La sinfonía del rostro adusto: Beethoven y la subversión del retrato ideado
Por Rubén Reveco - Editor
La infancia, territorio fértil para la sorpresa y la inquisición, a menudo encuentra en las imágenes de la historia un fascinante punto de inflexión. Entre reyes sonrientes, batallas glorificadas y arquitecturas majestuosas, un rostro, en particular, destacaba en mis libros de historia, no por su belleza o jovialidad, sino por su singular expresión de malestar perpetuo. El ceño fruncido, la mirada huraña, la palpable carga de un mundo interior complejo, contrastaban agudamente con la artificiosidad de los retratos que usualmente poblaban esas páginas. Era el rostro de Ludwig van Beethoven, el titán de la música alemana, y su presencia disonante me intrigaba profundamente, planteando preguntas sobre la naturaleza de la representación, la autenticidad del genio y la complejidad inherente a la condición humana.
La práctica del retrato, a lo largo de la historia, ha estado inextricablemente ligada a la idea de la construcción de una imagen idealizada. El retratado, consciente del escrutinio del espectador presente y futuro, busca proyectar una versión optimizada de sí mismo, una narrativa visual que resalte sus virtudes, su poder, su belleza o su intelecto. La sonrisa, en particular, se erige como un símbolo casi universal de benevolencia y accesibilidad, una invitación a la comunión y a la aceptación. Los reyes se retrataban con semblantes serenos pero benévolos, los aristócratas con aires de distinción y elegancia, los burgueses con orgullosa compostura, todos buscando perpetuar una imagen de estabilidad y control. En este contexto, la figura de Beethoven, con su rostro persistentemente adusto, emerge como una subversión deliberada de esta convención, una declaración implícita de que su grandeza no residía en la mera apariencia, sino en la profundidad y la intensidad de su espíritu.
La pregunta fundamental que se plantea ante la imagen de Beethoven es: ¿por qué no sonreía? ¿Por qué no intentaba ofrecer su "mejor rostro", según la costumbre social? La respuesta, sin duda, reside en la propia vida del compositor, una vida marcada por la genialidad, sí, pero también por la tragedia. Su creciente sordera, una cruel ironía para un músico, no solo lo aisló del mundo que amaba, sino que también le infligió un sufrimiento psicológico profundo. La pérdida de su audición lo sumió en la frustración, la melancolía y la desesperación, sentimientos que, inevitablemente, dejaron su huella en su rostro. El rostro de Beethoven no era, por lo tanto, una máscara de mal humor gratuita, sino una expresión genuina del dolor y la lucha que lo atormentaban.
Sin embargo, reducir la expresión de Beethoven a la mera manifestación de su sufrimiento sería una simplificación injusta. Su rostro también reflejaba una profunda introspección, una concentración intensa en su trabajo y una rebeldía innata contra las convenciones sociales. Beethoven, como artista, no se conformaba con complacer a su público; su ambición era trascender las limitaciones de la forma y la tradición, explorar las profundidades del alma humana y expresar verdades universales a través de su música. Esta búsqueda implacable de la perfección, esta lucha constante contra sus propias limitaciones y contra las expectativas de la sociedad, necesariamente le exigió un precio, un precio que se manifestó en la severidad de su semblante.
En este sentido, el rostro adusto de Beethoven se convierte en un símbolo de la autenticidad y la integridad artística. No se trata de una mera representación de su estado emocional, sino de una manifestación visible de su genio creativo. La tensión en sus facciones, la intensidad en su mirada, reflejan la pasión y la dedicación que lo impulsaron a crear obras maestras que han resonado a lo largo de los siglos. Su rostro, en definitiva, es una suerte de espejo de su música, una música que a menudo es dramática, tormentosa e incluso dolorosa, pero que siempre es profundamente conmovedora y transformadora.
Además, la elección de retratar a Beethoven con esta expresión poco convencional puede interpretarse como una declaración de la independencia del artista. En una época en la que el mecenazgo era fundamental para la supervivencia de los músicos, Beethoven se atrevió a desafiar las expectativas de la nobleza y a imponer su propia visión artística. Su independencia, su negativa a comprometer su integridad artística, se reflejaba en su personalidad y, por extensión, en la forma en que se permitía ser retratado. El rostro adusto de Beethoven, en este contexto, se convierte en un símbolo de la emancipación del artista, de su derecho a expresarse libremente, sin importar las consecuencias sociales.
En conclusión, la imagen de Beethoven con su rostro enojado y huraño, que tanto me intrigaba en mi infancia, es mucho más que una simple representación de un hombre de mal carácter. Es un retrato complejo y multifacético que refleja la tragedia de su vida, la intensidad de su genio creativo y su espíritu rebelde. Es una subversión deliberada de la convención del retrato idealizado, una declaración implícita de que la verdadera grandeza no reside en la apariencia, sino en la profundidad del alma. El rostro de Beethoven, al igual que su música, es un testimonio de la capacidad humana para trascender el sufrimiento y crear belleza a partir del caos, un recordatorio de que la autenticidad y la integridad artística a menudo exigen un precio, pero que el resultado final, una sinfonía de la expresión humana, vale la pena cada nota.
La imagen del hombre adusto permanece en mi memoria, no como una advertencia, sino como una invitación a mirar más allá de la superficie y a apreciar la complejidad y la belleza que pueden encontrarse incluso en los rostros más difíciles.
Este retrato de Beethoven es un óleo sobre lienzo pintado en 1804 por Willibrord Joseph Mähler cuando Ludwig van Beethoven, con 34 años, gozaba de un gran prestigio como pianista en Viena y estaba componiendo su Sinfonía Nº3 en mi bemol mayor, op. 55 (conocida como Heroica).
Es el primero de cuatro retratos del compositor alemán pintados por el artista, nacido en el mismo barrio que la madre de Beethoven, María Magdalena van Beethoven, y que entraría a formar parte del grupo selecto de los "amigos de Bonn" de Beethoven, y los dos mantuvieron su amistad el resto de sus vidas.
Se cree que Beethoven tuviera un aprecio muy especial para este retrato ya que lo mantendría siempre a la vista de su escritorio, junto con él de su admirado abuelo, Ludwig van Beethoven, quien había sido maestro de capilla de la orquesta del príncipe elector de Colonia, realizado por Amelius Radoux.
La Biblioteca Pública de Nueva York posee una copia del retrato, pintada por un artista desconocido hacia 1808, que perteneció a Ferdinand Luib, dueño del Allgemeine Musikalische Zeitung, biógrafo de Franz Schubert, y quien lo habría regalado a Alexander Wheelock Thayer, uno de los primeros biógrafos de Beethoven. (W)
Doscientos cincuenta y cinco años han pasado desde el nacimiento en Bonn, Alemania, de uno de los grandes genios de la música clásica. Se trata de Ludwig van Beethoven, el pianista y compositor alemán, creador de inconfundibles y atemporales obras como son las sinfonías N°3 o "Heroica" (inicialmente dedicada a Napoleón Bonaparte), N°5 y N°9 o "Coral"; la bagatela "Para Elisa" (también conocida como "Para Teresa"), o la sonata para piano N°14 "Claro de luna", entre muchísimas otras.
"Sin duda Beethoven es una de las columnas básicas en lo que es la historia de la música de todos los tiempos. Todos esos elementos que vienen del pre barroco, barroco, del período clásico, eventualmente confluyen en Beethoven, que se convierte en un compositor romántico, pero el más clásico de los románticos", sostiene Rodolfo Saglimbeni, director de la Orquesta Sinfónica Nacional, de Chile.
Fue contemporáneo de Wolfgang Amadeus Mozart, pero no está claro si alguna vez llegaron a conocerse. Aunque no existe documentación histórica que acredite que nació el 16 de diciembre de 1770, esa es la fecha generalmente aceptada, ya que su bautizo fue registrado un día después. Llegó al mundo en el seno de una familia de procedencia humilde y con tradición musical. Su abuelo, también llamado Ludwig, fue músico, en tanto que su padre, Johann, era tenor, pero daba clases de piano y violín para ganar dinero. Precisamente habría sido su estricto padre el que se dio cuenta del talento musical de Beethoven, quien a los seis años ofreció su primera actuación pública.
Cinco años después comenzó a trabajar como organista y a los 17 viajó a Viena, entonces el centro de la música mundial, y donde posteriormente se instaló de forma definitiva. En la capital austriaca tocaba el piano en los salones de la nobleza y recién a comienzos del siglo XIX comenzó a hacerse conocida su faceta como compositor, de la cual pudo subsistir gracias al apoyo económico de importantes arstócratas.
Un verdadero "rockstar"
Uno de los rasgos más característicos de Beethoven fue su conocida sordera, cuya causa no se conoce con certeza. Comenzó como un tinnitus cuando era un veinteañero y con el paso del tiempo fue empeorando, al punto que afectó no solo su trabajo -cuando estrenó la Novena Sinfonía, con su Oda a la Alegría, no pudo oír los aplausos del público- sino que también su vida social -se aisló cada vez más del mundo que lo rodeaba-, por lo que pensó quitarse la vida.
Pero no lo hizo y continuó componiendo. Sin embargo, su salud era precaria y fue declinando hasta que el 26 de marzo de 1827 se produjo su deceso. Tenía 56 años.
Según Deutsche Welle (DW), en su lecho de muerte Beethoven habría dicho: "Es una lástima, una lástima, ¡demasiado tarde!". El genio se refería a unas botellas de vino que recién le habían entregado y que no podría beber.
20.000 personas habrían asistido a su funeral
Su funeral fue multitudinario y a él asistieron unas 20 mil personas, de acuerdo al medio alemán. "Se cerraron las escuelas (...) Su féretro fue acompañado por los músicos y artistas más importantes de Viena, entre ellos Franz Schubert y el poeta Franz Grillparzer, quienes escribieron un tributo conmovedor que recitó el actor Heinrich Anschütz", señaló DW.
La obra de Beethoven es muy amplia e incluye nueve sinfonías, cinco conciertos para piano, uno para violín, 16 cuartetos de cuerdas, 32 sonatas para piano, la ópera "Fidelio", así como la Misa en do mayor op. 86 y la Missa Solemnis op.123. Muchas de sus creaciones han marcado el curso de la cultura popular universal, como por ejemplo los compases de la Novena Sinfonía que usó Stanley Kubrick para curar los impulsos violentos de Alex DeLarge en "La Naranja Mecánica". (Fuente)
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