La Ley todavía no es superada como la banda chilena más exitosa de todos los tiempos fuera de las fronteras. Sus logros comerciales y premios asoman más cerca de las hazañas de Lucho Gatica que de la huella de Los Prisioneros en los países andinos.
La Ley competía con Los Tres en un duelo mediático forzado, donde ya se instalaba la idea de cierta inconsistencia del grupo, por estar más cerca del pop que del rock. Lo cierto es que siempre fueron de rasgos difíciles de identificar con la idiosincrasia nacional. No estaban enrabiados como Los Prisioneros y no manejaban la tristeza desoladora intrínseca del cancionero nacional, desarrollada con maestría por Violeta Parra y Víctor Jara. Su apogeo ocurrió apenas la democracia fue recuperada. Así, al igual que Soda Stereo en la Argentina posdictadura, se sentían más conectados con una estética e ideario anglosajón. La mochila política de sus predecesores era el eco de un pasado que no les incumbía.
En La Ley no había fragilidad sino la seguridad -acá decodificada siempre como arrogancia- de quien domina sus potenciales. El acento neutro de Beto Cuevas, qué decir de su aspecto, instalaba al grupo en un lugar distinto, despertando recelos. Se reconocía en ellos calidad y éxitos, pero se sancionaba su imagen de abierta intención publicitaria. (F)