viernes, 3 de noviembre de 2023

Sodomía, indecencia e inmoralidad: El juicio a Oscar Wilde


Oscar Wilde junto a lord Alfred Douglas, noble con quien mantuvo una relación de varios años que lo llevó al juicio que terminaría por arruinar su carrera y su vida.

 Sodomía, indecencia e inmoralidad: el juicio a Oscar Wilde por su relación con hombres jóvenes pero también por sus libros.

En el Día del Orgullo LGBT+, todo sobre la batalla legal de 1895 que arruinó la carrera del escritor y definió el curso de la literatura gay del siglo XX.


Por Fernando Pagano

3 de abril de 1895. Una chismosa multitud se agolpa a las puertas del Tribunal Criminal Central de Old Bailey, el juzgado más importante de Londres, para ser testigo de lo que sería uno de los procesos judiciales más importantes del siglo XIX y que, a su vez, repercutiría de manera directa en el curso de la literatura gay del siglo XX.

De un carruaje tirado por dos caballos, acompañado de un cochero y un lacayo, se baja, con un largo sobretodo Chesterfield azul oscuro, adornos de terciopelo y una flor blanca en el ojal, una de las personalidades más destacadas del arte británico del 1800. Esta vez, Oscar Wilde, escritor, poeta y dramaturgo de origen irlandés, no se abre paso entre la muchedumbre para firmar autógrafos ante el estreno de una de sus obras, no. Esta vez, el escritor llega “a la fiesta” acusado de sodomía por el marqués de Queensberry, padre de lord Alfred Douglas, con quien Wilde mantuvo relaciones desde 1891.

En este caso, y a diferencia de los dos procesos siguientes, Wilde no es el acusado, sino el acusador. El objetivo de este primer juicio, que no tardará en volverse contra él, es que el marqués de Queensberry, John Sholto Douglas, se retracte de haberlo acusado, mediante una carta, de “alardear de sodomita”, concepto que, aunque en el último siglo entró en desuso, en ese entonces era un sinónimo -abarcativo y difuso por demás- de homosexual.

El término “homosexual”, de hecho, no aparece en ningún momento de los tres largos procesos que tuvieron como eje central a Wilde, de 40 años, y sus aventuras con una serie de muchachos a los que doblaba en edad, en su mayoría “malandras”, “holgazanes”, “prostitutos” y “chantajistas”, como se los nombra. A pesar de ser un juicio, donde se supone que debería preponderar la claridad y, sobre todo, la verdad, las alusiones a la supuesta homosexualidad de Wilde son difusas y rara vez llegan a explicitarse.

El juicio fue uno de los sucesos más comentados por meses en los diarios de Europa.


¿Cómo se nombra, entonces, lo innombrable, aquello de lo que se le acusa? “Sodomía”, “indecencia”, “el más grave de los delitos”, “prácticas contra natura”, y “el abominable crimen de un trato infame contra la humanidad” son algunas de las frases que jueces, fiscales y abogados utilizan para referirse a las relaciones consensuadas entre dos hombres adultos, prácticas que en ese entonces estaban penadas por la ley.

En el prólogo de Los procesos de Oscar Wilde, libro editado por Lumen que repone la transcripción completa y sin alteraciones del extenso juicio al autor de El retrato de Dorian Gray, Claudia Aboaf, nieta de Ulyses Petit de Murat, cuenta que este, al momento de traducir el juicio, se resistió a intervenirlo. “Es que mi abuelo, poeta y guionista argentino, descubre que lo que tiene entre manos no es solo un ‘proceso judicial’, una crónica histórica, sino también una pieza literaria creada por el mismo Wilde”, escribe Aboaf.

Aunque el primero de los procesos tuvo a Wilde como acusador, en el que se dio el lujo de cumplir con su papel de artista extravagante, bohemio y enfant terrible al responder las preguntas con sorna e ironía, a los dos juicios siguientes entró detenido, ya sin sus pomposas ropas o su actitud sobradora, para ocupar su lugar en el banco de acusados. ¿Cómo pasó Oscar Wilde, en cuestión de días, de ser una de las figuras artísticas más destacadas de Europa a un paria al que ni sus colegas homosexuales querían acercarse?

Portada de "Los procesos de Oscar Wilde", reeditado por Lumen y traducido por Ulyses Petit de Murat.


El sodomita, la carta y el atado de verduras

Todo comenzó con un padre que no amaba a su hijo, o un hijo que no amaba a su padre. John Sholto Douglas, marqués de Queensberry, recordado por crear las reglas del boxeo moderno, se encontró por casualidad, en 1891, a su hijo, lord Alfred Douglas, conocido como Bosie, junto a Oscar Wilde en un restaurante. Divorciado de su primera esposa, madre del joven Douglas, el marqués de Queensberry siempre había tenido una relación caótica con su hijo menor.

En una carta que el marqués le mandó a su hijo, antes de acusar públicamente a Oscar Wilde, le escribió: “Tu intimidad con ese hombre, Wilde, debe cesar o te repudiaré y no te suministraré más dinero. No voy a tratar de analizar esta intimidad y no hago acusaciones, el hacer alarde de algo es tan malo como serlo. Con mis propios ojos los he visto a los dos en el más abominable y desagradable trato, manifestado en las maneras y en las expresiones de ustedes. Nunca en mi vida había visto un espectáculo semejante al que ofrecían sus horribles fisonomías. No en balde la gente habla como lo hace”.

Al marqués, cuya fama de adúltero lo precedía tras sus dos comentados divorcios, le preocupaban sobremanera las habladurías y los chismes que el pavoneo de Wilde y su hijo por todos los restaurantes y salones de Londres podría generar, en particular después de los rumores de que su hijo mayor y heredero, Francis Douglas, mantenía relaciones íntimas con el primer ministro británico, Archibald Primrose, y el ministro de Asuntos Exteriores, lord Rosebery.

Después de varios años de cartas, y ante la negativa de su hijo menor de dejar de ver al amanerado y extravagante escritor, el marqués decidió tomar cartas en el asunto. Primero, quiso ir al estreno de La importancia de llamarse Ernesto, obra teatral escrita por Wilde que se presentó en 1895, algunas semanas antes del comienzo del juicio. Aunque tenía su entrada, los guardias no le permitieron el acceso ya que, escondido entre sus ropas, el marqués llevaba un enorme atado de verduras con el fin de arrojárselo al autor durante la obra y humillarlo públicamente.

Frustrado su primer plan, y en vista de que su indignación lejos estaba de serenarse, tuvo una mejor idea. El 18 de febrero de 1895, el marqués de Queensberry se dirigió, junto a un boxeador que servía de guardaespaldas, al club Albemarle, del que Wilde era miembro, para encararlo personalmente. Pero el escritor no estaba y, al igual que había sucedido en el teatro, no lo dejaron entrar. Es por eso que optó por dejarle al portero una tarjeta personal en la que se leía, de su puño y letra, aunque con un error de ortografía: “Para Oscar Wilde, que alardea de sodomita”.

En la difamatoria tarjeta que el marqués de Queensberry le dejó a Oscar Wilde lo acusaba de "alardear de sodomita". Por el enojo, tal vez por el apuro, le agregó una M de más a la palabra.


Esta fue, para el aclamado dramaturgo, la gota que rebalsó el vaso. Aunque hacía meses que Wilde estaba al tanto de las difamaciones privadas del marqués de Queensberry, el aspecto público de esa tarjeta lo llevó a pensar en tomar medidas drásticas, que su “queridísimo Bosie”, el joven hijo del marqués, apoyó. Fue así que, el miércoles 3 de abril de 1895, a sala llena en el juzgado más importante de Londres, empezó el juicio que cambiaría el rumbo de lo que décadas después se conocería como “literatura gay”, así como daría inicio, en Gran Bretaña y Europa, a una etapa de estricta censura a la homosexualidad, justo cuando esta recién empezaba a definirse.

“¡Yo no alardeo de ser común, gracias a Dios!”

La primera parte del proceso tiene dos ejes principales: primero, las cartas que Oscar Wilde le había escrito al joven lord Douglas, que habían sido robadas y con las cuales un grupo de “malandras” había intentado chantajearlo sin éxito; y segundo, su propia producción literaria, con especial énfasis en El retrato de Dorian Gray, así como los libros de algunos de sus colegas y allegados.

Empecemos por las cartas. Una de ellas fue leída y analizada minuciosamente durante el primer día del juicio por Edward Carson, abogado del marqués de Queensberry:

“Mi muchacho: tu soneto es hermoso y es una maravilla que esos labios tuyos, rojos como pétalos de rosa, hayan sido hechos tanto para la música como para la locura de los besos. Tu alma delicada y áurea marcha entre la pasión y la poesía. Yo sé que en los días griegos tú eras Jacinto, a quien Apolo amó con locura. Siempre tuyo, con eterno amor, Oscar”.

En defensa de Wilde, su abogado, sir Edward Clarke, dijo: “Las palabras de esta carta, caballeros del jurado, podrán parecer extravagantes a aquellos que tienen el hábito de escribir cartas comerciales (risas) o esas cartas comunes que las necesidades de la vida le obligan a uno a escribir todos los días, pero el señor Wilde es un poeta y la carta es considerada por él como un poema en prosa. No se avergüenza de la carta en forma alguna. Está dispuesto a mostrarla en cualquier parte, como la verdadera expresión de su sentir poético, sin ninguna conexión con las odiosas y repulsivas insinuaciones expuestas en los informes de este caso”.

Por su parte, Oscar Wilde, que consideraba la carta una “obra maestra”, repuso en el juicio una conversación que había tenido con uno de los chantajistas que había intentado amenazarlo con venderla si no le pagaba, llamado Allen:

OW: -Gustosamente le hubiera pagado una gran suma de dinero por la carta, ya que la considero una obra de arte.

A: -Esa carta se puede interpretar de una manera singular.

OW: -El arte es pocas veces comprensible para las clases criminales.

A: -Un hombre me ofreció sesenta libras por ella.

OW: -Ni yo mismo he recibido nunca suma tan importante por ningún trabajo en prosa de esa extensión, pero me alegra saber que hay alguien en Londres que considera que una carta mía vale sesenta libras.

En el primer proceso, Wilde demostró su lado más irónico ante las preguntas tendenciosas de los abogados acusadores. 


Al día siguiente de esa conversación, cuando otro de los chantajistas, llamado Cliburn, le había devuelto la carta a Wilde por orden de Allen, el ladrón le admitió: “Bueno, dice que usted fue amable con él y que es inútil tratar de arrendarlo, dado que usted no hace más que reírse de nosotros”. Según declaró en el juicio, lo que provocó las risas de todo el público, Wilde en ese momento le respondió: “Me parece imperdonable que no hayan tenido más cuidado con un manuscrito original mío”.

Al ser interrogado por Carson, el abogado del marqués de Queensberry, Wilde sostuvo que la carta, en realidad, era una “especie de poema en prosa”, razón por la cual había que juzgarla según parámetros artísticos y no morales.

C: (Lee una parte de su carta a Bosie) -¿Es esta una frase hermosa?

OW: -No como la lee, señor Carson. Usted la lee muy mal.

C: -¿Es esta una carta común?

OW: -Todo lo que yo escribo está fuera de lo común. ¡Yo no alardeo de ser común, gracias a Dios!

Oscar Wilde sostenía que los libros no eran "morales ni inmorales", sino que podían estar "bien o mal escritos".

Oscar Wilde sostenía que los libros no eran "morales ni inmorales", sino que podían estar "bien o mal escritos".

Así como fue analizada en detalle la correspondencia entre Wilde y su “queridísimo Bosie”, también se diseccionó con el mismo ahínco su “inmoral e indecente” literatura, principalmente su única novela, El retrato de Dorian Gray, de la cual se leyeron largos pasajes. El abogado Carson, en su afán de demostrar la conexión entre la producción literaria del autor y su vida privada, apabulló a Wilde con preguntas cada vez más tendenciosas:

C: -¿Entonces un libro bien escrito que sugiera puntos de vista perversos puede ser un buen libro?

OW: -Ninguna obra de arte sugiere puntos de vista. Los puntos de vista pertenecen a gente que no es artista.

C: -¿Una novela perversa puede ser un buen libro?

OW: -No sé qué quiere significar usted con eso de “novela perversa”.

C: -¿Entonces puedo sugerirle Dorian Gray como una novela sujeta a ser interpretada de esa forma?

OW: -Podría serlo, tan solo, para brutos e ignorantes. Los puntos de vista en arte de los filisteos son incalculablemente estúpidos.

C: -¿Una persona ignorante, al leer Dorian Gray, podría interpretarla de esa forma?

OW: -Los puntos de vista en arte de los ignorantes son inexplicables. A mí me concierne solamente mi punto de vista en arte. No me importa un bledo lo que otra gente piense de ello.

Cuando se le preguntó si alguna vez había experimentado los sentimientos que describe en sus libros, Oscar Wilde no dudó al responder: “No. Es una obra de ficción”.

Retrato de Oscar Wilde.

“El amor que no osa decir su nombre”

Oscar Wilde solía decir que “no hay libros morales ni inmorales”, algo que se le recriminó hasta el hartazgo durante su juicio. Ya fuera con su propia producción literaria o con la de sus colegas, uno de los ejes principales del interrogatorio fue la opinión de Wilde sobre tal o cual libro o pasaje.

Mientras se lo interrogaba sobre una publicación anónima llamada El sacerdote y el acólito, que salió en una revista para la cual él también había colaborado, el abogado Carson preguntó por tercera vez:

C: -¿No era inmoral?

OW: -Era peor. Estaba mal escrito.

Carson: -¿Cree usted que el relato es blasfemo?

OW: -Creo que violaba todos los cánones artísticos de la belleza. (Tras la insistencia de Carson, repone) Blasfemia no es una palabra que yo use.

Uno de los poemas de lord Alfred Douglas, su “queridísimo Bosie”, que se leyeron durante el juicio como evidencia, termina con la frase “yo soy el amor que no osa decir su nombre”. Interrogado por ese fragmento en particular, Wilde explica: “Es el amor de un hombre maduro por un hombre joven, como el que existía entre David y Jonathan, tal como aquel que Platón usó como la verdadera base de su filosofía, y tal como el que se encuentra en los sonetos de Miguel Ángel y Shakespeare. En este siglo hay un concepto tan erróneo de él que se puede definir como ‘el amor que no osa decir su nombre’, y que, con motivo de él, yo estoy colocado donde lo estoy ahora. Que deba ser así, el mundo no lo comprende. El mundo se burla y algunas veces lo pone en la picota por él”.


El autor falleció en la indigencia en el exilio en París, alejado de su familia y amigos.


Leído a más de un siglo de los acontecimientos, es notable cuánto afectó este juicio a lo que luego se conocería como “literatura gay”, y sus primeros exponentes de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, como Marcel Proust, que en su novela más conocida, En busca del tiempo perdido, le pone a su enamorado un nombre de mujer para evitar problemas, recurso que muchos escritores alrededor del mundo terminarían imitando; o André Gide, que a pesar de ser un reconocido homosexual, evitó a Oscar Wilde durante su exilio en París.

Aunque se puso en tela de juicio su correspondencia con su “queridísimo Bosie”, su literatura, la de sus colegas y su opinión sobre extensísimas citas “inmorales”, también se dio un listado detallado de los hombres con los que “había cometido actos indecentes”, todos entre los 20 y 25 años. Después de hablar de “orgías de artistas y valets”, sábanas misteriosamente manchadas, jóvenes prostitutos y hombres que en secreto usaban ropa de mujer, el jurado no demoró mucho en encontrar al acusado, Oscar Wilde, culpable de todos los cargos. Se lo condenó a dos años de prisión y trabajo forzado, aunque su verdadero castigo llegaría después, cuando su nombre se volvió sinónimo de perversión y tuvo que exiliarse en París, donde murió en la indigencia a los pocos años.

La estricta moral victoriana, que puertas adentro perdía su claustrofóbica rigidez, no solo ganó este juicio, sino que el acontecimiento, comentado hasta el hartazgo en todos los diarios europeos, sentó precedente, tal vez por primera vez, de los límites hasta donde podían llegar ciertas “perversiones”. La justicia poco tenía que ver con todo esto.

En uno de sus alegatos finales en defensa de Oscar Wilde, antes de conocer su condena, su abogado Clarke, mientras defendía El retrato de Dorian Gray de las acusaciones que se le habían hecho por la inmoralidad de su protagonista, dijo: “Cada hombre ve su propio pecado en Dorian Gray. Cuál es su pecado, nadie lo sabe. El que lo descubre lo lleva en sí”.

Su discurso, sin embargo, no surtió efecto. Después de pronunciar la sentencia “totalmente inadecuada para una causa como esta”, el juez dio por terminado el proceso e hizo caso omiso a las palabras de Oscar Wilde, que mientras los guardianes se lo llevaban, dijo: “¿Y yo? ¿No puedo decir nada, Su Señoría?”.

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