sábado, 28 de octubre de 2023

Thorgal (6) La caída de Brek Zarith


Esta es la última parte de este primer ciclo largo de la colección, que va a tener como escenario Brek Zarith y la fortaleza que, erguida sobre una cima escarpada, le da nombre al reino. Ahora que Thorgal tiene la certeza de que Aaricia ha emergido del limbo al que se había entregado, se pone en marcha la maquinaria para que Galathorn inicie la recuperación de su heredad. Brek Zarith es un reino de nobles disolutos, gobernados por un tirano opresor al que temen al mismo tiempo que conspiran contra él a sus espaldas: Shardar.




Con la intercesión de Thorgal, el príncipe Galathorn ha obtenido una curiosa alianza con los vikingos del norte, encabezados por Jorund el Toro. Mientras que estos dirigirán el ataque por mar con sus temibles drakkars, las tropas de Galathorn intentarán el asalto por vía terrestre. Entre tanto, en la fortaleza del usurpador, Aaricia ha despertado de su estado convaleciente (gracias a las acciones que, como vimos, emprendió Thorgal en el número anterior). Prisionera en esa jaula de oro, pasa sus días velando por la seguridad de Jolan, el hijo que, fruto de su unión con el héroe vikingo, ha nacido en igual situación de cautividad y al que Shardar pretende utilizar en alguno de sus múltiples experimentos, después de intuir que el pequeño alberga un poder de enigmáticos orígenes.
Tras una fantástica introducción, en la que las primeras páginas nos muestran un experimento de vuelo frente a las rompientes de Brek Zarith, que atestigua la crueldad de Shardar y el mutuo recelo que mantiene con sus cortesanos, nos metemos de lleno en esta aventura de reconquista del reino perdido. A la vez, los autores nos ponen sobre la pista del interés que Shardar sostiene sobre el jovencísimo Jolan, de apenas unos meses de edad: el descubrimiento de sus capacidades sobrenaturales, tema que se desarrollará ampliamente en próximos álbumes y que va a articular buena parte de la historia de la familia.
Hay un momento especialmente intenso, que resuelve rápidamente el ataque marítimo a Brek Zarith recurriendo al episodio que las crónicas narran sobre el asedio de la antigua ciudad de Siracusa, en el que Arquímedes, aplicando sus conocimientos de la técnica, empleó espejos cóncavos de metal para capturar y amplificar los rayos del sol del mediodía y destruir los navíos del enemigo romano, acabando con la flota casi al completo y liberando de esta forma el sitio que habían impuesto sobre su ciudad natal. Van Hamme copia la escena y Rosinski la retrata estupendamente. Es un acto que, no por conocido, deja de ser sorprendente y a su vez nos da una idea del potencial de Shardar al servicio de sus pesquisas científicas.
A pesar de esta hábil maniobra de Shardar, que deja con las fuerzas mermadas al ejército de los vikingos del norte, no conseguirá evitar que Thorgal logre infiltrarse en la fortaleza de Brek Zarith que, como ya nos anticipa el título de este tomo, está sentenciada a caer ante sus enemigos. En su deambular por los lóbregos corredores, pronto asistimos al primer encuentro de Thorgal con su propio hijo, aún sin ser consciente de este hecho. Es el comienzo de una relación padre-hijo que nos obsequiará con momentos memorables durante toda la serie.
En esta aventura cada personaje busca su propio objetivo. Hastiado del gobierno decadente de Brek Zarith, a Shardar no le importará rendir su corrupto reino a Galathorn mientras que pueda conservar los beneficios que piensa obtener de la involuntaria mediación de Jolan. A Thorgal en cambio, sólo le interesa encontrar a Aaricia y salir cuanto antes de allí, sin que le afecten ni los planes de Galathorn para restaurarse en el trono, ni la sed de oro y botín de Jorund, pero con lo que no cuenta es con la existencia de Jolan y su intervención en los proyectos de Shardar, que complicará la huída del lugar.
El álbum quiere extraer una lección sobre los manejos del poder: aquellos que lo ejercen rara vez son incorruptibles, de forma que muchos de quienes lo ostentan no logran escapar al destino de convertirse en seres sin escrúpulos por mantenerlo, aun cuando inicialmente se impongan a si mismos unos fines justos. Thorgal así lo entiende y, una vez recupera a su familia de nuevo, trata de alejarse lo más posible de toda forma de obediencia a cualquier príncipe o señor.
Rosinski sigue estando correcto en su evolución del dibujo, y nos muestra a un Shardar cuya imagen refleja muy bien la execrable personalidad del tirano. También destaca la estética que le aplica a la figura y los atuendos de la estrafalaria corte de Brek Zarith: barones, nobles y cortesanos cuyas motivaciones saltan de las celebraciones que les ofrece su señor a las intrigas palaciegas frustradas. Igualmente, transmite con acierto el ambiente claustrofóbico de las galerías subterráneas que marcan el itinerario de huída de Thorgal bajo la fortaleza.
Esta entrega es el punto final para algunos de los personajes secundarios que de forma esporádica nos han ido acompañando hasta ahora, no así para otros que sorprendentemente reaparecerán en un futuro. Al fin la pareja, que a partir de ahora incorpora a un nuevo miembro, parece alcanzar una relativa paz cuando cerramos las páginas de este número. Al menos ése es el deseo último que expresan, sin saber todavía lo duramente realizable que va a resultar para ambos durante la mayor parte de sus vidas.



 












































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