La ausencia de víctimas humanas se explicó porque la lejana comarca rusa estaba deshabitada; solo unos pocos cazadores vivían en la colindante región de Vanavara. De haberse estrellado en alguna ciudad superpoblada, los muertos se hubieran contado por millones. Ninguna de las más de 200 expediciones enviadas al lugar encontró jamás restos del cuerpo espacial.
El 30 de junio de 1908 se registró en la taiga siberiana, cerca del río Podkamennaya-Tunguska, una colosal explosión cuya energía se calculó en 12,5 megatones TNT, equivalente a 1500 bombas como la de Hiroshima.
Según ellos, la explosión se debió a que un meteorito atravesó la atmósfera terrestre y fue destruido por un rayo que él mismo generó. Cuando un objeto penetra a alta velocidad en la atmósfera queda envuelto en plasma, su superficie se calienta por el rozamiento y comienza a liberar electrones, que son arrastrados en dirección contraria a la trayectoria de la cola del plasma. Al perder partículas, el meteorito va cargándose positivamente, generando una diferencia de potencial que libera a su vez su energía en forma de rayo. La descarga eléctrica, con una intensidad de cientos de miles de amperios, pudo desintegrar parte de la roca antes de llegar al suelo. En cuanto a las tres detonaciones que constataron los testigos, se explican según la teoría de estos físicos rusos como las correspondientes al propio rayo, a la destrucción del meteorito y a la onda balística provocada por la irrupción en la atmósfera de un objeto a velocidad supersónica. El cañoneo posterior pudo corresponder al habitual eco que provoca el trueno que sigue a un rayo, en los miles de canales de descarga que lo componen. Por lo que respecta al levantamiento de árboles y casas se debió a que la enorme carga positiva del meteorito pudo inducir cargas negativas en los objetos terrestres, produciéndose una atracción electrostática. El rayo también habría producido intensas radiaciones X y neutrónicas, como consecuencia de la síntesis nuclear de deuterio, lo que provocó a su vez mutaciones posteriores en los árboles.
La explosión de Tunguska es el mayor impacto de un objeto extraterrestre en época histórica. Tumbó unos 80 millones de árboles, las ondas sísmicas fueron registradas por observatorios de todo el mundo y, durante los dos días siguientes, las noches fueron tan brillantes que en Londres podía leerse el periódico en la calle a medianoche.
Los especialistas del Observatorio de Irkustk que presenciaron la caída del meteorito en 1908 refirieron “las sorprendentes maniobras que realizaba el bólido a lo largo de su trayectoria, como si estuviera pilotado”. Ya esto abrió, bien pronto, la fértil imaginación de quienes apostaron desde siempre a la idea de los Ovni. En 2004 una expedición científica rusa, conformada por catorce exploradores, geólogos, profesores y estudiantes de la Universidad de Krasnoyarsk, sostuvo que “se trató de una nave espacial extraterrestre y que tienen pruebas de ello”. Las pruebas, sin embargo, brillaron por su ausencia.
Hasta el momento, la humanidad no tiene las armas suficientes para afrontar una amenaza de cuerpos celestes, como este u otros. Lo único que puede hacer es vigilar permanentemente el cielo para detectar a tiempo al intruso, calcular donde puede ocurrir la caída y, si es necesario, evacuar la población del epicentro de nuevos Tunguska.
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