Ese ángel del amor llamado Cupido en 4 obras de Bouguereau.
Desde tiempos inmemoriales se estableció que estar enamorado es como estar hechizado. Tiene su lógica, pero ¿Quién es el brujo, el dios, el mago que provoca el hechizo? Hay una imagen ya icónica: Cupido, un pequeño niño ángel que aparece volando con delicadeza, pone una flecha en su arco y dispara hacia su víctima. La leyenda dice que tiene dos tipos de flechas: las de oro para infundir amor y las de plomo para quitarlo. Pero, ¿de dónde viene todo esto?
Cupido es el dios del deseo amoroso en la mitología romana (su equivalente en la mitología griega es Eros). No del amor, esa es su madre: Venus, la diosa del amor, la belleza y la fertilidad. Su padre es Marte, el dios de la guerra. Si bien esa es la versión más extendida, hay ciertas disputas: según Séneca, el padre es Vulcano, dios del fuego, y para Cicerón, es Júpiter, padre de dioses y hombres. Quizás el que mejor pintó a Cupido fue William-Adolphe Bouguereau, el artista que hoy nos convoca.
“El primer beso” (1890)
Hay muchas historias alrededor de Cupido. Quizás la más conocida sea la de su relación con Psique. Está narrada en Las metamorfosis de Apuleyo, la única novela latina completa que se ha podido hallar, escrita en el siglo II d. C. Psique era una princesa bellísima que, en la mitología, se la definía como la representación del alma. Tan bella era que le decían la segunda Venus. Esto enojó a la verdadera Venus y le pidió a su hijo que haga un trabajo.
Cupido debía ir y usar sus flechas para que Psique se enamorara del hombre más feo del mundo. Pero claro, cuando Cupido la vio, cuando vio su belleza, quedó completamente obnubilado. Evidentemente el amor siempre llega, incluso para el hijo de la diosa del amor que, además, era el dios del deseo amoroso. Es interesante que siempre se lo dibuje como un niño, como alguien que propaga el deseo pero que no puede sentirlo. Hasta que finalmente ocurre.
Es probable que esta figura se una de las más pintadas de la historia, pero lo llamativo es que, a diferencia de otros dioses más importantes en la narrativa romana, Cupido atravesó las épocas hasta convertirse en uno de los íconos del amor en el imaginario colectivo contemporáneo. Símbolo del día de San Valentín, suele aparecer como un niño, ya no desnudo, sino con pañales. Incluso se ha adaptado: se ha vuelto un ángel, a la manera cristiana.
“Amor al acecho” (1890)
William-Adolphe Bouguereau nació en La Rochelle, en la costa oeste de Francia, año 1825. Fue el segundo hijo del matrimonio formado por Théodore Bouguereau, de origen inglés, y Marie Marguérite Bonnin, francesa. Sin bien su familia tenía orientación calvinista, a los cinco años fue bautizado en la fe católica. Su padre tenía una modesta vinatería. Con eso mantenían una vida sin privilegios ni carencias.
A los 7 la familia se muda a Saint-Martin, en la isla de Ré, para abrir un nuevo negocio, pero a él lo envían con su tío, que tenía 27 años y era cura en la iglesia de Saint-Étienne en Mortagne sur Gironde. Desde entonces, el dibujo y la pintura pasaron de ser un simple juego infantil a una exploración estimulante de la sensibilidad artística. En 1939 ingresa en la Escuela de Pons a estudiar arte clásico, religión e historia antigua, entre otras materias.
Luego llegarían los grandes maestros: primero Louis Sage, que era discípulo de Ingres; luego François Édouard Picot. De a poco se convirtió en un gran artista, no sólo respetado, también admirado. Dos personalidades ilustres que celebraron su trabajo fueron Napoleón Bonaparte y Frédéric Chopin. Murió el 19 de agosto de 1905, a los 80 años. Es considerado uno de los principales exponentes del academicismo. En su enorme obra hay varios cuadros de Cupido.
“Cupido con una mariposa” (1888)
Quizás el más conocido sea El primer beso, titulado originalmente Cupido y Psique, infantes. La pintura fue realizada en 1890, al óleo, en 119 centímetros por 71 cm. Una historia de amor simplificada en un beso entre niños que juegan. La pintura es principalmente azul, un color poco común ya que generalmente se usaba rosas y rojos. De esta forma Bouguereau se aleja del tema del amor prohibido y genera una escena infantil entre la picardía y la ternura.
Pero hay más, muchos más. Ese mismo año crea otra pintura icónica. Se llama Amor al acecho y vemos a Cupido en una edad cercana a la pubertad. Sentado sobre una roca en una suerte de bosque con flores y árboles, empuña el arco y la flecha y observa algo a su derecha, quizás a quien dispararle, quizás a quien enamorar. Las alas están desplegadas, como en alerta, al acecho. Su mirada es apacible y nunca abandona la ternura, pero parece que ya conoce su nuevo objetivo.
La historia de Cupido, la fuerza y el magnetismo de este personaje era algo que le interesaba muchísimo al pintor francés. Eso se ve muy bien en otra obra: Cupido con una mariposa, de 1888. Apenas un niño, aunque un poco más grande que los infantes de El primer beso. En esta obra el rostro de Cupido posee una tranquilidad enorme. Sentado sobre una fuente, gira el brazo para tomar con sus dedos la mariposa. Pura delicadeza.
“El rapto de Psique” (1895)
En El rapto de Psique, de 1895, vemos a un Cupido ya adolescente y enamorado. Tras el pedido de Venus, que Cupido desobedece, la nueva orden es hacia los monjes del templo: llevar a Psique al bosque, atarla a una roca y que el horrible monstruo que ahí vivía se ocupara. Pero Cupido hace que el viento Céfiro se la lleve volando y luego, ya en el palacio, se casan. Acá Bouguereau captura el momento en que ambos vuelan, juntos, desnudos, enamorados.
Las alas de Cupido son de ave, pero las de Psique son de mariposa: esto indica que la diosa ha alcanzado la inmortalidad. Es una pintura al óleo que representa muy bien al estilo del academicismo. El rostro de Psique es de pura felicidad y su cuerpo, liviano, blando, se deja llevar por el vuelo de su amado, que la abraza con cariño y determinación. A partir de ese momento vivirán juntos, tendrás obstáculos, por supuesto, pero su amor será eterno.
Cupido es también el nombre de dos especies de plantas, de tres peces y de cinco insectos. También una luna de Urano y un asteroide del cinturón entre las órbitas de Marte y Júpiter se llaman así. ¿Habrán estado profundamente enamorados los científicos que, cada cual por su lado, al realizar estos descubrimientos, los bautizaron así? Las flechas del ángel del amor, del dios del deseo amoroso, atraviesan épocas. Es como un mandamiento: todo corazón recibirá alguna vez su flechazo.
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