Una de las tantas versiones del copihue que he pintado.
El copihue es una flor silvestre originaria de los bosques húmedos del sur de Chile. Además de ser una flor muy exclusiva y hermosa tiene un origen de leyenda digno de su belleza.
En el sur de Chile, en una región muy fértil, vivía con su madre una indiecita que tenía por nombre Rayllulemu. Como el padre había muerto, madre e hija subsistían humildemente del producto de sus tejidos que iban a vender al mercado del pueblo.
A pesar de sus cortos años, Rayllulemu tenía gran pericia en el arte de tejer choapinos y chamales de vivos colores. Sin embargo, permanecer tardes enteras frente al telar enlazando trozos de lana verde o roja, mientras las mariposas danzaban alegremente a su alrededor, no era muy de su agrado. Pero en cambio, mucho le agradaba que su madre la enviara al bosque a recoger maqui o raíces de liquen de cuyas fibras extraían el tinte necesario para su trabajo.
- ¿En qué piensas,
Rayllulemu? Cada vez que vas al bosque regresas silenciosa.
Al oír la voz
pausada de su madre, la pequeña mapuche despertaba lentamente de sus sueños y
contestaba sonriente:
- No lo sé,
madrecita. Pero cuando me interno por esos senderos perfumados a canelo siento
que el alma se me escapa. Quisiera alcanzar, entonces, la copa más alta de los
árboles para conversar con las estrellas y los pájaros.
- Eres soñadora como
tu padre. También él imaginaba cosas imposibles. Tú no lo recuerdas porque en
aquel tiempo eras tan chiquita, que debíamos llevarte dentro de tu chigua de un
lado a otro. Entonces vivíamos felices, tanto que ni siquiera nos preocupaba
cuando nos parecía oír sobre nuestro ruca el canto del chucao. Pero una
madrugada, cuando tu padre perseguía a un gigantesco puma que nos destruía la
siembra, cayó desde un picacho del Andes para no levantarse más.
- No lo recuerdes,
no vuelvas a pensar en ello, te hace mal.
- Sí, pero también
tus sueños te hacen daño, Rayllulemu. Olvídalos y ve a preparar los tintes para
tu trarilonco. ¿No dijiste que deseabas lucir sobre tu frente los siete colores
del arcoíris?
- Es verdad. Voy en
seguida. Y te prometo que dejaré de soñar.
Pero por mucho que
se esforzara Rayllulemu, mientras sumergía los arbustos en el agua hirviente de
una tinaja de barro, sentía que igualmente bullía en su interior un fuego
mágico que hacía madurar su fantasía.
- No debo soñar, no
debo soñar…- se decía a media voz, mientras batía el cocimiento con una larga
de coligue.
Sin embargo, una
tarde en que la indiecita salió a buscar piñones por el bosque, pudo
cristalizar sus quimeras. Sin saber cómo llegó hasta el vértice de un elevado
pináculo, y luego a otro y otro, hasta que sin darse cuenta ya estaba el cielo
al alcance de sus manos. Las estrellas la saludaban con alegres pestañeos. De
pronto, también la luna apareció frente a sus ojos como una inmensa esfera
luminosa, cuya luz transformaba sus oscuras trenzas en lazos argentados.
Sólo entonces,
Rayllulemu pensó en su madre, en lo desesperada que estaría por su tardanza. Y
quiso descender. Pero no pudo encontrar el camino de regreso. El frío del
puelche y las sombras de la noche habían convertido el bosque, los cerros y las
rocas, en una desmesurada masa muy densa y amenazante.
- Gran Ngenechen,
¡ayúdame! – suplicaba con angustia la pequeña mapuche, tratando, en vano, desde
aquellas alturas, de encontrar algún sendero, algún indicio que le permitiera
retornar a su modesta ruca.
Mientras tanto, su
madre hacía mucho que recorría cada vericueto del follaje, llamándola
desesperadamente:
- ¡Rayllulemu! ¡Rayllulemu!
Pero sólo el susurro
del viento que mecía la copa de los árboles podía responderle. Y así pasó una
noche.
A la mañana
siguiente, las puntiagudas aristas de las rocas habían herido la suave piel de
Rayllulemu, que seguía buscando el camino de regreso. Y su sangre iba dejando
pequeñas manchas de color carmesí, de trecho en trecho.
- ¡Sálvame, Buen
Espíritu de mi padre! – volvía a suplicar entre sollozos y lágrimas la
desdichada indiecita - ¡No permitas que muera en estas soledades!
De improviso, como
si estas angustiadas palabras pudiera escucharlas Alguien que mucho la amaba y
velaba por ella desde el cielo, se iluminó toda la cumbre de aquel paraje, ¡y
ocurrió el milagro!
Cada gota de la
araucana sangre de Rayllulemu fue transformándose en una bellísima flor de
intenso color rojo, y cada lágrima en una flor de nieve. Luego, ante sus ojos
asombrados, las corolas comenzaron a multiplicarse hasta formar una
aterciopelada cascada vegetal.
Y así pasó otra
noche.
Pero al día
siguiente, cuando los primeros rayos de la aurora alumbraron el bosque, su
madre que seguía buscándola sin descanso a pesar de su fatiga…se detuvo
incrédula y emocionada ante la maravillosa visión que se le presentaba:
Rayllulemu descendía sana y salva por una fantástica enredadera matizada de
flores encarnadas que, sorteando estrechos caminos y montículos, llegaba hasta
sus propias plantas.
- ¡Rayllulemu!
Benditos sean el Gran Ngenechen y el Buen Espíritu de tu padre que te devuelven
a mis brazos – exclamó entre lágrimas de felicidad al estrechar de nuevo a su
pequeña a quien creía perdida para siempre.
Y así nació el
copihue.
Desde entonces, sus
enredaderas crecen en las más inhóspitas y elevadas regiones de Arauco, para
que los caminantes extraviados puedan encontrar a través de sus flores rojas el
sendero que los devuelva al regazo de sus seres amados.
Las tres páginas originales publicadas en la revista Mampato.
Buen día. Por no decir que no me gusta el nuevo diseño del blog, te diré que no me adapto a él. Era más sencillo buscar y encontrar entradas con el diseño anterior.
ResponderEliminarPedro Miguel
Tiene algunas ventajas. Puedes visualizar rápidamente post antiguos... y en la barra azul superior (bajo el nombre del blog) puedes optar por otros diseños. "Classic" por ejemplo.
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