Cuando empezó la invasión rusa, Pavlo Vyshebaba se alistó en el ejército y su familia se fue del país. Varios meses después, su hija de seis años aprendió a escribir. Lo llamó y le dijo que iba a redactar una carta, la primera de toda su vida, y que quería que fuera para él. Pavlo se emocionó y su hija le dijo que tenía un problema: no sabía sobre qué tenía que hablarle. Él pensó unos segundos y le respondió: “Simplemente no me escribas de la guerra”.
Ese mismo día, pensando en su hija, Pavlo escribió este poema:
Simplemente no me escribas de la guerra,
dime si hay un jardín en las cercanías,
si puedes oír saltamontes, cigarras y grillos,
y si los caracoles se arrastran por la enredadera.
¿Cómo llaman a los gatos en esas tierras lejanas?
Sobre todo, corazón, me gustaría que no hubiera tristeza en tus líneas
¡llénalas de las canciones de pájaros y ranas!
¿Los cerezos y los albaricoques florecen allá todavía?
Y si te regalan un ramo de flores fragantes,
no les cuentes cómo te escapaste de los misiles,
cuéntales lo bien que vivíamos aquí.
A todas las personas que conozcas en el exilio
invítalas a Ucrania a visitarnos,
les mostraremos lo agradecidos que estamos
—después de la guerra—, por la paz de nuestros hijos.
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