Por Rubén Reveco - Editor
En un lugar de Providencia de cuyo nombre no quiero saber nada vivía la familia Hidalgo hacinada en 80 metros cuadrados. Las autoridades del condado habían prohibido la salida de todos los pobladores ya que un enemigo poderoso e invisible estaba causando estragos en el sistema de salud y matando a miles de súbditos.
El jefe de familia era un adulto mayor a punto de cumplir 65 años. Estaba por jubilarse y expectante de disfrutar los beneficios de sus 40 años al servicio de la reina y su corte, quienes vivían todos juntos -pero no revueltos- en un hermoso oasis. Sólo en ese momento el señor Hidalgo podría dedicarse sin distracciones a su afición preferida: leer historietas, en especial de superhéroes, dragones malvados y bellas e inocentes princesas dispuestas a reducir sus privilegios con tal de salvar el pellejo.
Pero las de superhéroes en ciudades maravillosas con muchos centros comerciales eran sus preferidas… Ingenioso él, tenía miles de revistas ordenadas por temas, autores y protagonistas. Su familia empezó a preocuparse por su salud mental cuando un día lo vio descender -con una capa sobre sus hombros y una inscripción improvisada que decía “Superantivirus”-.
Pero el confinamiento les imposibilitaba llevarlo al centro médico más cercano. No les quedaba más opción que esperar hasta que el implacable enemigo fuese derrotado. Por mientras, el señor Hidalgo leía y releía con renovado cuidado e interés sus historietas preferidas, casi sin detenerse.
También se lo podía ver a través de la ventana del segundo piso escudriñando la ciudad desolada, planeando estrategias macroeconómicas, haciendo cálculos que permitiesen evitar los gastos superfluos como el pago de horas extras… en fin, una terapia sistémica que evalúe al mal en su conjunto sin importar los daños colaterales.
Después de mucho tiempo de encierro obligado llegó el día (la noche, mejor dicho) y bajó subrepticio para no despertar a su familia que dormía amontonada y con los ojos hinchados de ver tantos matinales.
En la calle respiró profundo y su triste figura se alejó al encuentro del letal enemigo; por más microscópico que fuese había que exterminarlo. Por su propio honor, su reina y la Divina Providencia.