En 1212, un niño francés afirmó que Jesucristo le había pedido que condujera a cerca de 30.000 menores a la reconquista de Tierra Santa. No obstante, la travesía terminó cuando un grupo de mercaderes engañó a los niños para embarcar hacia Oriente Próximo, pero en realidad los vendieron como esclavos.
FUENTE
de España
Entre la realidad y la leyenda, se mueve un episodio insólito de la historia medieval y de las cruzadas que terminó, como suelen hacerlo los grandes éxodos de personas, en una tragedia de dimensiones bíblicas. A principios del siglo XIII, un niño francés procedente de la pequeña ciudad de Cloyes, al que se le había aparecido Jesucristo, según él, para encomendarle la reconquista de Jerusalén, consiguió reunir a cerca de 30.000 niños y algunos adultos para dirigirse a Tierra Santa. Tras pasarse semanas rezando en Niza para que Dios obrara el milagro de trasladarlos por vía marítima a Oriente Próximo, los pocos niños que aún sobrevivían en la expedición, azotada por el hambre y las deserciones, aceptaron la proposición de un grupo de marineros locales que prometían poner a su disposición una maltrecha flotilla. Estando cerca de Alejandría (Egipto), la Cruzada de los niños terminó dramáticamente cuando los marineros vendieron a los niños como esclavos.
La mayor parte de los detalles y circunstancias de esta extraña expedición, que las fuentes documentales confirman parcialmente, son imprecisas o se entremezclan con las leyendas. Según la versión más mitificada, un niño francés de 12 años recibió la visita de Jesucristo, quien le reclamó que escribiera varias cartas dirigidas al Rey de Francia para pedirle que iniciara la Quinta Cruzada. No en vano, cuando el niño entregó personalmente las cartas al Monarca, éste desechó rotundamente la idea, quizás al rememorar el desenlace de la reciente Cuarta Cruzada, la cual ni siquiera pudo alcanzar Jerusalén, puesto que la conquista y el saqueo de Constantinopla, capital del Imperio bizantino, se convirtió en el destino final. De regreso a su ciudad natal, el joven francés fue nuevamente visitado por Jesús de Nazaret para designarlo como líder y responsable de una Cruzada Infantil que retomaría Jerusalén y los barrios circunvecinos «con la invencible armada de la bondad y pureza de los niños que lograra reclutar durante la travesía». Solo los niños podrían recuperar el San Sepulcro, pero no abriéndose paso con las armas, sino con el amor.
Grabado de La Cruzada Infantil, por Gustave Doré
En 1212, comenzó la travesía de este grupo de niños europeos en dirección a Jerusalén. Esteban de Cloyes, como sería conocido el niño, estaba dotado de una gran elocuencia que impresionaba a los mayores y encandilaba a los niños, pese a que era analfabeto. Recorrió Francia dando sermones en los que hablaba de su carta y de su misión divina de recuperar Jerusalén. Entre 20.000 a 30.000 niños terminaron concluyendo en el camino que lleva a Niza (en el sur de Francia) para obtener allí algún medio de cruzar el Mediterráneo. Ciertamente, el éxodo de un grupo tan numeroso, entre los que se incluían muchos adultos, requería de unos recursos y alimentos, que, por descontado, una organización que vivía a expensas de los designios divinos no podían satisfacer. Según la leyenda, cuando el grupo alcanzó Niza, solo un tercio de los niños todavía permanecían fieles a la Cruzada. El resto había muerto por falta de alimentos o habían desertado cansados de aquella peligrosa quimera.
Las aguas del Mediterráneo no se abren
Esteban había conducido a sus huestes infantiles a Niza (otras fuentes apuntan que era Marsella) con la garantía de que Jesucristo proveería una vez sobre el terreno la solución para cruzar el mar, aunque para ello fuera necesario que las aguas se abrieran a su paso, tal como lo logró Moisés según relata no solo la Biblia, sino también el Corán. Después de dos semanas de incansable oración, los 2.000 niños supervivientes se convencieron de que quizás debían buscar un medio de transporte más profano. Fue entonces cuando dos mercaderes locales pusieron a disposición de los jóvenes cruzados siete barcos. Nada se volvió a saber de ellos hasta pasadas varias décadas.
En 1230, un sacerdote llegado a Europa desde Oriente aseguró ser uno de los jóvenes que se habían embarcado originalmente en la Cruzada de los Niños hasta su fatídico desenlace. Según el testimonio de este sacerdote, dos de los siete barcos se hundieron cerca de la isla de San Pietro, al sudoeste de Cerdeña, y el resto fue apresado por piratas o directamente entregados por los mismos marineros que habían cedido los barcos. Los niños que sabían leer y escribir, como el sacerdote superviviente, tuvieron la fortuna de que el gobernador de Egipto los empleara en trabajos de traducción y otras labores que no requerían grandes esfuerzos físicos. El resto quedó desperdigado por Oriente.
En paralelo a la odisea vivida por los niños franceses, un niño llamado Nicolás, de un pueblo del Rin, prendió un movimiento de características similares en Alemania. De manera idéntica a Esteban, aunque con un mensaje menos belicoso, en cuestión de semanas el alemán contaba con unos 7.000 seguidores dispuestos a empezar una travesía a través de Italia. Cabe mencionar que los alemanes incluían un mayor número de niñas y estaban integrados en general por adolescentes. Una vez en Génova, el mar volvió a presentarse como una barrera infranqueable. Muchos peregrinos aceptaron la oferta de convertirse en ciudadanos genoveses o simplemente dieron la vuelta. Por su parte, Nicolás acudió a Roma, donde fue recibido por el Papa Inocencio. Admirado por su piedad pero avergonzado por su locura el Papa les instó a que todos volvieran a casa y cuando crecieran cumplieran sus votos como cruzados.
Los relatos de las cruzadas protagonizadas por niños alemanes y franceses en el siglo XIII, que inspiraron en gran medida la fábula de «El flautista de Hamelín», han sido objeto de polémica entre los historiadores, llegando algunos incluso a cuestionar que hubiesen existido. Sin embargo, la versión más probable es que se tratara de una mitificación romántica de las cruzadas populares, que afectaban a todas las edades y especialmente a personas de baja escala social, acontecidas de nuevo a principios del siglo XIII. Eran gente desplazada por los cambios económicos que forzaron a muchos campesinos pobres del norte de Francia y Alemania a vender sus tierras. Estos grupos eran denominados «pueri» (del latín «chicos») de forma condescendiente, lo cual pudo dar lugar a la malinterpretación de que estaban formados realmento por niños. Asimismo, se tiene constancia de un hombre joven llamado Nicolás, quien lideró un movimiento popular que barrió toda la región del Rin, después de que presuntamente hubiera recibido instrucciones divinas. Un movimiento que había sido precedido por otro similar en Francia liderado por un pastor de nombre Esteban, que, lejos de aproximarse a Tierra Santa, fue obligado a disolver su grupo por orden de Felipe II de Francia.
Pero a diferencia de lo que narra la leyenda, estos grupos de desplazados nunca tuvieron como objetivo preferente viajar a Tierra Santa, ni llegaron a alejarse de las fronteras europeas. El fervor religioso vertebró un movimiento de peregrinación sin rumbo fijo formado, indiferentemente de la edad, por campesinos sin tierras, prostitutas y vagabundos.
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