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domingo, 28 de mayo de 2023

Historia del Far-West (4)

"Historia del Far-West" fue el nombre original de esta publicación aparecida en capítulos en la revista Mampato a fines de los años ´60, del siglo XX. Es un excelente resumen de una época apasionante en la historia de Estados Unidos. Themo Lobos supo ilustrarla con una buena cuota de humor.



Ver también parte 1, 2 y 3



La ruta de Santa Fe

Con la adquisición de Luisiana, Estados Unidos pasó a limitar con el imperio español. Entre ambos quedaba un extenso territorio, casi deshabitado, que era una especie de tierra de nadie. Los cazadores norteamericanos que se internaban en esta región, generalmente no alcanzaban a regresar a su país: o eran muertos por los indios o caían en manos de los españoles. En 1821, la situación cambio: México se había independizado y recibía a sus vecinos del Norte con los brazos abiertos. Así los gringos pudieron llegar hasta Santa Fe para vender sus mercaderías a los mexicanos, quienes pagaban en oro y plata. Aunque el negocio era estupendo, el viaje resultaba una verdadera odisea. Las caravanas tenían que recorrer un penoso trayecto de 1500 kilómetros cruzando montañas, ríos y el desierto. Además, tenían que defenderse de los ataques de los crueles comanches, de los astutos kiowas, de los orgullosos cheyenes y de los bandoleros. Alrededor de 1845 la famosa Ruta de Santa Fe quedó abandonada, al prohibir el gobierno mexicano el comercio norteamericano en su territorio.



La colonización de Texas

Cuando Texas aún formaba parte de México, el gobierno de este país permitió que colonos norteamericanos se instalarán en la región y les entregó tierras. Hacia 1830, ya cerca de 30.000 vivían en el territorio texano y cada vez llegaban más. Por supuesto que pronto reclamaron su independencia y la situación empezó a complicarse. El gobierno de Estados Unidos trató de comprar la provincia, pero como el país azteca rechazará la proposición, la prensa norteamericana comenzó a pedir que se ocupara Texas por la fuerza. En 1832 el general Antonio López de Santa Anna subió al poder proclamándose dictador. Con él tampoco se llegó a un acuerdo y el primero de marzo de 1836 los texanos se auto-declaraban independientes. Al conocer la noticia, Santa Anna, al frente de un ejército de 5000 soldados, sitió la ciudad de San Antonio. 187 texanos se encerraron entonces en la misión abandonada de El Álamo, dispuestos a vender caras sus vidas.



El Álamo

A pesar de la enorme diferencia numérica entre defensores y atacantes, los texanos lograron resistir valientemente el asedio durante 12 días. Santa Ana trató de evitar la aniquilación de los sitiados, entre los cuales se encontraba su amigo Jim Bowie, pero el comandante de la guarnición, Barret Travis, se negó a Rendirse. El general mexicano dio entonces la orden de asalto. Travis muerto por las lanzas de la caballería mexicana. Jim Bowie, quién se encontraba gravemente enfermo en cama, alcanzó a derribar con su pistola a tres soldados enemigos antes de morir. También en la heroica defensa de El Álamo, cayó el famoso frontiersman, Davy Crockett. Alrededor de él se encontraron 13 mexicanos muertos. Santa Anna resultó vencedor, pero la victoria le salió cara: la aniquilación de los 187 defensores le costó la vida a 1544 de sus hombres. 


¡Recuerden El Álamo!

La heroica resistencia de la misión de San Antonio sirvió para unir a todos los texanos, quienes al grito de “¡Recuerden el álamo!”, se lanzaron a conquistar su independencia. El general Sam Houston, que estaba al mando del ejército rebelde, se dio cuenta que eran muy pocos para enfrentarse con las tropas mexicanas y prefirió retirarse hacia el este. Santa Anna cometió el error de perseguirlo, agotando sus hombres en el inútil intento. Finalmente, el 21 de abril de 1836, mientras los soldados mexicanos descansaban a orillas del río San Jacinto, Houston los atacó sorpresivamente. La batalla quedó decidida en sólo un cuarto de hora: cientos de mexicanos fueron muertos y al resto cayó prisionero. Con la batalla de San Jacinto, Texas ganó su independencia, sin embargo, 9 años después, renunciaría a ser un estado independiente para integrarse voluntariamente a los Estados Unidos. Las relaciones entre México y su vecino del norte fueron de mal en peor, hasta que en 1846 estalló la guerra entre ambos países. Los mexicanos, vencidos por un enemigo más poderoso y mejor equipado, tuvieron que ceder a Estados Unidos los territorios de Nuevo México y California.



Las diligencias

Tanto en el Este como en el Oeste, funcionaban compañías para el transporte de mercaderías y pasajeros, como la famosa “Wells, Farg and Co”, pero faltaban medios de comunicación permanente que unieran el este del país con el Far West. En 1854, la primera diligencia cruzó el continente norteamericano, estableciéndose desde entonces un servicio constante, a pesar de la enorme distancia que debía atravesar, de los indios y de los bandoleros. Los vehículos eran arrastrados por seis caballos y, en el pescante, iban el cochero y el conductor, quien estaba a cargo de la defensa. Cada cierto trecho, existían postas de relevo, donde los pasajeros podían comer mientras se cambiaban los agotados caballos por otros frescos. Los sufridos viajeros eran sacudidos como cocteleras durante los 24 días que duraba el trayecto. Si hacía buen tiempo, se “asaban” dentro del vehículo y estaban obligados a tragar polvo. Sí llovía, nadaban en el interior mientras una verdadera ducha caía sobre sus cabezas. Es decir, los viajes en diligencias no eran de lo más cómodos.

El “Pony Express”

Aunque las diligencias también llevaban el correo de un océano al otro, no eran lo suficientemente rápidas como para transportar la correspondencia “expresa”. Por este motivo, nació en 1860, el “Pony Express” o correo a caballo. Excelentes jinetes atravesaban el continente a galope tendido en diez días. Cada diez kilómetros, cambiaban de cabalgadura y durante la noche sólo descansaban un par de horas. Entre los mensajeros del “Pony Express” se destacó William Bill, quien en una ocasión cubrió un trayecto de 500 Km. en 22 horas, ocupando un total de 21 caballos.
Los jinetes, a menudo, eran atacados por los indios y no llegaban a su destino.
En 1861, la inauguración del telégrafo transcontinental terminó con el primitivo y arriesgado correo a caballo.



El caballero de acero

El tren comenzó su recorrido a través de la pradera el 10 de mayo de 1869. En aquel día, en el estado de Utah se unió con un perno de oro californiano los rieles de la “Unión Pacific” con los de la “Central Pacific”. Una ininterrumpida línea ferroviaria comunicó, desde esta fecha, a Nueva York con San Francisco, al Atlántico con el Pacífico. Con “el caballo de acero”, la conquista del Oeste dejó de ser la aventura individual de unos pocos miles de colonos y cazadores para transformarse en una emigración masiva que transformó el Oeste de EE.UU.
Pero el viaje por tren seguía siendo una aventura: asaltantes, indios, bisontes y tempestades de nieve, hacían menos monótonos el viaje. Si todo iban bien, el trayecto se hacía interminable: los pasajeros pasaban días y días en los incómodos carros de madera, sufriendo el frío del invierno o el sofocante calor del verano. Pocos años después, un pasajero que recorría los estados del Oeste, escribía: “El tren atraviesa un océano de trigo”. Las salvajes praderas del Far West habían desaparecido bajo el arado, pero para ello fue necesario el esfuerzo y el sudor de dos generaciones de colonos. Comenzaba una nueva etapa en la historia del Far West.


60 millones de bisontes

Se calcula que a comienzos del siglo XIX había en Estados Unidos 60 millones de bisontes o búfalos americanos. Pero en los años que siguieron a la Guerra de Secesión, los trenes transportaron miles de cazadores, quienes armados con Winchester, exterminaron a las manadas para enriquecerse vendiendo la carne al ejército, a las compañías ferroviarias y a los restaurantes, en los cuales la lengua del bisonte ahumada era el plato más apreciado. En cambio, para los indios de la pradera, los Sioux, los Cheyenes, los Arapahos, los Comanches y los Kiowas, el bisonte no sólo era su única fuente de alimentos, sino también una divinidad. Enfrentarse con arcos y flechas a una manada de búfalos era una prueba de valor para los guerreros. En cambio, los cazadores blancos se instalaban a 20 o más metros y comenzaban a dispara hasta que el cañón del rifle se calentaba demasiado o los descuerados no daba a basto.
Con la demanda creciente de pieles de búfalos, la carnicería final comenzó. Cuatro hombres podían descuerar cien búfalos en una sola mañana. Sólo en invierno de 1872 fueron muertos 75 mil búfalos en los alrededores de Dodge. Actualmente, viven en los Estados Unidos apenas tres mil búfalos, menos de los que un cazador mataba en un par de semanas. Cuando los disparos de los cazadores comenzaron a turbar el silencio de la pradera, los pieles rojas comprendieron que debían librar la última batalla contra el invasor.

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