Se cuenta que hallándose Diógenes reposando junto a su tonel, le visitó Alejandro Magno, atraído por su fama, y le preguntó qué era lo que más desearía en aquel momento, a lo que el filósofo contestó que lo que más deseaba era que Alejandro se apartase para que su sombra no le impidiera gozar del sol.
Diógenes de Sínope (414-323 a. de C.), conocido como El Cínico, despreciaba a los ricos y criticaba sin piedad todo cuanto significase lujo y ostentación, tal vez por haber vivido la deshonra de tener que abandonar su ciudad natal al ser expulsado su padre, Jefe de la Moneda, precisamente por falsificación de monedas.
Esta figura simboliza la humildad, la sabiduría y la renuncia a los bienes materiales. A través de pinturas, esculturas y escritos, se ha perpetuado la imagen de Diógenes como ejemplo de desapego y búsqueda de conocimiento. Su estilo de vida sencillo y austero ha inspirado a artistas y espectadores a reflexionar sobre el verdadero valor de las cosas en la vida.
Despreciando todo signo de riqueza, caminaba descalzo, vistiendo exiguos trajes, aun en época invernal, y alimentándose con comidas extremadamente frugales y sencillas. Reposaba de día en los pórticos y de noche en un tonel. A este hombre, sin duda excepcional, se atribuyen numerosas anécdotas legendarias, pero reveladoras de su carácter y de su gran fama en el mundo antiguo. Diógenes suele ser representado sosteniendo en una mano la lámpara encendida con que, según la leyenda, buscaba en pleno día por las calles de Atenas un hombre merecedor del apelativo de honrado. Por otro lado, desdeñoso como era Diógenes de toda teoría, demostró a Xenón El Escéptico que existía el movimiento, levantándose y comenzando a caminar. En otra ocasión, habiendo oído que Platón definía al hombre como un animal bípedo sin plumas, arrojó entre su auditorio un gallo desplumado, diciendo: "he ahí el hombre de Platón".
Se cuenta que hallándose Diógenes reposando junto a su tonel, le visitó Alejandro Magno, atraído por su fama, y le preguntó qué era lo que más desearía en aquel momento, a lo que el filósofo contestó que lo que más deseaba era que Alejandro se apartase para que su sombra no le impidiera gozar del sol. Un día, viendo a un niño bebiendo de una fuente con el hueco de la mano, dijo "este niño me hace ver que conservo todavía algo superfluo" y rompió el cuenco en que solía beber.
Pintura de John William Waterhouse
El Chavo como Diógenes.
Jules Bastien-Lepage |
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