Leonardo Da Vinci fue el primero, pero no el único. Tras su estela, mil y un creadores han buscado su propio reflejo en el arte y han dejado constancia de sí mismos. Una moda, la del retrato, hoy convertida en "selfie".
El llamado Polo Reale de Turín acoge en su seno la Biblioteca Real, que a su vez esconde una sala con puerta acorazada, en cuyo interior vive protegido de manos, toqueteos y miradas obscenas, tras un grueso cristal y una temperatura que hiela cualquier aviesa tentación, el autorretrato que pintó Leonardo Da Vinci en 1513 y cuyos dueños y señores en estos momentos no dudan en calificar, y catalogar, como el primer "selfie" de la Historia. Sin rubores lingüísticos ni académicos. De hecho, bajo esta llamativa etiqueta ansían sacarlo de las catacumbas y catapultarlo al mediático mundo que rodea a Leonardo y sus leyendas. Si París y el Louvre atesoran la Mona Lisa, Turín y su Biblioteca Real, el más famoso de los autorretratos del más enigmático de los artistas: Leonardo Da Vinci, cuya magia, mitología y mitomanía no tiene –ni se le prevé– fin. Cada año hay una noticia nueva, un capítulo más en la particular reescritura de este cien veces apócrifo Código Da Vinci.
Si la traducción literal de selfie equivale a autorretrato, resulta totalmente lícito que vayamos a la pintura y sus autores clásicos para fijar el origen de esta última moda. Antes de que el selfie se estampara en la imagen de una pantalla de móvil para uso y abuso de todo bicho con ganas de gloria digital, tuvimos que pasar por el Renacimiento y su reivindicación del individuo como objeto artístico, centro de atención del cuadro y su cuadratura estética. Todorov, en su ensayo Elogio del individuo, traza este punto de partida: "En un momento de la Historia de la pintura europea se introducen individuos en las imágenes.
Autorretrato de Alberto Durero, realizado en 1500
No es estrictamente cierto que Leonardo pintara el primer autorretrato pero, sin duda, sí el de más profundas convicciones. Cronológicamente, Durero encabeza la lista. En torno a 1500 data y firma el cuadro que atesora el Museo del Prado, con el artista flamenco de frente serio y hermoso, tan encantado de sí mismo en este lienzo como en todos los que ejecuta (unos cuantos) a su imagen y semejanza. De aquel Renacimiento en la pintura flamenca a estos lodos del selfie no hay más que dar tiempo al tiempo y ver cómo desfilan toda clase de artistas y obsesiones en versión cuadro, foto o performance.
Si usted es feo
¿Por qué Leonardo se lleva la palma? Porque sus habilidades todo lo saben y todo lo tocan; el hombre humanista por excelencia escribe cientos y cientos de notas y esboza en un cuaderno tras otro estos detalles y otros tantos: "Mire a su alrededor y tome las mejores partes de muchas caras hermosas, cuya belleza esté confirmada por la opinión pública, más que por su juicio personal, pues podría estar equivocado y elegir rostros que presenten similitudes con el suyo propio. Pues parece ser que estas similitudes suelen agradarnos, y si usted es feo, podría seleccionar caras que no fueran bonitas y entonces pintaría caras feas, como hacen muchos pintores. Ya que la obra de un maestro se parece al propio maestro. Así pues, seleccione bellezas como le indico y reténgalas en la mente".
Leonardo pinta, habla o escribe y sube la bolsa de las cotizaciones sobre lo que es el hombre y los eternos asuntos del alma y sus caminos de perfección, que, al cabo, resultan ser de imperfección. De estas palabras suyas se deduce que, al final, uno (él mismo) no es medida de nada ni de nadie. Y que este autorretrato suyo datado en 1513 es fiel al original, al propio artista, sin atisbo alguno de idealización.
La santa faz de Leonardo no descansa sola detrás de estos muros de la Biblioteca Real de Turín y de estas puertas de cámara secreta. De él también podemos apreciar dos pequeñas piezas: el Retrato di Fanciulla y el Códice con el vuelo de unos pájaros. 200.000 volúmenes, 4.500 manuscritos, 1.500 pergaminos, 3.055 dibujos, 187 incunables... Leonardo, en el primer selfie de la Historia, mira de frente y con la sinceridad absoluta de quien sabe que se está autorretratando el alma y no se pone ni un pelo de más. Entre las líneas de trazo fino y alta definición, también se esconde la historia bien novelesca –como todo lo que tocan Leonardo y su leyenda– de la dinastía Saboya y su legado como coleccionistas. Es Carlos Alberto de Saboya quien lo consigue para la colección y el rey Umberto I el que compra a un coleccionista ruso, el conde Fiodor Sabachnikoff, el estudio de los pájaros.
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