La mujer objeto en representaciones históricas, perpetuada incluso por la inteligencia artificial, es un fenómeno complejo con raíces profundas. Desde la prehistoria, el antiguo Egipto hasta la Grecia clásica y Roma, la imagen femenina ha sido recurrentemente distorsionada y reducida a un objeto de deseo. Esta tendencia, arraigada en la tradición pictórica hasta el siglo XX, se manifiesta también en las representaciones de los pueblos originarios de América, donde se idealiza a jóvenes voluptuosas en poses muchas veces eróticas.
Esta práctica responde a múltiples factores. En primer lugar, refleja una visión androcéntrica de la historia, donde la mujer es relegada a un papel secundario y su valor se mide en función de su atractivo físico. En segundo lugar, la sexualización sirve como herramienta de control y dominación, perpetuando estereotipos de género que limitan la autonomía y el poder de la mujer. Finalmente, la comercialización de estas imágenes a través del arte y la cultura contribuye a consolidar la idea de que el cuerpo femenino es un objeto de consumo, despojándolo de su individualidad y dignidad. En resumen, la sexualización de la mujer en representaciones históricas es una manifestación de desigualdades de género arraigadas que persisten en la actualidad, incluso en las nuevas tecnologías como la IA. He aquí algunos (bellos) ejemplos.