sábado, 15 de junio de 2024

Cordillera de los Andes (6) La araucaria

 

Poca cosa dirán ustedes... ¿qué interesante puede tener un árbol como para merecer estas líneas, ser una leyenda pehuenche o una oda escrita por Pablo Neruda?

Pero, entre todos los arboles existentes (y hay muchos) yo admiro al pehuén o araucaria. No sólo por su  bella altivez y su longeva existencia, sino por ser testigo desde la cordillera de generaciones de sobrevivientes.

Una semana con la Cordillera de los Andes (Día 6)

Pehuén o araucaria -da lo mismo-.  Ahí, en el frío, donde sólo viven los valientes, se yergue imponente como un centinela. Parece sentirse cómodo en altura, entre nieves y rocas. En la soledad del tiempo para dejar caer sus semillas y ser alimento de otro pueblo milenario. Porque no sólo es árbol, también es pueblo.


El árbol de pehuén, a pesar de su aparente simplicidad, encierra en sí mismo una rica historia y significado. Su majestuosidad y longevidad lo convierten en un testigo de la resistencia y tenacidad de las generaciones pehuenche. Por tanto, merece nuestra admiración y respeto.


Por eso me gusta la araucaria y por eso le dedico estas líneas. Porque la veo en la cordillera de los Andes desde el Este y desde el Oeste; desde mis dos patrias inconclusas.



El piñón es la semilla propia de las especies de los géneros Pinus​ y Araucaria (ambos de la familia Pinaceae). Sus semillas se encuentran en los conos femeninos denominados piñas. En sentido culinario, los piñones son comestibles a manera de frutos secos; sin embargo, en sentido botánico, se clasifican dentro de las semillas. (W)




Oda a la Araucaria Araucana
(fragmentos)

                     Alta sobre la tierra te pusieron,
                     dura, hermosa araucaria de los australes montes.
                     Ahora, sin embargo, no por bella te canto,
                     sino por el racimo de tu especie,
                     por tu fruta cerrada, por tu piñón abierto.
                     La cruz, la espada, el hambre
                     iban diezmando la familia salvaje.
                     Terror, terror de un golpe
                     de herraduras, latido de una hoja,
                     viento, dolor y lluvia.



                            De pronto se estremeció allá arriba
                     la araucaria araucana,
                     sus ilustres raíces, las espinas hirsutas
                     del poderoso pabellón tuvieron
                     un movimiento negro de batalla:
                     rugió como una ola de leones
                     todo el follaje de la selva dura
                      y entonces cayó una marejada de piñones:
                     los anchos estuches se rompieron
                     contra la tierra, contra la piedra defendida
                     y desgranaron su fruta, el pan postrero de la patria.


                               Araucaria, follaje de bronce con espinas,
                     gracias te dio la ensangrentada estirpe,
                     gracias te dio la tierra defendida,
                     gracias, pan de valientes,
                     alimento escondido en la mojada aurora de la patria:

                     corona verde, pura madre de los espacios,
                     lámpara del frío territorio, hoy dame tu luz sombría,
                     la imponente seguridad enarbolada sobre tus raíces
                     y abandona en mi canto la herencia
                     y el silbido del viento que te toca,
                    del antiguo y huracanado viento de mi patria.


                        
                       Deja caer en mi alma tus granadas
                       para que las legiones se alimenten de tu especie

                      en mi canto.
                      Árbol nutricio, entrégame la terrenal 

                      argolla que te amarra a la entraña 
                      lluviosa de la tierra, entrégame tu resistencia, 
                      el rostro y las raíces
                      firmes contra la envidia, la invasión, la codicia, 

                     el desacato.

                     Tus armas deja y vela sobre mi corazón,
                     sobre los míos, sobre los hombros de los valerosos,
                     porque a la misma luz de hojas y aurora,
                     arenas y follajes, yo voy con las banderas al llamado
                     profundo de mi pueblo!
                     Araucaria araucana, aquí me tienes!



La leyenda

Desde siempre Nguenechén hizo crecer al Pehuén en los grandes bosques donde habitaban las tribus, pero la che (gente) no comía piñones porque creía que eran peligrosos. Además lo consideraban árbol sagrado y lo veneraban rezando a su sombra, ofreciéndole regalos tales como: carne, sangre, humo, etc.
También le hablaban y le confesaban sus malas acciones.
Pero ocurrió que en toda la comarca hubo unos años de gran escasez de alimentos y los ancianos y niños morían de hambre.
Ante esta situación, los jóvenes marcharon lejos en busca de algo para darle de comer a su pueblo: bulbos de amancay, hierbas, bayas, raíces y carne de animales silvestres. Pero todos volvían con las manos vacías. Parecía que Dios no escuchaba el clamor de su pueblo.
Pero Nguenechén no los abandonó…. sucedió que cuando uno de los jóvenes volvía desalentado, se encontró con un anciano de larga barba blanca que le preguntó qué buscaba.
- Algún alimento para mis hermanos de la tribu que se mueren de hambre, por desgracia no he encontrado nada. –contestó el joven. – Y tantos piñones que ves por el piso bajo los pehuenes, ¿no son comestibles?- interrogó el anciano.
-Los frutos del árbol sagrado son venenosos abuelo – inquirió el joven.
El hombre mayor declaró: – Hijo, de ahora en adelante los recibiréis de alimentos como un don de Nguenechen. Hervidlos para que se ablanden, o tostadlos al fuego y tendréis un manjar delicioso. Haced buen acopio, guardadlos en silos subterráneos y tendréis comida todo el invierno.
Dicho esto, el anciano desapareció. El joven siguiendo su consejo recogió en su manto gran cantidad de piñones y los llevó al cacique de la tribu explicándole lo sucedido.
Enseguida se reunieron todos y el jefe contó lo acaecido, hablándoles así: – Nguenechen ha bajado a la tierra para salvarnos. Seguiremos su consejo y nos alimentaremos del fruto del árbol sagrado, que sólo a él pertenece.
Enseguida comieron en abundancia piñones hervidos, haciendo una gran fiesta.
Desde entonces desapareció la escasez y todos los años cosechaban gran cantidad de piñones que guardaban bajo tierra para que se mantengan frescos durante mucho tiempo.
Aprendieron también a fabricar con los piñones el Cahuí, bebida fermentada. Cada día al amanecer, con un piñón en la mano o una ramita de pehuén, rezan mirando al sol: “a ti debemos la vida y te rogamos a ti, el grande, a ti nuestro padre, que no dejes morir los pehuenes. Deben propagarse como se propagan nuestros descendientes, cuya vida te pertenece, como te pertenecen los árboles sagrados."

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