Alfredo Rodríguez es un artista que ha pintado la vida de vaqueros, tramperos, indios y el grandioso paisaje americano con gran talento y maestría.
No se limita a pintar “fotográficamente” sino que pinta la luz del paisaje con un colorido riquísimo.
La escuela de pintura costumbrista
Uno de ellos es Alfredo Rodríguez, un “contemporary western artists” que, hoy por hoy, goza de un reconocimiento internacional. Este pintor nació en México, en 1954. Cuando contaba seis años su madre le regaló un juego de acuarelas. Ese regalo marcaría su vida, de tal manera que en la actualidad es considerado uno de los pintores más cotizados.
El hiperrealismo de su obra es excepcional, posee un gran dominio de la técnica, la composición y los detalles.
Actualmente reside en Corona (California) donde se trasladó a vivir en 1979. Es miembro de la prestigiosa asociación estadounidense “Indians and Cowboy Artists”
“La pintura ha sido siempre mí vida -expresa- todo lo veo desde el punto de vista artístico. Cada árbol, cada roca, todo lo que existe bajo el sol, incluso los alimentos los analizo para combinar los colores que necesitaría para pintarlos”.
Su obra está presente en importantes museos y colecciones, y se ha hecho referencia a ella en muchas publicaciones.
Ya a muy temprana edad, Rodríguez realizaba retratos para ayudar a su familia. En el libro” “Contemporary Western Artists” cuenta que en el verano de 1967, sus padres gastaron sus ahorros para llevarlo al estudio de Santiago Rosas, un anciano artista mexicano muy respetado que le enseñó los principios básicos del arte. “Todo esto en seis horas de lección, que fue todo lo que mis padres pudieron pagar”.
Para Alfredo Rodríguez la pintura fue tan importante en el desarrollo de su infancia como aprender a hablar y andar.
“Yo soy un artista que pinta el Oeste, no un cowboy que pinta”, expresa. Su obra está impregnada de un cromatismo naturalista y su dibujo es perfecto, demostrando un gran dominio de la técnica. Rodríguez sabe pintar los detalles que le interesan con asombroso realismo, pero además sabe cuando ha de dejar una parte del cuadro liberada del trabajo minucioso. Consiguiendo que la mirada del que observa sus pinturas corra por donde él se ha propuesto, gracias también al gran dominio de la composición.
A los seis años, su madre le regaló un juego que marcaría su vida para siempre, una caja de acuarelas con las que decoraba los trabajos escolares y realizaba retratos de sus familiares.
En una producción prolifera y variada, siente evidente preferencia por la temática india y de niños, como la publicada en esta oportunidad. Es ahí donde logra sus mejores pinturas. Un gran artista; una alegría para todo los sentidos. Lo que demuestra una vez más de que el arte lo deben ejercer los talentosos y los que puedan representar con dignidad a los pueblos dignos de América.
Mientras pinta, captura la ternura y altivez el espíritu humano elevado por la majestuosa belleza de su entorno.
Grandioso.
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