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viernes, 19 de mayo de 2023

Historia del Far-West (2)



Segunda entrega de la "Historia del Far-West", publicada originalmente en la revista Mampato, en 1968, e ilustrada magistralmente por Themo Lobos. Sirva también como un homenaje al maestro.



Los dos capitanes

Una vez terminada la guerra de la Independencia, el segundo presidente de los Estados Unidos, Thomas Jefferson, adquirió de Francia el territorio de Luisiana y el gran Valle de Mississippi y sus afluentes, hasta los Montes Rocallosos. Al sur de esta región estaba la colonia española de California y al norte, Oregon, en el cual estaban muy interesados los ingleses del Canadá. Jefferson, calculando que el destino de la joven nación americana estaba en el Oeste, envió una expedición al mando de Meriwether Lewis y William Clark, para estudiar detalladamente esta vasta región de praderas y montañas. Después de 7 meses de viaje llegaron a las costas del Pacífico. Ambos capitanes fueron los primeros en atravesar todo el territorio del Oeste.



La guerra de los castores

El 28 de agosto 1833, los indios Assiniboin asaltaron el campamento de los “Pies Negros”, quienes se habían establecido cerca una las estaciones comerciales de la “Compañía Americana de Pieles”, provocando una feroz matanza. Este fue uno de los famosos episodios de la “gran cacería” de los castores. Después que Luis y Clark publicaron su diario de viaje, muchos fueron los Aventureros que partieron hacia esas nuevas tierras en busca de fortuna. Manuel Lisa, un comerciante de la ciudad de St. Louis, fundó la “Compañía de Pieles de Misurí”, con el objeto de explotar la enorme riqueza constituida por los abundantes castores que poblaban los torrentes de los Montes Rocallosos. Los cazadores de estos simpáticos animalitos colocaban trampas u obtenían las pieles comerciando con los indígenas. Con el tiempo, se instalaron otras compañías y la competencia entre las empresas se transformó en lucha sin piedad. Los cazadores se disparaban entre ellos o azuzaban a los indios contra sus rivales, distribuyéndoles grandes cantidades de alcohol para despertar sus instintos guerreros.

Los hombres de la montaña

La guerra de los castores se convirtió en una lucha sin cuartel cuando también intervinieron los “free trappers” (tramperos libres), quienes no pertenecían a ninguna compañía y se daban a sí mismos el nombre de “mountain men” (hombres de la montaña). Fueron las figuras más pintorescas conocidas por la historia de la conquista del Oeste: libres de vagar por territorios inexplorados, acampando donde más les gustase, trabajando sólo cuando tenían ganas de hacerlo, podrían morirse de hambre y de frío o luchando cuerpo a cuerpo con las fieras, sin que nadie los echara de menos. La única ley que regía entre los hombres de la montaña era la del más fuerte, del más astuto y, tal vez, la del más despiadado. Actualmente, muchos de los bosques que sirvieron de escenario en las aventuras de estos cazadores fueron declarados parques nacionales y la caza está estrictamente controlada.


Matar por pasatiempo

Las carreras de caballos, el tiro al blanco y las luchas cuerpo a cuerpo, eran las entretenciones favoritas de los “Hombres de la Montaña”, mientras enermes fortunas en pieles cambiaban de dueño durante las largas partidas de naipes. Por supuesto, que muy bien regadas con abundante whisky y ron. Entre ellos, pronto se hizo conocido el cazador Mike Fink por un peligroso juego que practicaba con sus amigos: sobre la cabeza se colocaban un jarrito de lata lleno de whisky y, a 100 pasos de distancia, se disparaban uno al otro tratando de perforar el jarrito sobre el nivel del whisky para no derramar ni una gotita. Un día, Fink no apuntó bien y mató a su mejor amigo, un tal Carpenter. Poco después los compañeros de este se vengaron dando muerte a Fink.


Un hombre con suerte

Cuando la compañía de cazadores del capitán Ashley se internaba en el bosque, el “hombre de la montaña” Hugh Glass, fue atacado por un terrible oso pardo, el cual era, después de los indios, el peor enemigo de los cazadores de castores.
Por temor a ser asaltado por los pieles rojas, Ashley no podía retardar la marcha y dejó al herido al cuidado de dos hombres. Los dos compañeros, viendo que Glass no se curaba de sus terribles heridas ni tampoco se decidía a morir, terminaron por dejarlo abandonado, llevándose las armas y los alimentos. Solo e indefenso, comiendo raíces y carroña, Glass se arrastró hasta encontrar un poblado, donde los indígenas lo salvaron de una muerte segura. Un año después, el cazador partió en busca de nuevas aventuras. Una vez que viajaba en una embarcación, insistió en desembarcarse para cazar bisontes. Se encontraba a pocos metros del río, cuando los indios asaltaron la embarcación, matando a todos los que había a bordo. Glass, escondido detrás de una roca, fue el único que se salvó.



La ciudad del profeta

El inteligente y valiente jefe de la tribu de los Shawnee, Tecumseh, es considerado “el indígena más grande de la historia”. Fue el primero en darse cuenta que solamente si todas las tribus se unían podrían resistir el avance de los colonos y conservar sus tierras. Aprovechando la creciente hostilidad entre Estados Unidos e Inglaterra, Tecumseh se dedicó a la difícil tarea de reunir pueblos con lenguaje tradiciones y costumbres diversas. Gracias a sus dones de gran orador y de político, convenció a varias tribus que abandonaran sus antiguas aldeas para reunirse todos en la gran “Ciudad del Profeta”, cerca del río Tippecanoe, en 1809. Entusiasmado con el éxito de su proyecto, Tecumseh partió dos años después a asegurarse la ayuda de las poderosas tribus Choctaw, Creek y Cherokee. La confederación indígena había nacido y, ahora sólo faltaba el estallido de la guerra. Sin embargo, el sueño de Tecumseh se aproximaba a su fin y el culpable sería su hermano Tenskawatawa, el hechicero de los Shawnee.



Muerte de Tecumseh

El ambicioso Tenskawatawa, desobedeciendo las órdenes de su hermano, hizo distribuir grandes cantidades de “agua de fuego” (aguardiente) entre los indios y los incitó a la guerra. Al día siguiente, un grupo de indios ebrios y desorganizados atacó el campamento del general Harrison. El encuentro fue sangriento, pero después de la primera carga, el general reorganizó a sus soldados y venció a los pieles rojas. Cuando Tecumseh regresó, la “Ciudad del Profeta” solo era un montón de ruinas humeantes. Pocos días después estalló la guerra y el caudillo, con un puñado de guerreros fieles, se unió a los ingleses, quienes le otorgaron el grado de general. Varias veces, causó grandes pérdidas al ejército norteamericano, pero finalmente, abandonado por sus aliados, fue derrotado por Harrison y murió en la batalla. Con la muerte de Tecumseh, también desapareció la idea de una sola nación indígena. Los indios serían empujados cada vez más hacia el oeste y las relaciones, en un principio amistosas, entre cazadores y pieles rojas, se convertirían durante más de treinta años en una implacable guerra de exterminio. 




Todavía están en guerra

La guerra entre los Estados Unidos y los indígenas aún no ha terminado totalmente: en la inhóspita zona pantanosa de Florida viven los últimos semínolas, una tribu que nunca quiso firmar un tratado de paz con los blancos. Esta historia comenzó, cuando a principios de 1819, España vendió Florida a Estados Unidos por la irrisoria suma de cinco millones de dólares. Los semínolas se opusieron tenazmente a la invasión de colonos que siguió a la adquisición, pero fueron derrotados por Andrew Jackson, el futuro presidente. En 1832, el tratado de paz impuesto por los “caraspálidas” fue roto por Osceola, un joven mestizo, hijo de un cazador escocés de una india creek, quien enterrado su puñal sobre la mesa de los parlamentarios dijo: “¡Sólo de esta manera puedo firmar un tratado con los blancos!”. Perseguido en vano por los soldados, la banda rebelde de Osceola se internó en los pantanos, respondiendo sangrientamente a cada ataque. Finalmente, el caudillo fue traicionado y murió en la cárcel. El gobierno cesó las operaciones militares considerando una inútil pérdida de sangre y dinero, el esfuerzo para dominar a un puñado de indios rebeldes, refugiados en la impenetrable zona pantanosa. Hasta ahora (1968) no existe ningún tratado entre los semínolas y las autoridades norteamericanas, en consecuencia los semínolas todavía están en guerra con los Estados Unidos, por lo menos teóricamente.





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