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sábado, 11 de diciembre de 2021

Kristina “Kika” Dukic, se suicidó por el constante bullying



                                                                                        

La streamer y gamer tenía 21 años y llevaba años soportando ataques. Kristina “Kika” Dukic fue encontrada muerta en su casa de Belgrado, la capital serbia, el 8 de diciembre, tras sufrir años de ciberbullying.

                                                                                        

FUENTE

El suicidio de la joven, que tenía más de un millón de seguidores en Instagram, YouTube y Twitch, fue confirmado por su madre Natasa Dukic en una historia de Instagram en la que reveló el calvario que atravesaba “Kika”.

“Este será un momento difícil para todos nosotros y todo lo que podemos hacer es mantener su memoria viva. Te queremos Kika y te extrañamos más de lo que las palabras pueden explicar. Si tienes pensamientos suicidas o sufres de depresión, por favor habla con alguien, no estás solo”, escribió su madre.

Kristina "Kika" Dukic tenía más de un millón de seguidores en Instagram, YouTube y Twitch (@kikax3)

Una de las amigas más cercanas de la influencer, Mira Vladisavljevic, también confirmó la noticia al tabloide serbio Telegraf: “Ocurrió algo terrible. Hago un llamado a todos los medios de comunicación para que informen cuidadosamente sobre este caso y sobre la chica que luchó contra el bullying durante cinco años”.

Dukic llevaba meses dejando pistas en sus publicaciones sobre la pesadilla que atravesaba hace años. Contaba que le dejaban cientos de mensajes de odio. Que criticaban cruelmente su aspecto físico. La acusaban de someterse a cirugías estéticas e, incluso, recibía ataques de otros famosos serbios.

Su familia confirmó que la influencer sufría una campaña terrible de ciberbullying, con trolls que le enviaban mensajes de odio en sus páginas de redes sociales.

En uno de sus videos, Dukic hablaba de su situación y revelaba que sentía que todo lo que hacía no era suficiente para los demás. Mirando a cámara, angustiada, dijo que solo quería ser feliz.


Dukic era muy popular en Instagram, donde compartía sus salidas con amigos y parte de sus actividades diarias (@kikax3)


The Sun revela que uno de sus principales críticos de la influencer fue el gamer serbio Bogdan Ilic, conocido como Baka Prase, que tiene más de un millón de seguidores en Instagram. Fue justamente él quien atacó a la youtuber de manera explícita en el medio local Republika. La acusó de falsa y de buscar el golpe bajo con sus videos. Las declaraciones de Ilic se transformaron casi en un mandato para sus miles de seguidores que bombardearon con mensajes de odio todas las cuentas de la redes sociales de Dukic. La atacaban por su aspecto físico, por cómo se expresaba, e incluso recibió cientos de mensajes que le decían: “Mátate”.

Bogdan, sin embargo, negó cualquier tipo de enemistad con la youtuber, afirmó que habían tenido una conversación recientemente y expresó su tristeza por su muerte. “Siento lo que ha pasado. Siento no haber anunciado que nos habíamos reconciliado y que éramos amigos”, declaró. Y agregó: “Lo siento porque la gente no sabe la razón y señala con el dedo. No le dan paz y respeto a los muertos, solo para conseguir unos cuantos likes, para cumplir con su deseo de venganza y de la manera más fea posible”.

La influencer llevaba cinco años recibiendo ataques en las redes sociales (@kikax3)

Dukic era conocida sobre todo por sus contenidos sobre los videojuegos “Counter-Strike: Global Offensive” y “League of Legends”. Había comenzado su carrera en las redes en 2015, como especialista en el juego de bloques de construcción “Minecraft”, pero también publicó vlogs y videos en su canal de YouTube. La influencer era una de las mejores jugadoras de “CS:GO” de Serbia, según el sitio especializado Game Rant, y había alcanzado el nivel semiprofesional. Recientemente había vuelto al streaming en Twitch después de un largo descanso y se centraba en “League of Legends”, con el objetivo de llegar a un nivel competitivo.

Además, era muy popular en Instagram, donde compartía fotos de su vida cotidiana haciendo ejercicio o saliendo con amigos.

El funeral de la joven se realizará en uno de los mayores cementerios de Belgrado, en Lešće, el 14 de diciembre.



domingo, 19 de septiembre de 2021

Alberto Zapicán: La partida del último compañero de Violeta Parra

 

El músico, activista, luthier y escritor uruguayo Alberto Zapicán, a quien Violeta Parra dedicara la canción El albertío y que acompañara a la chilena en su último disco y en sus últimos días, falleció la noche de este 13 de septiembre a los 94 años de edad. Alberto Giménez Andrade, conocido como Alberto Zapicán, vivía con su compañera Lilia "Ñata" Castro en una casa construida con sus propias manos, sin música porque "le recordaba a sus amigos muertos" y en comunión con la naturaleza al sur del Uruguay.



Alberto Zapicán, discreto, fino y sencillo


Texto de Federico Frau Barros


Alberto y Violeta fueron compañeros en la música y en lo cotidiano durante el último año y medio de Violeta. Fue Alberto quien la encontró sin vida luego de que ella se pegara un tiro y fue él, también, quien la salvó de un intento de suicidio unos meses antes, practicándole un torniquete para que dejara de sangrar.
En la entrada del terreno, sobre la ruta interbalnearia uruguaya que une Montevideo con Punta del Este, hay un cartel de los que restringen la velocidad, pero dado vuelta. Allí se lee una palabra en mapudungún pintada a mano en letras rojas: Ayecan. “Significa felicidad en mapuche”, explica su dueño. Algunos diccionarios dicen que también refiere al hecho de sonreír siempre, de sonreír a pesar de todo.
A esta casa se llega sin avisar, las puertas están abiertas. Su dueño siempre está, casi no sale. Dice que no le hace falta. “Adelante, siéntense”, invita apenas sale de su cuarto, unos minutos después de que Lupe, su mujer chilena de 67 años y rasgos mapuches, aparezca desde el bosque, por detrás de la casa, para dar la bienvenida. Con esas dos palabras y la mirada punzante como una lanza, prepara el terreno para recibir, como tantas otras veces, visitas desconocidas. Y esas dos palabras ayudan también a definir a este hombre flaco, de ojos grandes y celestes, barba larga y blanca y la cara aguda como la de un pájaro alerta. El pelo sobre sus hombros, a tono, totalmente blanco, y su frente cruzada a media altura por una vincha de cuero que con el tiempo ha dejado de cumplir la función de sujetar. La primera de las palabras que pronuncia marca su ritmo, así parece transcurrir su vida: avanzando, sin dudar demasiado cada paso. Y la segunda demuestra la calma uruguaya que siempre conservó para vivir, atento a lo que necesita y no a lo que quiere, como él mismo aclara.

Zapicán junto a su actual esposa. Muy parecida a lo que fue Violeta Parra.

“La necesidad nace de lo que se siente, tiene que ver con lo vital, lo fisiológico y las necesidades del cuerpo y del corazón. Lo que se quiere está relacionado con lo racional y tiene que ver con una proyección y una expectativa”, explica.
Alberto Giménez Andrade Zapicán, más conocido como Alberto Zapicán, nació hace 90 años, el 27 de agosto de 1927, en Lavalleja, Uruguay, a pocos kilómetros de un pueblo que lleva su apellido, en honor a un antecesor suyo, el mayor cacique charrúa que habitó esas tierras. Anduvo por distintos lugares del continente, cumpliendo siempre con sus necesidades y no con sus querencias. Cuando era adolescente emprendió viaje hacia el norte, ganándose la vida construyendo viviendas y llegó hasta el Amazonas brasilero donde vivió en comunidades indígenas. Volvió a Uruguay y tiempo después se asentó en Chile donde pasó más de 30 años y nacieron sus ocho hijos. Hoy vive cosechando verduras y haciendo esculturas y cuadros con desechos tecnológicos y orgánicos, casi sin dinero y fuera del circuito de consumo, en una casa que él mismo levantó en Neptunia, un pueblo a poco más de 30 kilómetros de Montevideo, la capital uruguaya.
Autodidacta en sus distintos oficios, aprendió a leer y escribir a los 17 años para declararle su amor a una mujer a la que finalmente nunca le entregó la carta. A los 19 escribió su primer libro y por más que el diga que no es escritor, las letras lo acompañan hasta el día de hoy. El año pasado publicó un libro con textos que escribió a lo largo de toda su vida. “Hay textos recientes y otros que escribí de adolescente, pero no les puse la fecha porque las cosas que escribía a los 17 y las que escribí hasta hace poquitos años tienen la misma claridad.”



“Muchos me han tratado como escritor, como poeta, como folklorista o como pintor, pero no soy nada de eso. Yo escribí, hice música, pinté y canté pero no soy ni escritor, ni poeta, ni músico, ni pintor ni cantor. Me nace algo y lo hago.”
Por si eso no fuera suficiente, también fue militante político, defensor de los derechos de los trabajadores rurales y las comunidades indígenas, miembro del Consejo de Ancianos de la Nación Indígena, terapeuta naturalista, curador y huesero. Lo han intentado definir de múltiples maneras, él prefiere una: artesano en la vida. “Me considero un artesano en la vida. En la vida y no de la vida porque yo a la vida no la modifico, la defiendo. La vida no necesita que la modifique, más bien hay que sacarle la mano del hombre de encima. Siempre me sentí como un artesano en la vida, manejando el espectro de posibilidades que te da la vida. Te da mil posibilidades para vivir, enriquecerte y crecer, sin tener la necesidad de hacer cursitos de verano. Una planta te enseña mucho más que un hombre. La sabiduría está en la naturaleza”, dice.
Alberto Zapicán fue, entre tantas otras cosas, el último acompañante de Violeta Parra. Alberto y Violeta fueron compañeros en la música y en lo cotidiano durante el último año y medio de Violeta. Fue Alberto quien la encontró sin vida luego de que ella se pegara un tiro y fue él, también, quien la salvó de un intento de suicidio unos meses antes, practicándole un torniquete para que dejara de sangrar.
El primer día que Alberto vio a Violeta, ella tocaba frente a las personas que estaban en la La carpa de la Reina y al final se quedó quieto, frente a ella. “¿Qué te creís hueón? estás recién llegado y no aplaudes”, lo increpó.
En tiempos de decadencia de La carpa de la Reina, se acercó a ese centro de arte popular recomendado por su amigo el Gitano Rodríguez porque hacía falta alguien que cosiera y reparara la carpa. El primer día vio a Violeta mientras tocaba frente a las personas que estaban en la carpa y al final se quedó quieto, frente a ella. “¿Qué te creís hueón? estás recién llegado y no aplaudes”, lo increpó. Esas manos largas y gastadas que Alberto usaba para construir y arreglar, no las usaba para aplaudir. “No tengo la costumbre de aplaudir y nunca la tuve”, explica.


Alberto Zapicán y Violeta Parra

Allí comenzó el vínculo entre ellos, que unos días después se convertiría también en una unión artística cuando Violeta lo escuchó tocando el bombo y cantando a solas, imitando a cantores que había escuchado en Uruguay. En ese mismo momento le dijo que dejara las herramientas porque de ahí en más iba cantar con ella y acompañarla con el bombo. Nació así esa hermosa fusión entre ambos que se escucha en el último disco de Violeta, su obra más reconocida: Las últimas composiciones.
Esa voz firme como un tronco de roble que acompaña a Violeta en ese disco es la de Alberto. El cantautor Manuel García explicó alguna vez en una entrevista con la radio de Universidad de Chile, la particularidad de la comunión de las voces de Alberto y Violeta: “Un rol que la Violeta logró con maestría en ese disco es la dualidad. Cuando canta con Alberto Zapicán hace un dúo perfecto en su complementariedad, que no es armónico, sino que son voces paralelas donde macho y hembra se confunden. En canciones como “Una copla me ha cantado” van en paralelo y es una complementariedad que maneja el mundo andino, el campesino. Día y noche, invierno y verano, frío y calor; referentes campesinos que están en todas las culturas importantes. Ella maneja esos dos personajes en las canciones necesarias y donde los textos justifican que haya una dualidad”.



Alberto siempre habla de Violeta con una sonrisa nostálgica en su cara. La define como una mujer que fue parte integral de la tierra. “Violeta era alguien que aportaba al universo. Y de alguna manera me arrimé a ella para eso, para aportar. Hasta hoy yo veo en Violeta a un referente ejemplarizante, un faro muy claro para la vida”, cuenta en una entrevista con Marisol García publicada en The Clinic en 2007.
En ese disco célebre y premonitorio, que también contó con la participación de sus hijos Isabel y Ángel, Violeta le dedicó a Alberto la famosa canción “El Albertío”. “Discreto, fino y sencillo/ son joyas resplandecientes/ con las que el hombre que es hombre/ se luce decentemente./ Alberto dijo me llamo/ contestó lindo sonido/ más para llamarse Alberto/ hay que ser bien Albertío”, reza el final de la canción.
“Luchó toda su vida contra un sistema que es un monstruo, que fue sobre todo tremendo en sus últimos dos años, que le puso trabas y que le daba solamente cláusulas para sobrevivir. Ella sola contra todo eso. Empezó a flaquear, se empezó a desgastar y a perder la energía”, dice Alberto en el libro El canto de todos de Patricia Stambuk y Patricia Bravo publicado por Pehuén Editores.
En el mismo libro, Nicanor Parra cuenta que el día anterior a que Violeta se matara, la invitó a almorzar a su casa ese sábado al mediodía. Luego de comer le propuso que escribiera una novela porque decía que en el país no había novelistas, pero realmente era para buscarle una motivación porque sospechaba que no estaba bien psicológicamente. Ella le contestó que mejor la escribiera él, porque ella estaba muy cansada. Ahí agarró la guitarra y se dispuso a cantar, él le pidió que cantara una canción chilota pero ella insistió en cantar la que ella quería. “Te voy a cantar una canción, se llama "Un domingo en el cielo”, le dijo. Esa fue la última vez que Nicanor la vio, y al día siguiente, el domingo 5 de febrero de 1967, Violeta convirtió en realidad el título de la canción.



Al año siguiente, Alberto le dedicó un disco a Violeta que se llamó “El grito salvaje”. La emotiva contratapa del disco la escribió su amigo personal, el gran cantor uruguayo Alfredo Zitarrosa, a quien Alberto ayudó en la construcción de su restaurante y espacio cultural llamado La claraboya amarilla. “Sé que en este disco quiere expresar su amor, su casi veneración y su apasionada nostalgia por Violeta Parra. Sin duda, todo eso no cabía aquí. Pero asoman en las canciones los brotes nuevos de esa planta que lo abraza para siempre. La gran poetisa chilena, aquella mujer que también lo amó y lo admiró como se puede amar a este hombre blanco y conmovido que es Alberto, vive y circula con su hilito de quejas y pasiones por dentro de estas canciones que la representan, algunas, o le rinden homenaje, todas ellas, por la voluntad de su intérprete”, escribió Zitarrosa.


Luego del suicidio de Violeta, Alberto vivió con Isabel y Ángel, hijos de Violeta, y también siguió tocando con ellos. Después se juntó con Ricardo Yocelevsky, Pedro Aceituno y los hermanos Carlos y Mario Necochea y formaron Los Curaca que en un comienzo se llamó Los de la peña y acompañaban a Ángel que luego se convirtió en el director artístico cuando el grupo cambió de nombre. Por más que tuvo una excelente relación con los hijos de Violeta, Alberto cuenta que en el último tiempo le resultó algo extraño el trato que ellos dos le habían dado a su figura en las entrevistas que leyó. Antes que nada aclara que nunca hablaron mal de él y explica que en las entrevistas las palabras de ellos pueden estar modificadas por la interpretación de los entrevistadores, pero deja en claro que no termina de cerrarle era el lugar donde ellos lo colocaban. Un rol ajeno, como si fuera un extraño que llegó de golpe para sacar provecho del proceso artístico de Violeta. “Si yo le enseñé a tocar el bombo a Violeta”, ríe.
Igualmente cuenta que Ángel le hizo llegar una carta antes de morir, a través de un amigo en común, dando las gracias por el trato preferencial que él había tenido con Violeta. “Me agradeció el buen trato que le di a Violeta en la vida, que nadie le había dado. Pero nunca lo hizo público ni cara a cara.”
Así como su llegada a La carpa de la Reina no tuvo que ver con lo musical, su primera vez en Chile, a principios de los `60, tampoco tuvo que ver con el arte. Tras el gran terremoto que sufrió el sur de Chile en 1960, Alberto se enteró que la armada uruguaya recompensaría a quien supiera un oficio y se ofreciera para viajar a colaborar con la reconstrucción de las zonas afectadas. El premio eran pasajes para volver cuando deseara, en cualquier otro momento, a Chile. Por esos tiempos, Alberto trabajaba construyendo casas de tronco con techo de quincha, así que aprovechó la oportunidad para ir a dar una mano a Puerto Montt como parte de una brigada de auxilio. Al mes debía volver, pero se quedó. A los cuatro meses, los carabineros lo identificaron y en el próximo vuelo de la aviación uruguaya tuvo que regresar. “Me entusiasmé con la similitud que tenía el campesino del sur de Chile con el campesino uruguayo. Yo iba a una ruca en el sur e iba a una trapera en el campo uruguayo y era lo mismo. El comportamiento humano era igual: llegabas y te esperaban con comida y te daban una cama. Era así. Era. Ya no”, dice.



Violeta y Nicanor Parra

Después de eso, y antes de convertirse en el músico que acompañó a Violeta Parra en sus últimos días, volvió a Uruguay. Allí estuvo preso por cuestiones políticas y al tiempo regresó a Chile, donde también estuvo preso. “Yo nunca fui militante de ningún partido. Discrepo y discrepé con todos los partidos aunque siempre tuve un postulado ideológico de ir contra las injusticias. Ir de frente”, cuenta. En Uruguay dicen que fue el primer torturado político. Eduardo Galeano fue uno de los encargados de difundir su situación en una nota en el semanario uruguayo Marcha, allá por los años `60, cuando todavía no existía el Galeano de Las venas abiertas de América Latina. Alberto participó, y por si hubieran dudas está en el centro de la emblemática foto, de la marcha de los cañeros, una protesta histórica de los trabajadores rurales reclamaban por tierras, guiados por Raúl Sendic, revolucionario uruguayo y líder fundador del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros, del que también fue miembro el ex presidente uruguayo José “Pepe” Mujica.
Esa generación uruguaya que fue parte de Tupamaros hoy está en el poder por vía democrática, pero Alberto no duda y diferencia a quienes están hoy conduciendo el país de lo que fue el espíritu de lucha de esa generación. “Tupamaros era otra historia, incluso los llevaba a una actitud de lucha y de ideología vocacional, si se quiere, pero hasta por una mística. Realmente era una entrega de su existencia por un ideario. Hoy no, hoy la gente no entrega ni su tiempo por un ideario. Hoy te dicen: espera que termine con la computadora y después te atiendo.


“Están todos subordinados al consumo, hay un mercantilismo capitalista hoy en el universo y está todo manejado por la electrónica. El ser humano ha distraído lo que es un enfoque ideológico.” Mientras Alberto habla todo alrededor es silencio. Sus perros dejan de ladrar, los pájaros se posan los árboles y no cantan y las personas lo escuchan atentamente. Su sabiduría acapara la atención.
Hace veinte años, desde que regresó de Chile, cada último domingo del mes se reúnen en su casa unas cuarenta personas en lo que él denomina un encuentro social. Básicamente es lo mismo que hacen sus perros y los pájaros, se juntan a escucharlo y aprender. “Es una dinámica colectiva, una interacción a partir de un tema que es el detonante”, explica aunque aclara que hay temas que no se abordan: “Filosofía, religión, política y fútbol no se tocan”.
Alberto es muy consciente del poder de la palabra y sabe que es útil para alcanzar un estado elevado de consciencia, pero también sabe que ese poder puede ser también irse hacia la oscuridad. “Con la palabra podemos salvar a alguien pero también lo podemos matar. Si tú estás en un estado de angustia y yo te refuerzo la necesidad de la vida con la palabra, tú sales airoso a vivir. Pero también puede pasar que si estás deprimido y te digo suicídate porque eres una cagada, quizás sales y te matas”, dice mientras se acerca a la mesa hecha con troncos para tomar un té que le sirve Lupe en una taza de Condorito con los colores de la bandera chilena.
La noche empieza a caer y antes de dormir se hará algunas inhalaciones con un tubo de oxígeno como todas las noches y como lo hizo un rato antes de la entrevista porque como él mismo explica: ya no tiene pulmones. “Nunca salgo porque quiero estar siempre con el oxígeno cerca. No es que tenga miedo, soy precavido. Amo la vida, gozo como chancho. Madrugo para gozar, jamás estuve deprimido. Gozo mirando una hoja, un insecto, el fuego. Yo quiero vivir toda la vida y para eso hay que cuidarse”. Antes de saludar, Alberto recuerda que las puertas de su casa siempre estarán abiertas y se despide bromeando. “Ahora llegó el momento del pago, tienen que ponerse”, dice y suelta la carcajada. Alberto contagia, enseña y sonríe siempre, a pesar de todo.



"Pupila de águila" en dúo con Violeta Parra.



sábado, 28 de agosto de 2021

28 de agosto de 1879 La derrota de Cetshwayo


La defensa de Rorke's Drift, por Alphonse de Neuville (1880).

  • El 28 de agosto de 1879, Cetshwayo, el último rey zulú, es capturado por los británicos.




La guerra anglo-zulú enfrentó a los británicos y a los zulúes (1879). Desencadenada por motivos varios, fue un hito del colonialismo en la región y acabó la independencia de la nación zulú. La lucha fue encarnizada con duras y sangrientas batallas.

Su último rey independiente, Cetshwayo, lideró la llamada guerra Zulú contra los británicos que buscaban ampliar sus intereses en la zona. A pesar de poder detenerlos al principio las tropas coloniales británicas le pudieron derrotar más tarde en la decisiva batalla de Ulundi. Acabaron así con la independencia de los zulúes y el territorio pasó a ser luego una posesión británica.



Cetshwayo kaMpande (c. 1826-8 de febrero de 1884) fue el rey del pueblo zulú desde 1872 hasta 1879, así como su líder en la guerra anglo-zulú. Su nombre también puede ser transliterado como Cetawayo, Cetewayo, Cetywajo y Ketchwayo.


Cetshwayo nació en el seno de la familia real zulú. Su padre, Mpande, fue su predecesor, y su tío Shaka también fue rey. Su madre fue la reina Ngqumbazi. En 1856 derrotó y mató en una batalla a su hermano menor Mbulazi (o Mbuyazi), hasta ese momento el favorito de su padre para la sucesión. Cetshwayo ascendió al trono cuando su progenitor falleció en 1873.
En 1879 los británicos bajo el mando de Frederic Thesiger, Lord Chelmsford, invadieron Zululandia y, aunque pudo hacerles frente por un tiempo, fue derrotado en el mismo año en la batalla de Ulundi y hecho prisionero. Su captura también fue el fin de su reinado.
Una vez prisionero se le envió al exilio. Más tarde se le permitió viajar a Londres y conocer a la reina Victoria, quien le permitió regresar a Sudáfrica para gobernar una parte de su antiguo reino en 1883, aunque no le permitieron tener un ejército y además tenía que ceder parte de su territorio a otro zulú. Eso llevó a enfrentamientos con él, por lo que tuvo que retirarse a Eshowe con su hijo Dinizulu, donde murió el año siguiente.
Su hijo Dinizulu, también heredero al trono de su padre, se proclamó luego rey el 20 de mayo de 1884 con apoyo de mercenarios bóeres.




La defensa de Rorke's Drift, 1880, óleo de Elizabeth Thompsoncastillo de Windsor.


lunes, 23 de agosto de 2021

23 de agosto de 1991: Cierra el diario Pravda

Pravda (en ruso Правда, significado "la verdad") es el nombre de un periódico fundado en la antigua Unión Soviética, que fue la publicación oficial del Partido Comunista entre 1918 y 1991. Durante la época soviética se convirtió en una de las publicaciones más destacadas, cuyo contenido tocaba temas como ciencia, política, cultura y economía. En los países occidentales se hizo muy famoso por sus declaraciones durante la Guerra Fría.


En 1991 el presidente ruso Boris Yeltsin vendió el diario a un grupo empresarial griego, entrando Pravda en un período de decadencia y división de la redacción. Sin embargo, en 1997 el Partido Comunista de la Federación Rusa adquirió el diario y lo relanzó como su órgano oficial, aunque con una tirada sensiblemente menor a la de la época soviética.




domingo, 15 de agosto de 2021

15 de agosto de 1963: Primera presentación The High & Bass


El 15 de agosto de 1963, en Chile, el conjunto The High & Bass (conocidos más adelante como Los Jaivas) hacen su primera presentación en vivo en el Teatro Municipal de Viña del Mar.


Los Jaivas es una banda chilena de rock, destacada por la combinación de rock psicodélico y rock progresivo con instrumentos y ritmos folclóricos latinoamericanos, especialmente andinos. El grupo se formó en Viña del Mar (Región de Valparaíso, Chile) en 19632​ y está actualmente activo. Se les ha considerado a menudo como "una de las bandas más importantes e influyentes de Chile y de Sudamérica".

Tienen muchos premios, Premio Figura Tradicional Chilena, Premio Nacional de Cultura (1963), Premio Nacional de Música (2004), Premio al Mérito Artístico y Cultural Pablo Neruda entregado por el Ministerio de Cultura y el Premio Presidente de la República (2003) en la categoría Música Popular. En su más de medio siglo de actividad musical ininterrumpida, Los Jaivas se han caracterizado por la exploración y fusión de diferentes estilos, desde la música tropical de sus inicios, siguiendo con el rock progresivo, pasando por la improvisación al estilo del avant garde y el jazz, el rock clásico, la música andina y la fusión latinoamericana. Durante su trayectoria, además de componer, arreglar e interpretar un gran número de temas propios, han musicalizado obras del Premio Nobel Pablo Neruda y arreglado e interpretado composiciones de creadores como Violeta Parra y Osvaldo Rodríguez.


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