martes, 6 de junio de 2023

Durango


                                                                              
Durango, jinete solitario recorre el Oeste empujado por la sucesión de los acontecimientos. Combate el crimen allá donde las leyes sólo existen para beneficiar a los ricos y los explotadores. Aplica una justicia que todos comprenden, la de la pistola Mauser C96 y la del Winchester.
                                                                              

El western es un género curioso. No hay nada más norteamericano que este escenario, pero a la vez ha encontrado un filón narrativo en Europa. El spaguetti western italiano rodado en escenarios españoles y el cómic francobelga han contribuido no poco a la supervivencia de un género que el cine norteamericano ha decidido olvidar, salvo contadísimas excepciones en las últimas décadas que, eso sí y Clint Eastwood mediante, han sido normalmente de un nivel como poco notable. Pero centrémonos en las viñetas y en Durango, la serie con la que Yves Swolfs supo colocarse a medio camino de estas dos maneras de entender el género, la estadounidense y la europea. En este primer volumen se recogen los cuatro primeros álbumes que el autor hizo en la primera mitad de los años 80. Decir que el paso del tiempo no ha afectado a estos relatos es el primer elogio que se le puede hacer al trabajo de Swolfs. Sí, tiene un claro toque clásico, y desde luego que dentro de la tradición de la BD europea no resulta difícil darle ese contexto, pero lo más destacable sigue siendo el hecho de que Swolfs se convierte en el narrador de cómic que podría haber sido Sergio Leone de haberse dedicado a este medio y no al cine. Esa referencia es suficiente para entender las pretensiones de un cómic violento y firme, en el que no parece haber héroes, solo personajes que sobreviven.
No se puede negar que Swolfs cae en algunos tópicos para narrar las andanzas de este lobo solitario, este cazarrecompensas de en el fondo buen corazón que cumple con el arquetipo del antihéroe. Al mismo tiempo, se nota que esos mismos tópicos le funcionan bien al autor. Le sirven para crear un personaje al que da gusto seguir, en escenarios más o menos previsibles pero que encajan bien en lo que podemos esperar del género, y sobre todo creando escenarios que son creíbles y atractivos para el lector. El western, escrito así, no es una barrera sino una oportunidad para que aceptemos este mundo lleno de violencia, venganzas, ansias de poder y luchas por seguir vivos un día más. De eso va Durango. No es un héroe infalible y todo poderoso. Sangra y sufre. Pero se adapta. Con Los perros mueren en invierno, La fuerza de la cólera, Trampa para un asesino y Amos, Swolfs establece las bases para un personaje al que siguió recurriendo durante años y del que en estas primeras entregas no desveló demasiado. No importa su pasado, su empeño está en el presente. Y eso, en un mundo como el del cómic, en el que estamos demasiado acostumbrados a ver cómo el misterio se convierte en algo a romper, es algo que funciona francamente bien. A partir de ahora, se trata de disfrutar con las historias y, especialmente, con el escenario.
De hecho, es ahí donde más destaca el Swolfs dibujante, y donde mejor impresión deja su trabajo después de tantos años. Su ambientación es formidable, su puesta en escena es modélica, no hay una sola página de estos cuatro primeros álbumes en los que no sintamos una inmersión absoluta en el mundo de Durango, en el salvaje oeste americano y en las dificultades por las que pasa el protagonista para llevar a cabo esas misiones que a veces busca y a veces le encuentran a él en el camino. Los personajes sí que nos llevan rápidamente a los tiempos en los que se publicó originalmente el cómic, es ahí donde más anclado en el tiempo está Durango, pero nadie se puede quejar del resultado. El dibujo es muy completo, y los pequeños detalles en los que no sobresale con firmeza quedan ocultos ante el notable nivel general. Durango es una obra especial porque, sin ser obra definitiva de nada, encaja en diversos aspectos con la mejor tradición del western europeo en cómic. No es un dechado de originalidad, pero a la vez no es abiertamente previsible. Y puede que no sea tan conocido como, por ejemplo, el Blueberry de Jean-Michel Charlier y Jean Giroud (aquí, reseña de su primer libro), quizá el gran western europeo de las viñetas, pero también merece la pena reservarle un lugar de honor en el género. (Fuente)




















































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