La primera versión de "La isla de los muertos", de Arnold Böcklin, en el Kunstmuseum de Basilea.
La obra simbolista del suizo Arnold Böcklin tuvo seis versiones, de las cuales 5 sobreviven. Fue una pieza popular de su época y despertó la admiración de pintores, músicos, cineastas, políticos y dictadores.
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Una barca se acerca a una isla. Una figura fantasmagórica protagoniza la escena, de pie, como esperando el instante de poner el pie en ella y así alcanzar el tan deseado destino: el final del trayecto. A grandes rasgos eso es lo que se observa en La isla de los muertos, la obra más emblemática del suizo Arnold Böcklin, de quien hoy se cumplen 122 años de su fallecimiento.
Nacido en 1827, en Basilea, Böcklin comenzó su carrera como paisajista, lo que a priori no estaría muy alejado en esta obra, aunque su gran marca la realizó en el simbolismo, movimiento que tuvo una profunda influencia en el surrealismo. Y en su caso, la huella de su legado puede verse en otros grandes artistas, así como en el cine y otros productos de la cultura popular.
Sus trabajos, con un fuerte arraigo en lo mitológico y alegórico, poseen una lugubridad asfixiante, pero a la vez expectante. Tuvo el enorme talento de generar en sus escenas una atención latente, como cuando en la pantalla grande (o la chica, en estos tiempos de streaming), durante un instante, el cuerpo y la mente pierden la sensación de terrenalidad, se vuelven etéreos. Uno es eso que sucede.
La segunda versión se encuentra en el Met de Nueva York
Viajó, estudió y pintó en Múnich, Bruselas, Amberes, Roma, París, básicamente la mayoría de los grandes centros artísticos de la época y de estas experiencias tomó, por ejemplo, el cuerpo arquitectónico del renacimiento y el concepto del romanticismo para aplicarlo en una obra donde la figura de la muerte es esencial, especialmente a partir de 1870.
De acuerdo a sus biógrafos, fue su propia vida privada la que determinó que La Parca fuese la protagonista, directa o no, de gran parte de su trabajo. Böcklin perdió a 8 de sus 14 hijos, por lo que la pérdida era una presencia cotidiana.
Su autorreatrato junto a Sir Brian Tuke
Por ejemplo, en Autorretrato con la muerte tocando el violín (1872), de la Alte Nationalgalerie de Berlín, se puede ver a una calavera hablándole al oído, mientras toca un violín de una sola cuerda, lo que nos recuerda la fragilidad de la vida, pieza que recrea el retrato anónimo de Sir Brian Tuke (c.1540), quien fuera secretario de Enrique VIII, y a la que vio en persona durante su paso por Múnich. De acuerdo a Alma Mahler, esposa Gustav Mahler, el compositor estaba “bajo el hechizo” del autorretrato de Böcklin cuando escribió el movimiento scherzo de su Cuarta Sinfonía.
Pero esta no es la única obra del artista que causó admiración (y obsesión). El caso de La isla de los muertos es bastante paradigmático. Como simbolista nunca explicó el sentido de su pintura, cómo deseaba que sea entendida, y le puso el nombre La isla tumba (Die Gräberinsel), aunque la serie tomó su nominación actural del marchante Fritz Gurlitt, en 1883.
En su lectura clásica, la barca posee a Caronte en los remos, el barquero que en la mitología clásica conducía a las almas al Hades. La figura de pie, por su parte, es el alma que a su vez acompaña a su cuerpo, en el ataúd también blanco. Por su parte, en la isla dominan los cipreses, asociados tradicionalmente a los cementerios y el luto, que a su vez se encuentran rodeados por acantilados escarpados.
Islas de Pontikonisi y San Jorge
En el ámbito de lo compositivo, los estudiosos aseguran que el paisaje es un mix entre Cementerio Inglés de Florencia, Italia, que quedaba cerca de su estudio y donde fue enterrada una de sus hijas, y la capilla de la isla de Pontikonisi, en Corfú, Grecia, o la Isla de San Jorge, en Montenegro.
Böcklin realizó seis versiones de la obra, siendo la primera de 1880 a pedido de su mecenas, Alexander Günther, aunque nunca la entregó y por eso hoy se encuentra en el Bellas Artes de Basilea. Aquel año, fue vistiado en su casa atelier por Marie Berna, entonces viuda de un importante financiero y luego esposa de un político. La mujer vio el trabajo en proceso y, de acuerdo a la historiografía, le encargó una versión que incluyese el ataúd y la figura femenina para recordar a su fallecido esposo. Esa obra que hoy se encuentra en el Met de Nueva York.
Fotografía de la cuarta versión, que fue destruida en Róterdam durante la Segunda Guerra Mundial
Luego, el artista agregaría este detalle a la original (aunque hay una discución sobre cuál es la primera, si la de Basilea o la de NY) y posteriormente la recrearía en las otras versiones que se localizan en museos de Berlín, Leipzig y San Petersburgo. Durante la Segunda Guerra, la cuarta versión fue destruida por los bombardeos a Róterdam, Países Bajos.
El trabajo de Arnold Böcklin tuvo una gran influencia sobre surrealistas como Salvador Dalí (Patio oeste de la Isla de los muertos y El caballero de la muerte, 1934, entre otras), Max Ernst (El ojo del silencio, 1944) y el metafísico Giorgio de Chirico, quien dijo “cada una de las obras de Böcklin es un shock”. Marcel Duchamp lo llamó su pintor favorito, aunque se considera que fue en un acto de ironía. Aunque también pueden encontrarse homenajes en obras del simbolista alemán Max Klinger (La fantasía de Brahms, 1894) o mucho más acá en el tiempo Vladimir Kush (Caballo violeta en Chartres, 2005); Antonio Nunziante (Visión, 1995). Y la lista sigue.
H. R. Giger, artista gráfico y escultor suizo, reconocido por crear el universo estético de la saga fílmica de Alien también se encuentra entre sus admiradores y realizó obras en su honor e incluso se puede ver esta admiración de manera directa en Alien: covenant (2017) de Ridley Scott. Si nos vamos mucho más atrás en la historia del cine, la Isla de la Calavera de la King Kong de 1933 llevó la estética a la gran pantalla. En el campo de la música, el compositor ruso Serguéi Rajmáninov, uno de los pianistas más influyentes del siglo XX, realizó un poema sinfónico de 20 minutos inspirado por el cuadro.
De "King Kong" y "Alien: convenant"
La lista de artistas que fueron influenciados por la obra podría extenderse, desde cómics a series de Netflix, de literatura a música contemporánea, la figura de la barca, de la isla, reaparecen una y otra vez en la cultura popular. Y si hablamos de admiradores de la pintura no se puede dejar de lado que Sigmund Freud, padre del psicoanálisis; Georges Clemenceau, ex primer ministro y jefe de gobierno francés, y el líder comunista ruso Vladimir Lenín, tuvieron una reproducción de la obra en sus estudios.
Pero sí hubo alguien que pudo tener un original: Adolf Hitler. En 1933, el líder nazi que había sido nombrado canciller de Alemania, se quedó con la tercera versión de la obra durante una venta.
La tercera versión, de 1883, tuvo a Hitler como su dueño y hoy se encuentra en Berlín
Amante del arte clásico, Hitler detestaba todo lo moderno y Böcklin fue uno de sus pintores favoritos ya que llegó a tener al menos once obras suyas, entre pinturas y dibujos. En el caso de La Isla de la Muerte, la ubicó en un principio en los muros del Berghof en Obersalzberg, y más tarde en la Nueva Cancillería de Berlín. Finalizada la Segunda Guerra, la obra desapareció para regresar en 1979, cuando pasó a formar parte de la Alte Nationalgalerie de Berlín, donde hoy se encuentra.
La quinta versión de la isla, de 1901, fue realizada en colaboración con su hijo, Carlo Böcklin, se encuentra en el Hermitage, San Petersburgo, Rusia
Pero no podemos decir que esta pintura de Böcklin enamorase solo a políticos, intelectuales, artistas o dictadores, ya que, citando a Vladimir Nabokov, padre de Lolita, “todas las casas de Berlín tenían una copia colgada entre sus cuatro paredes”. Y es que la pieza del suizo nos conecta con una parte inevitable de la vida, su final, y por ende es una obra que nos mantiene suspendidos en el tiempo, nos recuerda que si podemos apreciarla es porque el momento no ha llegado, y que lo que nos espera más allá, si tal cosa existe, no es más que un enorme misterio.
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