Pigmalión y Galatea: La belleza y el amor lo pueden todo
El mito de Pigmalión y Galatea, con origen en las Metamorfosis de Ovidio, cuenta la historia de un escultor chipriota que se enamora de una estatua de marfil que ha creado. El intenso deseo de Pigmalión le lleva a rezar a Venus, quien, movida por su pasión, da vida a la estatua. El cuento explora temas de creación artística, amor y el poder de la imaginación humana para transformar la realidad.
Burne-Jones realizó varias versiones sobre el mito de Pigmalión y Galatea.
Pigmalión y Galatea de Burne-Jones
Aquí se recrea la bella leyenda a través de una serie de cuatro cuadros que nos muestran cómo Pigmalión persigue el sueño de la perfección en el amor y lo encuentra en una creación suya; una escultura esculpida por él y a la que Venus otorga la vida… La bella Galatea.
Burne-Jones elaboró entre 1865-67 una serie de dibujos para ilustrar el poema de Morris “Pigmalión y la estatua”. Quedó tan satisfecho de su trabajo que fueron utilizados años más tarde para una nueva serie pintada al óleo destinada a la madre de su enamorada, María Zambaco, llamada Euphrosyne Cassavetti.
Los especialistas consideran que en esta serie encontramos referencias autobiográficas del artista, aludiendo al descubrimiento por parte de Burne-Jones que la mujer que había “creado” estaba lleno de exigencias que él no podía satisfacer, reflejando su dolorosa situación personal.
La serie consta de cuatro lienzos titulados "El corazón desea", "La mano se contiene", "La divinidad inflama" y "El alma consigue", en los que podemos advertir la admiración del pintor por el clasicismo y los maestros italianos del Quattrocento, como bien podemos observar en la aparición de figuras desnudas a modo de estatuas y las referencias arquitectónicas respectivamente.
El mito
Pigmalión, rey artista de Chipre, buscó durante muchísimo tiempo a una mujer con la cual casarse. Pero con una condición: debía ser la mujer perfecta. Frustrado en su búsqueda, decidió no casarse y dedicar su tiempo a crear esculturas preciosas para compensar la ausencia. Una de estas, Galatea, era tan bella que Pigmalión se enamoró de la estatua.
Mediante la intervención de Afrodita, Pigmalión soñó que Galatea cobraba vida. En la obra Las metamorfosis, de Ovidio, se relata así el mito: Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del Sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos.
Al despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita, quien, conmovida por el deseo del rey, le dijo "mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal". Y así fue como Galatea se convirtió en humana.
"El corazón desea", de Burne Jones.
"La mano se contiene", de Burne Jones.
"La divinidad inflama", de Burne Jones.
"El alma consigue", de Burne Jones.
El efecto Pigmalión
El mito de Pigmalión narra la historia de un escultor que, tras múltiples fracasos en materia amorosa, decide renunciar a la búsqueda de una mujer real a la que entregar su amor y se propone esculpir en mármol cuerpos femeninos que se acercaran al ideal que no había conseguido encontrar. Al acabar su última creación, a quien llamará Galatea, se siente profundamente atraído y se enamora de ella. Afrodita, conmovida por la tristeza y soledad de Pigmalión y por la sincera intensidad de su naciente y platónico amor, se compadece y decide poner fin al sufrimiento del escultor dando vida a Galatea.
Como en otras tantas ocasiones, la psicología se ha valido de los personajes mitológicos y sus historias para explicar y comprender algunos patrones de conducta y trampas emocionales que a menudo condicionan nuestras vidas. En relación con el mito de Pigmalión se puede hablar del llamado efecto Pigmalión y sus puntos de contacto con la profecía autocumplida.
Llamamos efecto Pigmalión al resultado que tiene sobre el comportamiento y la imagen de sí mismo que pueden tener las expectativas, las exigencias y las afirmaciones que se hagan sobre una persona, principalmente por parte de sus padres y maestros durante la infancia. Al final, a fuerza de escuchar lo que los demás ven, lo que los demás interpretan y esperan de nosotros, y guiados por la necesidad primordial de aceptación y amor, terminamos amoldándonos, encajando, cumpliendo con esos designios, aunque no sean verdad. Preferimos ser lo que los demás esperan de nosotros mismos que pagar el precio de la soledad y la incomprensión. Pero, para cuando se tiene madurez, conciencia y autoestima suficientes, puede ser ya demasiado tarde.
En relación a las altas capacidades se da muchas veces el llamado efecto Pigmalión negativo, que no es otra cosa que la mímesis que sufren los niños y niñas de altas capacidades al ver su identidad, su valía y sus necesidades totalmente desatendidas, subestimadas e ignoradas. Terminan cumpliendo con la imagen, el rol y patrón de comportamiento que se espera de ellos, aunque esto los aleje dolorosamente de su naturaleza y de su ser, coarte su personalidad y reduzca enormemente el desarrollo de sus capacidades y talentos.
Lo más saludable sería, claro está, que la atención y tolerancia ante lo inusual y diferente, en el ámbito que sea, fuera una prioridad impostergable. Pero la realidad es que la inmensa mayoría de niños y niñas con altas capacidades siguen sin diagnosticar, y de la minoría que conoce su condición, un alto porcentaje sigue sufriendo las consecuencias de una sociedad y un sistema educativo que no están formados ni preparados para atender a sus demandas. El riesgo del efecto Pigmalión negativo aumenta con la adolescencia y puede acarrear desmotivación, frustración y una sensación de aislamiento e inadaptación que muchas veces deriva en ansiedad, depresión y en el fracaso escolar.
Es un derecho de todo niño manifestar su individualidad, su propia personalidad, inteligencia, creatividad, motivación e intereses sin tener que esconderse, amoldarse y mucho menos avergonzarse por eso.
Pigmalión y Galatea, 1890 - Jean-Léon Gérôme.
Las metamorfosis de Ovidio nos relata así el mito:
Pigmalión, en sueños, se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda bajo los rayos del Sol y se deja malear, tomando distintas formas, haciéndose más dócil. Al verlo, se llenó de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba a sí mismo. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas latían al explorarlas con sus dedos.
Al despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita, que conmovida le dijo «mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has creado. Aquí tienes a la mujer que has soñado. Ámala y defiéndela del mal».
Y así Galatea se volvió humana.
Ojalá la simbología del mito de Pigmalión solo encontrara sentido en la expresión de la propia personalidad, no idealizada ni guiada por el deseo de perfección, ni de un amor platónico dirigido hacia una fuente de felicidad externa a nosotros, anhelada y representada por el amor romántico como antídoto contra la soledad. Ojalá la simbología del mito nos llevara a la búsqueda de nosotros mismos. Y de transformarnos en ese ser que se forja y consolida a través del trabajo diario, un ser a quien amar y defender del mal.
Ojalá el único efecto Pigmalión que se aplicara al desarrollo infantil fuera el positivo, aquel que se produce cada vez que un padre, una madre, un maestro motivan y potencian la autoafirmación a través de la tolerancia, el respeto, la aceptación, la sinceridad, la confianza y el apoyo incondicional, únicos pilares sobre los que se consigue el desarrollo integro de la personalidad y el autoestima y se consigue encauzar y dar forma a la creatividad, la capacidad y el talento. (F)
Pygmalion and Galatea, de Ernest Norman - 1886
El origen de la Escultura (1786), de Jean-Baptiste Regnault.
Pygmalion y Galatea, de Louis Gauffier
Pigmalión y Galatea (1767), de Boucher.
Pigmalión (1939), de Paul Delvaux.
Pigmalión (1530), de Bronzino.
Pigmalión y Galatea (1909), de Rodin.
Pygmalion and Galatea, (1890) de Jean-Léon Gérôme.
Pigmalión (en griego Πυγμαλίων) es una figura de la mitología de Chipre. Aunque Pigmalión es la versión griega del nombre real fenicio Pumayyaton, es más familiar a partir de Las metamorfosis de Ovidio, obra en la que se presenta a Pigmalión como un escultor enamorado de una estatua que había hecho él mismo.
Ninguna fuente mitográfica nos revela quiénes eran los progenitores de Pigmalión. No obstante también se conoce a otro Pigmalión —si es que ambos no son versiones diferentes del mismo mito de origen semita—, como un rey de Tiro, hijo de Muto y hermano de la desdichada Dido.[1]
En Ovidio
Pigmalión, rey de Chipre, buscó durante muchísimo tiempo a una mujer con la cual casarse. El rey, con anterioridad, había visto como las Proprétides se prostituían, y decidió desde entonces alejarse de las mujeres, practicando el celibato. No obstante Pigmalión buscaba la belleza de una mujer pero con una condición: debía ser la mujer perfecta. Frustrado en su búsqueda, decidió no casarse y dedicar su tiempo a crear esculturas preciosas para compensar la ausencia. Una de estas era tan bella que Pigmalión se enamoró de la estatua. La estatua fue llamada Galatea, aunque este nombre no aparece en las fuentes mitográficas.
Mediante la intervención de Afrodita, Pigmalión soñó que Galatea cobraba vida. En la obra Las metamorfosis, de Ovidio, se relata así el mito:
Pigmalión se dirigió a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente, que el marfil se ablandaba y que, deponiendo su dureza, cedía a los dedos suavemente, como la cera del monte Himeto se ablanda a los rayos del Sol y se deja manejar con los dedos, tomando varias figuras y haciéndose más dócil y blanda con el manejo. Al verlo, Pigmalión se llena de un gran gozo mezclado de temor, creyendo que se engañaba. Volvió a tocar la estatua otra vez y se cercioró de que era un cuerpo flexible y que las venas daban sus pulsaciones al explorarlas con los dedos.
Al despertar, Pigmalión se encontró con Afrodita, quien, conmovida por el deseo del rey, le dijo: «mereces la felicidad, una felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal». Y así fue como Galatea se convirtió en humana.
A Pigmalión se le asocian dos hijas. Se dice que su nueva esposa, antes una estatua, «alumbró a Pafos, de la que la isla recibe su nombre».[2] Otros refieren que Cíniras fundó Pafos y se desposó con Metarme, hija de Pigmalión.[3]
La historia de Pigmalión básica ha sido ampliamente transmitida y representada en las artes a través de los siglos. En una fecha desconocida, autores posteriores dan tal nombre a la estatua de la ninfa del mar Galatea. Goethe la llama Elise, basándose en las variantes en la historia de Dido/Elisa.
Una variante de este tema también puede verse en la historia de Pinocho, en el que un muñeco de madera se transforma en un niño de verdad, aunque en este caso el títere posee sensibilidad antes de su transformación; es el títere quien implora el milagro y no su creador, el tallador de madera Geppetto.
En la escena final de Cuento de invierno de William Shakespeare una estatua de la reina Hermíone cobra vida y se manifiesta como Hermíone misma, lo cual lleva la obra a una conclusión de reconciliaciones.
En la obra de teatro Pigmalion de George Bernard Shaw, que es una versión moderna del mito con un sutil toque de feminismo, la florista de clase baja Eliza Doolittle es prácticamente "revivida" por un profesor de fonética, Henry Higgins, quien le enseña a perfeccionar su acento y conversación en situaciones sociales.
La historia del monstruo de Frankenstein también es una referencia a Pigmalión.
Este mito es referenciado, mediante un juego de palabras en el título del episodio Pigmoelion, perteneciente a la undécima temporada de la serie de televisión Los Simpson. En dicho capítulo, Moe se somete a una cirugía estética facial, para cambiar su rostro y obtener uno más ajustado a los cánones de belleza, lo que le hace lograr un trabajo como actor en telenovelas.
El mítico video I Feel Fantastic de John Bergeron, protagonizado por su creación, Tara The Android, es una inquietante pero original modernización del mito de Pigmalión.[4]
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