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viernes, 26 de agosto de 2022

26 de agosto de 1810: Santiago de Liniers es fusilado



El 26 de agosto de 1810, en el marco de la Independencia de la Argentina, el ex virrey del Río de la Plata, Santiago de Liniers, es fusilado, tras el fracaso de la Contrarrevolución de Córdoba.


El 26 de agosto de 1810, un mes y un día después de la Revolución de Mayo, el ex Virrey Santiago de Liniers, héroe de la Reconquista de Buenos Aires pero a las órdenes de la Corona Española, fue capturado en Córdoba y ajusticiado. Su padecimiento en las horas previas y el terrible destino que quisieron darle a sus restos.
-¿Qué es esto Balcarce? -preguntó Liniers, cuando el carruaje donde eran llevado prisionero a Buenos Aires se desvió del camino para internarse en el medio de la nada.
-No lo sé; otro es el que manda -respondió, lacónico, el jefe patriota. Pero lo sabía: ese domingo 26 de agosto de 1810 sería su fin en esta tierra.
El desenlace del drama comenzó el martes 31 de julio cuando, al frente de tan solo 400 soldados y acompañado por algunos funcionarios españoles, Santiago de Liniers inició su huida de la ciudad de Córdoba hacia el Alto Perú, luego de intentar una resistencia a la Primera Junta de Gobierno. Escapaba del Ejército Auxiliar, unos 1100 hombres que el 25 de junio habían partido de la Plaza de la Victoria al mando del coronel Francisco Ortiz de Ocampo. Lo secundaban el teniente coronel Antonio Balcarce; Hipólito Vieytes, comisionado de la Junta; Feliciano Chiclana, auditor de guerra y Juan Gil, comisario de guerra.
En su huida para encontrarse con los jefes realistas en el Alto Perú, el antiguo virrey desconocía que muchos de sus oficiales tenían la misión de retrasar la marcha de la caravana. Esa misma noche comenzaron las deserciones y cuando menos se lo esperaba, solo era acompañado por una compañía de Blandengues de la Frontera. Fue en vano atraerlos repartiendo dinero entre la tropa, que llevaba el tesorero Joaquín Moreno.



Entre Totoral y Tulumba, a 200 km al norte de la ciudad de Córdoba, el resto de los soldados, en medio de gritos, insultos y amenazas, dejaron solos a sus jefes. En secreto, una partida de patriotas seguía en sigilo a la desmembrada columna, y advirtió a las postas de no asistir con caballos de refresco a los fugitivos. Para aligerar la marcha, los pocos seguidores de Liniers incendiaron un carro con municiones y clavaron los cañones. Era sencillo seguirles el rastro por el equipo que iban abandonando al costado del camino. El 4 de agosto, entre San Pedro y Río Seco, se enteró de que las fuerzas enviadas por Buenos Aires habían entrado a Córdoba y que se había mandado una partida de 75 hombres para detenerlo. (Seguir leyendo)




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