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domingo, 11 de agosto de 2024

El Cristo de San Juan de la Cruz, de Salvador Dalí

Cristo de San Juan de la Cruz (1951)

San Juan de la Cruz, místico y poeta del siglo XVI, vivió su propia transformación espiritual en una noche dedicada a la oración. Durante ese momento de profunda reflexión, experimentó una revelación que lo impactó de tal manera que sintió la necesidad de plasmarla en un dibujo. La imagen que emergió de su experiencia espiritual fue la de un Cristo crucificado, una representación que capturaba la esencia del sufrimiento y la redención, marcando un hito en la tradición mística cristiana.

FUENTE

Siglos más tarde, el icónico surrealista Salvador Dalí se encontró con el humilde dibujo de San Juan de la Cruz y, en ese instante, se vio atravesado por una profunda influencia. En medio de su propia búsqueda mística, Dalí soñó con una interpretación que se alejaba de la iconografía habitual del Cristo. En su visión, Cristo no presentaba heridas ni clavos, sino que era una manifestación pura de la belleza metafísica, un Dios que trasciende el dolor humano.

Dalí, en su obra “Cristo de San Juan de la Cruz”, realizó una ruptura con las representaciones tradicionales de la crucifixión. La figura de Jesús aparece contra un fondo negro, despojándose de todos los signos asociados con la Pasión, lo que brinda al espectador una nueva perspectiva sobre la divinidad. La cabeza de Cristo se inclina hacia abajo, ocultando su rostro y, con ello, despojándolo de la melena típica y de la corona de espinas. Esta elección estética y simbólica parece sugerir que la esencia divina de Cristo va más allá de su sufrimiento físico.


El paisaje que se despliega en la parte inferior del cuadro, la bahía de Port Lligat, se presenta como un lugar de paz en contraste con la representación de la cruz iluminada. La luz que emana de la cruz atraviesa el cielo oscuro, creando una separación entre lo celestial y lo terrenal. Esta visualización del cielo bajo la mirada del espectador no solo intensifica el dramatismo de la obra, sino que también invita a reflexionar sobre la distancia y la conexión entre lo divino y lo humano.

Dalí utiliza en esta obra una técnica de “fotorealismo”, donde los detalles más ínfimos encuentran su expresión a través de una pincelada tan fina que prácticamente se vuelve invisible. Este cuidado en los detalles refuerza el mensaje que el artista desea transmitir: la intención de representar la belleza de Cristo por encima de su sufrimiento. Como el propio Dalí afirmaba, "mi principal preocupación era pintar a un Cristo bello, como el mismo Dios que él encarna", enfatizando así su deseo de elevar la figura de Cristo a un plano de trascendencia estética.

En conclusión, la intersección de las visiones místicas de San Juan de la Cruz y Salvador Dalí nos invita a contemplar la figura de Cristo desde una nueva óptica. Mientras que San Juan de la Cruz encarna la espiritualidad ligada al sufrimiento y la redención, Dalí nos ofrece una representación que destaca la belleza y la divinidad. Ambos artistas, a través de sus respectivas experiencias, nos han legado una profunda reflexión sobre la naturaleza del misticismo y su capacidad para revelarnos aspectos fundamentales de la condición humana y la divinidad.



El arte contemporáneo ha sido testigo de una serie de transformaciones que han desafiado las convenciones tradicionales y han invitado a la reflexión sobre la naturaleza del ser humano y su relación con lo divino. Entre las obras que encapsulan este diálogo se encuentra "El Cristo de San Juan de la Cruz" (1951) de Salvador Dalí, un lienzo que no solo destaca por su singularidad estética, sino también por su profunda carga simbólica y espiritual.


Esta obra, que se encuentra en la colección de la Galería de Arte de Glasgow, es un fascinante ejemplo de la interacción entre el surrealismo y la espiritualidad. En ella, Dalí representa a Cristo crucificado, pero lo hace desde una perspectiva que rompe con la representación tradicional de la crucifixión. La figura de Jesús se alza en el espacio, en una composición que parece flotar en un vacío celestial, desafiando las leyes terrestres de la gravedad y la proporción. Este enfoque no solo provoca un impacto visual inmediato, sino que también invita al espectador a meditar sobre la trascendencia del sacrificio cristiano.


Uno de los aspectos más notables de "El Cristo de San Juan de la Cruz" es su composición geométrica. La cruz y el cuerpo de Cristo se sitúan en el centro de la obra, de tal manera que el fondo parece estar estructurado en torno a ellos. Las líneas diagonales y la perspectiva inusual crean una sensación de profundidad que sugiere el infinito y la omnipresencia divina. Tal composición es un reflejo de la influencia del pensamiento científico y filosófico de la época, además de una representación de la búsqueda del sentido más allá de lo material.


La paleta de colores empleada por Dalí es igualmente significativa. Predominan los tonos oscuros y el contraste entre la luz y la sombra, lo que acentúa la tragedia del sacrificio. El uso de la luz, que baña la figura de Cristo, simboliza la esperanza y la redención, mientras que las sombras profundas evocan el sufrimiento y la desesperación. Esta dualidad da vida a un diálogo interno que resuena en el corazón del espectador, propiciando una reflexión sobre el dolor y la gloria en la experiencia humana.


Además, la inclusión del paisaje brutalmente realista en el fondo de la obra contrasta marcadamente con la atmósfera etérea que rodea a Cristo. Esta tensión entre lo real y lo espiritual sugiere la interconexión entre lo divino y lo terrenal, planteando preguntas sobre el papel del ser humano en el cosmos y su relación con lo sagrado. Para Dalí, quien era un ferviente lector de textos religiosos y filosóficos, la obra representa un intento de reconciliar su propia búsqueda espiritual con la expresión artística.

"El Cristo de San Juan de la Cruz" es más que un simple retrato religioso; es un testimonio de la visión única de Salvador Dalí y su capacidad para trascender los límites del surrealismo. A través de esta obra, el espectador no solo es invitado a contemplar la figura de Cristo, sino también a reflexionar sobre el amor, el sacrificio y la redención inherentes a la experiencia humana. La obra se convierte así en un puente entre lo divino y lo humano, un recordatorio de que el arte puede, efectivamente, ser una vía hacia la comprensión de lo trascendental.



Análisis de la obra


El espectador es un sujeto activo que está llamado a interactuar con el objeto plástico, necesita desplegar su conocimiento para descubrir las relaciones y significados que la obra reúne, sus lenguajes implícitos y explícitos, sus niveles de simbolización y la forma como éstos de conectan con el mundo de las representaciones culturales. El arte moderno exige una mirada compleja y completa, desde diferentes aristas. Exige al espectador un bagaje cultural para desentrañar aquello que el artista quiere plasmar.
En 1951 Salvador Dalí realizaba una obra famosa por su perspectiva y maestría técnica: El Cristo de San Juan de la Cruz. Obra que para comprenderla en su totalidad se necesita de ciertos conocimientos, que incluso para el español promedio de la época en que fue hecha no le eran del todo dominados.
En los años 40  (justo al inicio del régimen franquista) El pintor tiene una nueva etapa en su obra: la Mística-Clásica, donde el tema religioso será fundamental para Dalí, es aquí donde hace su obra mas profunda, simbólica y controversial.
La pintura que analizamos muestra a Jesús crucificado, tomado en perspectiva y visto desde arriba, cuya cabeza, mirando hacia abajo, es el punto central de la obra. La parte inferior del cuadro es un paisaje apacible, formado por la bahía de Port Lligat. Abajo a la derecha, dos pescadores se afanan en el pequeño puerto. Ambos inspirados en una pintura de Le Nain. Entre el crucificado y la bahía se interponen unas nubes de tonos místicos y misteriosos, iluminadas por el resplandor que emana de la cruz y de Cristo. La obra simboliza al Cristo Redentor. El fuerte claroscuro sirve para resaltar la figura de Jesús y provocar un efecto dramático.
Cristo es representado de forma humana y sencilla. Tiene el pelo corto, muy distinto a las representaciones clásicas de Jesús con el pelo largo, y tiene una posición relajada. El letrero en la parte superior de la cruz donde se dice que se colocaron las iniciales INRI, está representado con una hoja de papel pequeña y doblada. Dalí utilizó un trapecista profesional como modelo para pintar a Cristo. Cabe señalar que Cristo no está herido ni está clavado a la cruz; no hay llagas ni heridas ni mucho menos sangre. Parece que flota junto a la cruz.
Es un Cristo que llegaba al corazón de los hombres por medio de la belleza y no del sufrimiento, recurso habitual de la pintura religiosa .



Al exponerse en la galería Lefevre de Londres, en 1951, el cuadro fue criticado por quienes lo consideran falto de sentimiento religioso. Sin embargo, su alejamiento de la iconografía mas convencional, sumado a la humanidad con que se inviste a Cristo, convierten esta pintura en una de las mas admiradas de Dalí.
Esta incomprensión de la critica solo mostraba la ignorancia sobre las referencias de la obra, esa falta de sentimiento religioso que alegaban estaba muy alejado de la realidad, pues Dalí basa esta obra en el único dibujo conservado salido de los dedos del más importante de los santos y místicos españoles: San Juan de la Cruz.
San Juan de la Cruz (1542-1591) poeta y místico del siglo de oro español y primer Carmelita Descalzo, bajo la dirección de Santa Teresa de Jesús. Sus escritos son considerados como joya y misterio para  la espiritualidad cristiana. Su experiencia espiritual de un romanticismo y desolación impresionante lo hacen único. De esta experiencia se desprende un pequeño dibujo de Cristo Crucificado (su tamaño original es de 57×47 mm.) que San Juan elaboró durante su estancia como confesor en el Convento de la Encarnación de Ávila.
Es un dibujo único y genial que representa la imagen de Cristo muerto en la cruz, sus miembros descoyuntados, con las manos rasgadas en la abertura de los clavos por el peso del cuerpo inerte que cae hacia adelante, como desplomándose; la cabeza abatida sobre el pecho, lo que hace que el rostro apenas sea visible; la cintura, estrechísima, y las piernas encogidas por el peso del cuerpo que ya no pueden sostener. Y todo ello visto de lado, en escorzo, en perspectiva cónica oblicua, desde un punto de mira que está situado en el ángulo superior derecho, y que es, sin duda, lo más llamativo y original del dibujo, pues esa perspectiva oblicua, ese punto de vista obliga al pintor a romper los cánones de la estética y dar a la imagen escorzada unas nuevas proporciones.
La metáfora que encierra tanto la imagen original como la de Dalí es la misma (poco podría cambiar el sentido cuando Dalí se sentía la reencarnación del místico carmelita) lo cual habla de un buen estudio de las obras del Santo por parte del pintor surrealista.
La escena, que nos recuerda a Velázquez, es toda una referencia a la “Noche Oscura” de San Juan de la Cruz. Cristo colgado del madero, en esa soledad y en esa desnudez es camino y caminante en ese proceso espiritual de humanizar lo divino y divinizar lo humano.
El simbolismo que expresa la posición desde donde se contempla la escena es de un profundo contenido teológico y místico, expresa el profundo dolor del Padre ante el sufrimiento del Hijo («de mí se olvide mi diestra, / que es lo que en ti más amaba» Romance sobre el Salmo: Super flumina Babilonis, San Juan de la Cruz.), pero al mismo tiempo el cumplimiento de lo que estaba ya dispuesto para la unión del cielo y la tierra, es por ello que el espectador puede adentrarse a la casa del Padre y desde ahí ver al culpable de su glorificación.
El artista nos presenta una obra de rico contenido, donde el espectador debe ser capaz de leer todo el simbolismo que en ella habita so pena de parecernos a los críticos que desconociendo toda referencia la descalificaron.
Esta obra es solo un ejemplo de la compleja relación obra – espectador que cada día nos exige mayores conocimientos y bagajes culturales para saber leerla, entenderla y criticarla.


El Cristo se lo compró a Dalí directamente el director del Museo de Kelvingrove. en Glasgow, Tom Honeyman, por 8.200 libras (unos 9.000 euros), un empeño (por el que fue criticado) que admiró al español y produjo una amistad de por vida entre ambos. (F)

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