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lunes, 9 de diciembre de 2024

Homenaje al primer escultor olmeca

 

"Algo importante deben estar por hacer los olmecas".

Había sido seleccionado y sentía una gran responsabilidad. Su esposa y sus hijos estaban orgullosos y todos colaboraban en la extracción de la arcilla para dar forma al rostro de la futura escultura. Tanto los sacerdotes como los gobernantes no dudaron de que era el artista más adecuado para llevar a cabo esa obra. Se lo comunicaron personalmente: "Modelarás el rostro de nuestro gobernante, para que después de su muerte permanezca en la memoria de su pueblo y sea admirado por las generaciones venideras".



Por Rubén Reveco - Editor

Introdujo ambas manos en el barro y sintió la suave textura de la arcilla húmeda por la reciente lluvia en su piel. Con una mezcla de miedo y entusiasmo, siguió extrayendo tierra de la ladera de la montaña, como si estuviera esbozando los primeros grandes monumentos de la América precolombina, sin ser consciente de ello.




Era un artista precavido. Antes de empezar a trabajar en la enorme mole de piedra basalto, extraída desde la cordillera de Tuxla, se aseguraba de crear un pequeño modelo de arcilla para definir los rasgos de la obra. Propuso este material para esculpir la obra, ya que no era ni tan pesado ni tan resistente a las herramientas de su pueblo. Sin embargo, surgía el problema de cómo transportar un bloque que podía pesar más de veinte toneladas. Se organizó una expedición y, al llegar, seleccionó el bloque que debía ser cortado y fue transportado entre veinte fornidos guerreros. El viaje de regreso duró varios días por entre la selva y los ríos, una extraña procesión que llevaba una gran roca sobre sus hombros. Los demás pueblos que veían pasar el cortejo se preguntaban: "Algo importante deben estar por hacer los olmecas". Cuando el gobernante le preguntó qué obra podría hacer para perpetuar su paso por la Tierra, no dudó en proponer una gran cabeza, argumentando que por la cabeza pasaban todas las decisiones que tomaba como gobernante, decisiones que habían hecho de su pueblo el más importante de todo ese territorio.



Por eso, mientras trabajaba con la arcilla, sentía la responsabilidad de algo trascendental. En su taller, pacientemente separaba todas las impurezas, como restos de madera y pequeñas piedras. Se preguntaba qué tipo de obra sería. El rostro debía ser severo, frontal, poco expresivo. No debía reflejar ningún sentimiento, solo una actitud de abstracción que se adopta al tomar decisiones importantes. Vendrían muchos gobernantes y artistas, pero su obra debía perdurar y servir de ejemplo a otros. Al finalizar su modelo de arcilla, lo observó detenidamente durante unos minutos. Era una obra simple y precisa, con los ojos, la nariz y la boca casi delineados.


Cuando llevaba su obra al palacio para someterla a la consideración del gobernante y los sacerdotes, el artista estaba tranquilo. El gobernante se levantó de su trono, se acercó al artista que permanecía en silencio junto al retrato, lo miró durante unos segundos y preguntó: "¿Cuándo puedes empezar a esculpir en la piedra el rostro que me hará inmortal?" Sin esperar respuesta, volvió a preguntar: "¿Qué altura tendrá?" "La misma altura que su prestigio", contestó el escultor.






En 1862 en una de esas zonas llamada “Tres Zapotes” un ingeniero mexicano llamado José María Melgar descubrió la primera cabeza olmeca.

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