El primer explorador de América fue probablemente un cazador asiático que siguiendo la huella de los renos y caribúes, siempre más al norte, atravesó el Estrecho de Bering, que actualmente separa Liberia de Alaska. Esta extraordinaria aventura del cazador prehistórico ocurrió aproximadamente hace 20 mil años, durante la última Era Glacial. En aquellos remotos tiempos, Asia y América estaban unidas, y por el puente natural que existía entre ambos continentes cruzaron los futuros habitantes del “Nuevo Mundo”. Cuando Cristóbal Colón descubrió el continente americano en 1492, algunos de los descendientes de los cazadores asiáticos se habían convertidos en pueblos de una cultura que igualaba la del antiguo Egipto, en cambio otros, como las tribus de los apaches y de los navajos, recién se habían instalado en los territorios vastísimos de Arizona y Nueva México.
La conquista al galope
La fácil conquista de Tenochtitlán por Cortés con un sólo puñado de hombres se debió principalmente a los “perros grandes”, como llamaban los aztecas al caballo, un animal desconocido para ellos, pero que pronto se transformaría en una figura familiar. En la América Latina, el caballo facilitó la conquista española; en el territorio de los Estados Unidos, permitió a los pioneros aventurarse en las praderas y entre los indios provocó un gran cambio: las tribus agrícolas se transformaron en los bravos jinetes guerreros de la historia del Far West.
Españoles, franceses e ingleses llegaron a América del Norte con intenciones bien diversas y que determinaron su comportamiento con los indígenas. Los españoles buscaban oro y respetaban a los indios, siempre que éstos se mostrasen dispuestos a trabajar para ellos y a convertirse en cristianos. Los franceses se interesaban principalmente en el comercio de pieles, por ello sus relaciones con los cazadores pieles rojas eran más bien amistosas. En cambio, los ingleses se interesaban en la tierra y consideraban a los indios una especie de animales dañinos que había que exterminar cuanto antes.
El Dorado
A Ciudad de México llegó un día de marzo de 1536 un hombre barbudo y cubierto sólo con harapos. Se llamaba Álvaro Núñez, “Cabeza de Vaca” y aseguró haber visto algo fabuloso; una ciudad de oro gobernada por un indígena llamado El Dorado. El hidalgo Hernando de Soto, muy entusiasmado por el relato, partió hacia la Florida en busca del oro y la gloria que Pizarro había encontrado en Perú y Cortés en México, pero sólo halló unos pocos indios primitivos, que aprovechó de convertir al catolicismo y a declararlos súbditos del rey de España. Si los indios no obedecían o simplemente no entendían de qué se trataba todo el asunto, eran muertos sin piedad. Hernando de Soto fue el primer blanco que vio al “Padre de las Aguas”, el gran río Misisipi, y cuando murió, devorado por la fiebre y sin haber encontrado ni un gramo de oro, sus hombres lanzaron el cadáver al río, temiendo que si los indios descubrían que los “dioses blancos” también podían morir, los asesinaran a todos. Eliminando de esta manera el terrible peligro que podía cernirse sobre sus cabezas al llegar a descubrir el cadáver de su jefe.
Las potencias europeas habían instalado sus colonias en América del Norte, encontrándose bajo el dominio español la zona de Florida, Texas, Nuevo México y California; en el Canadá, los franceses tenían la colonia Nueva Francia y en Estados Unidos estaban los ingleses. Por supuesto que existía rivalidades entre estas posesiones y los blancos recurrían a la ayuda de los indígenas para hacerse la guerra. Por ejemplo, los indios iroqueses armados por los ingleses se convirtieron en el terror de los franceses. Por otro lado los conflictos europeos eran seguidos por una guerra entre las colonias. Si al rey Luis XIV se le ocurría pelear contra Inglaterra, en Norteamérica se agarraban las colonias francesas e inglesas. Cuatro fueron las guerras coloniales relacionadas con conflictos europeos, abarcando un período de casi un siglo, y, en todo este tiempo, no hubo ni un día de paz en la frontera, porque los indios continuaban asaltando y matando a los pioneros, hubiese guerra o no.
Eran apenas 102 los colonos que llegaron a Estados Unidos en noviembre de 1602, a bordo del “Maryflower”. Perseguidos por su religión en Inglaterra, habían partido de Plymouth en busca de un lugar para establecerse libremente y la Compañía de Virginia les otorgó la autorización para instalarse en Nueva Inglaterra. Durante los tres meses de trayecto, los llamados “padres peregrinos”, redactaron el Covenant, que fue la primera constitución norteamericana. Igual que su jefe, William Bradford, eran personas sencillas y de escasa cultura, algunos apenas sabían leer la Biblia, pero eran esforzados y trabajadores. En un comienzo, las privaciones fueron terribles y al término del primer invierno más de la mitad de los colonos había muerto. Sin embargo, ni la adversidad ni los indios lograron vencerlos. Luchando con la Biblia en una mano y el fusil en la otra, los peregrinos lograron implantar las bases de una próspera colonia en Massachussets y fundaron la ciudad de New Plymouth.
En 1769, buscando nuevos campos de caza, Daniel Boone llegó a Kentucky y lo definió como “un verdadero paraíso terrestre”. Una vez que el territorio fue declarado propiedad del estado, el explorador se convirtió en el guía de numerosas caravanas de pioneros. Pero el paraíso se transformó muy pronto en un sangriento infierno cuando centenares y centenares de colonos, entre ellos un hijo del propio Boone, fueron muertos por los feroces indios Shawnee. Vestido siempre con un traje de cuero, con un gorro de piel de castor y calzando mocasines indios, Daniel Boone fue uno de los primeros “frontiersmen”, hombres de la frontera, quienes gracias a su valentía y a su conocimiento de la naturaleza, fueron los que abrieron la peligrosa ruta seguida por los miles de colonos que poblaron el Oeste. Mientras Kentucky se convertía en una tierra "civilizada", llegó la hora para los pioneros y los exploradores de combatir en dos frentes: continuar la lucha con los pieles rojas y enfrentarse con los regimientos ingleses. La guerra de la independencia había comenzado.
Los padres peregrinos
Eran apenas 102 los colonos que llegaron a Estados Unidos en noviembre de 1602, a bordo del “Maryflower”. Perseguidos por su religión en Inglaterra, habían partido de Plymouth en busca de un lugar para establecerse libremente y la Compañía de Virginia les otorgó la autorización para instalarse en Nueva Inglaterra. Durante los tres meses de trayecto, los llamados “padres peregrinos”, redactaron el Covenant, que fue la primera constitución norteamericana. Igual que su jefe, William Bradford, eran personas sencillas y de escasa cultura, algunos apenas sabían leer la Biblia, pero eran esforzados y trabajadores. En un comienzo, las privaciones fueron terribles y al término del primer invierno más de la mitad de los colonos había muerto. Sin embargo, ni la adversidad ni los indios lograron vencerlos. Luchando con la Biblia en una mano y el fusil en la otra, los peregrinos lograron implantar las bases de una próspera colonia en Massachussets y fundaron la ciudad de New Plymouth.
Mosquetes y Tomahawks
Cuando los nuevos colonos se establecieron en Estados Unidos, la lucha entre blancos e indios se había igualado. La sorpresa que causaron las armas de fuego ya había pasado. Habituados a los sonoros disparos, comenzaron a presentar una fiera resistencia a los pioneros para retener su avance. Así fue como el tomahawk, el hacha de guerra de los pieles rojas, y el mosquete de los fusileros se enfrentaron en el campo de batalla. Además, el lento manejo de los fusiles era aprovechado sabiamente por los indios, quienes ganaban ventaja con el rápido manejo del arco y la flecha; en el tiempo que un colono necesitaba para cargar su mosquete y para apuntar, los indios podían disparar veinte flechas y atacar al descubierto sin temor de ser abatidos. La época del Winchester y del Colt estaba aún muy lejana.
¡Viva el rey!
Ninguna victoria de los pieles rojas sobre los blancos puede ser comparada con la obtenida el 9 de julio de 1755 por el jefe Pontiac y sus guerreros, quien era aliado de los franceses en la defensa del Canadá. Gritando “¡Viva el Rey!”, los pieles rojas cayeron de sorpresa sobre el general inglés Braddock y sus 2500 hombres. Uno de los pocos sobrevivientes de la batalla fue el joven teniente llamado George Washington. Cuatro fueron las guerras que Inglaterra sostuvo con Francia, por el dominio de Norteamérica y que culminaron con la derrota definitiva de los franceses en Québec y Montreal y con el Tratado de París (1763) que puso fin al dominio francés. Uno de los cuerpos voluntarios que más contribuyó a la victoria inglesa y a la conquista del Canadá fue el de los legendarios exploradores “Rangers”.
Tierra sangrienta
En 1769, buscando nuevos campos de caza, Daniel Boone llegó a Kentucky y lo definió como “un verdadero paraíso terrestre”. Una vez que el territorio fue declarado propiedad del estado, el explorador se convirtió en el guía de numerosas caravanas de pioneros. Pero el paraíso se transformó muy pronto en un sangriento infierno cuando centenares y centenares de colonos, entre ellos un hijo del propio Boone, fueron muertos por los feroces indios Shawnee. Vestido siempre con un traje de cuero, con un gorro de piel de castor y calzando mocasines indios, Daniel Boone fue uno de los primeros “frontiersmen”, hombres de la frontera, quienes gracias a su valentía y a su conocimiento de la naturaleza, fueron los que abrieron la peligrosa ruta seguida por los miles de colonos que poblaron el Oeste. Mientras Kentucky se convertía en una tierra "civilizada", llegó la hora para los pioneros y los exploradores de combatir en dos frentes: continuar la lucha con los pieles rojas y enfrentarse con los regimientos ingleses. La guerra de la independencia había comenzado.
Los dos capitanes
Una vez terminada la guerra de la Independencia, el segundo presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, adquirió de Francia el territorio de Luisiana y el gran Valle de Mississippi y sus afluentes, hasta los Montes Rocallosos. Al sur de esta región estaba la colonia española de California y al norte, Oregon, en el cual estaban muy interesados los ingleses del Canadá. Jefferson, calculando que el destino de la joven nación americana estaba en el Oeste, envió una expedición al mando de Meriwether Lewis y William Clark, para estudiar detalladamente esta vasta región de praderas y montañas. Después de 7 meses de viaje llegaron a las costas del Pacífico. Ambos capitanes fueron los primeros en atravesar todo el territorio del Oeste.
La guerra de los castores
El 28 de agosto 1833, los indios Assiniboin asaltaron el campamento de los “Pies Negros”, quienes se habían establecido cerca una las estaciones comerciales de la “Compañía Americana de Pieles”, provocando una feroz matanza. Este fue uno de los famosos episodios de la “gran cacería” de los castores. Después que Luis y Clark publicaron su diario de viaje, muchos fueron los Aventureros que partieron hacia esas nuevas tierras en busca de fortuna. Manuel Lisa, un comerciante de la ciudad de St. Louis, fundó la “Compañía de Pieles de Misurí”, con el objeto de explotar la enorme riqueza constituida por los abundantes castores que poblaban los torrentes de los Montes Rocallosos. Los cazadores de estos simpáticos animalitos colocaban trampas u obtenían las pieles comerciando con los indígenas. Con el tiempo, se instalaron otras compañías y la competencia entre las empresas se transformó en lucha sin piedad. Los cazadores se disparaban entre ellos o azuzaban a los indios contra sus rivales, distribuyéndoles grandes cantidades de alcohol para despertar sus instintos guerreros.
Los hombres de la montaña
La guerra de los castores se convirtió en una lucha sin cuartel cuando también intervinieron los “free trappers” (tramperos libres), quienes no pertenecían a ninguna compañía y se daban a sí mismos el nombre de “mountain men” (hombres de la montaña). Fueron las figuras más pintorescas conocidas por la historia de la conquista del Oeste: libres de vagar por territorios inexplorados, acampando donde más les gustase, trabajando sólo cuando tenían ganas de hacerlo, podrían morirse de hambre y de frío o luchando cuerpo a cuerpo con las fieras, sin que nadie los echara de menos. La única ley que regía entre los hombres de la montaña era la del más fuerte, del más astuto y, tal vez, la del más despiadado. Actualmente, muchos de los bosques que sirvieron de escenario en las aventuras de estos cazadores fueron declarados parques nacionales y la caza está estrictamente controlada.
Matar por pasatiempo
Las carreras de caballos, el tiro al blanco y las luchas cuerpo a cuerpo, eran las entretenciones favoritas de los “Hombres de la Montaña”, mientras enermes fortunas en pieles cambiaban de dueño durante las largas partidas de naipes. Por supuesto, que muy bien regadas con abundante whisky y ron. Entre ellos, pronto se hizo conocido el cazador Mike Fink por un peligroso juego que practicaba con sus amigos: sobre la cabeza se colocaban un jarrito de lata lleno de whisky y, a 100 pasos de distancia, se disparaban uno al otro tratando de perforar el jarrito sobre el nivel del whisky para no derramar ni una gotita. Un día, Fink no apuntó bien y mató a su mejor amigo, un tal Carpenter. Poco después los compañeros de este se vengaron dando muerte a Fink.
Un hombre con suerte
Cuando la compañía de cazadores del capitán Ashley se internaba en el bosque, el “hombre de la montaña” Hugh Glass, fue atacado por un terrible oso pardo, el cual era, después de los indios, el peor enemigo de los cazadores de castores.
Por temor a ser asaltado por los pieles rojas, Ashley no podía retardar la marcha y dejó al herido al cuidado de dos hombres. Los dos compañeros, viendo que Glass no se curaba de sus terribles heridas ni tampoco se decidía a morir, terminaron por dejarlo abandonado, llevándose las armas y los alimentos. Solo e indefenso, comiendo raíces y carroña, Glass se arrastró hasta encontrar un poblado, donde los indígenas lo salvaron de una muerte segura. Un año después, el cazador partió en busca de nuevas aventuras. Una vez que viajaba en una embarcación, insistió en desembarcarse para cazar bisontes. Se encontraba a pocos metros del río, cuando los indios asaltaron la embarcación, matando a todos los que había a bordo. Glass, escondido detrás de una roca, fue el único que se salvó.
La ciudad del profeta
El inteligente y valiente jefe de la tribu de los Shawnee, Tecumseh, es considerado “el indígena más grande de la historia”. Fue el primero en darse cuenta que solamente si todas las tribus se unían podrían resistir el avance de los colonos y conservar sus tierras. Aprovechando la creciente hostilidad entre Estados Unidos e Inglaterra, Tecumseh se dedicó a la difícil tarea de reunir pueblos con lenguaje tradiciones y costumbres diversas. Gracias a sus dones de gran orador y de político, convenció a varias tribus que abandonaran sus antiguas aldeas para reunirse todos en la gran “Ciudad del Profeta”, cerca del río Tippecanoe, en 1809. Entusiasmado con el éxito de su proyecto, Tecumseh partió dos años después a asegurarse la ayuda de las poderosas tribus Choctaw, Creek y Cherokee. La confederación indígena había nacido y, ahora sólo faltaba el estallido de la guerra. Sin embargo, el sueño de Tecumseh se aproximaba a su fin y el culpable sería su hermano Tenskawatawa, el hechicero de los Shawnee.
Muerte de Tecumseh
El ambicioso Tenskawatawa, desobedeciendo las órdenes de su hermano, hizo distribuir grandes cantidades de “agua de fuego” (aguardiente) entre los indios y los incitó a la guerra. Al día siguiente, un grupo de indios ebrios y desorganizados atacó el campamento del general Harrison. El encuentro fue sangriento, pero después de la primera carga, el general reorganizó a sus soldados y venció a los pieles rojas. Cuando Tecumseh regresó, la “Ciudad del Profeta” solo era un montón de ruinas humeantes. Pocos días después estalló la guerra y el caudillo, con un puñado de guerreros fieles, se unió a los ingleses, quienes le otorgaron el grado de general. Varias veces, causó grandes pérdidas al ejército norteamericano, pero finalmente, abandonado por sus aliados, fue derrotado por Harrison y murió en la batalla. Con la muerte de Tecumseh, también desapareció la idea de una sola nación indígena. Los indios serían empujados cada vez más hacia el oeste y las relaciones, en un principio amistosas, entre cazadores y pieles rojas, se convertirían durante más de treinta años en una implacable guerra de exterminio.
Todavía están en guerra
La guerra entre los Estados Unidos y los indígenas aún no ha terminado totalmente: en la inhóspita zona pantanosa de Florida viven los últimos semínolas, una tribu que nunca quiso firmar un tratado de paz con los blancos. Esta historia comenzó, cuando a principios de 1819, España vendió Florida a Estados Unidos por la irrisoria suma de cinco millones de dólares. Los semínolas se opusieron tenazmente a la invasión de colonos que siguió a la adquisición, pero fueron derrotados por Andrew Jackson, el futuro presidente. En 1832, el tratado de paz impuesto por los “caraspálidas” fue roto por Osceola, un joven mestizo, hijo de un cazador escocés de una india creek, quien enterrado su puñal sobre la mesa de los parlamentarios dijo: “¡Sólo de esta manera puedo firmar un tratado con los blancos!”. Perseguido en vano por los soldados, la banda rebelde de Osceola se internó en los pantanos, respondiendo sangrientamente a cada ataque. Finalmente, el caudillo fue traicionado y murió en la cárcel. El gobierno cesó las operaciones militares considerando una inútil pérdida de sangre y dinero, el esfuerzo para dominar a un puñado de indios rebeldes, refugiados en la impenetrable zona pantanosa. Hasta ahora (1968) no existe ningún tratado entre los semínolas y las autoridades norteamericanas, en consecuencia los semínolas todavía están en guerra con los Estados Unidos, por lo menos teóricamente.
Las caravanas compuestas por los típicos carromatos con toldos blancoas, iniciaban a orillas del río Misuri penosos viajes que durarían varios meses. Apenas amanecía los hombres reunían los animales para engancharlos a los carros, mientras las mujeres preparaban la comida y recogían los enseres. El guía, a menudo un "frontiersman" (hombre de la frontera) o un trampero, daba la señal de partida y se viajaba durante todo el día, a veces bajo un sol quemante, otras veces bajo una lluvia torrencial. Al anochecer, los carromatos eran colocados formando un círculo para defenderse mejor de los indios. El número de inmigrantes hacia tierras del Far West fue en aumento, a pesar que muchos morían en el camino o tenían que padecer horribles penurias, como fue el caso de la expedición organizada por los hermanos Donner. Esta caravana tomó un atajo, creyendo que así acortarían camino, pero el viaje no sólo se alargó mucho más, sino que además tuvieron que atravesar un inhóspito territorio en pleno invierno. Para sobrevivir, los integrantes tuvieron que comerse a los compañeros que iban muriendo. De los 89 pioneros, sólo la mitad llegó con vida a California.
Oro, oro
Entre los colonos de California se destacó el suizo Juan Augusto Sutter, quién después de haber huido de su país por algunos negocios algo dudosos, se instaló en el valle del río Sacramento. Allí comenzó a explotar el terreno creando una hacienda modelo. Sus cultivos eran los mejores de la zona y llegó tener varios miles de cabezas de ganado. A la hacienda Nueva Helvecia llegaban las caravanas de inmigrantes, porque allí encontraban ayuda, alimento y trabajo. Todo marcha bien hasta que el 24 de enero de 1824, se presentó ante Sutter su carpintero. El pobre hombre estaba tan tembloroso que ni siquiera podía hablar. En su mano traía un puñado de arena, que había recogido del río, en el cual brillaban varias pepitas de oro. Este hallazgo revolucionó la historia del Oeste. La noticia se difundió como reguero de pólvora y de todas partes del mundo comenzaron a llegar miles de aventureros. Los colonos abandonaron su trabajo y luchaban a muerte contra los buscadores de oro que llegaban del Este. La fiebre del oro se había apoderado de todos.
Entre los colonos de California se destacó el suizo Juan Augusto Sutter, quién después de haber huido de su país por algunos negocios algo dudosos, se instaló en el valle del río Sacramento. Allí comenzó a explotar el terreno creando una hacienda modelo. Sus cultivos eran los mejores de la zona y llegó tener varios miles de cabezas de ganado. A la hacienda Nueva Helvecia llegaban las caravanas de inmigrantes, porque allí encontraban ayuda, alimento y trabajo. Todo marcha bien hasta que el 24 de enero de 1824, se presentó ante Sutter su carpintero. El pobre hombre estaba tan tembloroso que ni siquiera podía hablar. En su mano traía un puñado de arena, que había recogido del río, en el cual brillaban varias pepitas de oro. Este hallazgo revolucionó la historia del Oeste. La noticia se difundió como reguero de pólvora y de todas partes del mundo comenzaron a llegar miles de aventureros. Los colonos abandonaron su trabajo y luchaban a muerte contra los buscadores de oro que llegaban del Este. La fiebre del oro se había apoderado de todos.
Oh, Susana
“Oh, Susana, no llores más por mí” se convirtió en la canción de los buscadores de oro, quienes en 1849 eran 33,000, y 10 años después, medio millón de hombres. Viviendo miserablemente a orillas de los ríos, cerniendo arena durante todo el día y defendiendo a balazos sus hallazgos, los buscadores de oro rara vez se convirtieron en hombres ricos, porque junto con ellos porque junto con ellos llegaron los jugadores profesionales y los dueños de cabaret. Las fortunas en pepitas de oro, encontradas casualmente o reunidas después de largos meses de sacrificio, eran gastadas en una sola noche de juerga en la ciudad de San Francisco. Al día siguiente, partían hacia las montañas en busca de un nuevo golpe de fortuna que los convirtiera en hombres ricos, si no eran muertos antes por los asaltantes o por los indios. Entre 1848 y 1853, los ríos californianos produjeron por lo menos 456 millones de dólares en oro. Esto ocurrió poco después que Estados Unidos comprara California al gobierno mexicano por 25.000 dólares.
Oh, Susana
“Oh, Susana, no llores más por mí” se convirtió en la canción de los buscadores de oro, quienes en 1849 eran 33,000, y 10 años después, medio millón de hombres. Viviendo miserablemente a orillas de los ríos, cerniendo arena durante todo el día y defendiendo a balazos sus hallazgos, los buscadores de oro rara vez se convirtieron en hombres ricos, porque junto con ellos porque junto con ellos llegaron los jugadores profesionales y los dueños de cabaret. Las fortunas en pepitas de oro, encontradas casualmente o reunidas después de largos meses de sacrificio, eran gastadas en una sola noche de juerga en la ciudad de San Francisco. Al día siguiente, partían hacia las montañas en busca de un nuevo golpe de fortuna que los convirtiera en hombres ricos, si no eran muertos antes por los asaltantes o por los indios. Entre 1848 y 1853, los ríos californianos produjeron por lo menos 456 millones de dólares en oro. Esto ocurrió poco después que Estados Unidos comprara California al gobierno mexicano por 25.000 dólares.
Mientras para algunos la fiebre del oro había significado la fortuna, para Augusto Sutter fue la ruina. Las caravanas de buscadores de oro se instalaron en las tierras del suizo, mataron el ganado para alimentarse y derribaron los graneros para construirse cabañas y para hacerse fuego. En pocos meses, la hacienda Nueva Helvecia fue destruida por la fiebre del oro. Sutter, abandonado por sus trabajadores, intento también buscar esa fortuna fácil, y aunque no tuvo mucha suerte, no se dio por vencido. En 1850 presentó una demanda en la cual declaraba que el territorio donde se había levantado la ciudad de San Francisco le pertenecía: además exigía una indemnización por los daños cometidos en su propiedad y la expulsión de los 17.000 colonos que habían ocupado sus tierras. Después de un largo proceso, el primer magistrado de California falló a favor de Sutter. Así el suizo se convirtió por algunos días en el hombre más rico del mundo, pero nunca pudo hacer efectivos sus derechos. Los colonos perjudicados provocaron un motín en San Francisco, incendiaron el Palacio de Justicia y uno de los hijos de Sutter fue asesinado. Las autoridades locales no se atrevieron a abrir el proceso y Sutter murió en la más completa miseria. Su cadáver fue encontrado en las escalinatas del Congreso, hasta donde había acudido a reclamar justicia.
David Crockett
Este hombre cruel, pero de una valentía a toda prueba, se transformó en uno de los legendarios personajes del Far West. Crockett nació en Tennessee en 1786. Sus padres eran tan pobres que tenían que “arrendar” a su hijo para que trabajara con otros pioneros más afortunados. Por este motivo, el pequeño David apenas participó en la guerra contra los indios Creek.
Después de dos años de lucha, los blancos masacraron a los indios con una crueldad increíble. En 1821, Crockett ganó por primera vez la legislatura de Tennessee. Sentado en un barril de licor, bebiendo tanto él como sus oyentes, el frontiersman contaba con mucho color sus aventuras y así ganaba cada día más adeptos. Fue elegido varias veces consecutivas, hasta que en 1835 fue derrotado por Andrew Jackson. David Crockett se dirigió a Texas para unirse a los norteamericanos, que luchaban por su independencia contra los mexicanos, participando en la heroica resistencia de El Álamo. Allí pereció en manos de un adversario mucho más numeroso, después de haber vendido muy cara su vida.
Kit Carson
Carson, conocido en la historia del oeste como un notable explorador, nació en Kentucky, en 1809. Apenas asistió a la escuela y sólo cuando adulto aprendió a leer y a escribir lo suficiente como para no pasar por analfabeto. A los dieciséis años escapó de su casa y se unió a una caravana que partía, en 1825, para Santa Fe. En Nueva México comenzó su carrera como explorador y guía de caravanas y, durante la guerra entre Estados Unidos y México, pasó a convertirse en un personaje histórico. Las tropas norteamericanas se encontraban en una desesperada situación y el general Stephen W. Kearny envió a Carson a buscar refuerzos a San Diego. El explorador atravesó las filas enemigas, bajo las mismas narices de los centinelas; se arrastró durante tres kilómetros entre rocas y cactus. Finalmente, caminando 24 horas a marcha forzada llegó a San Diego completamente agotado. Sus hazañas le valieron el grado de brigadier general de los voluntarios. También combatió valerosamente contra los navajos, en cambio, sus relaciones con otras tribus eran más bien amistosas. A pesar de ser un hombre tímido y silencioso, tenía tres esposas: una mexicana y dos indígenas. Kit Carson murió en 1868.
William Frederick Cody nació en Iowa en 1846 y a los 11 años quedó huérfano. Su padre murió dejando a su esposa con seis hijos, un trozo de tierra y muchas deudas. El pequeño William tuvo que hacerse cargo de la mantención de la familia y obtuvo un empleo como mensajero. Así comenzaron sus aventuras. Participó en varias expediciones y a los trece años luchaba ya contra los indios. Su maestro en el manejo de las armas fue el temido “Wild Bill” Hickok. Durante su adolescencia, William Cody fue buscador de oro, trampero, cazador, arriero, explorador y mensajero del “Pony Express”. A los dieciséis años, sirvió en el ejército del Norte como explorador o “scout”. La guerra de secesión había estallado un año antes y los “yankees” necesitaban la ayuda de personas que, como Bill, conociesen la región y supiesen tratar con los indios. Una vez terminado el conflicto, Cody se empleó para proteger a los hombres que trabajaban en la construcción del ferrocarril y, además, se ofreció proporcionarles diariamente carne fresca. Para ello, necesitaba matar doce búfalos diarios. En ocho meses dio caza a 4.280 de estos animales. Desde entonces, pasó a ser conocido como “Búfalo Bill”.
El circo de Búffalo Bill
En 1868, se organizó una gran batida contra los pieles rojas, quienes defendían bravamente sus territorios y las manadas de búfalos, ya que estos animales eran su única riqueza. De ellos obtenían alimentos y pieles para vestirse. Después de dos años de lucha, Kansas y Nebraska estaban libres de indios hostiles y Cody comenzó a ganarse la vida como guía de expediciones de caza. La cacería de búfalos se había convertido en el pasatiempo de moda de los nobles europeos. Entre los muchos clientes de Cody, estuvo el príncipe Alexis, hijo menor del zar de Rusia.
A los 26 años, Búffalo Bill abandonó la vida de aventuras y comenzó a trabajar como actor, actividad que no abandonaría hasta su muerte. El explorador recorrió Estados Unidos y Europa representando en un circo sus propias aventuras con un éxito extraordinario. En sus espectáculos, con muchos indios, cow-boys y abundantes disparos, actuó la famosa pistolera Calamity Jane, su amigo “Will Bill” Hickok y el gran jefe Toro Sentado. Al final de su vida, viejo y enfermo, Cody había dejado de llamar la atención del público. Murió solo y sin dinero en 1916.
La ruta de Santa Fe
Con la adquisición de Luisiana, Estados Unidos pasó a limitar con el imperio español. Entre ambos quedaba un extenso territorio, casi deshabitado, que era una especie de tierra de nadie. Los cazadores norteamericanos que se internaban en esta región, generalmente no alcanzaban a regresar a su país: o eran muertos por los indios o caían en manos de los españoles. En 1821, la situación cambio: México se había independizado y recibía a sus vecinos del Norte con los brazos abiertos. Así los gringos pudieron llegar hasta Santa Fe para vender sus mercaderías a los mexicanos, quienes pagaban en oro y plata. Aunque el negocio era estupendo, el viaje resultaba una verdadera odisea. Las caravanas tenían que recorrer un penoso trayecto de 1500 kilómetros cruzando montañas, ríos y el desierto. Además, tenían que defenderse de los ataques de los crueles comanches, de los astutos kiowas, de los orgullosos cheyenes y de los bandoleros. Alrededor de 1845 la famosa Ruta de Santa Fe quedó abandonada, al prohibir el gobierno mexicano el comercio norteamericano en su territorio.
La colonización de Texas
Cuando Texas aún formaba parte de México, el gobierno de este país permitió que colonos norteamericanos se instalarán en la región y les entregó tierras. Hacia 1830, ya cerca de 30.000 vivían en el territorio texano y cada vez llegaban más. Por supuesto que pronto reclamaron su independencia y la situación empezó a complicarse. El gobierno de Estados Unidos trató de comprar la provincia, pero como el país azteca rechazará la proposición, la prensa norteamericana comenzó a pedir que se ocupara Texas por la fuerza. En 1832 el general Antonio López de Santa Anna subió al poder proclamándose dictador. Con él tampoco se llegó a un acuerdo y el primero de marzo de 1836 los texanos se auto-declaraban independientes. Al conocer la noticia, Santa Anna, al frente de un ejército de 5000 soldados, sitió la ciudad de San Antonio. 187 texanos se encerraron entonces en la misión abandonada de El Álamo, dispuestos a vender caras sus vidas.
Cuando Texas aún formaba parte de México, el gobierno de este país permitió que colonos norteamericanos se instalarán en la región y les entregó tierras. Hacia 1830, ya cerca de 30.000 vivían en el territorio texano y cada vez llegaban más. Por supuesto que pronto reclamaron su independencia y la situación empezó a complicarse. El gobierno de Estados Unidos trató de comprar la provincia, pero como el país azteca rechazará la proposición, la prensa norteamericana comenzó a pedir que se ocupara Texas por la fuerza. En 1832 el general Antonio López de Santa Anna subió al poder proclamándose dictador. Con él tampoco se llegó a un acuerdo y el primero de marzo de 1836 los texanos se auto-declaraban independientes. Al conocer la noticia, Santa Anna, al frente de un ejército de 5000 soldados, sitió la ciudad de San Antonio. 187 texanos se encerraron entonces en la misión abandonada de El Álamo, dispuestos a vender caras sus vidas.
El Álamo
A pesar de la enorme diferencia numérica entre defensores y atacantes, los texanos lograron resistir valientemente el asedio durante 12 días. Santa Ana trató de evitar la aniquilación de los sitiados, entre los cuales se encontraba su amigo Jim Bowie, pero el comandante de la guarnición, Barret Travis, se negó a Rendirse. El general mexicano dio entonces la orden de asalto. Travis muerto por las lanzas de la caballería mexicana. Jim Bowie, quién se encontraba gravemente enfermo en cama, alcanzó a derribar con su pistola a tres soldados enemigos antes de morir. También en la heroica defensa de El Álamo, cayó el famoso frontiersman, Davy Crockett. Alrededor de él se encontraron 13 mexicanos muertos. Santa Anna resultó vencedor, pero la victoria le salió cara: la aniquilación de los 187 defensores le costó la vida a 1544 de sus hombres.
A pesar de la enorme diferencia numérica entre defensores y atacantes, los texanos lograron resistir valientemente el asedio durante 12 días. Santa Ana trató de evitar la aniquilación de los sitiados, entre los cuales se encontraba su amigo Jim Bowie, pero el comandante de la guarnición, Barret Travis, se negó a Rendirse. El general mexicano dio entonces la orden de asalto. Travis muerto por las lanzas de la caballería mexicana. Jim Bowie, quién se encontraba gravemente enfermo en cama, alcanzó a derribar con su pistola a tres soldados enemigos antes de morir. También en la heroica defensa de El Álamo, cayó el famoso frontiersman, Davy Crockett. Alrededor de él se encontraron 13 mexicanos muertos. Santa Anna resultó vencedor, pero la victoria le salió cara: la aniquilación de los 187 defensores le costó la vida a 1544 de sus hombres.
¡Recuerden El Álamo!
La heroica resistencia de la misión de San Antonio sirvió para unir a todos los texanos, quienes al grito de “¡Recuerden el álamo!”, se lanzaron a conquistar su independencia. El general Sam Houston, que estaba al mando del ejército rebelde, se dio cuenta que eran muy pocos para enfrentarse con las tropas mexicanas y prefirió retirarse hacia el este. Santa Anna cometió el error de perseguirlo, agotando sus hombres en el inútil intento. Finalmente, el 21 de abril de 1836, mientras los soldados mexicanos descansaban a orillas del río San Jacinto, Houston los atacó sorpresivamente. La batalla quedó decidida en sólo un cuarto de hora: cientos de mexicanos fueron muertos y al resto cayó prisionero. Con la batalla de San Jacinto, Texas ganó su independencia, sin embargo, 9 años después, renunciaría a ser un estado independiente para integrarse voluntariamente a los Estados Unidos. Las relaciones entre México y su vecino del norte fueron de mal en peor, hasta que en 1846 estalló la guerra entre ambos países. Los mexicanos, vencidos por un enemigo más poderoso y mejor equipado, tuvieron que ceder a Estados Unidos los territorios de Nuevo México y California.
Las diligencias
Tanto en el Este como en el Oeste, funcionaban compañías para el transporte de mercaderías y pasajeros, como la famosa “Wells, Farg and Co”, pero faltaban medios de comunicación permanente que unieran el este del país con el Far West. En 1854, la primera diligencia cruzó el continente norteamericano, estableciéndose desde entonces un servicio constante, a pesar de la enorme distancia que debía atravesar, de los indios y de los bandoleros. Los vehículos eran arrastrados por seis caballos y, en el pescante, iban el cochero y el conductor, quien estaba a cargo de la defensa. Cada cierto trecho, existían postas de relevo, donde los pasajeros podían comer mientras se cambiaban los agotados caballos por otros frescos. Los sufridos viajeros eran sacudidos como cocteleras durante los 24 días que duraba el trayecto. Si hacía buen tiempo, se “asaban” dentro del vehículo y estaban obligados a tragar polvo. Sí llovía, nadaban en el interior mientras una verdadera ducha caía sobre sus cabezas. Es decir, los viajes en diligencias no eran de lo más cómodos.
El “Pony Express”
Aunque las diligencias también llevaban el correo de un océano al otro, no eran lo suficientemente rápidas como para transportar la correspondencia “expresa”. Por este motivo, nació en 1860, el “Pony Express” o correo a caballo. Excelentes jinetes atravesaban el continente a galope tendido en diez días. Cada diez kilómetros, cambiaban de cabalgadura y durante la noche sólo descansaban un par de horas. Entre los mensajeros del “Pony Express” se destacó William Bill, quien en una ocasión cubrió un trayecto de 500 Km. en 22 horas, ocupando un total de 21 caballos.
Los jinetes, a menudo, eran atacados por los indios y no llegaban a su destino.
En 1861, la inauguración del telégrafo transcontinental terminó con el primitivo y arriesgado correo a caballo.
El caballero de acero
El tren comenzó su recorrido a través de la pradera el 10 de mayo de 1869. En aquel día, en el estado de Utah se unió con un perno de oro californiano los rieles de la “Unión Pacific” con los de la “Central Pacific”. Una ininterrumpida línea ferroviaria comunicó, desde esta fecha, a Nueva York con San Francisco, al Atlántico con el Pacífico. Con “el caballo de acero”, la conquista del Oeste dejó de ser la aventura individual de unos pocos miles de colonos y cazadores para transformarse en una emigración masiva que transformó el Oeste de EE.UU.
Pero el viaje por tren seguía siendo una aventura: asaltantes, indios, bisontes y tempestades de nieve, hacían menos monótonos el viaje. Si todo iban bien, el trayecto se hacía interminable: los pasajeros pasaban días y días en los incómodos carros de madera, sufriendo el frío del invierno o el sofocante calor del verano. Pocos años después, un pasajero que recorría los estados del Oeste, escribía: “El tren atraviesa un océano de trigo”. Las salvajes praderas del Far West habían desaparecido bajo el arado, pero para ello fue necesario el esfuerzo y el sudor de dos generaciones de colonos. Comenzaba una nueva etapa en la historia del Far West.
60 millones de bisontes
Se calcula que a comienzos del siglo XIX había en Estados Unidos 60 millones de bisontes o búfalos americanos. Pero en los años que siguieron a la Guerra de Secesión, los trenes transportaron miles de cazadores, quienes armados con Winchester, exterminaron a las manadas para enriquecerse vendiendo la carne al ejército, a las compañías ferroviarias y a los restaurantes, en los cuales la lengua del bisonte ahumada era el plato más apreciado. En cambio, para los indios de la pradera, los Sioux, los Cheyenes, los Arapahos, los Comanches y los Kiowas, el bisonte no sólo era su única fuente de alimentos, sino también una divinidad. Enfrentarse con arcos y flechas a una manada de búfalos era una prueba de valor para los guerreros. En cambio, los cazadores blancos se instalaban a 20 o más metros y comenzaban a dispara hasta que el cañón del rifle se calentaba demasiado o los descuerados no daba a basto.
Con la demanda creciente de pieles de búfalos, la carnicería final comenzó. Cuatro hombres podían descuerar cien búfalos en una sola mañana. Sólo en invierno de 1872 fueron muertos 75 mil búfalos en los alrededores de Dodge. Actualmente, viven en los Estados Unidos apenas tres mil búfalos, menos de los que un cazador mataba en un par de semanas. Cuando los disparos de los cazadores comenzaron a turbar el silencio de la pradera, los pieles rojas comprendieron que debían librar la última batalla contra el invasor.
Tanto en el Este como en el Oeste, funcionaban compañías para el transporte de mercaderías y pasajeros, como la famosa “Wells, Farg and Co”, pero faltaban medios de comunicación permanente que unieran el este del país con el Far West. En 1854, la primera diligencia cruzó el continente norteamericano, estableciéndose desde entonces un servicio constante, a pesar de la enorme distancia que debía atravesar, de los indios y de los bandoleros. Los vehículos eran arrastrados por seis caballos y, en el pescante, iban el cochero y el conductor, quien estaba a cargo de la defensa. Cada cierto trecho, existían postas de relevo, donde los pasajeros podían comer mientras se cambiaban los agotados caballos por otros frescos. Los sufridos viajeros eran sacudidos como cocteleras durante los 24 días que duraba el trayecto. Si hacía buen tiempo, se “asaban” dentro del vehículo y estaban obligados a tragar polvo. Sí llovía, nadaban en el interior mientras una verdadera ducha caía sobre sus cabezas. Es decir, los viajes en diligencias no eran de lo más cómodos.
Aunque las diligencias también llevaban el correo de un océano al otro, no eran lo suficientemente rápidas como para transportar la correspondencia “expresa”. Por este motivo, nació en 1860, el “Pony Express” o correo a caballo. Excelentes jinetes atravesaban el continente a galope tendido en diez días. Cada diez kilómetros, cambiaban de cabalgadura y durante la noche sólo descansaban un par de horas. Entre los mensajeros del “Pony Express” se destacó William Bill, quien en una ocasión cubrió un trayecto de 500 Km. en 22 horas, ocupando un total de 21 caballos.
Los jinetes, a menudo, eran atacados por los indios y no llegaban a su destino.
En 1861, la inauguración del telégrafo transcontinental terminó con el primitivo y arriesgado correo a caballo.
El tren comenzó su recorrido a través de la pradera el 10 de mayo de 1869. En aquel día, en el estado de Utah se unió con un perno de oro californiano los rieles de la “Unión Pacific” con los de la “Central Pacific”. Una ininterrumpida línea ferroviaria comunicó, desde esta fecha, a Nueva York con San Francisco, al Atlántico con el Pacífico. Con “el caballo de acero”, la conquista del Oeste dejó de ser la aventura individual de unos pocos miles de colonos y cazadores para transformarse en una emigración masiva que transformó el Oeste de EE.UU.
Pero el viaje por tren seguía siendo una aventura: asaltantes, indios, bisontes y tempestades de nieve, hacían menos monótonos el viaje. Si todo iban bien, el trayecto se hacía interminable: los pasajeros pasaban días y días en los incómodos carros de madera, sufriendo el frío del invierno o el sofocante calor del verano. Pocos años después, un pasajero que recorría los estados del Oeste, escribía: “El tren atraviesa un océano de trigo”. Las salvajes praderas del Far West habían desaparecido bajo el arado, pero para ello fue necesario el esfuerzo y el sudor de dos generaciones de colonos. Comenzaba una nueva etapa en la historia del Far West.
Se calcula que a comienzos del siglo XIX había en Estados Unidos 60 millones de bisontes o búfalos americanos. Pero en los años que siguieron a la Guerra de Secesión, los trenes transportaron miles de cazadores, quienes armados con Winchester, exterminaron a las manadas para enriquecerse vendiendo la carne al ejército, a las compañías ferroviarias y a los restaurantes, en los cuales la lengua del bisonte ahumada era el plato más apreciado. En cambio, para los indios de la pradera, los Sioux, los Cheyenes, los Arapahos, los Comanches y los Kiowas, el bisonte no sólo era su única fuente de alimentos, sino también una divinidad. Enfrentarse con arcos y flechas a una manada de búfalos era una prueba de valor para los guerreros. En cambio, los cazadores blancos se instalaban a 20 o más metros y comenzaban a dispara hasta que el cañón del rifle se calentaba demasiado o los descuerados no daba a basto.
Con la demanda creciente de pieles de búfalos, la carnicería final comenzó. Cuatro hombres podían descuerar cien búfalos en una sola mañana. Sólo en invierno de 1872 fueron muertos 75 mil búfalos en los alrededores de Dodge. Actualmente, viven en los Estados Unidos apenas tres mil búfalos, menos de los que un cazador mataba en un par de semanas. Cuando los disparos de los cazadores comenzaron a turbar el silencio de la pradera, los pieles rojas comprendieron que debían librar la última batalla contra el invasor.
Los guerreros Pieles Rojas
En 1830 se dictó una Ley de Expulsión de los indios y las tribus fueron obligadas a trasladarse a la región oeste del río Mississippi. En 10 años, los estados de la costa atlántica quedaron libres de indios. Sin embargo, una vez terminada la guerra civil en los Estados Unidos, millares de familias emigraron hacia el Oeste y nuevamente ocuparon los territorios de los pieles rojas. Cazadores de búfalos, buscadores de oro tramperos y pioneros invadieron la pradera y los mismos funcionarios de gobierno encargados de proteger a los indios, firmaban tratados falsos en nombre del “Gran Padre Blanco” cómo llamaban éstos al Presidente. Las tribus alarmadas con la creciente invasión de los blancos, quienes mataban a sus animales y ocupaban sus tierras, no les quedó otra alternativa que declarar la guerra. Fue una lucha cruel: las cabelleras de los caras pálidas pasaron a adornar la cintura del guerrero que los habían derrotado y, a su vez, los blancos organizaban batidas de represalia en las aldeas indígenas. Desde 1850, los pieles rojas se convirtieron en una seria amenaza y el Gobierno ordenó la intervención del Ejército para restablecer la paz.
Nube Roja
Desde un principio Nube Roja advirtió a los enviados del gobierno que se opondría a la construcción de Ford Kearny, destinado a proteger a los pioneros de Wyoming. El capitán William Fetterman, quien al igual que otros oficiales no querían perderse la oportunidad de destacarse en la campaña indígena, afirmó jactanciosamente: “Denme un regimiento de caballería y pondré en su lugar a todos los Sioux del Oeste”. Días después, un grupo de soldados que se encontraban cortando leña, fue asaltado por una pequeña banda de Sioux y Fetterman con su destacamento partió a socorrerlos. Los indios huyeron inmediatamente y el capitán, desobedeciendo las órdenes de su superior, emprendió la persecución justo para caer en la emboscada que le había preparado Nube Roja. Pagó así con su vida y con la de sus 80 soldados la imprudencia cometida. El asedio a Fort Kearny se mantuvo durante todo el invierno de 1866 y, a llegar el verano, el jefe indio atacó una caravana de carros militares. Pero los soldados armados con los modernos rifles de repetición causaron estragos en las filas enemigas. Al atardecer ya yacían 1500 guerreros muertos sobre la pradera y Nube Roja ordenó la retirada.
El general Curter
George Armstrong Custer había sido en héroe en la Guerra de Secesión, pero en 1868 eran pocos los que se acordaban de este general de caballería. Su carrera militar se había visto perjudicada por su carácter impulsivo e indisciplinado, sin embargo, los soldados lo admiraban porque era un valiente. En el Oeste combatió durante varios años contra los indios, hasta que un día se le presentó la oportunidad de recuperar la perdida gloria. Sherman, su superior, pensaba que “el único indio bueno es el indio muerto” y no le costó convencerlo que era necesario destruir la aldea de los cheyenes. Al alba del 26 de noviembre 1868, en medio de una fuerte tempestad de nieve, las cornetas tocaron la orden de carga y el regimiento atacó sorpresivamente al dormido campamento ubicado a orillas del Washita. Los soldados mataron sin discriminación a hombres mujeres y niños. Los pocos sobrevivientes fueron conducidos al frente, pero la mayor parte murió de frío durante el trayecto. Ocho años después, Custer pagaría con subida de la deuda contraída en Washita.
Little Big Horn
En el verano de 1876, se había establecido en el valle de Little Big Horn un campamento indígena de Sioux y Cheyenes al mando de los jefes Toro Sentado y Caballo Loco. El general Alfred H. Terry dio instrucciones al general Custer de dirigirse al campamento para lograr que los “rebeldes” regresaran a sus reductos, pero evitando en lo posible una batalla. El general partió a la cabeza del Séptimo Regimiento de Caballería, decidido a repetir la “hazaña” de Washita. Después de elaborar cuidadosamente un plan, dio la orden de ataque. Sin embargo, muy pronto se dio cuenta de su error. Custer y sus hombres desmontaron y se atrincheraron detrás de los caballos. El único sobreviviente de la batalla de Little Big Horn fue precisamente caballo “Comanche” del capitán Miles W. Keogh. El noble animal fue curado de sus heridas y por orden superior nunca más volvió a ser montado.
El jefe José
El jefe de los Nez Percés, considerado uno de los grandes genios militares de la raza piel roja, no quería la guerra, pero el gobierno lo obligó a abandonar sus tierras en el valle de Wallowa. Los franceses les dieron el nombre de Nez Percés (narices horadadas) a esta tribu, aludiendo a su antigua costumbre de llevar pendientes en la nariz. Cuando algunos guerreros jóvenes asaltaron a los colonos de Oregón, el jefe José tuvo que prepararse para combatir porque los blancos tomarían represalias. Reunió a sus guerreros y se puso en marcha hacia el Canadá, derrotando a todas las tropas norteamericanas enviadas a detenerlo. A 45 km de la frontera, los Nez Percés, bloqueados por una tormenta de nieve, se vieron obligados a hacer alto y fueron alcanzados por los soldados. José luchó tenazmente, pero finalmente, para salvar a su tribu, decidió rendirse. Mientras aún nevaba, se presentó ante el general Miles y le dijo: “Los ancianos y los niños mueren de frío. Mi corazón está triste. Estamos cansados de combatir”.
Los Tigres del Desierto
El nombre de los valientes y sanguinarios jefes apaches. Cochise, Mangas Coloradas, Victorio y Chato, significaba una sola cosa: Terror. El general Crook, a quién los indios llamaban “El Zorro Gris”, logró recluirlos en una reserva, pero en 1880 un grupo huyó ocultándose en el cañón de Arizona y en Nuevo México. Fue una guerra sin cuartel: el ejército norteamericano sufrió varias derrotas y los “Tigres del Desierto” no tenían piedad con los prisioneros ni con los heridos. Por su parte, las autoridades no lo hicieron mejor tampoco y estimularon una macabra profesión: la de los cazadores de cueros cabelludos, quiénes se pasaban la vida matando indios, apaches o no, y cobrando una recompensa por cada uno de sus trofeos. Sin embargo, todo era inútil, ocultos en las montañas, los apaches eran un ejército fantasma que atacaba y desaparecía. Fueron años de terror para las zonas de Arizona y Nuevo México. Un nombre estaba en los labios de todos: ¡Jerónimo!
¡Jerónimo!
Un grupo de soldados mexicanos asaltaron un día una aldea apache, degollando a todos sus habitantes. Entre los muertos, estaba la madre, la esposa y los hijos de un joven guerrero, quién desde entonces juró odio eterno a los caras pálidas. Se llamaba Jerónimo. Él y un grupo de leales y crueles apaches, dispuestos a luchar contra los blancos hasta la última gota de sangre, no pudieron ser detenidos ni por los soldados norteamericanos ni por los mexicanos. Quienes partían en su búsqueda sólo encontraban el ardiente sol del desierto, rocas y serpientes venenosas. Las diligencias eran las víctimas predilectas de los apaches y los prisioneros pudieron comprobar que eran expertos en las más refinadas torturas. Jerónimo era un borracho empedernido, pero también un astuto guerrero. En la última campaña que se emprendió para capturarlo se necesitaron 5000 soldados y, después de 18 meses de búsqueda, fue hecho prisionero y encerrado en el Fuerte Silk (Oklahoma), donde murió, en 1909, a los 80 años de edad.
El ocaso de los guerreros
Una vez vencida la resistencia india, el gobierno de los Estados Unidos tomó una serie de medidas para crear las condiciones adecuadas en que deberían vivir las pieles rojas. Pero como la mayoría de las tribus habían perdido su unidad, sus tierras y se encontraban recluidas en reservas cada vez más pequeñas, muchos de los indios terminaron por adoptar la forma de vida del blanco. Actualmente (1978) viven en Estados Unidos aproximadamente medio millón de pieles rojas. Algunos son muy pobres, otros se han hecho ricos, porque encontraron yacimientos de petróleo en sus tierras. Algunos se ganan la vida limpiando los vidrios de los rascacielos neoyorquinos, otros como los descendientes de los orgullosos navajos, venden “souvenirs” a los turistas. Así terminó la valerosa epopeya de los indios norteamericanos, pero los informes oficiales acerca de los centenares de soldados pieles rojas que pelearon en la última guerra mundial, señalan que todos ellos fueron extraordinarios combatientes.
Jesse James
Después de la Guerra de Secesión, el bandolerismo alcanzó su mayor auge, mezclándose en la historia de algunos bandoleros la leyenda con la realidad. Muchos soldados sudistas no se resignaron a aceptar la derrota y continuaron luchando por una causa perdida. La más famosa de estas bandas fue la de Jesse James, un exguerrillero sudista, que después se transformó en asaltante. La leyenda lo describe como una especie de Robin Hood, pero sólo fue un extraordinario bandido que se destacó por su extraordinaria audacia y que durante 16 años sembró el pánico en la región. Su especialidad eran los asaltos a bancos y trenes. La frecuencia de los atracos efectuados por Jesse James y su banda de “Desesperados”, cómo llamaban a los cómplices de este, obligó a las autoridades a tomar serias medidas. Por recaptura del bandido, vivo o muerto, se pagaba la mayor recompensa ofrecida en esa época y James se vio asediado por la policía, los cazadores de recompensa y los traidores. Fue muerto en 1882 por un amigo, quién le disparó cuando Jesse James le dio la espalda para enderezar un cuadro que colgaba de la pared.
El primer asalto a un tren
El asalto a los trenes no fue una invención de Jesse James, como muchos creen, sino de John Reno, también un ex soldado de la Guerra Civil. Él y su banda efectuaron el primer atraco a un tren en la historia del bandolerismo del Far West en 1866. El golpe más afortunado de la banda de Reno fue el asalto al tren de Jefferson City a Indianápolis, con el cual obtuvieron un botín de $100.000 dólares, pero el cabecilla no tuvo mucho tiempo para gastar esa fortuna. Semanas después fue apresado y condenado a 25 años de cárcel. El resto fue menos afortunado. Los demás miembros de la banda fueron capturados y encerrados en la prisión de New Albany. Días después, un tren con todas las luces apagadas entró silenciosamente a la ciudad. Era la madrugada del 2 de diciembre de 1868. De él descendieron unos hombres enmascarados de rojo, eran los temibles miembros del Comité de Vigilancia. El sheriff y sus ayudantes trataron de proteger a los prisioneros, pero no pudieron evitar que los enmascarados se hicieran justicia y lincharan a los forajidos.
Billy the Kid
A los 12 años dio muerte a puñaladas al lavandero chino del pueblo y William Harrison Bonney, conocido más tarde como Willy The Kid, huyó a México. 5 años después regresaba a Estados Unidos convertido en un temible tirador. Contratado como guardaespaldas por un ganadero en México, el joven pistolero se había mezclado en la llamada “Guerra de Lincoln” entre dos hacendados rivales. Durante meses, las dos pandillas se enfrentaron en varias escaramuzas sangrientas y cuando sus amos no pudieron continuar pagándole, los pistoleros se convirtieron en cuatreros. El nuevo gobernador enviado por el Gobierno otorgó una amnistía a los fuera de la ley y a Billy The Kid, incluso, le ofreció el puesto de sheriff, pero el muchacho rechazó el cargo, siendo nombrado comisario de Lincoln su amigo Patrick Garret. Billy continuó con sus correrías hasta que en 1881 fue muerto por Garret. El joven bandido, en sus 21 años de vida, dio muerte a 21 personas sin contar a varios mexicanos, indios y hasta un chino lo que elevaría a 50 el número de víctimas.
La pareja romántica
Según la esposa del General Custer, Wild Bill Hickok era “el hombre más buen mozo que he conocido”. Con la melena hasta los hombros, tal como un hippie de nuestros días, sus largos bigotes y vistiendo con mucha elegancia, se convirtió en el príncipe de los pistoleros y en el gran amor de Calamity Jane (Juanita Calamidad). Cuando un periodista le preguntó cuántas habían sido sus víctimas, el pistolero contestó después de un rápido cálculo: “Más o menos un centenar”. Hickok, en su aventurera vida, había sido guerrillero, guardaespaldas, agente secreto, sheriff, actor del cicrco Búffalo Bill y empedernido jugador. Mientras jugaba póker, un desconocido se le acercó sigilosamente y le disparó un tiro en la nuca. Cuando le preguntaron al asesino porque no lo había desafiado abiertamente, éste respondió: “¿A Wild Hickok? Habría sido un suicidio”. Y en realidad, tenía razón. El “príncipe” fue uno de los tiradores más certeros en la historia del Oeste. Jane Marta Canary, conocida como Calamity Jane, era una mujer de aspecto no muy femenino, con un lenguaje como para asustar a cualquier varón y que varias veces fue acusada de asaltos a mano a mano armada. Sin embargo, era leal y de una valentía extraordinaria. Presto también valiosos servicios como correo del Ejército y sólo por encontrarse enferma en cama, se libró de morir en la batalla de Little Big Horn. Calamity Jane fue enterrada al lado de su admirado Willy Bill en el cementerio de Deadwood.
La ley del colt y del winchester
El Winchester y el Colt fueron las armas que dominaron en el Oeste. De la rapidez de su manejo dependía la vida del tirador. Algunos pistoleros fueron hombres de la ley, otros bandidos y varios de ellos ambas cosas a la vez según las circunstancias. John Holliday era hijo de un aristocrático hacendado sureño que perdió su fortuna durante la Guerra de Secesión. Cuando el joven se graduó a los 21 años como cirujano dentista y partió hacia el Oeste, ya había contraído la tuberculosis y los médicos le daban poco tiempo de vida. En los pueblos del Far West, Holliday abandonó la dentística para transformarse en un jugador profesional. Todos lo conocían como “Doc”, un hombre que no le teme a la muerte y a quién le importaba muy poco la vida de los demás. Sin embargo, en Dodge City salvó al famoso Wyatt Earp de una emboscada y desde entonces se convirtieron en inseparables compañeros. El sheriff fue el único amigo del solitario Doc y éste lo ayudó en el tiroteo de Ok Corral. Holliday murió a los 35 años de edad, víctima de la tuberculosis y del alcohol.
El Winchester y el Colt fueron las armas que dominaron en el Oeste. De la rapidez de su manejo dependía la vida del tirador. Algunos pistoleros fueron hombres de la ley, otros bandidos y varios de ellos ambas cosas a la vez según las circunstancias. John Holliday era hijo de un aristocrático hacendado sureño que perdió su fortuna durante la Guerra de Secesión. Cuando el joven se graduó a los 21 años como cirujano dentista y partió hacia el Oeste, ya había contraído la tuberculosis y los médicos le daban poco tiempo de vida. En los pueblos del Far West, Holliday abandonó la dentística para transformarse en un jugador profesional. Todos lo conocían como “Doc”, un hombre que no le teme a la muerte y a quién le importaba muy poco la vida de los demás. Sin embargo, en Dodge City salvó al famoso Wyatt Earp de una emboscada y desde entonces se convirtieron en inseparables compañeros. El sheriff fue el único amigo del solitario Doc y éste lo ayudó en el tiroteo de Ok Corral. Holliday murió a los 35 años de edad, víctima de la tuberculosis y del alcohol.
Wyatt Earp
En el Far West, solamente se reconocía la ley del más fuerte, por eso, para imponer el orden, los sheriffs debían ser tan buenos tiradores o aún mejores que el más diestro de los pistoleros. Wyatt Earp era alto, delgado y de penetrantes ojos azules. Generalmente vestía de negro y tenía la misma apariencia de un frío y calculador pistolero profesional. Casi su sola presencia impuso respeto en Dodge City y Tombstone, los dos pueblos que se disputaban la peor reputación del Oeste. Después que dejó el puesto de sheriff, Earp fue dueño de una cantina, detective privado, árbitro de peleas y buscador de oro en Yukón. La historia de Earp es más conocida que la de otros guardianes de la ley porque tuvo la suerte de vivir hasta los 81 años y contó sus aventuras a un periodista, quien al escribir su biografía lo transformó en uno de los héroes de la conquista del Oeste. Sin embargo, existieron muchos hombres que, al igual que Earp, no conocieron el miedo y perdieron la vida por imponer la justicia. El famoso sheriff era un hombre rico cuando murió en 1929 y alcanzó a ver la película que relataba las aventuras de “El León de Tombstone”, cóomo llamaban a Earp.
Ok Corral
Una disputa entre los Earp y un grupo de cowboys de Tombstone terminó con el sangriento duelo de Ok Corral. Los cowboys, al darse cuenta que no podían competir con los temibles hermanos, partieron hacia el corral OK en busca de sus caballos y estaban ensillándolos cuando llegaron los tres Earp y Doc Holliday. Virgil Earp usó en esta ocasión una escopeta de cañón corto, el arma más mortífera empleada en el Oeste. El encuentro se produjo el 26 de octubre de 1881 y según algunos testigos duró apenas 50 segundos. Los cowboys dispararon 17 tiros, pero sólo tres veces dieron en el blanco, hiriendo superficialmente a Virgil y a Morgan Earp. En cambio, los hermanos y Doc dispararon el mismo número de veces y casi todos los tiros fueron certeros. Desde aquel día, Wyatt Earp pasó a ser conocido como “El León de Tombstone”. Sin embargo, el duelo de OK Corral no trajo buena suerte a los triunfadores. Posteriormente los compañeros de los cowboys hirieron gravemente, en una emboscada a Virgil y dieron muerte a Morgan Earp. Wyatt y Doc partieron en busca de los asesinos y no descansaron hasta haberlos eliminados a todos.
Bat Masterson
Otro temido sheriff del Far West fue William “Bat” Masterson. Era amigo de Earp, pero no tan violento como éste y mucho más elegante. Dodge City era un hueso duro de roer para los comisarios. Allí llegaban los cowboys con ánimo de pasarlo bien y aunque sheriff estaba en desventaja numérica, debía mantener el orden. Por eso se necesitaban hombres de un coraje a toda prueba y quién inspiraran respeto. Bat Masterson fue uno de sus hombres. Rara vez se le escapó un prófugo y en el pueblo mantenía el orden entre los bulliciosos vaqueros con su pistola o golpeando a los oponentes con un bastón en la cabeza. Por ese motivo recibió el sobrenombre de “Bat”. El famoso sheriff se retiró a tiempo de la vida activa y murió tranquilamente en Nueva York, a los 68 años de edad (1921).
El cowboy
El vaquero americano nació en la región de Texas alrededor de 1840. Por esta época, el ganado se había multiplicado en tal forma que los hacendados más emprendedores organizaron envíos de animales a otras regiones del Norte y del Este. En 1861, al estallar la Guerra de Secesión, los Cowboys se enrolaron el ejército y los envíos de ganados debieron ser suspendidos. Además, se había descubierto que el ganado Longhorn texano transmitía la llamada “Fiebre de Texas” a los animales del Este y los rancheros de Misuri impedían a balazos la entrada a sus tierras de los bovinos de largos cuernos d de los vaqueros que los conducían. Una vez terminada la guerra, los vaqueros regresaron a su trabajo, encontrándose con que las reses, abandonadas a su suerte durante el conflicto, se habían reproducido rápidamente y qué más de 5 millones de cabezas de ganado vagaban libremente por las praderas. Para conducir estas reses en estado casi salvaje se necesitaban jinetes experimentados que conocieran bien su oficio. Así fue como el cowboy volvió a arrear ganado, atravesando Texas y Oklahoma hasta más allá de la frontera con Kansas, para embarcar los animales por tren hacia el este.
Los caballeros errantes de la pradera
El compañero inseparable del cowboy fue el caballo. De él dependía su vida cuando el vaquero trataba de penetrar dentro de la manada, de atravesar un río o de controlar una estampida. Los cowboys eran hombres sufridos que cabalgaban desde el amanecer hasta la noche, soportando los rigores del invierno y el calor del verano. Al comienzo de la primavera, los vaqueros reunían el ganado, contaban las reses y marcaban con fierro candente los terneros recién nacidos. Al final de su solitario viaje, los cowboys llegaban a la ciudad, cobraban el sueldo y partiendo donde el barbero. Después de un buen año, los vaqueros estaban prontos a divertirse. Como público eran muy exigentes y si no les gustaba el espectáculo, no vacilaban en sacar con lazo a los actores del escenario. Muchas veces, los cowboys perdían en una noche el dinero ganado en un año en mano de jugadores profesionales o perdían la vida en una simple escaramuza callejera.
El colt y las estampidas
El cowboy llevaba siempre al costado su fiel revolver Colt, el arma inventada por Samuel Colt, y no perdía ocasión de usarlo, aunque sólo se trataste de hacer bailar a un pacífico transeúnte disparándole a los pies. El mayor peligro que enfrentaban los vaqueros no eran los indios ni los cuatreros sino las estampidas, es decir, la fuga repentina y descontrolada del ganado. Estas se producían generalmente de noche y bastaba el aullido de un coyote, un balazo o el grito un ave nocturna para que 1000 o 2000 cabezas de ganado se lanzarán en una desenfrenada carrera arrollando todo lo que encontraban a su paso. Al sobrevivir una estampida, el cowboy montaba a caballo, para hacerlos correr en círculos, pero si el caballo tropezaba, la muerte del jinete era segura. En estas estampidas morían muchos animales aplastados por otros o que se ahogaban al llegar un río. Después pasaban semanas hasta que los vaqueros podían reunir nuevamente todas las reses.
El fin de la conquista
Hacia 1890, el arreo de las grandes manadas llegó a su fin y así terminó la época de oro del cowboy norteamericano. Una extensa red ferroviaria unió al país de costa a costa, haciendo innecesario el trabajo de los vaqueros. Los animales eran amontonados en vagones de carga y transportados de un lugar a otro sin mayores complicaciones. Además, en esa década comenzaron a instalarse en Texas una serie colonos, quienes parcelaron las grandes extensiones de la pradera y, naturalmente, impidieron que las manadas cruzaran por sus tierras recién cultivadas, recurriendo a los alambrados de púas, otro invento de la época. En nuestros días el jeep y los helicópteros han reemplazado al cabello, pero aún es posible ver a los cowboys vigilando el ganado, contando las reses, marcando a los terneros y recordando en sus canciones las aventuras de viejo Oeste. En esta forma, el avance de la civilización puso fin a la conquista del Far West.
El lazo y el caballo
Antiguamente, el cowboy no abandonaba por ningún motivo su rifle ni sus pistolas, hoy día rara vez anda armado. Pero, igual que sus antepasados, las partes más importantes de su equipo continúan siendo el lazo y el caballo.
Los norteamericanos adoptaron el uso del lazo de los vaqueros españoles de California, igualmente, la costumbre de marcar a los animales con un fierro rojo. El cowboy lacea al ternero por las patas traseras y lo aparta del resto del ganado. Mientras dos hombres lo sujetan, un tercero le aplica el fierro. Existen diferentes tipos de marcas, algunas son dibujos, otras son con número o con las iniciales del rancho. También se pueden marcar los animales haciéndoles un corte en la oreja, pero este sistema de marca es más usado en los ovinos, caprinos y animales pequeños.
La tienda del cowboy
Las botas son tan bonitas como útiles. El taco alto y grueso impide que el pie resbale en el estribo o quede enganchado en él. Los tacos sirven también de punto de apoyo cuando se lacea un animal a pie. El sombrero de alas anchas defiende el rostro del sol y de la lluvia. Durante el trabajo, los cowboys usan perneras de cuero, las cuales protegen las piernas de los matorrales y de las espinas. El pañuelo que llevan al cuello, lo emplean para cubrirse la boca y la nariz cuando hay mucho viento o polvo. El chaleco tiene una serie de pequeños bolsillos para guardar fósforos, cigarrillos, tabaco para mascar, etc. Algunos cowboys usan también muñequeras de cuero y guantes cuando lacean o doman caballos. Como ustedes podrán darse cuenta, cada parte de la tenida del cowboy está calculada para ser útil.
Los rodeos
Los rodeos comenzaron como una entretención entre los cowboys que querían probar su destreza, pero cada vez asistieron más personas y terminaron por transformarse en espectáculos públicos. Actualmente, estas competencias, en las cuales los cowboys demuestran sus habilidades con el lazo y como jinetes, se celebran en todos los Estados Unidos. Las pruebas principales son: 1. Mantenerse durante un mínimo de 10 segundos sobre un toro brahma*, sujetándose sólo con una mano de una cuerda que pasa por debajo de la barriga del animal. 2. El jinete debe mantenerse arriba de un bronco, por lo menos 10 segundos, usando sólo una rienda y manteniendo el otro brazo en alto. Broncos llaman a los caballos que son prácticamente indomables y que no se dejan montar por nadie. 3. Lacear un ternero, desmontar y amarrarle las patas, todo en un máximo de 20 segundos. 4. Saltar del caballo, sujetar un toro por las astas y derribarlo al suelo. También durante los rodeos actúan acróbatas y payasos, siendo una de las pruebas más divertidas, la de tratar de ordeñar vacas salvajes.
*Raza de ganado proveniente de la India, que se caracteriza por su joroba.
El cowboy moderno
Si los antiguos cowboys vieran a sus descendientes, les extrañaría mucho verlos emplear una serie de artefactos nuevos y efectuar actividades desconocidas en otros tiempos. Por ejemplo, los cowboys utilizan ahora sustancias químicas y pulverizadores para combatir las plagas y saben manejar un jeep o un camión también cómo montar a caballo. En algunos ranchos modernos, se emplean aeroplanos para ubicar el ganado, y, en invierno, cuando los animales están aislados por una tempestad, les dejan caer forraje. El fuego para poner los fierros al rojo ha sido reemplazado por un calentador a gas licuado y, al mismo tiempo que se marca a los terneros, los cowboys les inyectan vacunas contra las enfermedades. Aunque el caballero errante de la pradera desapareció para siempre, el cowboy sigue siendo tan útil como los hombres que jugaron un papel tan importante en la conquista del Oeste.
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