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martes, 21 de noviembre de 2023

"El nacimiento de Venus", de Willian A. Bouguereau (Análisis)

 

“El nacimiento de Venus” es una de las mejores obras de William-Adolphe Bouguereau. Al igual que Jean-Leon Gerôme, es un claro exponente del academicismo francés de la segunda mitad del siglo XIX.




Bouguereau sentía auténtica fascinación por la figura femenina, lo que le llevó a hacerla protagonista de la mayor parte de sus obras. Respetuoso con la moralidad de su tiempo, plasmada en las rígidas reglas de la pintura académica , recurrió siempre a escenas de la historia antigua y la mitología clásicas -como es el caso aquí- para poder pintar el cuerpo de la mujer en todo su esplendor sin riesgo de escandalizar a sus coetáneos.
En esta pintura, la diosa romana del amor se nos presenta momentos después de emerger de las aguas sobre una concha -recordemos que, tal y como nos dice el mito de su nacimiento, Venus surgió de la espuma del mar formada por el semen de Urano, cuando su escroto fue cercenado y arrojado a las olas por su hijo Cronos.
Así pues, en esta ocasión Bouguereau se sirve de la génesis venusiana para poner de manifiesto magistralmente los encantos del cuerpo de la mujer.
El mayor atractivo de esta pintura radica, sin duda, en la sensualidad, incluso erotismo, que logra transmitir la joven diosa. La maestría con la que Bouguereau refleja la tersura de la piel, el efecto de la luz sobre ésta, la sinuosidad de la figura, el sugerente contraposto… todo está dirigido a ensalzar la belleza y el poder de seducción de la anatomía femenina.


William-Adolphe Bouguereau.


Acompañan a venus tres tritones, tres mujeres desnudas que podrían ser ninfas y numerosos “puttis”. Sin embargo, su propósito es meramente instrumental; sirven para resaltar, contextualizar y dar un sentido al desnudo envolviéndolo, eso sí, en un halo de trascendencia, que viene a conceder al cuerpo de la mujer ciertos atributos divinos.
Aunque las comparaciones son odiosas, resulta inevitable hacer el paralelismo con la famosa obra homónima que cuatro siglos antes pintó Botticelli. Y es que ambos pintores recurren a este tema mitológico como vehículo para ofrecer al espectador un arquetipo de belleza. No obstante, se trata de dos concepciones muy diferentes, casi opuestas – a decir verdad, pocas veces en la historia del arte una iconografía tan similar (en las dos pinturas el centro de la escena es una joven desnuda de larga melena, sobre una concha que flota en el mar) puede encerrar una iconología tan dispar.
En su obra, Botticelli busca ensalzar un tipo de belleza que podría calificarse de espiritual. La figura que nos muestra no es la Venus Afrodita de la tradición grecorromana , sino la Venus Humanitas renacentista, una auténtica alegoría del (utópico) equilibrio entre belleza, amor y verdad. La Venus de Bouguereau, en cambio, transmite una beldad eminentemente terrenal y concupiscente -aún sin estar exenta de cierta pretensión de espiritualidad, como se ha apuntado arriba.
De este modo, frente a la belleza serena, equilibrada y contenida que imprime el florentino a su Venus, Bouguereau exhibe una mujer atractiva, sensual y voluptuosa.
La actitud de cada una de las venus no deja de enfatizar esta diferencia. La de Botticelli adopta -aunque de manera graciosa- una pose púdica, tapándose el pecho y los genitales. La que pintó el académico francés, en cambio, se recrea ufana y despreocupada en su desnudez.
En pocas palabras, si el nacimiento de Venus de Botticelli estuvo pensado para alimentar el alma, este otro lo está para deleitar los sentidos.


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