viernes, 29 de marzo de 2024

El Cristo de Velázquez

 

El "Cristo de San Plácido", pintado por Diego Velázquez.
 
                       
Diego Velázquez es sin duda uno de los pintores más destacados de la historia del arte español, y su obra ha sido objeto de estudio y admiración por generaciones. En particular, el "Cristo de San Plácido" es una de sus obras más emblemáticas y enigmáticas. La simplicidad y la profundidad de esta pintura han intrigado a críticos y espectadores durante siglos, y mi análisis detallado de esta obra buscaba arrojar luz sobre su significado y su impacto en el espectador. En esta semana tan significativa para los cristianos, me parece oportuno compartir nuevamente mis reflexiones sobre esta obra maestra de Velázquez. La manera en que el pintor logra transmitir la serenidad y la humanidad de Cristo a través de una composición tan sencilla es verdaderamente admirable, y creo que es importante seguir reflexionando sobre la relevancia y el poder de esta obra en la historia del arte.


Por Rubén Reveco, editor

Semana Santa

La obra a la que me refiero es "El Cristo Crucificado" de Diego Velázquez, una pintura que ha sido objeto de admiración y estudio por siglos. Su belleza artística y su profundo simbolismo místico la convierten en una pieza única en la historia del arte. Sin embargo, lo que realmente destaca en esta obra es el desnudo masculino que representa, considerado por muchos como el más hermoso jamás pintado. Se dice que Velázquez, en un momento de frustración, arrojó sus pinceles a la cara de Cristo, creando una mancha que luego transformó en la abundante melena que cubre parte de su rostro. Esta anécdota, aunque posiblemente apócrifa, refleja la intensidad y el genio creativo del artista. La combinación de técnica magistral y emotividad en esta obra la convierten en una verdadera joya del arte universal.


“Pero una tarde vino la muerte y se acabó la historia” 

(“Diez”, de Juan Emar).

Todo ha terminado. Sólo dos cosas te acompañan Jesuscristo: la noche (negra como ceguera de nacimiento) y tu cruz; la cruz que es testimonio de tu muerte absurda.

Más allá de las flores, del sueño
de la mujer querida hasta el llanto,
te encuentro a ti, salvadora en el 
turbión definitivo. 

(“La Cruz”, de Angel Cruchaga Santa María)


"Velázquez pintó el Cristo de San Plácido entre 1632 y 1636, y no hizo más que tres cosas: un fondo, una cruz y un cuerpo".

En el año 1983, di inicio a mi tesis sobre una pintura que, hasta el día de hoy, sigue despertando mi interés y ocupando un lugar destacado en mi investigación. Esta obra no solo destaca por su innegable valor artístico, sino también por el profundo contenido místico que encierra en cada pincelada. Es considerado por muchos como el desnudo masculino más bello jamás representado en la historia del arte. Los expertos en historia del arte sostienen que el estudio de este desnudo en particular es excepcional y magistral, gracias a la perfecta fusión de serenidad, dignidad y nobleza que transmite. Se trata de un desnudo frontal, desprovisto de cualquier elemento narrativo que le sirva de apoyo, lo que lo convierte en una pieza singular. La influencia del arte clásico es evidente en la postura del cuerpo de Cristo y en la idealización de su rostro, elementos que añaden una capa adicional de significado y belleza a esta obra maestra.



La obra "El Cristo de Velázquez" ha sido una fuente de inspiración para numerosos hombres de fe a lo largo de la historia. Entre ellos, destaca el escritor y filósofo español Miguel de Unamuno, quien dedicó un extenso poema a esta misteriosa obra de arte. Unamuno, conocido por su profunda reflexión sobre la existencia humana y la fe, encontró en la figura del Cristo de Velázquez un motivo de profunda contemplación y análisis. A través de su poema, Unamuno exploró los misterios y simbolismos que rodean a esta representación de Cristo, profundizando en su significado espiritual y en la conexión que establece con la experiencia religiosa del individuo. Su obra, marcada por una profunda sensibilidad y una aguda inteligencia, ha sido valorada como una de las interpretaciones más significativas y enriquecedoras del Cristo de Velázquez, aportando nuevas perspectivas y reflexiones a su misteriosa presencia en el arte y en la fe de tantos creyentes a lo largo de los siglos.

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío? 
¿Por qué ese velo de cerrada noche 
de tu abundosa cabellera negra 
de nazareno cae sobre tu frente? 


(Miguel de Unamuno)
                                                                                           
Soledad, noche y silencio

Esta obra se distingue de las demás pinturas que representan el momento supremo de la muerte de Jesucristo en la cruz por su singularidad en la representación de la soledad, la noche y el silencio. Aunque pueda resultar extraño pensar en una pintura como "silenciosa", esta obra logra transmitir una sensación de aislamiento y quietud que la diferencia notablemente de las obras contemporáneas. Al comparar el Cristo de Velázquez con otras pinturas de la misma época, se puede apreciar claramente esta ausencia de presencia humana y de dolor en la figura de Cristo. Mientras muchos artistas optaban por representar el sufrimiento de Jesús de manera dramática y conmovedora, Velázquez se alejó de esta tendencia para ofrecer una visión más introspectiva y serena de la crucifixión. En lugar de mostrar a un Cristo rodeado de una multitud lamentándose y clamando, el Cristo de Velázquez se presenta en soledad, en un momento de profunda contemplación y paz. Esta originalidad y sobriedad en la representación de un tema tan recurrente en el arte religioso lo convierten en una obra única e inigualable en la historia del arte.

La soledad de Cristo es tan vasta como el silencio que lo rodea. 
Nada a sus pies que contemple o llore su muerte. 

Con tan pocos recursos disponibles, es impresionante cómo nadie ha logrado llegar tan lejos en el arte de la pintura. Es difícil imaginar que en los próximos 250 años alguien pueda crear una obra religiosa de importancia, como las dos simples y mínimas piezas que se han logrado hasta ahora. A simple vista, estas pinturas parecen haber sido realizadas con gran facilidad, sin embargo, es evidente que detrás de ellas no se encuentra la mano temblorosa de un fervor místico, sino más bien un intelecto que maneja ideas y abstrae formas de la realidad. Es como si al crear, sin emoción aparente, el artista desapareciera dejando únicamente un testimonio de su habilidad y destreza.


Sobre un fondo oscuro, dividido por una cruz en cuatro partes, 
está el cuerpo inerte de Cristo resplandeciendo de luz y vida.

En el arte, la elección del punto de vista por parte del artista es crucial para transmitir la visión que desea comunicar. En el caso de optar por una visión frontal y simétrica, se elimina toda perspectiva y escorzo, lo que puede resultar en una representación más estática y distante para el espectador. En muchas pinturas, el punto de vista del artista se convierte en otro testigo más de la escena, colocándose en el mismo nivel que los personajes representados. Sin embargo, en el caso de Diego Velázquez, se percibe una distancia y soledad en su representación del Cristo crucificado, como si el artista se hubiera elevado sobre un andamio para observar la escena desde una perspectiva única y personal. A pesar de las influencias recibidas, Velázquez logra trascender la mera representación frontal y simétrica, creando una obra que invita a la reflexión y contemplación sobre la soledad y la divinidad.

 




La representación de escenas religiosas, especialmente aquellas que muestran el sufrimiento de figuras como la Virgen María, María Magdalena o los apóstoles, requiere una participación activa por parte del observador. Al contemplar estas representaciones, no solo somos testigos de su dolor, sino que también nos identificamos con él. El sufrimiento representado en estas escenas trasciende el tiempo y el espacio, conectándonos con la experiencia humana universal del dolor y la redención. Al colocarnos en el lugar de estos personajes, nos convertimos en parte de la narrativa sagrada, rodeando simbólicamente la cruz de Cristo y compartiendo en su sacrificio. Es a través de esta participación activa que podemos profundizar nuestra comprensión de la fe y encontrar consuelo en la comunión con lo divino.


El tiempo, que siempre pasa, se detiene

El Cristo de Velázquez es una obra sin testigos humanos.
Cuando el artista se entrevera entre la multitud para elegir una perspectiva que le permita una visión “con los pies sobre la tierra”, directa o indirectamente está presente como un observador más y de igual modo hace participar de lo que sucede al espectador. Esto en algunos casos se hace más evidente que en otros, pero siempre habrá una conexión hacia el objetivo de mayor importancia.
Ahora bien, cuando se elije una visión frontal, prácticamente simétrica, eliminando todo escorzo; cuando se evita de golpe ese enlace que era el espectador no habrá nada que nos lleve a estar ahí, ni que nos diga desde qué lugar puedo observar de esa manera al Cristo en su cruz. Y el tiempo, que siempre pasa, se detiene.

Atemporalidad

Cada obra de arte es un producto de su época y está influenciada por circunstancias históricas específicas. Además, en cada pintura se puede percibir la influencia de tradiciones que a menudo han interferido con la pureza temática. Los artistas del Renacimiento no vacilaban en representar costumbres, vestimentas o escenarios que acompañaban una escena sagrada y que no necesariamente pertenecían a la esencia de la temática elegida. Esto se vuelve aún más evidente cuando lo sagrado no está sujeto a determinaciones históricas, ya que su naturaleza propia e inmutable prescinde de cualquier presencia humana. Por ejemplo, al representar a Cristo muerto, el artista no debería limitar su trascendencia incluyendo a un donante, a un personaje de moda o incluso su propia imagen en algún rincón del cuadro. A pesar de que estas decisiones artísticas pueden estar motivadas por razones sociales comprensibles, no contribuyen a definir lo que es verdaderamente sagrado. Dios es una realidad que trasciende la voluntad humana, por lo tanto, en el arte religioso se debe expresar lo que es intrínsecamente religioso, es decir, el "mysterium tremendum" (ilimitado, inmutable, perfecto y eterno). En este contexto, la representación de Cristo muerto por Velázquez es un ejemplo notable. El momento de la muerte de Dios en la cruz no es simplemente una circunstancia histórica, sino la representación de la confrontación entre la vida y la muerte, entre la luz de la vida y el oscuro resplandor de la muerte entrelazados. Esta obra de arte carece de cualquier argumento temporal o anecdótico, ya que el hombre es representado simplemente como una cruz rojiza, simbolizando el color de la tierra, entre la muerte (representada por el fondo oscuro) y la vida (encarnada por el Cristo resplandeciente). En la pintura de Velázquez, todo concepto de tiempo y lugar desaparece, dejando al espectador inmerso en una experiencia atemporal y universal, donde no hay indicio alguno de si nos encontramos en el año 1632, en el año 33 o en el 2024, cuando se leen estas líneas.
 
De soledad te revistes Jesucristo, y el silencio cae a pedazos sobre ti.
No hay nada que se pueda comparar ahora que estás entre el cielo y la tierra.
Entre la vida y la muerte, da pena mirarte.
¡Qué hace todavía en esa cruz?, te pregunto.
Tu cuerpo se ha quedado blanco.
Tu dolor sigue errante en la memoria de los hombres.
Y estás solo.
Que enorme silencio el tuyo
Por qué no bajas de tu cruz a consolarnos
Por qué no vienes de una vez
Y levantas de un grito
El duro asfalto de estos días subterráneos.



¿Una pintura minimalista?                                                                                                           
El término minimalista se refiere a la reducción de elementos superfluos, dejando solo lo esencial. Esta corriente artística fue acuñada por el filósofo Richard Wolheim en 1965, al referirse a las pinturas de Ad Reinhardt, caracterizadas por su monocromatismo. En este sentido, la cita de San Juan de la Cruz, "Para desear ser todo hay que ser nada", cobra relevancia al analizar la obra de Velázquez. A pesar de su tibieza en temas religiosos, Velázquez logró captar la esencia minimalista en su obra, especialmente en el Cristo de Velázquez, pintado a principios del siglo XVII. Esta obra se destaca por su frontalidad, simetría y simplicidad, convirtiéndola en un hito del minimalismo en la historia del arte.

¿Estás cómodo, Jesucristo?

El famoso pintor español Velázquez demostró su genio artístico al representar la figura de Cristo en la cruz de una manera ingeniosa y con un profundo simbolismo. Según el filósofo José Ortega y Gasset, Velázquez logra que Cristo parezca cómodo en su sufrimiento, lo cual es una paradoja poderosa. Utiliza la técnica de su suegro Pacheco, que sugiere que los pies deben descansar en un soporte y estar clavados de forma singular. Para evitar mostrar dolor en el rostro, cubre la mayor parte con la melena y mantiene las facciones visibles de manera discreta y convencional. En esta representación silenciosa pero intensa, Velázquez alcanza la cumbre de la expresión artística. La figura de Cristo, hecho hombre y muerto en la cruz, adquiere una dimensión casi sobrenatural en manos del pintor. A pesar de la brutal realidad de la crucifixión en tiempos del Imperio Romano, Velázquez logra transmitir la belleza y el misterio de este momento trascendental con un equilibrio perfecto entre la exageración y la sobriedad. Su obra nos invita a reflexionar sobre la esencia de la fe y la humanidad en medio del sufrimiento y la redención.


El arte de Matías Grünewald (1470-1528) se acerca más a la realidad en comparación con otros. La Crucifixión de Basilea ofrece una experiencia profunda de la miseria humana. La crueldad despiadada se manifiesta de manera impactante en esta obra. La figura de Cristo, deformada y cubierta de llagas, resalta sobre un cielo oscuro, reflejando el horizonte sombrío característico del expresionismo germánico del siglo XX. Es una obra desgarradora y apasionante que transmite una extraña violencia y un misticismo violento. Los elementos de expresionismo y realismo de la carne lastimada en la obra ilustran las tendencias artísticas de Grünewald. En contraste, el Cristo de Velázquez no refleja esta intensidad. ¿Es menos realista la obra de Velázquez en comparación con la de Grünewald? Cristo trasciende la simple humanidad, lo que se refleja en su cuerpo incorruptible que permanece inalterable a lo largo del tiempo, como una idea inmutable de belleza.


Las pinturas son una forma de arte que ha existido desde tiempos antiguos, utilizadas para expresar ideas, emociones y representar la realidad de una manera visual y estética. El uso de pigmentos de diferentes colores en las pinturas es fundamental, ya que son los colores los que le dan vida y profundidad a la obra. Los artistas han utilizado los colores de manera creativa para transmitir mensajes, crear atmósferas y capturar la atención del espectador. En el caso de las representaciones de Dios en las pinturas, se ha utilizado el cuerpo humano como medio para darle forma y presencia a lo divino. A través de los colores y las formas, los artistas han intentado capturar la esencia de lo trascendental y lo sagrado, permitiendo a las personas conectarse con lo espiritual de una manera visual y tangible. A pesar de las diferentes interpretaciones y representaciones de Dios en las pinturas, la verdad es que la verdadera naturaleza de lo divino sigue siendo un misterio, más allá de lo que cualquier obra de arte pueda expresar.

El Cristo de Velázquez sin la cruz.

Color y valor

En el Renacimiento se empleaba una amplia variedad de colores. Más tarde, en el Barroco se utilizaron más que nada valores. El valor tiene que ver con la mayor o menor incidencia de la luz sobre los objetos (para todos los casos funciona así).
El Cristo de Velázquez se realizó en pleno período barroco y si el artista tuvo alguna influencia de de sus contemporáneos, esta se redujo exclusivamente al uso del color; el uso de una reducida gama cromática formada por tierras, rojos, sombras, ocres, blancos y amarillos. El claroscuro -consustancial a la esencia barroca- no es desarrollada por Velázquez, al menos en esta pintura. Ya que cada forma permanece autónoma en relación al fondo.
Ya había mencionado un límite virtual necesario para un justo equilibrio de las partes, equilibrio que actúa a modo de compensación. Por ejemplo, se anula el aparente estatismo del Cristo en la cruz con una escala de valores ascendentes. Del fondo oscuro al rojizo de la cruz (que actúa de intermediaria), y de la cruz al blanco del cuerpo de Cristo.

“Mientras la tierra sueña solitaria
vela la blanca luna; vela el hombre
desde su cruz, mientras los hombres
sueñas; vela el hombre sin sombra, el
hombre blanco como la luna de la noche negra.” 


Miguel de Unamuno (1864-1936).



En la obra del Cristo de Velázquez, se puede apreciar un cuerpo de tamaño natural en el que el color desleído, transparente e inmaterial se combina con un uso del valor completamente simbólico. El color, con toda su fuerza expresiva, se retira para dar paso a matices tenues. El cuerpo de Cristo, de un blanco inmaculado, a veces se transforma en valor, en contraposición a un fondo oscuro y silencioso. A través de este contraste simple pero impactante, se logra crear esa "cosa" ambigua, extraña y de apariencia incomprensible. Es el equilibrio entre lo real y lo irreal, entre lo natural y lo sobrenatural, ya que representa a Dios y al hombre al mismo tiempo. Esta irrealidad no surge de la negación de lo real, sino precisamente de su esencia.

“Se me llama psicólogo y eso es falso; yo soy realista sólo en un sentido más alto esto es, describo todas las profundidades del alma humana. Amo el realismo en el arte por encima de toda medida; el realismo que -por así decir- alcanza lo fantástico.”

Fedor Dostoievski (1821-1881)

Fedor, estamos hablando de lo mismo.



¿De dónde viene la luz?


¿Porqué está iluminado el cuerpo de Cristo si es de noche? El poeta lo dice así:

“Señor, cuando doblaste la cabeza sobre la eternidad
las estrella se fueron una a una en silencio
y la Luna no hallaba cómo esconderse detrás de los cerros.” 


Vicente Huidobro (1893-1948)



Esta obra de arte nos sumerge en un mundo de contradicciones y misterios, donde la luz juega un papel fundamental. La paradoja de un viaje inverso de la luz, que no ilumina las formas ni emana de ellas, nos invita a reflexionar sobre la dualidad de la vida y la muerte. El cuerpo representado en la pintura parece estar inerte, sin embargo, su resplandor nos hace cuestionar si realmente está muerto. La elección del color blanco para el paño que lo cubre refuerza la sensación de pureza y serenidad que emana de la figura. La verticalidad del cuerpo, coronada por una cabeza inclinada en un gesto de silencio, nos invita a contemplar en silencio esta escena enigmática. En definitiva, esta pintura nos muestra cómo la belleza y la paradoja pueden coexistir en perfecta armonía, desafiando nuestras percepciones y despertando nuestra imaginación.

“Palabras palabras -un poco de aire movido por los labios- palabras. 
Para ocultar quizás lo único verdadero: que respiramos y dejamos de respirar.”

Jorge Teiller (1935-1996)



El Cristo de Velázquez, una obra maestra que trasciende los límites de lo mundano, se erige como un monumento a los absolutos. En esta representación, se entrelazan los opuestos con una armonía que desafía la comprensión humana: muerte y vida, noche y día, lo humano y lo divino, lo tangible y lo intangible. En cada trazo, en cada sombra, se revela la esencia misma de la existencia, encapsulando la dualidad inherente a la naturaleza. La belleza que emana de esta obra no se limita a lo superficial, a lo efímero; es un eco eterno que resuena en el alma del espectador, recordándole la verdad esencial que yace más allá de las apariencias. No se trata de una belleza convencional, estandarizada, sino de una belleza que trasciende lo común, que despierta en nosotros una sensación de asombro y admiración ante lo sublime. En el discurso sobre la belleza, no se busca la complacencia fácil, la adulación vacía; se busca la revelación de lo divino en lo terrenal, la manifestación de lo eterno en lo efímero. En definitiva, al contemplar El Cristo de Velázquez, nos sumergimos en un mundo de contrastes y paradojas, donde la belleza se revela en su forma más pura y auténtica, invitándonos a trascender nuestras limitaciones y conectar con lo trascendental.

“No se discute acerca de una brisa primaveral, se fortalece uno cuando se la encuentra. Se siente uno fortalecido cuando se encuentra con un pensamiento de movimiento rápido en Platón o con una arista fina en una estatua.”
Ezra Pound (1885-1972)

La belleza inquietante, misteriosa y sobrenatural es un concepto que ha fascinado a lo largo de la historia a artistas, filósofos y poetas. Se trata de una belleza que va más allá de lo superficial, que se nutre de lo eterno, de lo intangible, de lo que no se puede explicar con palabras. Es una belleza que no necesita de argumentos, que se manifiesta de forma pura y directa, sin adornos ni artificios. Esta belleza se adhiere al cuerpo de manera sencilla, sin necesidad de atenuantes, revelando así su verdadera esencia y su poder transformador. Es una belleza que despierta emociones profundas, que conmueve y conmociona, que nos invita a reflexionar sobre nuestra propia existencia y nuestra relación con el mundo que nos rodea. Es una belleza que nos recuerda la importancia de detenernos, de contemplar lo que nos rodea, de apreciar la magia que se esconde en lo cotidiano. En definitiva, esa belleza inquietante, misteriosa y sobrenatural es un recordatorio de la grandeza y la complejidad del universo, un regalo para aquellos que saben apreciarla en toda su plenitud.




 Aspectos tenidos en cuenta para este análisis




Camila Reveco -editora de la revista de arte Ophelia-  junto al Cristo de San Plácido



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