viernes, 12 de julio de 2024

Grandes aplausos

 


El 24 de febrero de 1968, el telón de la Deutsche Oper de Berlín se alzó 165 veces consecutivas para que el tenor italiano Luciano Pavarotti recibiera los aplausos del público, que duraron 1 hora y 7 minutos, tras su interpretación del papel de Nemorino en la ópera L'elissir d'amore, de Gaetano Donizetti.





El 5 de julio de 1983, el telón del Teatro del Estado de la Opera de Viena se alzó 83 veces para que el tenor español Plácido Domingo recibiera los aplausos del enfervorizado público, que duraron 1 hora y 30 minutos, tras su interpretación de La Bohème de Giacomo Puccini.



El contagioso efecto dominó de los aplausos

Según los expertos de la Universidad de Uppsala, el aplauso es reflejo de la presión social que ejerce el grupo.
¿Emocionado por los aplausos que recibió tras una intervención, a su juicio, ejemplar? Sin ánimo de quitarle el entusiasmo, la cantidad o fuerza de los aplausos no tiene por qué ser prueba de la calidad de una actuación.
Así lo dicen al menos expertos suecos que han estudiado el tema de cerca.
Según ellos, el aplauso es contagioso y la duración de una ovación depende de cómo se comportan los miembros de una multitud.
Sólo hace falta que un pequeño número de personas comience a aplaudir para que esta forma de expresión se extienda por todo un grupo, y con que uno o dos individuos decidan dejar de batir las palmas, el aplauso se apagará.
El principal autor de la investigación, Richard Mann, de la Universidad de Uppsala, señaló: "Se pueden obtener duraciones de aplausos bastante diferentes incluso con la misma calidad de una actuación. Esto sólo se debe a la dinámica de la gente que forma parte del público".

Reacción en cadena
Para realizar su trabajo, los expertos estudiaron imágenes de video de grupos de estudiantes que asistían a una presentación pública.
Según descubrieron, sólo hizo falta que una o dos personas pusieran sus manos juntas para que la ola de aplausos se extendiera por todo el público.
Estas palmadas generaron una reacción en cadena en la que, espoleados por el sonido, otros miembros de la audiencia se unieron al aplauso.
"La presión proviene del volumen de los aplausos en la sala más que por lo que haga la persona que está sentada a su lado", explicó Mann.
La intervención que se había visto, independientemente de lo brillante que fuera, tuvo poco efecto en la duración de la ruidosa aclamación.
De hecho, los investigadores constataron que la duración del aplauso varió enormemente en los distintos grupos analizados.
Mann le dijo a la BBC: "En un caso, un público puede aplaudir una media de 10 veces por persona. En otra ocasión, pueden aplaudir tres veces más.
"Y todo se debe a que Ud. siente la presión social de empezar a aplaudir, y una vez ha comenzado a hacerlo, hay una presión igualmente fuerte para no detenerse, hasta que alguien comienza a parar".
Los científicos creen que aplaudir es una forma de "contagio social" que refleja cómo las ideas y las acciones ganan y pierden su momentum.
El estudio de este fenómeno, aseguran, puede aportar luz a otras áreas, como por ejemplo el análisis de las idas y venidas de las tendencias de moda o la expansión de las ideas a través de internet.
Mann precisó: "Aquí pusimos a prueba si es mayor la influencia del total de personas en una sala o de las personas sentadas a nuestro alrededor.
"El equivalente en redes sociales como Facebook o Twitter sería estudiar si Ud. es más propenso a seguir una tendencia si ve que muchas personas del mundo en general la mencionan o sólo si sus amigos más cercanos lo hacen".


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