.

martes, 30 de mayo de 2023

Historia de la piratería (5)

                                                                                        
"La historia de la piratería" fue una publicación de la revista Mampato en 1969. Ilustrada magistralmente por Themo Lobos.
                                                                                        


El último caballero corsario

A la muerte de Isabel 1 de Inglaterra, su sucesor Jacobo I firma un tratado de paz con su antigua rival España, en 1604, y se niega a conceder más patentes de corsarios. La víctima más importante de este cambio de política fue el gran navegante, poeta, barón y favorito de la reina Sir Walter Raleigh.
Este había gastado casi toda su fortuna en implantar una colonia inglesa en Norteamérica a la cual llamó Virginia. Sin embargo, todos estos méritos no le valieron de nada cuando Jacobo I, valiéndose de falsas acusaciones, ordenó encarcelarlo. Finalmente, el imbatible corsario de la época de oro de la piratería inglesa es condenado ser decapitado.



Mujeres piratas

La aventurera muchacha irlandesa Anne Benney emigró a América donde se encontró con el rico y joven pirata “Calico Jack” Rackham. Juntos recorrieron el Mar Caribe, asesinando y saqueando. Así fue como Anne se convirtió en una degolladora tan experta como cualquier otro pirata y fue ella, junto con su amiga Mary Read, quiénes pelearon más valientemente contra los soldados que capturaron a “Calico Jack” en 1720.
Por ser mujer, Anne se libró de la horca y en el día de la ejecución, le permitieron ver por última vez al pirata, lo que no fue ningún consuelo para él, ya que ella con todo desprecio le dijo: “si hubieses peleado como hombre, no habría sido colgado como un perro”.


Mary Read, disfrazada de hombre se alistó y peleó valientemente en contra los soldados que capturaron a “Calico Jack” en 1720.

La aventurera Mary

Mary Read disfrazada de hombre se alistó y peleó valientemente en un regimiento de caballería, hasta que se enamoró de un compañero de armas. Se casaron y abrieron una hostería. Pero cuando su marido murió. Mary se embarcó como marino en un velero que iba a las Antillas.
El barco fue abordado por “Calico Jack”, quien la aceptó como un tripulante más. Fue capturada con el resto de los hombres de Rackham en 1720 y terminó sus días en prisión, junto con su amiga Anne Bonney. Triste fin para estas dos aventureras muchachas.




Pierre Legrand

Este bucanero se hizo famoso al capturar a un gran galeón español con sólo un bote y un puñado de hombres. Legrand y sus 28 hombres andaban perdidos en una pequeña goleta. Después de varias semanas de navegación avistaron un poderoso galeón español. El capitán convenció a su tripulación que era mejor morir de una vez en una batalla que agonizar lentamente, así fue como decidieron apoderarse del navío o morir en el intento. Durante la noche, el bote se acercó el galeón y los bucaneros se dejaron caer silenciosamente sobre los centinelas. A los oficiales los sorprendieron jugando a los naipes y el resto de la tripulación estaba dormida. Toda resistencia fue inútil. El enorme galeón pasó a poder de Legrand y contenía suficiente oro como para convertirlos a todos en hombres ricos por el resto de sus vidas. Legrand fue el único pirata que tuvo la suficiente inteligencia para abandonar el juego después de un golpe tan afortunado. Regresó a Francia y pasó de resto de sus días como un rico y respetado ciudadano.



El negrero Lafitte

A principio de siglo XIX, los grandes corsarios como Drake y los indómitos piratas como Barbarroja habían desaparecido. Los que surcaban los mares en esta época eran simples y sanguinarios ladrones como Sharp y el capitán Gilbert. Sólo un hombre se destacó: el francés Jean Lafitte, quién instaló su cuartel general en Nuevo Orleans, estado norteamericano, pero habitado por una gran mayoría de franceses. Desde allí dirigió las maniobras de su poderosa flota, dedicándose principalmente al contrabando y el tráfico de esclavos.
Clairbone, el nuevo gobernador del estado, decidido terminar con la Lafitte, lanzó una proclama ofreciendo $500 por su cabeza, pero el pirata tenía muchos amigos influyentes y contestó ofreciendo con todo desplante $5000 por la cabeza del gobernador.
En 1812 estalló la guerra entre Estados Unidos e Inglaterra y el comandante británico prometió una gran fortuna a Lafitte a cambio de sus servicios, pero el pirata se sentía más norteamericano que europeo y ofreció su ayuda al general Jackson. Dos años después se firmaba la paz entre ambas naciones y Jackson condecoró y perdono el pasado poco glorioso de Lafitte. Pero la vida tranquila no estaba de acuerdo con un heredero de los antiguos filibusteros. Un día se hizo nuevamente a la mar con su barco y nunca más se supo de él.



Ocaso de la piratería

Cuando las colonias latinas se rebelaron contra España, contrataron barcos extranjeros para atacar los navíos hispanos, pero pronto la acción se transformó en simple piratería. La situación fue aprovechada tanto para saquear a las colonias como a sus enemigos. Pero hubo una excepción entre 1837 y 1839, un corsario italiano se mantuvo fiel al Estado de Río Grande del Sur, el cual se había rebelado contra el emperador Pedro II de Brasil. El pirata se llamaba Giuseppe Garibaldi, quién regresaría más tarde a Italia para luchar por la unificación de su patria. Así como moría la piratería en el Atlántico, resurgía poderosa en el archipiélago malayo. Las colonias inglesas y holandesas habían logrado dominar la piratería árabe e hindú, pero no a los feroces malayos, quienes sembraban el terror en todas las colonias europeas de Sumatra, Sarawak, Célebes y las Filipinas.



El rajá blanco

Solamente en 1849, con James Brooke, la guerra entre los piratas y las colonias europeas se inclina a favor de estas últimas. Brooke se dedicó a exterminar implacablemente a los piratas malayos. En 1844 comenzó una lucha sin cuartel contra ellos logrando penetrar en Sarawak, el principal refugio de los malayos en las costas de Borneo.
Destruyendo sus fortines, incendiando sus naves y aldeas, cortando cabezas a diestra y siniestra, fue aniquilándolos sistemáticamente. Después de todo, el trabajo le convenía bastante, porque el gobierno inglés le pagaba por cada cabeza de pirata. Cuando el triunfo fue decisivo recibió el título de “El Rajá Blanco” de Sarawak y como tal aparece en las novelas de Salgari: es el odiado perseguidor del héroe Sandokán.



Madame Ching

La piratería china es tan antigua como su civilización y en aquel escenario se destacó un extraño personaje: Madame Ching hizo su aparición en 1807 y al mando de 500 sampanes, armados con 25 cañones, esta mujer pirata derrotó cuatro expediciones imperiales encargadas de capturarla. Finalmente, el almirante del Celeste Imperio, no pudiendo resistir la humillación de ser tomado prisionero por una mujer, se suicidó.
En 1843, termina la llamada “guerra del opio”, Inglaterra tomó posesión de Hong Kong, siendo los piratas los más perjudicados ya que se dedicaban principalmente al contrabando de esta droga. En represalia se apoderaron de un importante funcionario británico, le cortaron las orejas y pidieron una elevada suma de rescate. Eliminar por completo la piratería de los mares de la China fue posible en este siglo.


El Águila del Mar

Fue necesario que transcurriese casi un siglo para que volviera a aparecer en el Atlántico un barco corsario: fue el “Águila del Mar” al mando del conde Von Luckner.
Durante la Primera Guerra Mundial, el almirantazgo alemán decidió utilizar un velero, capturado de los ingleses, como nave corsaria. Le instalaron un motor de mil caballos de fuerza, dos cañones perfectamente camuflados y pusieron paredes dobles para ocultar las armas y los uniformes de la tripulación.
El 21 de diciembre de 1916, “El Águila del Mar” partió haciéndose pasar por un velero de carga noruego. A bordo, desde los mapas hasta los libros eran noruegos y 23 de los 64 tripulantes hablaban el idioma. Todas estas precauciones eran necesarias para pasar la revisión a que la nave sería sometida al encontrarse con los barcos enemigos que bloqueaban el Atlántico.
Los marinos ingleses fueron recibidos a bordo de “El Águila del Mar” por un bonachón capitán mascando tabaco, como todo buen lobo de mar, y por su esposa, un grumete disfrazado de mujer que simulaba dolor de muela para que no le notaran una voz demasiado ronca para una señora.
Así fue como “El Águila del Mar” pasó sin ninguna dificultad el bloqueo e inició su carrera como velero corsario. En dos meses, los piratas alemanes habían hundido varios barcos mercantes, se habían apoderado de 11 mil cajones de champagne francés y de 500 botellas del mejor coñac.


Un corsario pacífico

“El Águila del Mar” tomaba por sorpresa a sus víctimas, porque nadie se imaginaba que ese velero de aspecto inofensivo fuese una nave pirata. Los barcos eran hundidos con toda su carga después de haber trasladado los alimentos y su tripulación a bordo. Allí los prisioneros recibían el mismo trato que los marinos alemanes y von Luckner invitaba a los oficiales a cenar con él. Un día el conde capturó una nave, pero esta vez no lo hundió, sino que embarcó en ella a todos sus “invitados” norteamericanos ingleses y franceses para dejarlos en libertad. Tres “hurras” saludaron a “El Águila del Mar” mientras se alejaba.
A pesar de que el corsario pertenecía una aristocrática familia, en su juventud fue un trotamundos. Era apenas un muchacho cuando se arrancó de la casa para embarcarse como mozo en un velero ruso donde trabajó limpiando letrinas.
A los 17 años se encontraba en Australia como cazador de canguros. Después de haber sido guardián del faro, faquir, pescador y náufrago, regresó a su patria para enrolarse en la marina. Tenía entonces 20 años. Gracias a su actuación a principios de la guerra, fue ascendido rápidamente y un día fue a saludar a sus padres, quienes lo creían muerto, hacía mucho tiempo.
Después de haber hundido varios barcos en la ruta de San Francisco a Australia, la tripulación comenzó a enfermarse de escorbuto, debido a la falta de alimentos frescos y Luckner decidió desembarcar en la isla desierta de Mopelia, en julio de 1917. Mientras los marineros cazaban y recolectaban frutas, un maremoto destruyó a “El Águila del Mar”. El capitán y seis de sus hombres partieron en un frágil bote a motor y vela en busca de ayuda, pero cayeron en manos de los ingleses, quienes ofrecían fuerte recompensa por la captura del pirata.
Así fue como la tripulación de “El Águila del Mar” pasó el resto de la guerra en prisión, donde recibieron un trato especial, ya que se habían ganado el respeto de sus enemigos. Félix von Luckner fue un corsario muy especial, nunca ordenó dar muerte a nadie.


Los últimos corsarios

Durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes decidieron repetir la táctica que le diera tan buen resultado en el conflicto de 1914 y 1918. Varios barcos mercantes fueron especialmente acondicionados como naves corsarias y entre 1940 y 1943 estas unidades habían hundido 130 barcos enemigos y neutrales.
El récord entre ellos lo batió el carguero alemán “Atlantis”. Su tripulación estaba formada por 19 oficiales y 528 marineros, además el barco tenía a su disposición un hidroavión, 92 minas y 3 mil toneladas de nafta.
Después de 22 meses de exitoso recorrido, el capitán del “Atlantis”, Bernard Rogge, decidió que era hora de regresar a Alemania, pero durante el trayecto fue sorprendido por el crucero inglés “Devonshire” y la nave corsaria recibió ocho impactos y murieron varios tripulantes. El resto se salvó gracias a la ayuda de dos submarinos que se encontraban en las cercanías. Una vez en su patria reanudó su carrera en la marina y dos años después fue nombrado vicealmirante de la flota alemana.




No hay comentarios:

Publicar un comentario