En la antigua Grecia se llamaba genéricamente "coloso" a la estatua de tamaño mucho mayor que el natural. Después pasó a designar por antonomasia a una gigantesca estatua de bronce que se levantó a la entrada de los dos puertos principales de la ciudad de Rodas.
El rey egipcio Tolomeo I Soter (360-283 a. de C.), antiguo general macedonio y amigo personal de Alejandro Magno, que se hizo cargo de la satrapía de Egipto a la muerte del conquistador, famoso además por haber hecho construir la Biblioteca de Alejandría, sitió infructuosamente la ciudad griega de Rodas. Para conmemorar el levantamiento del asedio, los habitantes de esta ciudad erigieron entre los años 292 y 280 a. de C. una colosal estatua consagrada a Apolo, el dios del cielo, y como tal, dios supremo de la ciudad, conocida como el Coloso de Rodas, que fue considerada como una de las Siete Maravillas de la Antigüedad.
El escultor Chares o Jares de Lindos diseñó un coloso desnudo de 36,6 metros de altura, con un diámetro torácico de 18,30 metros, construido con bloques de piedra con estructura interior de hierro, y recubierto con láminas de bronce. Contra lo que dicen algunas leyendas, se erigía sobre ambos pies juntos, situados sobre un promontorio que dominaba la entrada al puerto de la ciudad, y no a horcajadas de la bocana del puerto. En el año 224 a. de C., medio siglo después de ser levantada, cayó durante un terremoto. Sus ruinas permanecieron esparcidas por el suelo casi novecientos años, hasta que en el año 667 de nuestra era el califa Omar II, que había conquistado Rodas, vendió las 327 toneladas de cascotes y chatarra de la estatua derruida a un comerciante judío, que las trasladó a Alejandría a lomos de más de 900 camellos.