lunes, 10 de julio de 2023

Frank Kafka y la muñeca perdida (por viajera)

 

Ilustración de José Manuel Fernández Oli

                                                                                        

Un año antes de su muerte, Franz Kafka paseaba por el parque Steglitz, en Berlín, y encontró a una niña llorando porque había perdido su muñeca. Para consolar a la pequeña, el autor de La metamorfosis se inventó una peculiar historia: la muñeca no se había perdido, se había ido de viaje, y él tenía una carta que le llevaría al día siguiente al parque. Aquella noche Kafka escribió la primera de muchas cartas que, durante tres semanas, entregó a la niña puntualmente, narrando las peripecias de la extraordinaria muñeca desde todos los rincones del mundo.

                                                                                        

Kafka sostuvo esta ilusión durante tres semanas, entregando en su rol de “cartero de muñecas”, una carta distinta cada día, “enviada” desde Londres, París, desde los lugares más alejados de Berlín. Kafka las leía en voz alta. Hasta que llegó el final, inevitable. Pero la niña –y su tristeza por la pérdida– ya eran otras. Entonces Kafka decidió que la muñeca se casaría. “Tu misma comprenderás que en el futuro tendremos que renunciar a volver a vernos”, le escribe la muñeca –Kafka– a la niña.

- “Por favor no me llores, he salido de viaje para ver el mundo. Te voy a escribir sobre mis aventuras ...“

Cuando él y la niña se reunían, él le leía estas cartas cuidadosamente compuestas de aventuras imaginarias sobre la querida muñeca . La niña fue consolada. Cuando las reuniones llegaron a su fin, Kafka le regaló una muñeca. Ella obviamente se veía diferente de la muñeca original. Una carta adjunta explicó:

-"Mis viajes me han cambiado …"

Muchos años más tarde, la chica ahora crecida, encontró una carta metida en una grieta desapercibida dentro de la muñeca . En resumen, decía:

"Cada cosa que amas, es muy probable que la pierdas, pero al final, el amor volverá de una forma diferente".

Franz Kafka




Detrás de las anécdotas

Una de las cosas que muchos objetan es que en realidad nunca ocurrió esa historia, sino que se trató de uno de los delirios del autor; me pregunto ¿es realmente importante dilucidar si es ficción o realidad?

Lo que en verdad debería importarnos es que la belleza encerrada en este encuentro permite ver la increíble humanidad de Kafka quien, ante la posibilidad de que una niña desconocida se sintiera desamparada a causa de sufrir una pérdida, dedicó muchas de sus energías a darle un motivo por seguir creyendo en la ilusión y reparar ese daño. El mejor aprendizaje para esa jovencita haya sido posiblemente el conseguir poner en palabras la ausencia de ese ser querido, el juguete perdido.

Según lo ha contado Dora Diamant, Kafka se tomó esa actividad como un trabajo cualquiera, tan esencial como cualquiera de los otros, porque consideraba que esa niña había aparecido por algo en su vida y que su misión era preservarla de la decepción costase lo que costase.

Y por eso se abocó a esa tarea, para que la mentira de la ausencia de la muñeca, de la que desconocía el verdadero paradero, se convirtiera en una verdad a través de la ficción y le diera una nueva forma a la criatura para amortiguar las pérdidas. 


Juguetes ¿necesarios para entender la ficción o la realidad?

La relación que se establece entre un niño y su juguete es algo inexplicable; se crea un lazo tan profundo que poco tiene que ver con la valía económica del mismo. Ese objeto permite unir la realidad con el mundo mágico y que el niño establezca ciertos parámetros que delimiten su propio universo.

Según cuenta César Aira en uno de sus artículos publicados en El País en el año 2004, cierta vez mientras estaba en el aeropuerto escuchó llorar a los gritos a una niña. Los policías que realizaban el control le habían quitado el juguete para inspeccionarlo, a fin de comprobar que no estuviera siendo utilizado para contrabandear nada. La mujer que iba con la pequeña intentaba tranquilizarla diciéndole: "Te juro que no le hicieron nada, te lo juro"…

Aira expresa fascinado que el contrato que se establece entre una niña y su muñeca es semiótico, porque es una creación de sentido que se sostiene por esa tensión entre lo verosímil y la fantasía, y remata que no es casual que esta anécdota se corresponda con Kafka, siendo el más grande descubridor de signos de la vida moderna.

Por su parte Paul Auster describe esta anécdota como una historia maravillosa, donde el autor ha dado signos de la gran compasión que lo conformaba. Mientras que el editor Klaus Wagenbach se dirigió durante años al parque Steglitz en busca de la niña, recorrió el barrio, llamó a algunas puertas y habló con ciertos vecinos. Es, sin lugar a dudas, una historia que ha dado de qué hablar y que, en algunos casos ha obsesionado a quienes supieron de ella.

Esta anécdota en la vida Kafka es poco conocida, ni siquiera se menciona en la biografía del autor, excepto en aquella escrita por Ronald Hayman y publicada en 1981, y es posiblemente la más enternecedora y tierna historia que haya escuchado jamás donde se puede ver la pasión de un escritor por las letras y su intención de utilizar la ficción para entender la realidad.




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