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martes, 17 de enero de 2023

La mujer foca - Islas Feroe

Kópakonan, la mujer foca, está ubicada Mikladalur, en la isla de Kalsoy, una de las más septentrionales y aisladas de las Feroe. En ese lugar inhóspito y azotado por los fríos creció el mito de que todos los hombres de Mikladalur están condenados a morir en el mar.

Siempre he soñado con conocer lugares remotos (Dicho desde mi punto de vista), casi inexplorados, pero uno siempre termina yendo (cuando puede) a los centros culturales más importantes y conocidos. Es por eso que hoy doy comienzo a una serie dedidada a esos rincones del mundo y a la obra de arte más representativa del lugar.

Las islas Feroe son un archipiélago autónomo que forma parte del Reino de Dinamarca. El archipiélago comprende 18 islas rocosas volcánicas entre Islandia y Noruega en el Atlántico norte, que están conectadas mediante túneles de carretera, ferris, pasos elevados y puentes. Las montañas, los valles, los páramos y los escarpados acantilados que albergan miles de aves marinas atraen a excursionistas y observadores de aves. 

FUENTE
Blog de viajes

La leyenda de Kópakonan, la mujer foca de las Islas Feroe

La leyenda de Kópakonan es una historia aferrada a la remota isla de Kalsoy, una de las islas más septentrionales y aisladas de las Feroe. En ese lugar inhóspito, incomunicado y azotado por los fríos vientos del ártico creció un mito que ha llegado hasta nuestros días en forma de maldición: la de que todos los hombres de Mikladalur están condenados a morir en el mar.
Pero empecemos desde el principio. Kalsoy es una de las islas más al norte de las Feroe, estrecha y alargada como una lanza. Llegar hasta su diminuto puerto cuesta apenas 200 coronas y 20 minutos en ferry bien invertidos por la majestuosidad del paisaje. El ferry discurre desde Klaksvík, la capital en el norte, y ofrece magníficas panorámicas del archipiélago – si la niebla lo permite-.
La carretera que vertebra la isla es solitaria, pero tras el desembarco del ferry los escasos diez coches que pisamos tierra nos dirigimos en convoy hacia el extremo de la isla atravesando los túneles que perforan sus montañas. Uno de nuestros objetivos en Kalsoy es visitar Mikladalur y conocer más de cerca la leyenda de Kópakonan, una escultura femenina que despierta en nosotros una gran curiosidad. Resulta difícil de explicar, pero los mitos siempre tienen un aura de misterio que alimentan el folklore popular, y también nuestras ganas de conocer la historia que se esconde tras ellos.
Kópakonan es uno de los ejemplos perfectos para definir ese estado de curiosidad permanente que despiertan en nosotros este tipo de historias. Su figura aparece con el mar de fondo en el litoral escarpado de Mikladalur, la pequeña localidad de la que habla la leyenda. El pueblo se encuentra situado al borde de un acantilado, y para acceder hasta la costa, rocosa y atormentada por las olas del Atlántico, es necesario descender una gran escalinata que nos conduce a los pies de Kópakonan.
El silencio del descenso solo lo rompen las olas al chocar contra las rocas que envuelven la figura de Kópakonan, el mito de la mujer foca de Kalsoy. Paso a paso, el influjo de su leyenda se apodera de nosotros y su historia parece cobrar vida de repente…

Escultura de la mujer foca en Mikladagur en la isla de Kalsoy (Dinamarca) bronce y acero inoxidable de 2,6 metros y 450 kg. La escultura está diseñada para resistir olas de 13 metros. (Autor por momento desconocido).

La leyenda de Kópakonan cuenta que todas las focas son personas que han decidido pasar su vida bajo las aguas del océano, enfundadas en su magnífica piel de foca. Una vez al año, en la Víspera de los Tres Reyes – Eve of Three Kings – estos seres regresan a la costa de Mikladalur para reunirse en una de las muchas cuevas que perforan sus acantilados. Allí, se desprenden de su piel de foca por una noche para volver a ser personas. En el calor de la hoguera, pasan toda la noche bailando y cantando hasta las primeras luces del alba.
Uno de los jóvenes de Mikladalur, que había oído hablar de esa mágica noche, se propuso espiar a las criaturas mientras disfrutaban. Escondido tras una roca, observó la forma en que estos seres llegaban a la orilla y se desprendían de su piel, dejándola bien escondida en los recovecos de la playa para no perderla. Una de las Seal Woman, bella como ninguna otra, dejó prendado al joven, que no dejó de observarla durante gran parte de la noche. El muchacho, sabedor de que con las primeras luces del amanecer ella se marcharía, decidió robarle la piel de foca que había escondido detrás de unas rocas en la entrada de la cueva.



Con las primeras luces del alba, cuando todos estos mágicos seres volvían a ataviarse con su piel para volver al océano, la joven descubrió la treta del muchacho. Al ver al chico se acercó a él claramente irritada, pero el joven echó a correr colina arriba en dirección al pueblo. La joven, obligada a recuperar su piel, persiguió al muchacho hasta la villa sin éxito. Exhausta, no tenía más remedio que esperar a que el chico decidiese devolverle lo que era suyo. Pero el joven, conocedor de las historias populares, sabía que escondiendo la piel de foca de la joven bajo llave esta siempre estaría a su lado, sumisa y esperanzada en poder recuperarla algún día.
Los años pasaron y el muchacho se casó con la joven, con la que tuvo tres hijos. Mientras tanto, la piel de foca estaba bien custodiada en un baúl de la casa bajo llave, fuera del alcance de cualquier persona. El hombre, conocedor del riesgo que corría su matrimonio si la mujer encontraba algún día la llave, la llevaba consigo atada a su cinturón allí donde fuese.


Un buen día el marido salió a faenar con sus compañeros, ya que la pesca era la forma de vida que había heredado de sus ancestros de Mikladalur y de la isla de Kalsoy. En un momento de charlas con sus compañeros, echó mano a su cinturón para comprobar que la llave seguía en su sitio, como hacía siempre casi inconscientemente. Pero para su sorpresa, al tocarse la cintura no notó el tacto frío y rudo de la llave dorada que siempre colgaba de una de las hebillas de su cinturón… ¡Había olvidado la llave en su casa!
La leyenda de Kópakonan cuenta que el hombre, exaltado por temor a quedarse sin mujer por ese descuido, regresó rápidamente a Mikladalur. Al entrar a casa vio a los tres hijos que había tenido con la Seal Woman sentados en la cocina, en silencio y solos. Solos…
La mujer había encontrado al fin su piel de foca. Con ella en la mano, caminó hasta la orilla de la playa rocosa de Mikladalur, melancólica por abandonar a sus pequeños pero feliz de regresar a su hogar. Antes de sumergirse de nuevo en el océano, miró por última vez la silueta sombría de Mikladalur al atardecer. Bajo el estruendo de una ola al chocar contra las rocas, se giró y desapareció en las profundidades del océano.



La maldición de Kópakonan y Mikladalur

El marido y sus tres niños pasaron años esperando a su regreso mientras miraban el horizonte que dibujaba el Atlántico desde las costas abruptas de Kalsoy. Pero jamás regresó.
Cegado por el rencor y la venganza, el marido planeó junto al resto de hombres del pueblo asesinar a todas las focas que encontrase durante la próxima noche de la Víspera de los Tres Reyes. Su objetivo era acorralarlas en la cueva donde estuviesen celebrando su regreso al mundo de los humanos. Pero cuenta la leyenda que la noche anterior a su plan tuvo un sueño en el que su antigua esposa le hablaba directamente para advertirle de la maldición que caería sobre los hombres de Mikladalur si llevaba a cabo su malvada venganza: “Todos moriréis en el mar, algunos despeñados desde los acantilados, otros ahogados faenando, otros engullidos por una tormenta…”.
El hombre, cegado por el rencor, ignoró ese sueño y junto a los demás hombres del pueblo asesinó a todas las criaturas marinas que encontraron aquella noche. Desde entonces, jamás volvió a verse una Seal Woman por las costas de Mikladalur, y todos los hombres del pueblo cayeron en una maldición eterna que perdura hasta hoy.
Por eso, siempre que un hombre de Mikladalur muere en el mar, los ancianos del lugar hacen referencia a la maldición de Kópakonan… (Fuente)










Vivir en las islas Feroe: "Acá hasta los más poderosos te tratan con respeto, como persona"


Por Carina Durn
Diario La NACION, Argentina


"En los años que llevo viviendo en las islas Feroe nunca vi a alguien discutir. Ser amable, hablar bien y respetar al prójimo es algo que se enseña desde la guardería", revela Pablo Merin, un argentino que, veinte años atrás, jamás hubiera imaginado que algún día viviría en aquel país autónomo del reino de Dinamarca, de menos de 50 mil habitantes, ubicado entre Reino Unido, Noruega e Islandia.
Allá a lo lejos, en épocas en las que el archipiélago era tan solo un lugar remoto e ignorado, Pablo residía en una Argentina que había emergido compleja y cuestionable. Dejar atrás a su país no fue sencillo, aunque existieron varios argumentos sólidos que lo empujaron a tomar la decisión. El principal, su padre, quien le aconsejó que desplegara sus alas y buscara un futuro mejor.
Despedir San Martín, en Mendoza, y a sus amigos del alma resultó doloroso, aunque más duro fue decirles adiós a sus abuelos: con ellos había vivido por años y lo querían como a un hijo: "No les gustó la idea de que me fuera", rememora emocionado.
Sin embargo, los días previos a la partida, Pablo era pura emoción. Lo dominó la sublime sensación de aventura y se sentía feliz. Pero fue en el avión que comprendió que se iba lejos y que estaba dejando todo. La tristeza lo dominó durante el viaje. Arribó en Talavera de la Reina, España, donde fue muy bien acogido por conocidos de su padre. Allí encontró un empleo con rapidez y vivió durante algunos años, tiempos buenos y de grandes amistades, que hoy recuerda con una sonrisa agradecida.
Mientras tanto, las lejanas islas Feroe aún eran un lugar remoto en su vida.

Amor, Dinamarca y la pregunta de dónde deben crecer los niños

Luego de Talavera de la Reina, Pablo emprendió otros caminos por España. De todos ellos, fue Alicante quien lo acercó a su destino inesperado: allí conoció a su mujer, una joven que se encontraba estudiando español, que vivía en Copenhague, aunque era oriunda de las islas Feroe. De a poco, aquel rincón perdido en el mundo comenzó a acercarse, y a formar parte de las conversaciones y la cotidianidad.
"Al final decidí irme a vivir a Copenhague con ella", cuenta Pablo, quien en Argentina había estudiado marketing. "Allí vivimos tres años. El primero fue duro emocionalmente, pero luego me acostumbré: Dinamarca tiene una excelente calidad de vida en todos los sentidos".
Las islas Feroe habían ingresado a su vida, aunque lejos estaban de ser una realidad. La pareja decidió irse a Barcelona a estudiar. Allí permanecieron durante ocho años, Pablo se graduó con una Diplomatura en Producción y Dirección de cine, la pareja se mudó frente al mar y les dio la bienvenida a sus tres hijas: "Durante todos esos años estuve trabajando en el mundo audiovisual y en deporte; asimismo monté mi propia productora".
Inevitablemente, los hijos cambiaron todo. Los lazos familiares, las preguntas acerca de cómo debían crecer, dónde jugar y qué paisajes elegir para una infancia feliz, surgieron claras. Fue así que, para cuando la más grande cumplió los cinco, las islas Feroe finalmente hicieron su entrada triunfal: "Queríamos que crecieran cerca de una de las familias".
El territorio inesperado amaneció montañoso, impregnado de praderas y enmarcado por acantilados sobrevolados por incontables aves marinas. El primer año fue duro, por el idioma y el clima, pero a partir del segundo, Pablo comenzó develar una bondad inaudita y una belleza peculiar.
"Cuando llegué por primera vez era verano y había muchas celebraciones estivales. Cada isla tiene una gran fiesta y fuimos a una de ellas con varios amigos de mi mujer. Recuerdo que entramos casa por casa y nos invitaban a tomar algo, ¡nadie se conocía!, resulta que acá es muy normal ingresar a los hogares de extraños donde hay fiestas y compartir", dice sonriendo.


Una postal de las islas Feroe.

"Sin embargo, una de las cosas a las que no me acostumbro es que todos dejan las puertas de los hogares abiertas, sin llave, y la familia, los amigos o vendedores entran a la casa sin golpear, de hecho, no tienen timbres", asegura. "Me ha pasado varias veces que estoy en casa y de repente veo a alguien adentro, un vendedor, un familiar, ¡me cuesta adaptarme a eso!"
"Un lunes por la mañana encontré unos zapatos que no eran nuestros (acá todos se los sacan para entrar a los interiores). Al rato vino un chico y me contó que se los había olvidado, que lo sentía, había estado en una fiesta, salió a caminar y al volver entró en la casa equivocada. Al darse cuenta regresó al lugar correcto, pero dejó los zapatos. Había tomado, ¡claro!, y yo no cerré con llave. Acá nadie se preocupa por algo así, todos se tienen confianza y es muy seguro. De igual modo, cuando estamos en el trabajo y alguien debe venir a reparar algo a casa, dejamos la puerta abierta. Pero repito, ¡cinco años pasaron y no me acostumbro!"

Mitad luz, mitad oscuridad y una Navidad grandiosa

Habituarse al clima tampoco fue sencillo, no tanto por el frío, sino por la luz y sus extremos. Pablo pronto descubrió la extraña sensación de vivir una temporada desde marzo hasta octubre de mucha luz – siendo el 21 de junio el día más largo, donde casi no se hace de noche -; y la temporada de invierno mayormente oscura: "El 21 de diciembre es el día con menos luz. Pero en noviembre y diciembre hay muchos festejos, entonces no se siente; en el mes de enero, en cambio, se nota".
"Acá la época de Navidad es grandiosa: hay muchos encuentros con amigos, empresariales, y fiestas populares. El 24, de día, todas las familias se juntan a celebrar; se reúnen de a treinta, cuarenta, hasta cincuenta personas, y luego por la noche se junta la familia más cercana en un festejo muy religioso. El 24 y 25 todos los locales están cerrados, y el 26 es el gran día, se vuelve a celebrar y todas las personas de la isla salen al centro, hay recitales y mucha fiesta. El Año Nuevo se siente igual que en Argentina. A pesar de que es un lugar chico, en las islas hay mucho para hacer, paisajes que admirar y abundan los restaurantes y bares".


Las islas Feroe tiene varias celebraciones estivales, como la fiesta de Ólavsøka a finales de julio, en honor al Rey Olaf, o el Summer Festival, que convoca a artistas internacionales.


Sueldos altos y capacidad: nadie entra por contacto

Dejar Barcelona e insertarse en un territorio tan pequeño había sido impactante, sin embargo, Pablo no tardó en hallar las bondades de vivir en las islas Feroe. Gracias a su tamaño, fue capaz de conseguir contactos y oportunidades laborales con facilidad y, con el correr de tiempo, logró convertirse en el manager de un restaurante y rearmar su productora audiovisual, desde donde produce y filma películas.

"También entrené al equipo nacional de tenis", agrega complacido. "La verdad es que, en relación a lo laboral, me asombraron los sueldos elevados. Una pareja con hijos, que trabaja por ejemplo en fábrica haciendo limpieza, cuenta con buenos sueldos que les permite tener su hogar, comer, vestir, viajar una vez al año, tener un coche y llevar a los niños a la escuela. Acá la educación es totalmente pública y de calidad, así como la salud. Los colegios tienen hasta consultorio de dentistas para los alumnos. Los estudiantes universitarios reciben una mensualidad de 800 euros por estudiar: es un derecho, todos acceden a él", continúa.

"Por supuesto, impacta la poca corrupción que hay. Para acceder a cualquier puesto público se debe pasar por un programa de entrevistas y selección, y solo entran los mejores, nadie entra por contacto o por ser familiar, está prohibido. Los ciudadanos, al pagar los impuestos, acceden a un gobierno responsable que garantiza un país próspero en servicios y trabajo. Dinamarca y Feroe me han impresionado: el desempleo es casi inexistente, de hecho, se contratan extranjeros porque los locales ya están trabajando".

Calidad humana sobresaliente: hacer sentir bien a los demás

A pesar de que construir vínculos de amistad no fue sencillo, Pablo siente que esta dificultad es un denominador común de muchos países, sobre todo en los lugares más chicos. Aun así, en las islas Feroe descubrió una calidad humana sobresaliente, algo que considera que es una característica de los países escandinavos.

"Entrar a los círculos de amigos siempre cuesta. Por ejemplo, si un grupo de gente que se conoce desde la secundaria se junta todos los jueves a tomar café, quizá no acepten a alguien nuevo, sin importar el país del que hablemos", observa. "Acá siempre te están preguntando si estás bien, cada vez que termina tu jornada laboral todos te saludan y te dicen `gracias por el día de hoy´ ¡hasta los dueños y gerentes! Está implementada la idea de que, mientras más contento está el empleado, mejor rinde, y desde chicos se enseña la importancia de hacer sentir bien a los demás; piensan en el bien general y no solo en el de uno mismo. Me encanta que todos, hasta los más poderosos te tratan con respeto y como persona, acá da igual quién sos o el apellido que tengas, lo importante es que seas buen ser humano".

En las islas Feroe las diferencias de temperaturas estacionales no son pronunciadas y oscilan entre 1°C y los 13° C.


"Las Islas Feroe es un lugar muy amigable, me recuerda a la Argentina: me impactó que su gente tiene una forma de ser que mezcla rasgos latinos y escandinavos. Son familiares, les gusta juntarse continuamente, y como todo isleño, se toman su tiempo para todo".
¿Argentina o Europa?: Regresos agridulces y aprendizajes
Para Pablo, regresar a la Argentina significa reencontrarse con su pasado, reflejado en la fachada de su vieja escuela, en las calles céntricas de San Martín, y en los barrios que solía frecuentar. Significa volver a ver a la familia y a los amigos, que lo trasladan a su infancia y adolescencia, y le recuerdan de dónde viene y quién es.
"Es una sensación muy rara, cuando me fui dejé esa parte de mi vida en Argentina; ahora ya no soy el mismo, pero cada vez que viajo me reencuentro con mi persona de hace veinte años atrás", reflexiona profundamente emocionado. "También siento tristeza por cómo se vive en la Argentina, cada vez que vuelvo me impacta el deterioro. Cuando dejé mi barrio estaba cuidado, ahora hay una pobreza estructural y lo ves por todos lados. Y me da bronca darme cuenta de que Argentina es un país que vive en el pasado, desorganizado, donde no se cumplen las leyes. Me da rabia ver que es un país que no avanza".
Un paisaje típico. Pablo sueña con una Argentina próspera y fantasea con poder vivir parte del año en Argentina y la otra en la Islas Feroe.
Un paisaje típico. Pablo sueña con una Argentina próspera y fantasea con poder vivir parte del año en Argentina y la otra en la Islas Feroe.
Pablo dejó la Argentina para construir un mejor futuro, pero jamás imaginó que las islas Feroe formarían parte de su destino. Los caminos inesperados del amor lo acercaron a un rincón del mundo de una particular belleza y del que está muy agradecido. Hoy, luego de varias experiencias europeas y cinco años en el archipiélago, siente que logró una buena vida junto a su familia, en un hogar cálido, con un trabajo, y rodeado de gente muy querible.
"En las islas Feroe aprendí a respetar en un sentido superior, uno donde el bien de la comunidad, el universal, pesa más que el individual. Y, de alguna manera, me recuerda a la San Martín de Mendoza de mi crianza".
"Mi travesía, en general, ha sido una de grandes aprendizajes culturales y personales. Cada lugar, con sus similitudes y diferencias, me ayudó a crecer, evolucionar. Sin lugar a dudas, a Europa – en relación a lo económico y la calidad de vida - no la cambio por Argentina. Pero, a pesar de todas sus bondades, si nuestra patria fuera un lugar seguro, organizado y poco corrupto, no cambiaría Argentina por Europa. Aun así, lo único cierto es que los eventos de mi vida tomaron una dirección y ahora siento que pertenezco a Europa, y creo que eso no lo cambiaría. Si tuviera que volver atrás y tomar la decisión de irme otra vez, tomaría el mismo camino".

Ver también:


8 comentarios:

  1. Hola!

    He descubierto este artículo en el que has hecho un copiar/pegar descarado de mi artículo original, publicado aquí https://conbilletedevuelta.com/kopakonan-leyenda-islas-feroe-kalsoy/. Te pido por favor que además de poner "FUENTE" cites claramente al principio la autoría de mi escrito, igual que haces con los demás. Es muy feo aprovecharse del contenido de otros.

    Gracias

    Sergio

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    1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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    2. Al final del artículo está mencionada la fuente.

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    3. No acostumbro a "robar" sin antes avisar que lo voy a hacer.

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    4. Solo te pido mencionar de forma más clara mi autoría, no solo al final de todo con un “FUENTE”. Es que hasta aparezco yo en persona en el artículo. El chico de la foto que sale mirando la escultura soy yo.

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    5. Bien Sergio, ahora haré una mención especial, como te lo mereces

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    6. Gracias por la rectificación. Saludos

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  2. Le pondrían el nombre de la mujer foca a la escultura pero la misma es una auténtica obra de arte.

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