miércoles, 19 de junio de 2024

El escultor Ferdinando Andreini y el Eterno Femenino

"La bañista". 

Ferdinando Andreini fue un artista nacido en 1843 y fallecido en 1922.


No he logrado conseguir mucha información del creador de estas maravillosas esculturas, que enamoran y seducen por partes iguales. Las espectadoras las encuentran "maravillosas" y los espectadores "seductoras". Dependiendo del género, el impacto de una obra de arte repercute de un modo diferente.


Ferdinando Andreini, fue alumno de Ulysse Cambi (1807-1895), en la Academia de Bellas Artes de Florencia donde posteriormente fue profesor. Se especializó en obras alegóricas, inspiradas en la naturaleza, tales como, Primavera, Aurora - Goddess of Dawn, Flora, Nymph of the seas, The three graces, entre otras.
Este artista fue influenciado por el movimiento neoclásico. Estos artistas basaron su producción en la vuelta a los modelos clásicos greco-romanos, donde predominaron los temas mitológicos con la representación de dioses y héroes.
Equilibrio, proporción y simetría fueron entendidos como metáfora formal del carácter moral, pretendían simbolizar, por medio de la forma, el código de valores de la civilización moderna. Este canon se aplicó en las artes plásticas, la música, la arquitectura y la literatura.




Eterno Femenino

Eterno femenino es un arquetipo psicológico y un principio filosófico que idealiza un concepto inmutable de mujer.
Es uno de los componentes del esencialismo de género, la creencia de que hombres y mujeres tienen diferentes esencias internas que no pueden ser alteradas por el tiempo ni el entorno.​
El concepto fue particularmente vívido en el siglo XIX, cuando las mujeres eran descritas como ángeles, responsables de encaminar a los hombres por un camino moral y espiritual.​ Entre las virtudes existentes, las que tenían una predominante esencia femenina eran la modestia, la gracia, la pureza, la delicadeza, el civismo, la complicidad, el retraimiento, la castidad, la afabilidad y la amabilidad.
El concepto del eterno femenino (en alemán, das Ewig-Weibliche) fue particularmente importante para Goethe, quien lo introduce al final de su obra Fausto, en la segunda parte.​ Para Goethe, la "mujer" simboliza la pura contemplación en contraste con la acción como algo masculino.​ El principio femenino lo articula más adelante Nietzsche en un continuo de vida y muerte, basado en gran parte en sus lecturas de literatura griega antigua, puesto que en la cultura griega, tanto el nacimiento como el cuidado de los muertos estaba gestionado por mujeres​ Lo doméstico y el poder de redimir y servir como guardián de la moral, eran también componentes del eterno femenino.​ Las virtudes de la mujer eran inherentemente privadas, mientras que aquellas de los hombres eran públicas.
Simone de Beauvoir veía el eterno femenino como un mito patriarcal que construye a la mujer como algo pasivo, erótico y excluido del rol de sujeto que experimenta y actúa.​ (W)


Digámoslo ya!

Con el presente post se inicia una serie que tiene como tema medular esa profunda e inagotable fuente de pasión e inspiración que se ha dado en llamar El Eterno Femenino. No sé —en verdad lo ignoro— si desde la otra ribera se contemplará un eterno masculino con iguales o parecidas connotaciones, pero de éste nunca oí hablar. El Eterno Femenino, en cambio, es moneda corriente de cambio —más bien una especie de patrón-oro— a lo largo de la historia, o, al menos, desde la romántica Edad Media, en que trovadores y juglares, Dantes y Petrarcas, acuñaron el valor de lo que después esa expresión vendría a determinar: la mujer —aunque, como se verá más adelante, no sólo o exclusivamente— porta en sí un valor imperecedero, eterno, en el que la vida cobra y recobra todo el sentido (si es que alguno le cupiera tener). Dadora de vida, madre tierra, generadora de la existencia, mater generatrix, y musa fecundante que, invirtiendo los papeles, eyacula inspiración en el alma y el corazón de los hombres, que quedarán así preñados de creatividad. Sí, sí, ya sé, ni todos los hombres crean sus obras inspirados por la Mujer, ni todas los productos creativos son debidos al sexo masculino. Pero es que cuando la mujer crea (crea obra artística, digo) lo hace desde ese profundo venero que es el Eterno Femenino, por medio de una especie de partenogénesis o hermafroditismo creativo autofecundante (o, quizás, fecundado desde un eterno masculino, caso de haberle desde la óptica de la mujer).


Porque una de las facultades más preeminentes, de las muchas que en su seno el Eterno Femenino posee, es la de dispensar amor. Es el Eterno Femenino quien enamora, el que hace perder al hombre todo cuanto le distraiga y no esté enfocado a la máxima ganancia que es la creación (sea del tipo que sea: intelectual, artística, material o coadyuvante al mantenimiento de la especie). Y así, el hombre enamorado, se vuelve un ser eminentemente creativo, en el que la mayor parte de su potencial, de su fuerza, se verá enfocada hacia la creación en el sentido más amplio del término. Y así, el hombre creativo, estimulado por el amor, inspirado por el Eterno Femenino, embarazado por su estro, utilizará sus talentos —sean cuales sean— para alumbrar cosas: obras de arte, edificios intelectuales, proyectos urbanos, concepciones estatales... posibilidades y espacios, en fin, antes inexistentes.


El Eterno Femenino no siempre se presenta de una forma patente. El amor no siempre estará ligado a una mujer —o a un hombre—; no, al menos, de una forma evidente. Se concibe el Eterno Femenino no sólo como una serie de características o motivos emanados directa y exclusivamente de la parte hembra de la humanidad, sino que lo que ese Eterno... implica va más allá del mero dimorfismo sexual, no está de forma inevitablemente circunscrita al ámbito femenil; antes, más bien, es un sentimiento, uno unido a esa capacidad que la mujer encarna mejor que nada: la fertilidad, que es garantía de la continuidad de la vida, y lo que esa fertilidad supone y sugiere. En esa fertilidad entran conceptos, no sólo prácticos, sino otros pertenecientes al imaginarium, y que son, pues, ideales, espirituales. El Eterno Femenino, digámoslo ya, es una inmarcesible promesa de floreciente posibilidad, es lo más parecido a la inmortalidad de que el hombre dispone. (F)


Delicadeza, sensibilidad, ternura, sublimidad, elegancia, sutileza, excelsitud, son virtudes que el Eterno Femenino infunde a la turgente y erecta disposición del alma masculina, siempre ávida de gozoso ayuntamiento. Ama el hombre más que nada, sobre todo, aunque no sólo exclusivamente, pero sí preferentemente, el disfrute compartido con quien encarna su carencia y la resuelve (no más sea momentáneamente): la mujer. 


Unas veces buscará en ella desahogo de una pulsión más fuerte que él, que brota de las fuentes más profundas de la vida; otras veces pretenderá de ella un estímulo, una excitación —y una satisfacción—, una especie de droga para su alma, que administrará por la vía del corazón; otras, en fin, desde un ser lúcido e inmaterial, ansiará la imagen inasible del astro lejano que se ve y se sueña pero que nunca se ha de poseer, un astro que invita a la ensoñación y al embeleso, siempre presente, como una estrella del firmamento.



Lo mejor del hombre extrae el Eterno Femenino cuando en él penetra. Como si de un acto de amor se tratase, el Eterno Femenino induce en el alma del hombre con quien se acopla oleadas de placer, creciente satisfacción nunca del todo culminada... El hombre, entregado a este gozoso juego que lo levanta de la tierra para hacerle flotar, ingrávido, en etéreos universos formados no más que por sensaciones inefables y poderosos sentimientos, subsumido en una excitación que lo trae y lo lleva al ritmo de los embates con que el Eterno Femenino lo posee, florecerá, primero, y fructificará, después, sacando lo mejor de sí mismo, aquello a lo que aspira y por lo que suspira, aquello que lo trascienda y lo proyecte, aquello que, no siendo, puede ser: la imborrable huella de la inmortalidad.


.....El ser humano, por medio del arte, ha intentado siempre enmendar lo ordinario, la apariencia natural  de las cosas, proveyéndolas de una parte de su conciencia. Es por eso que hay obras de arte que poseen un poder de erótica estimulación superior al de los seres vivos —al menos son capaces de conservarlo, sin perder un ápice de su fuerza y lozanía, a través del tiempo. Esto ocurre con el caso que nos traemos entre manos: la escultura. El ser humano proyecta de forma tridimensional, no una imitación de lo natural, sino una recreación de ello, que es tanto como decir una enmienda de lo natural. Lo enmendado (que es lo añadido a lo natural en su recreación) dispone así de conciencia, insuflada por medio del talento o genio del artista; y es ese quantum de conciencia, de talento, de genio, lo que multiplica, a veces geométricamente, la carga erótica de una obra de arte. La obra de arte no sólo habla a las entrañas (que también) sino al intelecto del hombre, a su parte más refinada, más sutil, más espiritual. Y esta parte sutil, asentada en su alma, enviará su mensaje de vuelta al cuerpo, a los sentidos receptores, a los nervios encargados de transmitir sensaciones de placer y displacer, estimulando los unos y bloqueando los otros, y causando, como resultado, el bienestar ansiado.

.....Erótica y Estética van de la mano, entrelazados amorosamente sus dedos como amantes, ya sean platónicos, ya metafísicos, ya físicos, ya todo revuelto en distinta proporción. El arte se funda en estas premisas, en gran parte de todo este meollo aquí, sucinta y llanamente, expresado. El arte hunde sus raíces en lo bello y absorbe sus nutrientes de lo erótico, sólo así cumple su función de lenitivo, de añagaza tranquilizadora, de bendita droga enajenadora capaz de proyectarnos más allá de nuestra finitud hacia la eterno. Así hemos de contemplar el hecho artístico. Con esta disposición habremos de colocarnos ante la obra de arte, ante el cuadro, la melodía, el texto, el edificio o la escultura. Transitemos por ese puente colgante que es lo erótico, cuyos alígeros tirantes están en enmallados con lo bello, para cruzar sin temor sobre el abismo, donde, allá, en su fondo, nos acechan, tumultuosos y amenazadores, los remolinos de incertidumbre, angustia y miedo.

FUENTE

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