que aquel científico galo llamado Augusto Bravard, había dicho la verdad.
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