Quentin Jerome Tarantino (Knoxville, Tennessee, 27 de marzo de 1963) es un director de cine, productor, guionista, editor y actor estadounidense.
La carrera de Quentin Tarantino comenzó a finales de la década de 1980, cuando escribió y dirigió My Best Friend's Birthday —cortometraje cuyo guion sería la base del argumento de la película True Romance, de Tony Scott (1993) y que fue parcialmente destruido durante un incendio—. En 1992 inició su carrera como cineasta independiente con el estreno de Reservoir Dogs, considerada por la revista Empire como «la mejor película independiente de todos los tiempos». Su popularidad no hizo sino crecer con su segundo largometraje, Pulp Fiction (1994), una comedia negra antológica que se convirtió en un enorme éxito de crítica y público, además de una pieza fundamental de la cultura popular. El semanario Entertainment Weekly la designó como la mejor película estrenada entre 1983 y 2008, y algunos críticos del British Film Institute la colocaron en el número 127 de las mejores películas de todos los tiempos. En Jackie Brown (1997), Tarantino rindió homenaje al género blaxploitation.
Seis años después, en la película dividida en dos partes, Kill Bill (2003-2004), Tarantino ofreció un relato de venganza que aúna tradiciones cinematográficas del cine de kung-fu, artes marciales japonesas, spaghetti western y terror italiano (giallo). En 2007 dirigió Death Proof, junto a su amigo Robert Rodriguez, y dos años después estrenó un proyecto largamente pospuesto y bien valorado por la crítica, Inglourious Basterds, que cuenta una ucronía sobre dos planes distintos para asesinar a los líderes políticos de la Alemania nazi. En 2012, con Django Unchained, Tarantino filmó su homenaje al wéstern, centrado en el mundo esclavista del sur de los Estados Unidos justo antes de la Guerra de Secesión, y que con una recaudación de 425 millones de dólares se alzó como su película con mayores ganancias en taquilla. En su octavo largometraje, The Hateful Eight (2015), rinde homenaje a las películas wéstern de gran presupuesto de 1960 y 1970, además de haber sido rodada en 70 mm. Cuatro años después, Tarantino regresaría a lo grande con Once Upon a Time in Hollywood (2019). La historia se centra en la vida del actor de Hollywood venido a menos, Rick Dalton (Leonardo DiCaprio), y la de su amigo y doble de acción, Cliff Booth (Brad Pitt). De manera paralela a la trama principal, se narran fragmentos de la vida de la actriz Sharon Tate (Margot Robbie) y de los miembros del culto la Familia Manson, liderada por Charles Manson.
El cine de Tarantino ha sido elogiado por la crítica y ha gozado del favor del público general, lo que lo ha convertido en un éxito comercial. Por ello, ha recibido numerosos galardones, como dos premios Óscar, dos Globos de Oro, dos premios BAFTA y la Palma de Oro del Festival de Cannes. En 2005 la revista Time lo incluyó en su lista de las 100 personas más influyentes y el cineasta e historiador Peter Bogdanovich también afirmó que es «el director más influyente de su generación». En diciembre de 2015, Tarantino recibió una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood por sus contribuciones a la industria del cine. (W)
Un cine extraordinariamente previsible
Lo es tanto para los que adoran su universo como para aquellos que le detestan abiertamente. Quizá haya por ahí algunos que le aprecien o critiquen de forma moderada pero seguro que son los menos. Decíamos que es previsible, felizmente previsible si tenemos en cuenta que el primer mandamiento de su filmografía es ya no solo no aburrir nunca al espectador, sino lograr que se lo pase en grande, que se olvide de todo y disfrute en la butaca como hacía él cuando era un crío en los primeros setenta y alucinaba con las cintas de acción. Lo consiga o no, lo que es transparente es que ese ha sido su objetivo en las nueve películas que ha dirigido, desde que nos voló la cabeza con Reservoir dogs en 1992 y nos mandó el cráneo aún más lejos dos años después con Pulp fiction.
Es previsible por más razones, por sus robos/homenajes a los cineastas que ama, por la manera en que dialogan sus personajes, la forma en que estructura sus historias o el modo en que utiliza el cancionero pop. Es siempre reconocible –ya sea un western o una de artes marciales– y a estas alturas no manifiesta síntoma alguno de agotamiento. Bueno, todo esto para decir que si Tarantino escribe un libro con sus reflexiones sobre el séptimo arte está muy bien que sea tan previsible como su trabajo tras la cámara: entretenido, libre, divertido, descarado, disfrutón… También que concuerde con la imagen pública que proyecta, enfermizamente erudito y con todos los fuck you que sean necesarios. Sus Meditaciones de cine responden a ese perfil pero están muy acotadas a los años en que pasó de la infancia a la adolescencia obsesionado con unas cuantas películas, guionistas, actores y directores.
El principio y el final del libro es lo más parecido a unas memorias que tenemos por ahora del director de Kill Bill. Es en ese principio tan autobiográfico cuando nos informa de que con apenas ocho años su madre y su padrastro toman una decisión que marcará su vida: le llevan al cine de sesión doble a ver películas de adultos a condición de que no sea un incordio. Aquella decisión materna le puso en contacto con la serie B y lo que nuevo conoceríamos como el Nuevo Hollywood, con la obra setentera y violenta de los Martin Scorsese, Don Siegel, Sam Peckinpah, John Boorman, Brian De Palma o John Flynn, entre otros.
La inteligencia de sus análisis y el entusiasmo (contagioso: dan ganas de revisitar casi todos los títulos que repasa) no remiten en ningún momento lo largo de todo el texto. Reconocemos su voz. No cuesta nada imaginarle acelerado, gritón, cachondo, palabrotero pero sobre todo sagaz, original y contundente mientras nos explica las claves del éxito de Steve McQueen (“que era sencillamente estar, sencillamente llenar el encuadre con él”); enumera las razones por las que Harry el sucio no es una película fascista pero sí agresivamente reaccionaria; expresa su aversión a los críticos que se ponen por encima de las películas y que parecen odiar su trabajo; aclara por qué Taxi driver es “una obra maestra valiente” y su director un cobarde incapaz de defenderse cuando le preguntaban en las entrevistas por la extrema brutalidad de su final; defiende la grandeza de Sylvester Stallone como actor, guionista y director de Rocky II y La cocina del infierno; y recuerda con una nostalgia tipo José Luis Garci las diferentes salas que en Los Ángeles fueron su verdadera escuela.
Entre las ventajas de ser Tarantino está que si tienes alguna duda relativa a una película puedes llamar a Robert De Niro, Walter Hill, Martin Scorsese o Paul Schrader, al que le caen tantas críticas por la dirección de Hardcore, un mundo oculto como piropos por el guión de Taxi driver. Los lectores comprobarán rápido que no pueden pasar por alto las notas a pie de página y que no solo conoce el cine español de acción y terror sino que el Matador de Pedro Almodóvar debe de ser de las pocas cosas que salva del cine de los ochenta.
“Yo era un joven entusiasta del cine en una época en que las películas eran una pasada”, escribe Tarantino y el libro es la demostración de que sigue opinando lo mismo. Entre tantas cosas malas que nos trajo el confinamiento en pandemia, una especialmente buena: puso a Tarantino a escribir sobre las películas que le cambiaron la vida y que siguen dentro de él.
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