Como consecuencia del fanatismo religioso y la ignorancia, la historia de las brujas está repleta de maldad y terror hacia las mujeres. Con los años, esto ha cambiado. Y lo que era muy malo en el siglo 17, por ejemplo, ahora ya ha quedado en el olvido o ser parte de la cultura popular.
Esta es una entrega que habla de dos famosos juicios y el cambio en la percepción que han tenido las brujas, las brujitas y las bruji.
Ganadora a la mejor novela del año de los British Fantasy Awards. La novela de fantasía más esperada de los últimos años.
En 1893 ya no hay brujas. En el pasado sí que las había, en esa época oscura e inhóspita antes de que empezasen a encenderse las hogueras. Ahora, la brujería es poco más que hechizos de amas de casa y canciones infantiles. Si la mujer moderna quiere algo de poder, las urnas son el único lugar donde puede llegar a conseguirlo.
Ya no hay brujas. Pero las habrá. «En un mundo en el que las mujeres y la magia han ardido y quedado inutilizadas, tres hermanas deciden devolver el poder y los derechos a las mujeres y, al hacerlo, también encuentran la manera de recuperar su relación.
Una profunda historia sobre la resistencia, la sororidad y el derecho a voto ambientada en una versión alternativa de la Nueva Inglaterra del siglo XIX.
Las Brujas de Samlesbury
El 19 de agosto de 1612, en Lancashire (Inglaterra), tres mujeres son llevadas a un tribunal acusadas de brujería (Las Brujas de Samlesbury).
Las Brujas de Samlesbury fueron tres mujeres del pueblo de Samlesbury en Lancashire —Jane Southworth, Jennet Bierley y Ellen Bierley—, acusadas por una muchacha de 14 años, Grace Sowerbutts, de practicar brujería. Su juicio en el Assize de Lancaster en Inglaterra el 19 de agosto de 1612 fue uno en una serie de procesos de brujería llevados a cabo a lo largo de dos días, los cuales se cuentan entre los más famosos en la historia de Inglaterra. Fueron inusuales en la Inglaterra de esa época en dos aspectos: Thomas Potts, funcionario de la corte, publicó los procesos en su obra El maravilloso descubrimiento de las Brujas en el condado de Lancaster; y la cantidad inusualmente alta de acusadas encontradas culpables y colgadas, diez en Lancaster y otras tantas en York. No obstante, las tres brujas de Samlesbury fueron absueltas.
Los cargos contra las mujeres incluían asesinato de niños y canibalismo. En contraste, las otras reas procesadas en el mismo assize, incluyendo a las brujas de Pendle, fueron acusadas de maleficium, es decir, de causar daño por medio de la brujería. El caso contra las tres mujeres colapsó "espectacularmente" cuando Grace Sowerbutts fue expuesta por el juez como "la herramienta perjuradora de un sacerdote católico".
Una ilustración de mujeres sospechosas de brujería siendo ahorcadas en Inglaterra, publicada en 1655.
Muchos historiadores, en especial Hugh Trevor-Roper, han sugerido que los juicios de brujas de los siglos XVI y XVII fueron una consecuencia de las luchas religiosas del período, tanto en la Iglesia católica como en la protestante, determinadas a eliminar lo que consideraban como herejía. El juicio de las brujas de Samlesbury es, quizás, un claro ejemplo de tal tendencia; pues ha sido descrito como «una obra de propaganda anticatólica», e incluso como un proceso circense para demostrar que Lancashire, considerada en la época una región salvaje y sin ley, estaba siendo purgada no solo de brujas sino también de "complotadores papistas". (W)
Las Brujas de Salem
El 19 de agosto de 1692, en Salem (Massachusetts), una mujer y cuatro hombres, uno de ellos un clérigo, son ejecutados acusados de brujería (Juicios de Salem).
Los juicios por brujería de Salem fueron una serie de audiencias locales, posteriormente seguidas por procesos judiciales formales, llevados a cabo por las autoridades con el objetivo de procesar y después, en caso de culpabilidad, castigar delitos de brujería en los condados de Essex, Suffolk y Middlesex en la entonces colonia inglesa de Massachusetts (hoy el Estado de Massachusetts, Estados Unidos), entre enero de 1692 y mayo de 1693. Este acontecimiento ha sido usado retóricamente en la política y la literatura popular como una advertencia real sobre los peligros del extremismo religioso, acusaciones falsas, fallos en el proceso y la intromisión gubernamental en las libertades individuales.
El juicio
Sin minimizar la complejidad del fenómeno, concuerdo en que la Gran Caza de Brujas de la modernidad temprana tuvo altísimas dosis de sexismo y misoginia. El feminismo ha hecho bien en visibilizar esta trágica realidad que muchos han negado, y también en solidarizarse con todas aquellas mujeres –decenas de miles, ancianas y viudas sobre todo– que fueron víctimas de la intolerancia y la persecución.
Esta empatía, sin embargo, ha derivado a veces en una mitologización romántica reñida con la evidencia histórica. Las mujeres acusadas de brujería eran, en su inmensa mayoría, curanderas, comadronas, hechiceras y adivinas de condición social muy humilde, que poco y nada se ajustan al imaginario brujeril contemporáneo. Se trataba, básicamente, de campesinas analfabetas, ajenas a la cultura intelectual de las élites urbanas. Sus prácticas mágicas eran supervivencias de la religiosidad pagana ancestral (grecorromana, celta, germánica, eslava, ugrofinesa) que la Iglesia había tolerado de mala gana durante la Edad Media: brebajes, ungüentos, amuletos, sortilegios, etc., destinados a propiciar una sanación, una buena cosecha, un enamoramiento o algún otro suceso venturoso, o también agüeros sencillos que saciaban la curiosidad popular respecto al porvenir.
Esta magia plebeya nada tenía que ver con el satanismo, nada. Pero a partir de la segunda mitad del siglo XV, los poderes eclesiásticos comenzaron a criminalizarla como herejía, y el modo de hacerlo fue demonizándola. Los teólogos del Renacimiento identificaron la hechicería campesina con la idea del pacto diabólico; pacto que podía ser explícito y colectivo (secta satánica, salamancas, aquelarres, infanticidios, etc.) como implícito e individual (invocación en solitario de espíritus demoníacos para fines pragmáticos, sin discernir claramente su maldad y pecaminosidad). Nacía así la brujería, la magia negra satánica. Fue una construcción teológica, una invención de la Iglesia. No existían las brujas. Solo había curanderas, comadronas, adivinas, etc., cuyas prácticas fueron demonizadas por el clero cristiano.
Una pequeña digresión: cierto segmento del feminismo le da hoy a la palabra "bruja" un sentido nuevo, no peyorativo, equivalente a "hechicera". No soy quién para juzgar esta resignificación, pero como historiador prefiero mantener la distinción semántica original.
La hechicería rural de la Europa temprano-moderna, dado su carácter popular e iletrado, era ajena a la tradición hermética u ocultista de la Antigüedad y el Medioevo (Mesopotamia, Egipto, Persia, Grecia, Roma, Bizancio, Islam). La astrología, la alquimia, la cábala, la nigromancia y otros saberes esotéricos de tipo libresco no formaban parte de su repertorio tradicional de creencias y prácticas. Las ciencias ocultas eran cultivadas por minorías citadinas de composición aristocrática o burguesa, y se hallaban fuertemente intelectualizadas y masculinizadas. Las mujeres acusadas de brujería creían en la magia y solían practicarla, pero no en su variante culta y esotérica –demasiado elitista–, sino en en su variante popular: el curanderismo, los amuletos de la buena suerte, los agüeros ligados a la cotidianeidad aldeana, etc.
Contrariamente al mito actual de cierto sector posmoderno del feminismo, la astrología, con toda su complejidad metafísica y matemática (Zodíaco, cartas astrales, horóscopos, etc.), era un saber extraño a la cultura hechiceril de las campesinas. Recién a partir del siglo XIX, romanticismo y cultura de masas mediante, la astrología comenzó a dejar de ser en Occidente un saber arcano, erudito y elitista, para volverse más exotérica y popular.
Aunque personalmente no creo en la astrología, ni en ninguna otra doctrina esotérica, no veo incompatibilidad alguna entre ella y el feminismo, cuya lucha siempre he apoyado. Lo que me parece absurdo e injusto es que toda crítica a la astrología sea descalificada a la ligera como machista y misógina. Varias son las razones, pero la más obvia y contundente es que existen muchísimas feministas –la mayoría, de hecho– que no creen en la astrología, o que si creen en ella, no la consideran un componente esencial o decisivo del feminismo. Sería fácil, pero tedioso, elaborar una lista de grandes pensadoras feministas que rechazaron la astrología como una forma de superstición u "opio cultural", o que no le dieron ninguna importancia a la hora de teorizar el feminismo, entendiendo que el feminismo no es una mitología identitaria de índole esencialista, sino un movimiento social y político que lucha por la libertad e igualdad de las mujeres.
Además:
Las brujas modernas ya no asustan (tanto) y han pasado a ser parte de la cultura popular. Además, son jóvenes, hermosas y sexys.
Las brujas son buenas
Néstor Espinoza fue un dibujante chileno. En el año 1981 publicó en un diario de circulación nacional las aventuras de Bruji. Una simpática brujita siempre dispuesta a ayudar a los más débiles. Desde entonces, las brujas serían buenas. Ya nada sería igual.
(Historia inconclusa)
Entiendo la reinvidicación de las brujas, aunque hay llevado a alguna idealización con no mucho rigor histórico.
ResponderEliminarY me gusta el moderno estereotipo en ficción, de las brujas.