viernes, 24 de mayo de 2024

Lo insólito en la guerra

La guerra es un escenario que frecuentemente da lugar a situaciones heróicas, insólitas y excéntricas que desafían las normas establecidas. Los actos de valentía, ingenio y sacrificio que se producen durante los conflictos armados son ejemplos claros de cómo la adversidad puede sacar lo mejor de las personas. Estas situaciones, aunque a menudo trágicas, también pueden inspirar un profundo respeto por la capacidad humana de superar obstáculos y desafíos extremos en tiempos de crisis.


La que tradicionalmente se considera como la guerra más breve de la historia ocurrió el 27 de agosto de 1896, enfrentando a Gran Bretaña y a su por entonces sultanato dependiente de Zanzíbar (territorio insular africano hoy integrado en Tanzania). La guerra fue declarada a las 9.02 de la mañana y finalizó 38 minutos después, a las 9.40. La flota británica, al mando del contralmirante Harry Holdsworth Rawson (1843-1910), presentó un ultimátum a Said Jalid, que acababa de derrocar al sultán impuesto por los británicos, para que se rindiera y abandonara el palacio. El único barco de guerra de Zanzíbar, el mercante transformado Glasgow, al acercase a la flota británica, fue hundido con dos certeros cañonazos. Inmediatamente, esos mismos cañones dirigieron sus bocas hacia el palacio del sultán, quien, a la vista del cariz que tomaban los acontecimientos, se rindió incondicionalmente. No obstante, los cañones dispararon y destruyeron el palacio. Acabada la efímera guerra, los británicos exigieron que el nuevo gobierno de Zanzíbar pagara las municiones utilizadas en la refriega, en concepto de reparaciones de guerra. Por su parte, Rawson fue condecorado con la Estrella Brillante de Zanzíbar, de primera clase, por el nuevo sultán Hamud ibn Muhammad.

Al parecer, el único superviviente de las tropas de los Estados Unidos que participaron en la batalla de Little Big Horn el 25 de junio de 1876, en que los guerreros sioux de Toro Sentado masacraron al General Custer y su 7° regimiento de caballería, fue precisamente el caballo de uno de los oficiales yanquis, de nombre Comanche. Cuando el caballo murió tiempo después, era considerado un héroe nacional y se decidió conservar su cuerpo disecado. El taxidermista Lewis Dyche, de la universidad de Kansas, recibió 450 dólares por llevar a cabo la operación. Los órganos internos del caballo fueron enterrados con honores militares.

Su cuerpo disecado fue exhibido en la Columbian Exposition de Chicago de 1893 y luego trasladado con carácter permanente al Museo de Historia Natural de la universidad de Kansas, en la ciudad de Lawrence. Otra anécdota asociada a esta famosa batalla es que, según algunos historiadores, muchos de los soldados al mando del general Custer estaban borrachos, lo que explicaría su escasa resistencia. 

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El 20 de enero de 1795 se produjo el sorprendente hecho bélico de que una compañía de caballería de húsares franceses derrotara y capturase a una flota de barcos holandeses, británicos y austriacos, naciones con las que Francia estaba por entonces en guerra. El general francés Charles Pichegru (1761-1804) dirigió esta extraña batalla anfibia disputada en el puerto de la isla de Texel, cerca de Ámsterdam, donde la flota se hallaba inmovilizada en las heladas aguas del mar del Norte.

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Los sibaritas (es decir, los habitantes de la ciudad grecorromana de Sibaris, situada en territorio italiano de la región conocida como Magna Grecia) eran famosos en todo el orbe antiguo por su buen vivir, como refleja el hecho de que su gentilicio haya dado lugar a un adjetivo que califica a las personas que se preocupan por llenar de placeres su vida. Militarmente, los sibaritas también fueron famosos por su habilidad para la doma y monta de caballos. Según algunos relatos legendarios, era costumbre de su caballería el tratar de minar la moral de los enemigos entrando en combate en maravillosa y espectacular conjunción, desplazándose todos los caballos al unísono y al ritmo de músicas especialmente compuestas para ello. Cuando, hacia el año 510 a. de C., los sibaritas atacaron Crotona, ciudad situada a 112 kilómetros al sur de la propia Sibaris, en Italia, sobre el golfo de Tarento, los astutos hombres de Crotona comenzaron a interpretar con sus flautas unos sones de baile que crearon una irremediable confusión entre los caballos sibaritas entrenados para bailar. Consecuentemente, el ataque de su caballería quedó totalmente desbaratado y el ejército de los sibaritas fue prácticamente aniquilado, quedando la ciudad de Sibaris a merced del contraataque del ejército de Crotona, que la destruyó totalmente.

El antiguo reino africano de Dahomey (correspondiente aproximadamente a lo que hoy es Benín) alcanzó su máximo esplendor en tiempos del rey Gheso o Gezo (1818-1858), que impuso su dominación gracias a un famoso y temido ejército de amazonas, el único totalmente compuesto por mujeres del que hay constancia histórica totalmente fidedigna. Este cuerpo fue formado, a principios del siglo XVII, por el rey Agadja; aunque alcanzaría su máximo poder un siglo después, ya al servicio de Gheso. Lo integraban unas 2500 mujeres, todas ellas consideradas esposas del rey, armadas con arcos y flechas, trabucos y otras armas de fuego, así como con unos enormes cuchillos (muy famosos y temidos en toda el África Occidental).

Solían actuar por sorpresa, aunque se trataba más bien de un ejército defensivo, con carácter de guardia personal, que sólo entraba en combate en circunstancias especiales. Finalmente, las amazonas de Dahomey serían vencidas y aniquiladas en 1892 por los franceses, que conquistaron el reino, convirtiéndolo en un protectorado suyo.

En la primavera de 1969, se disputaron dos partidos de fútbol entre las selecciones nacionales de Honduras y El Salvador, correspondientes a la fase clasificatoria para la Copa del Mundo de 1970. El partido de ida acabó con victoria hondureña por 1-0, siendo un encuentro apasionado, duro y enconado, pero, para lo que suele ser este tipo de partidos, normal. Sin embargo, en el transcurso del partido de vuelta, jugado en San Salvador, que finalizó con la victoria local por 3 goles a 0, se produjeron graves enfrentamientos entre ambas hinchadas, que se saldaron con multitud de heridos. Como por aquel entonces las eliminatorias se disputaban por el sistema de puntos, sin tenerse en cuenta el número de goles, el doble enfrentamiento quedó igualado y todo quedó en suspenso hasta la disputa de un tercer partido en campo neutral. Sin embargo, mientras se esperaba aquel tercer partido, el enfrentamiento se extendió al campo diplomático, con la expulsión de unos 11.000 ciudadanos salvadoreños del territorio de Honduras, y al militar, el 14 de julio, cuando, en represalia, carros de combate salvadoreños cruzaron la frontera hondureña, mientras aviones bombardeaban también los principales puertos de Honduras. Esta Guerra del Fútbol (que nunca fue declarada como tal) acabó el 18 de julio, tras mediación de la Organización de Estados Americanos, con varios millares de víctimas, entre muertos, heridos y refugiados. El partido de desempate, celebrado en el estadio Azteca de México, acabó con victoria salvadoreña por 3-2, tras prórroga, y lo que fue más importante, sin que se registraran incidentes dignos de mención.


Costa Rica disolvió casi totalmente su ejército en 1940 tras establecer un convenio de neutralidad y no agresión con el resto de países centroamericanos. Tras la disolución, sólo quedó activo un cuerpo de entre 500/1200 soldados, destinado al control de las fronteras, una fuerza paramilitar (de unos 9000 hombres) y una reserva nacional.


La reina Artemisa I de Halicarnaso (siglo V a. de C.) es la primera mujer de la que se tenga constancia histórica que, en calidad de almirante, dirigiera una flota durante una batalla. Aliados a los persas del rey Jerjes durante las guerras médicas, sus cien barcos combatieron a la flota ateniense en el año 480 a. de C., en la famosa batalla de Salamina. Artemisa fue la única en advertir a tiempo la treta del griego Temístocles, consistente en atraer las más numerosas y mejor armadas naves de Jerjes hacia un estrecho donde no pudieran maniobrar. Pese a darse cuenta de la treta no pudo impedirla y evitar el desastre persa. Ella fue de los pocos que sobrevivieron a aquel terrible desastre naval.

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El dictador de Guinea Ecuatorial, Francisco Macías Nguema (1926-1980), que fue depuesto en 1979, decretó en 1976 el servicio militar obligatorio para todos los muchachos entre los 7 y los 14 años.


Cuando al final de la Primera Guerra Mundial, los aliados confiscaron como botín de guerra todo el arsenal alemán, encontraron un inmenso aeroplano de madera aún sin terminar, diseñado para transportar cuatro toneladas de bombas y suficiente combustible para volar ochenta horas sin repostar. Parece ser que los alemanes pensaban utilizarlo para bombardear Nueva York en el otoño de 1918. Hay que recordar que en esas fechas aún no se había conseguido sobrevolar el Atlántico de costa a costa.


Entre los muchos planes que los dirigentes del Tercer Reich alemán trazaron durante la Segunda Guerra Mundial para derrotar a las potencias aliadas estuvo la operación denominada en clave Bernhard. Esta operación consistía en la falsificación del equivalente en billetes a 150 millones de libras esterlinas, que se encargó a uno de los más hábiles falsificadores del mundo, un ruso conocido con el alias de Wladimir Dogranov. Estos billetes serían lanzados desde aviones militares sobre el Reino Unido, para colapsar así la economía británica. El final de la guerra detuvo el proyecto cuando ya estaban dispuestos 134 millones en billetes de asombrosa perfección, que fueron encontrados en un lago austriaco en 1945.


En 1918, en la fase final de la Primera Guerra Mundial, el mando del Cuerpo de Comunicaciones del ejército norteamericano comprobó que la mayoría de sus mensajes cifrados eran detectados y descifrados con total facilidad por el enemigo.

Buscando una solución, el capitán E. W. Horner propuso la utilización como clave el idioma de los indios choctaw, iniciativa que fue aceptada por el mando. Encontró entre sus filas ocho indios que conocían esta extraña lengua, que fueron asignados a la compañía D del 141° regimiento de infantería y que actuaron con gran éxito en primera línea de combate.

Un hecho similar ocurrió en la Segunda Guerra Mundial. El cuerpo de marines de los Estados Unidos desplazado al área del Pacífico utilizó el idioma de los indios navajos para cifrar sus mensajes. Este idioma pasa por ser, en opinión de los lingüistas, uno de los más crípticos del mundo. Los expertos en inteligencia militar sabían que, además de los aproximadamente 50.000 supervivientes de esa tribu, sólo otras 28 personas conocían el idioma en todo el mundo, y que ninguna de ellas vivía en un país del Eje. En un principio, treinta soldados navajos fueron asignados con éxito a esas misiones de comunicaciones; con el desarrollo de la guerra, su número llegó a ser de 420.

El Segundo Concilio de Letrán (1139) prohibió la utilización de la ballesta, bajo pena de excomunión, por ser ésta un «… arma infame ante Dios e indigna de los cristianos». Por ello, sólo se dispensaba su uso contra los infieles.

Pirro II (318-272), rey del Epiro (región del oeste de Grecia), fue un hábil general que venció en muchas batallas, pero una de cuyas victorias ha pasado a la historia por encima de las demás. El año 280, los griegos chocaron por primera vez en la historia con los romanos en Heraklea (o Siris). En esa cruel y sangrienta batalla, los griegos, capitaneados por Pirro, vencieron a los romanos gracias, sobre todo, al poder intimidatorio de los elefantes de su ejército, pero a costa de tantas pérdidas propias que Pirro llegó a decir: «otra victoria como ésta y seremos destruidos», dando lugar a la expresión actual «victoria pírrica» referida a aquellos logros cuya consecución ha costado tantos esfuerzos que, quizás, no hayan merecido la pena. Años después, combatiendo en la ciudad de Argos, Pirro murió en una escaramuza nocturna, aunque otras versiones señalan que murió en un extraño atentado, al ser alcanzado por una teja lanzada por una anciana desde un tejado.

Según relatos algo fantasiosos, Jerjes I (h. 519-465 a. de C.), el emperador persa también conocido como Asuero, mandó construir un puente de balsas sobre el estrecho de los Dardanelos que separa las partes europea y asiática de Turquía, por el que cruzó su ejército formado por la inverosímil cifra de unos dos millones de hombres. 

Similar hazaña de ingeniería fue la llevada a cabo, durante la guerra de las Galias, por los ingenieros de Julio César que consiguieron levantar un puente sobre el Rin en el tiempo récord de diez días, incluida la obtención de la madera necesaria para su construcción.

Según crónicas precolombinas, los toltecas, pueblo agrícola que dominó gran parte del actual México entre los siglos VII y XI de nuestra era, armaban a sus ejércitos con espadas de madera para no matar a sus enemigos y poderlos capturar. Eso sí, inmediatamente los esclavizaban.


La pequeña república de San Marino, que había permanecido oficialmente neutral durante toda la Segunda Guerra Mundial, declaró la guerra a Alemania a fines de 1944, cuando las tropas aliadas ya habían rebasado su territorio camino de Alemania. Sin embargo, poco después se produjo un inesperado contraataque germano y San Marino se vio obligado a capitular (curiosamente, por cierto, se rindió por teléfono). Cuando la guerra volvió a favorecer a los aliados (y el frente había sobrepasado con holgura los límites de este pequeño país), San Marino volvió a declarar la guerra a los alemanes.


El teniente japonés Hiro Onoda se rindió por fin el 10 de marzo de 1973, más de 28 años después de finalizada la Segunda Guerra Mundial. Durante todos esos años defendió su puesto en una remota y desolada isla ante un eventual ataque de sus invisibles enemigos. Para redondear la estupidez del asunto, se rindió formalmente a unos turistas que acertaron a fondear casualmente en la remota isla.


José Stalin rechazó el ofrecimiento alemán de intercambio de prisioneros durante la Segunda Guerra Mundial. Lo dramático de aquel hecho fue que entre los prisioneros a canjear estaba su hijo Jacob que, ante la negativa de su padre, murió en un campo de concentración alemán.

Una mañana de 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, las sirenas de alarma antisubmarinos de la bahía norteamericana de Chesapeake, en cuya orilla se halla la ciudad de Baltimore y que es la entrada natural hacia Washington, alertaron a la flota de vigilancia, tras detectarse ruidos submarinos que parecían indicar que una flota de guerra había cercado las posiciones norteamericanas. Los culpables eran unos 300 millones de peces tigres croadores o graznadores que, ajenos al conflicto bélico, como hacen todos los años, acudían a desovar en la bahía, emitiendo los rítmicos «gritos» de los que procede su nombre.

Según un relato tal vez falso, la noche del 25 de diciembre de 1776, durante la Guerra de la Independencia de los Estados Unidos, en las cercanías de Trenton, los espías del coronel Rahl, que mandaba las tropas británicas contras las coloniales del general George Washington, trataron de informarle de los planes de batalla del enemigo. El coronel, al hallarse inmerso en una apasionante partida de ajedrez con la que distraía la velada, pospuso la atención debida a dichos informes, con lo que perdió la oportunidad de desbaratar los planes de las tropas coloniales que, atacando al amanecer del día de Navidad, infligieron una crucial derrota a los británicos.

Una decisiva batalla de la guerra greco-turca de 1920-1922, las tropas griegas, al mando del general Hajianestis, fueron fácilmente dominadas y vencidas por las turcas, a causa de que el general, creyéndose muerto, se negó a dar órdenes con el lógico planteamiento de que cómo iban a obedecer unos soldados a un general muerto.

En 1864, en la batalla de Petersburg de la Guerra de Secesión norteamericana, el ejército de la Unión, al mando del general Burnside, abrió una brecha en la hasta entonces sólida resistencia confederada. Sin embargo, cuando la división que debía aprovechar la brecha se dispuso a avanzar, se encontró con la absurda y terrible circunstancia de que las trincheras en las que se resguardaba medían dos metros y medio de altura y prácticamente resultaba imposible salir de ellas, a falta de escaleras u otros medios, salvo formando torres humanas. El lento goteo de soldados fue fácilmente abatido por los confederados.


Durante la Segunda Guerra Mundial, las necesidades de abastecimiento de material de guerra provocaron que los procesos industriales se perfeccionaran hasta límites increíbles. Por ejemplo, una extraordinaria mejora en los métodos de montaje en cadena hicieron posible que los astilleros estadounidenses del armador Henry J. Kaiser fabricasen, montasen y botasen un barco de guerra en solamente cuatro días.




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