En una sociedad donde los problemas prácticos y tangibles parecen dominar el panorama, resulta fácil cuestionar la relevancia y utilidad de las artes y los artistas. Es cierto que cuando enfrentamos una enfermedad, un problema legal o una avería mecánica, nuestra primera reacción no es acudir a un pintor, un músico o un actor, sino a un profesional del campo específico. Sin embargo, esta perspectiva simplifica en exceso la función y el valor que el arte aporta a la existencia humana.
La relevancia indispensable del arte en la sociedad
Si bien los artistas no resuelven de manera directa los problemas cotidianos, su labor desempeña un papel fundamental e irreemplazable en la sociedad. Cuando se nos pregunta a qué nos dedicamos, la respuesta no suele ser tan clara y contundente como la de un médico o un abogado, ya que nuestro campo de acción se sitúa en un plano más subjetivo y trascendental. No obstante, esta supuesta falta de "utilidad práctica" no debe menospreciar la profunda huella que el arte deja en la experiencia humana.
¿De qué sirve, entonces, la creación artística? La respuesta se encuentra en la capacidad del arte para tocar los corazones y las mentes de las personas, para provocar emociones, para estimular la reflexión y la contemplación. Beethoven, Kurosawa, Van Gogh, Los Beatles: estos nombres y muchos otros nos han legado obras que han transformado la forma en que percibimos el mundo y nos relacionamos con él. Un pintor puede transportarnos a otros tiempos y lugares, un músico puede llenarnos de vida, un actor puede conmovernos hasta las lágrimas.
Más allá de su función meramente "práctica", el arte cumple una misión esencial: la de ser el vehículo de expresión de la condición humana en toda su complejidad. Los artistas, ya sean pintores, cineastas, escritores o intérpretes, se convierten en los portavoces de nuestros sentimientos, pensamientos y experiencias más profundos. A través de sus obras, nos confrontan con la belleza y la crudeza de la existencia, nos cuestionan sobre nuestra propia naturaleza y nos desafían a ver el mundo desde perspectivas nuevas.
En un mundo cada vez más dominado por la eficiencia y la lógica, el arte representa un antídoto vital contra la automatización y la despersonalización. Los músicos callejeros, los payasos, los fotógrafos y los demás artistas de la esfera pública nos recuerdan que la vida no se limita a la resolución de problemas prácticos, sino que también se nutre de la capacidad humana para la creatividad, la fantasía y la contemplación.
Así pues, los artistas no son meros adornos o lujos prescindibles de la sociedad, sino agentes indispensables para el desarrollo y el enriquecimiento de la experiencia humana. Su misión no es la de arreglar una plancha o resolver un problema bancario, sino la de tocar los corazones, estimular la imaginación y desafiar nuestras formas de pensar. En este sentido, su labor es tan vital y necesaria como la de cualquier otra profesión, pues contribuye a dar forma y sentido a la existencia humana en todas sus dimensiones.
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