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martes, 15 de agosto de 2023

El copihue, una flor y dos leyendas

Una de las tantas versiones del copihue que he pintado.


El copihue es una flor silvestre originaria de los bosques húmedos del sur de Chile. 
Además de ser una flor muy exclusiva y hermosa tiene un origen de leyenda digno de su belleza.





La leyenda

Hace muchos años, cuando en Chile la tierra de Arauco era habitada por pehuenches y mapuches, vivía una hermosa princesa, llamada Hues, y un vigoroso príncipe pehuenche, cuyo nombre era Copih.
Pero, lamentablemente, sus tribus estaban enemistadas a muerte. El mayor de los problemas era que Copih y Hues se amaban y para verse sólo podían encontrarse en lugares secretos de la selva. Sin embargo, un día los padres de ambos se enteraron y se enfurecieron... y no se quedaron de brazos cruzados.
Copiñiel, el jefe de los pehuenches y padre de Copih, y Nahuel, jefe mapuche y padre de Hues, se fue cada uno por su lado hasta la laguna donde ambos enamorados se encontraban.



El padre de Hues, cuando vio a su hija abrazándose con el pehuenche, arrojó su lanza contra Copih y le atravesó el corazón. Tras esto, el príncipe pehuenche se hundió en las aguas de la laguna. El jefe Copiñiel no se quedó atrás e hizo lo mismo con la princesa, la que también desapareció en las aguas de la laguna.
Ambas tribus lloraron por mucho tiempo. Y cuando pasó un año, los pehuenches y mapuches se reunieron en la laguna para recordarlos. Llegaron de noche y durmieron en la orilla.
Al amanecer, vieron en el centro de la laguna un suceso inexplicable. Del fondo de las aguas surgían dos lanzas entrecruzadas. Una enredadera las enlazaba, y de ella colgaban dos grandes flores de forma alargada: una roja como la sangre y la otra blanca como la nieve.
Así, las tribus enemistadas comprendieron lo que sucedía. Se reconciliaron y decidieron llamar a la flor copihue, que es la unión de Copih y de Hues.


( Recopilación  del escritor Oscar Janó)

Leyenda araucana del Copihue 


En el sur de Chile, en una región muy fértil, vivía con su madre una indiecita que tenía por nombre Rayllulemu. Como el padre había muerto, madre e hija subsistían humildemente del producto de sus tejidos que iban a vender al mercado del pueblo.

A pesar de sus cortos años, Rayllulemu tenía gran pericia en el arte de tejer choapinos y chamales de vivos colores. Sin embargo, permanecer tardes enteras frente al telar enlazando trozos de lana verde o roja, mientras las mariposas danzaban alegremente a su alrededor, no era muy de su agrado. Pero en cambio, mucho le agradaba que su madre la enviara al bosque a recoger maqui o raíces de liquen de cuyas fibras extraían el tinte necesario para su trabajo.




- ¿En qué piensas, Rayllulemu? Cada vez que vas al bosque regresas silenciosa.

Al oír la voz pausada de su madre, la pequeña mapuche despertaba lentamente de sus sueños y contestaba sonriente:

- No lo sé, madrecita. Pero cuando me interno por esos senderos perfumados a canelo siento que el alma se me escapa. Quisiera alcanzar, entonces, la copa más alta de los árboles para conversar con las estrellas y los pájaros.

- Eres soñadora como tu padre. También él imaginaba cosas imposibles. Tú no lo recuerdas porque en aquel tiempo eras tan chiquita, que debíamos llevarte dentro de tu chigua de un lado a otro. Entonces vivíamos felices, tanto que ni siquiera nos preocupaba cuando nos parecía oír sobre nuestro ruca el canto del chucao. Pero una madrugada, cuando tu padre perseguía a un gigantesco puma que nos destruía la siembra, cayó desde un picacho del Andes para no levantarse más.

- No lo recuerdes, no vuelvas a pensar en ello, te hace mal.

- Sí, pero también tus sueños te hacen daño, Rayllulemu. Olvídalos y ve a preparar los tintes para tu trarilonco. ¿No dijiste que deseabas lucir sobre tu frente los siete colores del arcoíris?

- Es verdad. Voy en seguida. Y te prometo que dejaré de soñar.

Pero por mucho que se esforzara Rayllulemu, mientras sumergía los arbustos en el agua hirviente de una tinaja de barro, sentía que igualmente bullía en su interior un fuego mágico que hacía madurar su fantasía.

- No debo soñar, no debo soñar…- se decía a media voz, mientras batía el cocimiento con una larga de coligue.

Sin embargo, una tarde en que la indiecita salió a buscar piñones por el bosque, pudo cristalizar sus quimeras. Sin saber cómo llegó hasta el vértice de un elevado pináculo, y luego a otro y otro, hasta que sin darse cuenta ya estaba el cielo al alcance de sus manos. Las estrellas la saludaban con alegres pestañeos. De pronto, también la luna apareció frente a sus ojos como una inmensa esfera luminosa, cuya luz transformaba sus oscuras trenzas en lazos argentados.



Sólo entonces, Rayllulemu pensó en su madre, en lo desesperada que estaría por su tardanza. Y quiso descender. Pero no pudo encontrar el camino de regreso. El frío del puelche y las sombras de la noche habían convertido el bosque, los cerros y las rocas, en una desmesurada masa muy densa y amenazante.

- Gran Ngenechen, ¡ayúdame! – suplicaba con angustia la pequeña mapuche, tratando, en vano, desde aquellas alturas, de encontrar algún sendero, algún indicio que le permitiera retornar a su modesta ruca.

Mientras tanto, su madre hacía mucho que recorría cada vericueto del follaje, llamándola desesperadamente:

- ¡Rayllulemu! ¡Rayllulemu!

Pero sólo el susurro del viento que mecía la copa de los árboles podía responderle. Y así pasó una noche.

A la mañana siguiente, las puntiagudas aristas de las rocas habían herido la suave piel de Rayllulemu, que seguía buscando el camino de regreso. Y su sangre iba dejando pequeñas manchas de color carmesí, de trecho en trecho.

- ¡Sálvame, Buen Espíritu de mi padre! – volvía a suplicar entre sollozos y lágrimas la desdichada indiecita - ¡No permitas que muera en estas soledades!

De improviso, como si estas angustiadas palabras pudiera escucharlas Alguien que mucho la amaba y velaba por ella desde el cielo, se iluminó toda la cumbre de aquel paraje, ¡y ocurrió el milagro!

Cada gota de la araucana sangre de Rayllulemu fue transformándose en una bellísima flor de intenso color rojo, y cada lágrima en una flor de nieve. Luego, ante sus ojos asombrados, las corolas comenzaron a multiplicarse hasta formar una aterciopelada cascada vegetal.

Y así pasó otra noche.

Pero al día siguiente, cuando los primeros rayos de la aurora alumbraron el bosque, su madre que seguía buscándola sin descanso a pesar de su fatiga…se detuvo incrédula y emocionada ante la maravillosa visión que se le presentaba: Rayllulemu descendía sana y salva por una fantástica enredadera matizada de flores encarnadas que, sorteando estrechos caminos y montículos, llegaba hasta sus propias plantas.

- ¡Rayllulemu! Benditos sean el Gran Ngenechen y el Buen Espíritu de tu padre que te devuelven a mis brazos – exclamó entre lágrimas de felicidad al estrechar de nuevo a su pequeña a quien creía perdida para siempre.

Y así nació el copihue.

Desde entonces, sus enredaderas crecen en las más inhóspitas y elevadas regiones de Arauco, para que los caminantes extraviados puedan encontrar a través de sus flores rojas el sendero que los devuelva al regazo de sus seres amados.



Las tres páginas originales publicadas en la revista Mampato.

2 comentarios:

  1. Buen día. Por no decir que no me gusta el nuevo diseño del blog, te diré que no me adapto a él. Era más sencillo buscar y encontrar entradas con el diseño anterior.
    Pedro Miguel

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    1. Tiene algunas ventajas. Puedes visualizar rápidamente post antiguos... y en la barra azul superior (bajo el nombre del blog) puedes optar por otros diseños. "Classic" por ejemplo.

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